Domingo 20 de enero
de 2019.
Isaías
62,1-5; 1° Corintios 12,4-11; San Juan 2,1-11.
Oración inicial:
“Dios de todos los pueblos,
que de muchas maneras te has comunicado siempre con la humanidad y que en tu
Palabra definitiva, Jesús, nos has dado la gran "señal" que nos
permite acceder a ti. Te pedimos que abras nuestros ojos, ilumines con tu
Espíritu nuestra mente, e inflames nuestro corazón, para que también nosotros
seamos para los demás señal de amor y de alegría, de esperanza y de
agradecimiento. Hasta que un día nos reunamos todos en tu presencia, nuestro hogar definitivo”.
Amén
LECTURA.
Leemos
los siguientes textos: Isaías 62,1-5; 1° Corintios 12,4-11; San Juan 2,1-11.
Claves de lectura:
1. "En Caná...
manifestó su gloria". (Evangelio)
La liturgia de la
Iglesia ve en la festividad de la Epifanía una triple manifestación de la
gloria de Dios en Jesús: ante los Magos, en la teofanía del Jordán (que se
celebró el domingo pasado) y en el primer milagro de Jesús en Caná, donde Jesús
«manifestó su gloria». Una pobre pareja de novios celebra su boda; Jesús, su
Madre y sus discípulos están también invitados a la boda; pero en medio del
banquete los novios se quedan sin vino. María, imagen ya de la Iglesia que ora
e intercede, se dirige al Hijo: algo ciertamente extraño, pues todavía no le ha
visto hacer ningún milagro externo. Pero a María le basta con saber que su Hijo
lleva dentro, interiormente, un misterioso poder. Jesús, consciente de que el único
milagro que el Padre le encargará será la cruz, no quiere verse obligado a
ejercer el papel de taumaturgo, papel que el pueblo insaciable le impondrá a
partir de ahora. Entonces interviene la Madre, cuyas palabras, hermosas donde
las haya, dejan todo en manos del Hijo a la vez que instan a los servidores a
obedecerle: «Haced lo que él os diga». En realidad, aunque nadie lo advierta,
aquí brilla ya en todo su esplendor la gloria de María. Jesús no se resiste, no
puede resistirse: las palabras de la Madre le llegan al corazón porque son muy
familiares a lo que él lleva dentro, en lo más íntimo de sí mismo. En el
evangelio no se nos dice si se notó la transformación de lo inútil en algo
precioso, si Jesús fue ovacionado como taumaturgo, algo que él siempre procuró
evitar. Se nos dice simplemente que «creció la fe de sus discípulos en él»;
esto constituye el único éxito que él valora como tal. Muchos de los milagros
que realizará después, aunque él siempre mandó no decir nada a nadie, serán
pregonados con cierto sensacionalismo y dificultarán no poco su verdadera
misión.
2. «Como la alegría que
encuentra el marido con su esposa». (1° Lectura).
La primera lectura, que
compara la alegría de Dios por el pueblo convertido y purificado con la alegría
que experimenta el marido con su esposa, remite ciertamente al evangelio, donde
Jesús, con su milagro en la boda de Caná, bendice el matrimonio humano y lo
eleva a la categoría de imagen de una alegría nupcial totalmente distinta.
«Como un joven se casa con su novia», así hace Dios con su pueblo; el amor
erótico no es un símbolo rebajado o lejano del amor que Dios siente por la
tierra que El llama ahora la «Desposada», «mi favorita». El amor natural,
conocido por el hombre, debe ser para él un punto de partida para barruntar
cuánto le ama Dios. De este modo la unión carnal del hombre y la mujer será una
imagen insuficiente para representar la intimidad de la unión entre Cristo y
nosotros en la Eucaristía.
3. «En cada uno se
manifiesta el Espíritu para el bien común». (2° Lectura)
La segunda lectura nos
lleva en otra dirección: el milagro de Caná fue un milagro realizado
simplemente para gozo y utilidad de algunos. Pero ahora, en la Iglesia, el
Espíritu Santo dispensa un don de gracia a cada creyente «para el bien común».
