8 mar 2016

¡Enamórate!

¡Enamórate!
Nada puede importar más que encontrar a Dios.
Es decir, enamorarse de Él
de una manera definitiva y absoluta.
Aquello de lo que te enamoras atrapa tu imaginación,
y acaba por ir dejando su huella en todo.
Será lo que decida qué es
lo que te saca de la cama en la mañana,
qué haces con tus atardeceres,
en qué empleas tus fines de semana,
lo que lees, lo que conoces,
lo que rompe tu corazón,
y lo que te sobrecoge de alegría y gratitud.
¡Enamórate! ¡Permanece en el amor!
Todo será de otra manera.
  • Pedro Arrupe, sj

Pieter Van der Meer, poeta holandés ateo


Su vida fue un camino debúsqueda del sentido de su existencia. Sin saberlo, era a Dios a quien buscaba, puestenía nostalgia de Dios.


Por: P. Ángel Peña | Fuente: Libro ateos y Judíos Convertidos. 



PIETER VAN DER MEER DE WALCHEREN (1880–1970), gran poeta holandés, que vivía en un ateísmo intelectual donde no cabía la idea de Dios. En su libro Nostalgia de Dios nos habla de sus luchas interiores por querer creer, pero sin poder hacerlo hasta que llegó el momento de la gracia divina, cuando se entregó totalmente a Dios con su esposa y sus hijos. Veamos algunos de sus pensamientos, cuando todavía era ateo:

La tierra, dentro de miles o millones de años, será inhabitable y por fin perecerá. Entonces, será como si este planeta no hubiese existido jamás, todo será arrinconado en el vacío del olvido. Nadie llevará ya en sí la memoria de lo que aquellos extraños seres, que un día vivieron en la tierra y se llamaban hombres, realizaron y sufrieron... Todo habrá sido perfectamente inútil y esta comedia, que habrá durado miles de años y de la que nadie habrá sido espectador, podía igualmente no haber tenido lugar. ¿No es esto de una vertiginosa ridiculez? ¿No es para aullar de angustia y refugiarse en la muerte?

Por espacio de un momento, breve como el zig-zag de un relámpago, estamos en la tierra, vivos, con los ojos abiertos, atormentados por todos los deseos y por todos los ensueños, queriendo alcanzar y abarcar lo imposible, interrogamos al pasado, leemos lo que los hombres han pensado antes de nosotros, nada sacamos en claro; interrogamos a la tierra, al cielo, a las estrellas, a los abismos de los espacios y a los de nuestra propia alma, lloramos de nostalgia por la belleza, gesticulamos apasionadamente y, de repente, caemos muertos y ya no hay nada más, nada, nada, nada, nuestros ojos están cerrados para siempre, los ojos con que ahora miramos las estrellas, esas estrellas que no nos recordarán 32.


Poco a poco, empieza a dudar:

¿Qué significa la vida, a cuyo término está la muerte, ese inmenso agujero negro donde vamos cayendo uno tras otro como piedras? Decididamente es una perfecta estupidez tomarse la vida en serio si no existe el alma. Pero ¿acaso las religiones no son más que un hermoso sueño, bellas mentiras consoladoras a las que el hombre se aferra ante la perspectiva de desaparecer tragado por la noche espantosa de la muerte? ¿Contienen una realidad o no son más que quimeras? Sigo perplejo ante los enigmas. ¿Dónde puedo encontrar la verdad? 33

Y comenzó a leer los Evangelios y a pensar seriamente en las cosas espirituales, sobre todo, después de un viaje que hizo a la Trapa de West-Malle. Dice sobre esta visita: Todo era tan nuevo para mí, tan absolutamente desconocido. Nunca se me había ocurrido pensar que en nuestro tiempo existiese todavía semejante fenómeno: hombres que consagraban su vida a la oración... Si Dios no existe, ¿no es absurdo todo esto? En tal caso, sería algo propio de idiotas, de dementes, algo incluso criminal lo que hacen estos hombres, es decir, aislarse, renunciar a los placeres de la vida y adorar y glorificar algo que no existe. No obstante, en este lugar siento yo orden, paz y la atención está fija en el mundo interior, en el alma, en lo eterno 34.