Estos carismas se pueden comparar, pues son dones sobrenaturales, con el poder
de hacer milagros espirituales, aunque vistos desde fuera sean insignificantes.
Pablo enumera en esta lista también los dones extraordinarios, mientras que en
otras series (Rm 12) habla de carismas mucho más modestos. Cuando Jesús dice
con una imagen que la fe puede mover montañas, se refiere a su fuerza
espiritual, que ciertamente puede «mover», trasladar grandes pesos en el
corazón de los hombres: no mediante técnicas psicológicas, sino en virtud del
poder divino del que todo verdadero creyente participa. Muchos santos han hecho
también milagros materiales, pero los milagros espirituales que han realizado
son mucho más grandes y más importantes.
(Aporte de HANS URS von
BALTHASAR, LUZ DE LA PALABRA,
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C,
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 221 s.)
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C,
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 221 s.)
MEDITACIÓN.
Me gustaría detenerme sobre
todo en tres frases del relato:
La
inicial: "Tres días después hubo una boda en Caná de Galilea, y la madre
de Jesús estaba allí". La central, pronunciada precisamente por María:
"No tienen vino". Y la final: "Allí Jesús manifestó su
gloria", es decir, en este milagro hecho con ocasión de las bodas.
EL
MISTERIO DEL TERCER DÍA.
Partamos
de las palabras iniciales, del misterio del tercer día.
Juan,
que nunca usa casualmente ninguna palabra, introduce el episodio que abre la
serie de los milagros de Jesús y la manifestación de su gloria con la mención
del tercer día. ¿Qué es el tercer día? El evangelio de Juan comienza con la
descripción de una intensa semana de acontecimientos, calculados casi día a
día, hasta éste, que es el día último. Si leemos el cap. I, podemos fácilmente
recuperar los primeros días del ministerio de Jesús. En el v. 28 encontramos
"el primero", el día en que Juan Bautista anuncia la presencia de uno
mayor que él.
"Al
día siguiente", dice el evangelista, o sea, el segundo día, el propio
Jesús entra en escena y es llamado Cordero de Dios.
"Al
otro día", o sea el tercero, Jesús encuentra a dos discípulos y les dice:
"Venid y veréis", y los discípulos se quedaron con él todo aquel día
desde la hora décima. Por fin, "al día siguiente", el cuarto, Jesús
se encamina hacia Galilea y encuentra a Felipe y Natanael. Aquí es donde
empalma el evangelista: "Tres días después hubo una boda en Caná de
Galilea". Si tenemos en cuenta que la frase bíblica "el tercer
día" se traduce, en realidad, por "dos días después", incluyendo
en el cómputo el primer día como uno de los tres, llegamos a colocar el episodio
de Caná en el "DIA-SEXTO" de la semana, que es
el día de la creación del hombre y de la mujer.
Juan,
que ha comenzado su evangelio con las mismas palabras del Génesis: "En el
principio...", nos hace recorrer una semana entera de acontecimientos, y
el sexto día es éste, cuando en el misterio de un hombre y una mujer que hacen
de sus vidas una unidad, en Caná de Galilea, Jesús manifiesta su gloria.
Puede
decirse que el evangelista reconstruye una semana cronológica correspondiente a
la "semana" inicial de la creación, con el intento de fechar el
episodio de Caná y de hacerlo coincidir con el día en que Dios creó al hombre a
su imagen y semejanza y creó a la mujer para que le acompañara.
Con
semejante simbolismo cronológico, San Juan subraya que lo que Jesús hará este
día es la continuación y la culminación de la obra creadora de Dios a favor del
hombre. Pero la intervención de Jesús se producirá al constatar cierto malestar
en la situación del hombre, de la mujer y de la unión de ambos: "No tienen
vino".
Por lo
demás, todo el cuarto evangelio se mueve sobre afinidades que hay en toda la
historia de la salvación. En los capítulos finales, Juan describirá también
otro período de seis días; y la muerte de Jesús en cruz -con María, la Mujer, a
su lado- será el sexto día. Allí Jesús restituirá al hombre-Juan en su
plenitud.