He tratado de explicar a mi esposa Cristina lo que viví durante aquellas horas maravillosas (en la Trapa) y lo ha comprendido todo. Se me había revelado algo muy hermoso y muy santo. El tiempo se desvanece. La vida se halla en él iluminada por la eternidad divina. No me es posible creer que bajo la cabal belleza de estas palabras, de esta música, de estas oraciones no haya una realidad inquebrantable 35.

Esta mañana (4 de diciembre de 1909) he estado en misa en la capilla del convento de las benedictinas... Por primera vez, he experimentado la sensación de que ocurría algo inefable, cuando el sacerdote pronuncia las palabras de la consagración. No sé decir cómo o de dónde me vino ese pensamiento, pero supe que algo había cambiado y que allí había ocurrido algo de una tremenda grandeza 36.


Continuó asistiendo, siempre que podía, al convento de las benedictinas a disfrutar de aquella sensación de lo eterno. Estuve toda una noche en la capilla de las benedictinas, seguí en ella los maitines, asistí a la misa de gallo y a la misa del alba. Aún pervive en mí la emoción que me produjo el excelso esplendor de esas ceremonias. El aspecto externo de las mismas es ya hermoso, los cánticos, las palabras, la solemnidad de la misa; pero lo que, de un modo especial, me ha conmovido ha sido el mundo interior, ya que cada ademán, cada palabra, cada acto entraña un significado, es como la llama visible de un fuego invisible, una guía que conduce a los acontecimientos divinos 37.

Leo la Biblia, los místicos y los libros de León Bloy. Sé que la Biblia contiene la verdad. Los místicos, Angela de Foligno, Ruybroeck, Catalina Emmerich y las vidas de santos, como la de san Francisco, me ayudan a comprender cosas muy oscuras y maravillosas... Bloy, al que leo intensamente, me da a conocer el catolicismo en su divino y omnímodo poder, en su sublime unidad y me enseña lo que es amar a Dios sobre todas las cosas38.

Bloy me presentó a un sacerdote para hablar con él. El sacerdote me ha entregado el catecismo y me ha aconsejado leer los capítulos referentes al Credo y a los sacramentos, especialmente el relativo al bautismo, y me ha dicho: “Usted debe orar, rezar el Padrenuestro y el Avemaría. Con estas oraciones debe usted llamar a la puerta de la Iglesia y Jesús se las abrirá. Si es usted de buena voluntad, Dios le ayudará, se lo aseguro. Y debe usted arrodillarse y hacer el signo de la cruz. Rezaré por usted”. Después he ido a postrarme ante el Santísimo sacramento que, en el Sacré Coeur (Sagrado Corazón) está expuesto durante todo el día y toda la noche. Hincado de hinojos, he puesto mi mirada en la hostia de nítidos contornos circulares, aureolada de luz, colocada en la custodia. Le he hablado a Jesús de mi zozobra espiritual y de mi miseria y le he pedido misericordia. Dadme, Oh Jesús, la fe, dadme el conocimiento y elamor para con Dios. Quitadme la ceguera de mis ojos para que pueda distinguir contoda claridad 39.

A cada momento descubro en el catolicismo nuevas maravillas. El catolicismo es como una catedral espiritual, infinitamente hermosa, y mi alma puede ahora penetrar en el interior de la misma... Cada mañana y cada noche nos arrodillamos los tres (con mi esposa e hijo) ante el pequeño crucifijo y oramos. Recitamos las plegarias en voz alta y yo me esfuerzo en rodear cada palabra de la más viva atención... Hago la señal de la cruz y la paz mora en mi corazón. No lo comprendo y no sé explicarlo. Me siento pequeño y, al mismo tiempo, inmensamente grande. ¿Qué he hecho yo para merecer esto? ¿Por qué sobre mí? ¿Por qué sobre nosotros esta gracia abrumadora? Buscaba la solución a mis enigmas y es tan sencillo: ¡Postrarse de hinojos y entregar el corazón a Dios! 40

Ayer (24 de febrero de 1911) nuestro hijo y yo recibimos el bautismo. Cristina y yo nos unimos en matrimonio. Jesús nos ha purificado y hemos renacido. Al conjuro de las palabras del sacerdote, se desprendió de mí la vieja vida con sucios andrajos y se me cubrió con vestido deslumbrantemente nuevo. El sacerdote ahuyentó de mi las turbulentas tinieblas del pasado, mi cuerpo quedó puro... Nunca, nunca olvidaré aquellas horas. El acontecimiento de ayer es el centro de mi vida, por siempre. Ahora soy cristiano. No se trata de un bello juego de imaginación, no se trata de autoengaño con palabras bien sonantes, no se trata de una hermosa apariencia ni de una consoladora mentira, no, se trata de una realidad eterna. Soy cristiano por toda la eternidad 41.

He comulgado, Jesús ha visitado mi alma. Antes de la misa, he ido a confesarme y he pedido a María que me ayudara a recibir al Rey en mi pobre morada... Después de comulgar, regresé a mi lugar. Estaba solo, el Rey estaba solo en mí. Muy pronto, empero, fue descendiendo sobre mi alma, poco a poco, con gravidez y a la par de un modo extremadamente suave, una paz resplandeciente, me sentía lleno de Él, como de una nube de oro. ¡Oh delicia maravillosa y sin igual! ¡Está bien que haya venido, decía yo, ebrio de loca alegría! 42

Después de doce años, puedo decir que esta nueva vida es infinitamente más hermosa, más rica y más profunda de lo que nunca había podido sospechar ni siquiera en los primeros años de mi conversión 43.


Pieter van der Meer se entregó con su esposa totalmente a Dios y Dios le pidió todo. Primero se llevó a su hijo de tres años, el 30 de diciembre de 1917. Y, cuando su hijo Pieterke era ya monje por diez años y cinco de sacerdote, también se lo llevó con Él. Su hija se hizo religiosa, con el nombre Sor Cristina. En 1954 se llevó a su esposa y se quedó solo en este mundo, pero acompañado por Dios. Su vida fue un camino de búsqueda del sentido de su existencia. Sin saberlo, era a Dios a quien buscaba, pues tenía nostalgia de Dios.


32 Pieter van der Meer, Nostalgia de Dios, Ed. Carlos Lohlé, Buenos Aires, 1955, p. 48.
33 ib. p. 60.
34 ib. p. 80.
35 ib. p. 83.
36 ib. p. 162.
37 ib. p. 164.
38 ib. p. 173.
39 ib. p. 187.
40 ib. p. 194.
41 Ib. p. 214.
42 ib. p. 227.
43 ib. p. 238.

4 mar 2016

San Leopoldo Mandic


Sección: Santos recientes


Padre… ¿Me puede confesar? 
San Leopoldo Mandic Un "fracasado", no podía hablar bien, frágil como un pajarito, "solo" sabía hacer algo bien: Dedicar horas y horas a confesar para llevar a miles la misericordia y el perdón de Dios