En la
cruz se manifestará plenamente la gloria de Dios que había empezado a
manifestarse en el primer milagro de Caná; aquí la gloria emerge de manera
inicial, si bien se da ya una idea del amor con que Dios se acerca a la
situación humana percibiendo el íntimo malestar y restaurándola en su plenitud
y gozo primigenio.
LA
INCAPACIDAD DE AMAR.
En el
cuadro que hemos tratado de esbozar, ¿qué puede significar la palabra de María:
"No tienen vino?". En los evangelios hay expresiones paralelas a
ésta. Me viene a la memoria, por ejemplo, la expresión: "Ya no nos queda
aceite, y nuestras lámparas se apagan" (Mt 25. 8): es la misma situación
de apuro y de imprevisión, también en una fiesta de bodas.
Otra
exclamación semejante es la de los discípulos en el desierto: "No tienen
suficiente pan (Jn 6, 1 ss).
Son,
todas éstas, ocasiones en que el hombre aparece carente, no a la altura de las
circunstancias, y, por lo mismo, se crea malestar en contraste con la atmósfera
de fiesta, de gozo, de expectación, con la esperanza de un amor sin sombras.
Allí donde se esperaba que la plenitud del amor, de la fiesta nupcial, del
estar juntos escuchando la Palabra, produjera una felicidad plena y sin fin,
resulta que de golpe falla la previsión humana, se agotan los recursos, la
prudencia escasea y se produce una situación embarazosa que funciona como una
trampa: el hombre y la mujer se ven incapaces, sin saber qué hacer.
La
fiesta de bodas está a punto de cambiarse en una gran desilusión, en una señal
de mala suerte que pesará siempre sobre la pareja, como si fueran personas
perseguidas por el sino, incapaces de proveer, ya desde el principio, la buena
marcha de la casa. Aparece, pues, el sentido profundo del grito: "¡No
tienen vino!".
El
hombre y la mujer, creados para realizar juntos la perfecta unidad, no tienen
suficiente vino para el sexto día, cuando se debería ver actuando al hombre y a
la mujer, el día de la fundación de la familia, del trabajo, de la construcción
de la ciudad, que preludia al día séptimo, el del descanso.
El
hombre y la mujer viven una experiencia de cerrazón y de bloqueo; todo se había
fundado en el entendimiento mutuo, en la llamada a ser una cosa sola, y esta
vocación se ve impedida por imprudencias, imprevisiones, carencias de todo
género.
El
discurso se amplía. El hombre y la mujer se sienten llamados al amor, sienten
que es una vocación de la que no pueden prescindir y, sin embargo, experimentan
la incapacidad de amar.
Es
verdad que no siempre se tendrá la valentía de pronunciar esta palabra,
demasiado dura, demasiado radical; se echará la culpa más bien a los
malentendidos, las ambigüedades, los nerviosismos, las resistencias, el
cansancio, el desgaste de la vida diaria, las diferencias de carácter, etc.
Sólo raramente se llegará al interrogante existencial, que alguna vez un hombre
o una mujer se plantean con voz fatigosamente modulada: "Pero yo, ¿soy de
veras capaz de amar?" En el fondo de la existencia humana: el hombre, cada
uno de nosotros llamados a amar, ¿somos capaces de amar verdaderamente?
Nuestras reservas de amor, de paciencia, nuestras provisiones de vino, de
aceite, de pan, ¿son suficientemente consistentes como para durar toda una
vida? Cuántas veces se repite el grito: "¡Ya no tengo ganas, mi lámpara se
apaga!" Y esto vale para toda vocación que entrañe opciones de unidad, de
servicio prolongado y sacrificado. Y quizá tengamos cerca una persona como
María, que lo dice porque ya se ha dado cuenta: "No tienen vino". No
aguantamos más.
LA
FUERZA TRANSFORMADORA DE LA EUCARISTÍA.
La
palabra final: "Allí Jesús manifestó su gloria", nos consigna el
mensaje del paso evangélico que nos ha hecho entrar en lo vivo de una situación
existencial tan frecuente y dramática.