Hay santos que desconciertan. Será que esperamos encontrar en el catálogo de los canonizados a super-hombres, lumbreras o seres extraor­dinarios: autores de obras teológicas y místicas, fundadores de Ordenes famosas, hombres en frecuentes estados de éxtasis o haciendo tres milagros promedio por semana y, cuando no, aclamados por multitudes. Lo admirable es compro­bar que eso es más bien lo excepcional, y que muchos de ellos no sólo están lejos de esa falsa imagen sino que han sido, según los pobres criterios humanos, “poca cosa”, personas de "poca valía".
Un hombre "fracasado"
Basta para ello asomarnos a la vida de este sacerdote por ahora casi desconocido, canonizado hace pocos años. No dejó obras literarias ni fundó obras sociales que lleven su nombre, ni deslumbró por su aspecto o cultura, sino por una cualidad que le hizo lucirse, sin darse casi cuenta, de modo excepcional.
Leopoldo Mandic, el penúltimo de una familia de doce hijos, había nacido en 1866 en Castelnovo o Hérzeg (Croacia, Yugoslavia), una ciudad frente al Mar Adriático, lugar de suave clima y estupendas playas. A los 16 años entró al noviciado capuchino de Udine (Italia). Al ver­le llegar, sus compañeros no pudieron contener cuchicheos y sonrisitas ante aquél joven­cito desgarbado, tímido, torpe en el hablar y en el andar, que movía a compasión y ternura mientras caminaba arrastrando sus pies con unas mal acomodadas sandalias. Se preguntaban los maestros cuántos meses podría soportar su cuerpecito los rigores y austeridades del convento. Pero Leopoldo los sorprendió a todos: era estudioso, listo, disciplinado, piadoso. Nueve años más tarde, en 1890 terminó los estudios y recibió la ordenación sacerdotal. Ahora sí…, pensaría, ya llegó el momento de empezar a poner en práctica tantos sueños alimentados desde niño para el sacerdocio. Pero su vida tenía pocas emociones. No pasaba nada, ni figuraron grandes acontecimientos; algún traslado de un convento a otro como es habitual en la vida de los frailes, y nada más. Como en su tierra natal había diversidad de cris­tianos separados de la Iglesia Católica, Leopoldo ansiaba dedicar su vida a las misiones y, decidido, aprendió bien los idiomas eslo­veno, serbio y griego para volver allí y trabajar por la unión de las Iglesias. Pero tampoco. Es hombre enfermizo y de débil complexión física que le impiden aquella aventura. Entonces me dedicaré —pensaría— a predicar incan­sablemente… Pero ni eso. Un defecto de pronunciación o cierta dislexia le hacía muy difícil hacerse entender y sus sermones no eran comprendidos casi por na­die.
Todas sus ilusiones se vinieran abajo, una por una…. Es que, francamente, el padre Leopoldo no podía ha­cer muchas cosas…. Aunque era un gigante por dentro, medía poco más de metro y medio de estatura y sufrió un ca­tálogo completo de enfermedades: veía mal, la artritis le amenazó todos sus miembros; hubo de someterse más tarde a que le extrajeran todos los dientes. El estómago le causaba tales dolores que no le dejaban reposo. Comía poquísimo y tenía digestiones difíciles. La fiebre no le dejaba casi nunca y en sus últimos años un cáncer acabó con su estómago. En realidad para el padre Leopoldo todo eran penalidades. Con trabajos pudo aprender bien el italiano viviendo en Italia; pero —eso así— aprendió otro lenguaje que sólo enseña Dios, una sabiduría preciadísima: conocía el idioma de las almas para hablarles al fondo del corazón.
"Al que nace para tamal, del Cielo le caen las hojas"
El dicho popular es mexicano: quien tiene vocación para algo, acaba teniendo las dotes necesarias. Leopoldo era muy listo. Entendía bien que detrás de esos aparentes fracasos humanos, Dios le tenía preparados otros éxitos, le quería sobre todo para la ardua tarea del con­fesonario, especialmente en Padua donde vivió gran parte de su vida. La gente no salía de su asombro: ¿qué tiene este hombrecillo que atrae como un imán a todas las gentes, si apenas sabe hablar y sin embargo transforma a los que le oyen? Le buscan por su candor y su paciencia, está entregado por completo a Dios, lleno de comprensión, dando esperanza a todos los que se le acercan. A base de esfuerzo y correspondencia a las gracias que Dios le daba, mejoró sus modos, y le creció enorme el corazón. Leopoldo se convirtió en el "apóstol de la Confesión", en el sacerdote dedicado, paciente y feliz, a esta valiosísima tarea —para la que hay tan pocos— de ofrecer el perdón de Dios, en el Sacramento de la Reconciliación, a decenas de miles de personas. Lo único que le impidió trabajar sin parar hasta el día anterior a su muerte, fue un ataque cere­bral que le sorprendió antes de celebrar la Santa Misa y que marcó el final de 52 años de su vida transcurridos en el oscuro silencio de un confesonario estrecho, de sillón duro y, por cierto, bastante incómodo.
Era hombre acomedido y paciente, que atiende a quien le busca en cualquier momento, también cuando está a comenzando a desayunar o está a punto de acostarse. Miles y miles de veces se habría dado este sencillo diálogo:
—Oiga padre…, ¿me puede confesar?
—Por supuesto, hijo.
Y don Leopoldo, viejecito, cada año con más canas y más encorvado, tomaba su bastón y se dirigía paso a pasito al confesonario o a su cel­da para oír a sus penitentes. No era padresito regañón, que frunce las cejas cuando no oye la voz tan bajita y apenada del pecador —que a veces está colorado de vergüenza—; ni tiene prisa por acabar y despacharlo antes de que termine de hablar. A las señoras…. —¡Dios mío…, cuánto se tardan!— hay que darles también su tiempo, lo mismo que a aquél otro señor que siempre me dice lo mismo y debo explicarle por sexta vez cómo confesarse mejor…. Es que Don Leopoldo no sólo es juez: es médico de las almas, maestro, pero, sobre todo, pa­dre: el padre que mira a los penitentes con ojos muy vivos —llenos de verdadero interés, que dan confianza— y sonríe de tal modo que facilita la acusación de los pecados, sean chicos, grandes o gordotes. Ya no le asusta oír barbaridad y media. Tiene el don de infun­dir esperanza ante las situaciones de sufrimiento y problemas que le plan­tean. Y por si fuera poco, qué ganas dan de volver con él otro día, porque, con todo, deja unas penitencias sencillas y fáciles de cumplir. Uno de tantos que se confesó con él declaraba: Le conocí por primera y única vez en 1936. Agobiado por múltiples problemas y, habiendo oído que era un verdadero santo, acudí a sus pies. No estuve con él más de diez minutos, pero salí de allí tan confortado y con una fe tan inconmovible que aún conservo hasta el día de hoy .
"En verdad, soy una calamidad…"
Se cumplieron de nuevo en su vida las palabras y el ejemplo de Jesu­cristo: Yo soy el Buen Pastor. El buen pastor da la vida por sus ovejas… (Juan X, 11). El padre Leopoldo siempre estaba allí dando la suya, disponible, prudente, modesto; era maestro respetuoso, conse­jero espiritual y comprensivo. En una palabra, era "el confesor", como le conocían sus penitentes y hermanos. Solo sabía confesar. Y no es poco. Es en la Iglesia Católica una de las tareas más importantes y también más necesarias en nuestro tiempo: mostrar continuamente el amor y la misericordia de Dios que perdona y devuelve la vida a los que están muertos por el pecado, que es la raíz última de todos los problemas que anidan en el corazón del hombre y, por tanto, también de todos los males que aquejan al mundo entero.
Y justamente aquí reside la grandeza del padre Leopoldo: saber desaparecer para ceder el puesto a Dios, al verdadero pastor de las almas. Su grandeza consistió no en algo externo o brillante sino en inmolarse y entregarse día a día, sin pausa. Y si alguien, asombrado de cómo podía resistir una vida así, le decía: —Padre, se está usted excediendo en su trabajo, descanse un poco… —¡¡El confesonario es mi vida!!, respondía. Seré misionero aquí en la obediencia y en el ejercicio de mi ministerio
¿De dónde sacaba fuerzas para sostenerse? Apenas comía y dormía. De­cía de sí mismo, en broma, que era tan pequeño su cuerpo que le bastaba lo que a los pájaros para alimentarse y descansar… Es que estaba en continua oración, hablando siempre con Dios, en una atmósfera sobrenatural pero también tocando tierra, haciendo un incalculable bien. Y, además, se tomaba poco en serio a sí mismo por sus limitaciones, convencido de que no valía gran cosa. No le importaba lo más mínimo: —En verdad, soy una calamidad. Soy una figura verdaderamente ridícula… Sobre esta pobreza de vida sin ninguna importancia exterior, Dios alumbró una nueva grandeza, muchas veces desconocida o despreciada: la fidelidad heroica a Cristo, en silencio, sin moverse mucho, pero amando como nadie, desvivido por los demás sin pensar en sus derechos. San Leo­poldo entendió muy bien que el mundo no puede existir sin el amor de Dios y que la reconciliación y la penitencia son fruto de ese amor que procede de Dios.
Ser paño de lágrimas para los demás