La
Eucaristía es la transformación del agua en vino, de la fragilidad del hombre
en vigor y en sabor. Es el don del Espíritu, el único que nos da la certidumbre
de ser capaces de amar.
La
Eucaristía es la fuerza que alimenta toda forma de amor que crea unidad: el
amor que crea unidad en el noviazgo, el amor que crea unidad en la vida
matrimonial, el amor que crea unidad en la comunidad, en la Iglesia, en la
sociedad. La Eucaristía es la manifestación de la potente gloria de Dios.
El
hombre que se encuentra sin vino, quizá sólo con una provisión de agua
incolora, inodora e insípida, necesita de la plenitud del Espíritu nuevo que le
transforme el corazón y la mente. Sólo así podrá confiar en un tipo de amor que
no sea únicamente entusiasmo, primer proyecto, primeras experiencias, sino
fuerza duradera para toda la vida. Por eso la Eucaristía se nos presenta como
aquel Jesús que, atrayéndolo todo hacia sí desde la cruz, da al hombre, a la
mujer, a la humanidad, la capacidad de ser ellos mismos.
(Aporte de CARLO M. MARTINI, Cardenal Arzobispo de Milán,
SE ME DIRIGIÓ LA PALABRA,
págs. 92-96)
págs. 92-96)
ORACIÓN
– CONTEMPLACIÓN.
En Caná aún no había
llegado tu hora de ser tú mismo el vino de las bodas. Pero, para que
supiéramos que la hora estaba cercana, nos has dado el signo del agua cambiada
en vino, como signo del vino convertido en tu sangre, derramada en la
cruz para la redención del mundo. (...)
"Había allí seis
tinajas de piedra puestas para las purificaciones de los judíos" (Jn 2,
6). Seis, es el número del hombre, el símbolo del esfuerzo humano: agua
ordinaria e inerte. Esta no es el agua que mana en vida eterna sino el
agua de la ley mal entendida, de la purificación exterior. Vas a partir
de nuestras pobrezas e incapacidades para que realicemos nosotros mismos
nuestra propia santificación, y vas a hacer de eso el vino de las bodas.
Nos vas a hacer superar nuestros legalismos que de nada sirven: esto está
permitido, esto está prohibido; el matrimonio es indisoluble; ir a misa los
domingos es obligatorio; no debes tomar la píldora; si eres un cristiano
actual, debes preocuparte del tercer mundo. Nos vas a mostrar que todo
eso no tiene ningún sentido si no se vive en el amor de Dios que
transforma. Tú nos propones no la purificación exterior, la del parecer, sino
la interior, la del corazón, la del ser, es decir la que se vive contigo y en
ti.
El agua que sacan los
servidores se convierte en el agua de tu misericordia. Aquella con la
que, en la superabundancia de tu amor, lavas los pies de los hombres, los de
Pedro y los de Judas. Es el agua de la reconciliación y de la
purificación que transforma nuestra vida y transfigura nuestro ser, el
agua y el vino por los que nuestra pareja se troca verdaderamente en
signo de tu amor. Por eso el matrimonio se celebra en la Iglesia; no por
obedecer a una regla sino para que los hombres vean algo de tu amor. Y por eso
no puede romperse el matrimonio; no por encerrar al hombre en una
obligación legal sin significado sino porque tu amor no tiene retorno y
dura eternamente. Y por eso también asisten a los casados unos testigos,
no por la preocupación jurídica de afirmar que el matrimonio ha tenido
lugar sino como testigos de los hombres que se interesan por este matrimonio,
que prometen hacerlo todo para que esta pareja sea auténtica, fuerte y
duradera, a fin de que el mundo crea en tu amor incansable, fiel y
transformador y transfigurador.
El agua que sacan los
servidores se convierte en ese vino, por el que cada una de nuestras
actividades humanas y nuestra vida misma, hasta en la muerte, es signo de
tu amor, puesto que no existe para el que cree en ti ninguna actividad
profana, ya que en ti todo es amor: la vida de la religiosa y la del
director general, la del sacerdote y la del minero, la de la soltera y la
de la pareja, la del niño y la del anciano. "Todo cuanto hagan, de
palabra y de boca, háganlo en nombre del Señor Jesús, dando gracias por su
medio a Dios Padre" (Col 3,17). Tanto si
tenéis hijos, como si no los tenéis; si vivís desahogadamente como con
dificultades; si tenéis un oficio como si estáis en el paro o jubilados.