Estamos acostumbrados a oír que los valores más importante de la vida son el éxito, la autorrealización, el ganar dinero o prestigio, tener relumbrón, salir en el periódico o que hablen bien de nosotros. Con ese criterio, entonces la vida de Leopoldo es una pérdida de tiempo. ¿A quién y para qué sirvió su vida? Habría que responder que, por su trabajo y sacrificada dedicación, se donó a miles y miles de hermanos y hermanas que habían per­dido a Dios, o el amor o la esperanza; pobres seres humanos necesitados de algo más, y que acudieron un día a él pidiendo perdón, consuelo, paz y serenidad. A estos pobres dio la vida San Leopoldo, porque no son sólo pobres los que viven sin recursos económicos: también los son —y abundan más— los que se han sepa­rado del Creador, de su esposa, de sus hijos y de sus hermanos por sus yerros y faltas.
San Leopoldo no es un santo anticuado de otras épo­cas o a lo sumo para principios de este siglo. Fue canonizado el 16 de octubre de 1983, y ese día el Papa se refería a él diciendo: La Iglesia al ponernos hoy ante los ojos la figura de su humilde siervo San Leopoldo que fue guía para muchas almas quiere señalarnos las manos que se levantan (…) en la oración y se levantan en el acto de la absolución de los pecados, absolu­ción que llega siempre al amor que es Dios… ¿Qué nos dicen las manos de San Leopoldo siervo humilde del confesonario? Nos dicen que jamás puede cansarse la Iglesia de dar testimonio de Dios, que es amor. También sobre nuestra difícil época en que el hombre aparece amenazado no sólo por la au­todestrucción y la muerte nuclear, sino además por la muerte espiritual.
Hay que estar en un escalón más arriba
Recuerdo haber oído alguna vez este sabio refrán: Si el sacerdote es santo, su pueblo será fervoroso; si es fervoroso, su pueblo será piadoso; si es piadoso, su pueblo será honrado; si es honrado, su pueblo será impío.
El sacerdote es hombre como todos, pero debe esforzarse por ser más virtuoso y sacrificado. Si ha de ser servidor de una comunidad, ha de estar en un escalón más arriba, pero no en honores sino en abnegación gustosa para dedicarse también —aunque tenga mil ocupaciones— a este ministerio del Sacramento la Reconciliación que tiene un lugar primordial, y que se descuida cada vez más. Si atiende mejor a los fieles que se lo pidan, irá comprobando cómo ellos se transforman poco a poco.
Bien lo decía un anciano y ex­perimentado sacerdote: cuando en la parroquia aumentan las personas que se confie­san, disminuyen los asaltos en las calles aledañas, hay menos borrachitos, disminuyen los abortos, los divorcios, el consumo de drogas, los jóvenes desorientados, los hijos abandonados y todos los vicios, sobre todo la corrupción. Y con el tiempo comienzan a verse matrimonios más unidos y hombres más responsables que trabajan todos los días, que no se toman el San Lunes ni se gastan el salario con los amigotes. Sus hijos hacen las tareas, se van haciendo más obedien­tes y no se pegan a la televisión toda la tarde. Los ciudadanos pagan a tiempo sus impuestos y votan el día de las elecciones. Y más tarde, se va renovando el entorno, se llevan mejor los noviazgos y duran más los matrimonios …. y da hasta para que surjan muchas vocaciones para el sacerdocio y la vida religiosa. Es que la razón de todo es siempre la misma. El mal que vemos a nuestro alrededor, tantas penas y sufrimientos, no son más que reflejo del mal que anida en lo más profundo de cada quien, sólo que multiplicado por los más de 90 millones de habitantes de este país.
Pero al que quiera azul celeste, que le cueste. Dedicarse a confesar de modo habitual, es cansando, no es tarea fácil. Hay que tener buena espalda y aprender a oír mucho y hablar sólo lo necesario. Habría que preguntárselo a San Leopoldo…. Juan Pablo II decía una vez a los sacerdotes: Sí, conozco vuestra dificultades; tenéis que cumplir muchas tareas pastorales y os falta siempre tiempo. Pero cada cris­tiano tiene un derecho, sí, un derecho al encuentro personal con Cristo crucificado que perdona (…) Por todo esto os suplico: considerad siempre este ministerio de reconciliación en el sacramento de la penitencia como una de vuestras tareas más importantes[1]. Y en otra ocasión señalaba: oyendo las confesiones y perdonando los pecados estáis eficazmente edificando la Iglesia, derramando sobre ella el bálsamo que cura las heri­das del pecado. Si ha de realizarse en la Iglesia una renovación del Sa­cramento de la Penitencia, será necesario que el sacerdote se dedique con gozo a este ministerio[2].
San Leopoldo —orgullo de su tierra natal, Croacia, de Italia y del mundo entero— lo vivió y entendió muy bien muchos años antes, porque lo tocó en carne propia. Acostumbraba definir su misión así: Ocul­temos todo, aun lo que pueda parecer don de Dios; no sea que se mani­pule ¡Sólo a Dios honor y gloria! Si fuera posible, deberíamos pasar por la tierra como sombra que no deja rastro de sí .
San Leopoldo Mandic ha sido llamado El Santo de la Confesión del siglo XX.