Los hombres, preocupados
por las bodas humanas, no conocen la potencia del agua transformada en
vino. "Cuando el maestresala probó el agua convertida en vino, como
ignoraba de dónde era... llama al novio y le dice: "Todos sirven primero
el vino bueno y cuando ya están bebidos, el inferior"" (Jn 2,
9-10). Falsa prudencia de los hombres: aprovecha bien el presente; aprovecha tu
juventud; el vino se va a acabar, bebamos, pues la vida es corta.
Los invitados al
banquete ignoran la procedencia del vino "los sirvientes, los que
habían sacado el agua, sí que lo sabían" (Jn 2, 9). Lo saben porque
sirven. En el centro hay siempre una acción transformadora y redentora
conocida por tus servidores y desconocida de tus beneficiarios. La
Iglesia sabe que sirve y de qué la viene la posibilidad misma de servir y
el verdadero contenido de ese servicio. Este no es el vino barato de los
amores limitados y de las alegrías exageradas, sino la vida del júbilo y
de la Alianza de Dios, el vino de las bodas del Cordero. La pareja
cristiana sabe que sirve y de dónde le viene la posibilidad de servir y
de amar, así como el contenido de su servicio y de su amor de hombre y de
mujer. Este no es el vino barato y agrio de un placer egoísta y limitado; es
el vino del amor que se supera más allá de las apariencias y que no
renuncia jamás a pesar de las infidelidades. Quien cree en ti, Señor,
sabe muy bien que es un servidor y de dónde le viene la posibilidad de
actuar y de servir, así como el contenido de su acción y de su servicio.
Este no es el vino degradado de la voluntad de poder, de la riqueza o de la
gloria vana, sino el vino nuevo del hombre al que asocias a tu divinidad.
Mira, Señor, a todos los que todavía lo ignoran. Escucha a tu Iglesia que
no dice solamente lo que sucedió antaño sino que con María, intercede en
el presente, fiándose de ti. Manifiesta tu gloria por nosotros, tus
servidores, si así lo quieres, y ellos te creerán.
(Aporte de ALAIN GRZYBOWSKI, BAJO EL SIGNO DE LA
ALIANZA,
NARCEA/MADRID 1988, Pág. 133ss.)
NARCEA/MADRID 1988, Pág. 133ss.)
"No tienen vino"
La verdad es que no tenemos vino. Nos sobran las tinajas, y la fiesta se enturbia para todos, porque el sino es común y la sola sala es ésta.
Nos falta la alegría compartida. Rotas las alas, sueltos los chacales,
hemos cegado el curso de la vida entre los varios pueblos comensales.
¡Sangre nuestra y de Dios, vino completo, embriágame de Ti para ese reto
de ser iguales en la alteridad.
Uva pisada en nuestra dura historia, vino final bebido a plena gloria
en la bodega de la Trinidad!
La verdad es que no tenemos vino. Nos sobran las tinajas, y la fiesta se enturbia para todos, porque el sino es común y la sola sala es ésta.
Nos falta la alegría compartida. Rotas las alas, sueltos los chacales,
hemos cegado el curso de la vida entre los varios pueblos comensales.
¡Sangre nuestra y de Dios, vino completo, embriágame de Ti para ese reto
de ser iguales en la alteridad.
Uva pisada en nuestra dura historia, vino final bebido a plena gloria
en la bodega de la Trinidad!
(Pedro
Casaldáliga)
Oración final:
“Dios que en las bodas de Caná te has manifestado en tu Hijo
participando en las fiestas del pueblo, y servicial ante nuestras necesidades
humanas; transforma nuestra agua en vino, y haznos a los que seguimos a tu Hijo
testigos de la alegría, amigos de la fiesta de la vida. Amén.