[1] Alocución a sacerdotes en Zaire, 4 de mayo de 1980.
[2] Alocución a sacerdotes en España, 6 de noviembre de 1982

3 mar 2016

De noche iremos. Canto de Taizé

                                             De noche iremmos solo la fe nos alumbra !!

2 mar 2016

Parábola del hijo prodigo -Actividades interactivas para niños

Título del Sermón: "¡Él me ama!" y "Perdido y encontrado"

Escritura: Lucas 15:11-32
IDEAS AL CONTAR LA HISTORIA: Cuente la historia llevando a cabo varias "acciones" mientras la cuenta. Indíquele a los niños que alcen un dedo de cada mano cuando la historia diga que un hombre tenía dos hijos. Ponga dinero de jugar en la mesa cuando el hijo le pide al padre su parte de la herencia. Cuando la historia indique que el padre está triste y angustiado por su hijo, pídales que demuestren tristeza en sus caras. Quite el dinero de la mesa cuando la historia indique que no pasó mucho tiempo antes que el dinero fuera malgastado y se le hubiese acabado. Gruña (haga el sonido) como los cerditos cuando se hable del hijo alimentando a los cerdos. Pinchen la nariz y haga el gesto que usted hace cuando algo apesta, cuando se indica que el hijo estaba rodeado de cerdos apestosos. Cuando la historia indica que el hijo decidió mirar a su alrededor y ver su situación, viren la cabeza de lado a lado. Los niños se divertirán haciendo estas acciones al escuchar nuevamente la historia ya sea por la maestra u otro niño. Ellos no se olvidarán de las acciones hechas y posiblemente podrán contársela a sus familiares y amigos haciendo los gestos adecuados.
UTILERÍA PARA USAR EN LA HISTORIA: Entréguele un objeto a cada niño y deje que ellos indiquen la relación del objeto con la historia. Los objetos pueden ser dinero de jugar, sandalias, comida, cerdito plástico, un becerrito o vaca plástica, una invitación a una fiesta, globos, una sortija y algunos binoculares. (Si no tiene los objetos puede tener algún dibujo o fotografía de ellos.)
CORTA PRESENTACIÓN SACADA DE UNA BOLSA DE PAPEL: Antes de la actividad ponga en dos bolsas de papel una sortija, ropa de época de la historia, sandalias, una bandeja (para ser usada como mesa para la fiesta), tela para ponerla sobre "la mesa" y flores para dar un efecto festivo, y unos cuantos alimentos para la fiesta como galletas, jugos, paquetes pequeños de dulces, etc los cuales serán utilizados como la merienda de la clase. Divida la clase en dos equipos y pídale a ambos equipos que saquen lo que hay en la bolsa y representen una escena de la lección de hoy que refleje cuando el hijo llegó a la casa y la fiesta llevada a cabo. Ellos ya han escuchado la historia por parte suya y podrán entender lo de la fiesta hecha al regresar el hijo perdido. Discuta cómo se habrá sentido el padre al ver a su hijo regresar. También cómo se habrá sentido el hijo al llegar a su hogar. ¿Se habrán sentido contentos de estar en su casa? ¿Estará arrepentido del hijo de haber malgastado el dinero que su papá le dio? ¿Estará el hijo sorprendido por la forma en que se le recibió a pesar de todo lo que hizo? Piense en otras situaciones y compártalas.
GASTANDO DINERO EN LA SUBASTA: La maestra debe tener algunos objetos pequeños que los niños puedan comprar. Dele dinero de jugar a los niños (monedas y billetes) y permita que ellos traten de conseguir el objeto indicando y cuánto están dispuestos a dar. Puede ser que otros niños deseen dar más. Permítalo y véndaselo al mejor postor. Cuando todo el dinero de los niños haya sido gastado, saque un objeto grande que ellos deseen, pero que no puedan comprar, para ilustrar cómo debe haberse sentido el hijo pródigo al acabársele el dinero. Recuérdeles que no tenía ni aún para comprar alimentos. Discuta esta situación de la historia con ellos.
BANDERÍN "SOY ENCONTRADO": (Maestros, hagan esta actividad en sus casas antes de llevárselas a los niños para asegurarse que les queda bien.) Imprima las palabras del himno JESÚS ES LA LUZ DEL MUNDO y recorte alrededor del himno con tijeras de diseños. Resalte las palabras ''"yo ciego fui más ya puedo ver" con marcador amarillo. Pídale a los niños que peguen el himno en un cartón fino para recordarles del amor de Dios y su perdón. Si desea puede cubrir con la pega blanca de Elmer's, la que se usa para manualidades ("crafts") y déjela secar para que se vea brillosa y bonita.
AFICHE DE CELEBRACIÓN: En una cartulina escriba la oración "Yo ciego fui, mas ya puedo ver, gracias a Jesús" o "¡Jesús me encontró!". Pídale a los niños que escriban la palabra ¡CELEBRA! en distintos colores en diversas formas y muchas veces por toda la cartulina. Añádale otros diseños o etiquetas engomadas. Compartan sus ideas sobre la celebración habida cuando el padre se encontró con el hijo. Para los niños más pequeños pueden hacer la palabra CELEBRA para que ellos la tracen y luego decoren su dibujo con etiquetas engomadas y rayitas ondeadas y figuras geométricas a colores.
PERDIDO Y ENCONTRADO: Deje que los niños jueguen al esconder buscando un objeto pequeño escondido por la maestra. Tan pronto el niño encuentre el objeto se sugerirá otro objeto a buscar y los niños tratarán de encontrarlo. Continúe jugando, mientras tengan tiempo, buscando varios objetos que hayan sido escondidos por la maestra .
EXPLOTANDO GLOBOS: Escriba pecados cometidos por el hijo pródigo en un papelito y póngalo dentro de diferentes globos. Llene los globos antes de la clase y póngalos en un área denominada como "corral de los cerditos". Permítale a los niños tomar un globo y explotarlo para leer el pecado del hijo pródigo que se encuentra dentro del mismo. Pregúnteles que debió hacer el hijo pródigo en lugar de ese pecado.
CIRCULO DE GRUÑIR COMO LOS CERDITOS: Forme un círculo con los niños. Pídale a un niño que gruña una sola vez al niño que tiene a su derecha. Éste a su vez gruñirá una sola vez al niño que tiene a su derecha. Seguirán haciendo esto hasta que den la ronda. La regla es que el niño que está gruñiendo y el que recibe el gruñido no pueden reírse. De hacerlo tendrán que dejar el círculo. Todos los demás pueden reírse. Al dejar el círculo tendrá que irse al corral de los cerditos hasta que termine el juego. HACIENDO UN TÍTERE DE CERDO DE UNA BOLSA DE PAPEL: La maestra, antes de reunirse con los niños, dibujará 4 pezuñas, 2 orejas, 2 ojos y una nariz para que los niños coloreen y recorten y tendrá limpiadores de pipas para hacer el rabito encaracolado del cerdito. Dele una bolsa marrón a cada niño para hacer una títere con forma de cerdo pegando las partes indicadas en la bolsa. Permítale al que desee compartir esa parte de la historia con los demás.
CORRAL DE CERDOS: Utilizando las paletas de madera para las manualidades y pega permítale a a los niños crear un corral para los cerditos en forma cuadrada. Consiga fotos pequeñas de cerditos y péguelas en cartón y hágale una base para ponerlas en el corral. En la parte de atrás de cada cerdito puede escribir o pegar un pecado hecho por el hijo pródigo.
ABRAZO GRUPAL: Hagan como el padre y el hijo y dense un abrazo grupal comentando que esta es la clase de amor que Dios tiene para con sus hijos. Cuando uno de sus hijos se extravía, se pierde, o se va, Él siempre está listo para recibirlo en su hogar con brazos abiertos. Dios nos ama aún cuando no lo merecemos. Oren en esta posición para terminar la clase.

PARABOLA DEL HIJO PRODIGO -niños-


Tema: El amor de Dios es infinito e incondicional .


Objeto: Una margarita

Escritura: "Así que se puso en camino y regresó a la casa de su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y sintió compasión de él. Corrió a su encuentro, y lo recibió con abrazos y besos" (Lucas 15:20 -).

¿Alguna vez te has preguntado si Dios te ama o no? Quizás has hecho algo malo como decir una mentira, coger algo que no te pertenece o tal vez has desobedecido a tus padres. Aún así, ¿te ama Dios? Para obtener la contestación, puedes hacer el juego "Me ama, no me ama." Sabes como es este juego, ¿no? Coges una flor, generalmente una margarita, y comienzas a halar cada uno de los pétalos diciendo 'me ama' al halar el primero y 'no me ama' al halar el segundo. Continúas haciendo esto hasta que terminas de halar todos los pétalos. El último que hales se supone que te indique si te ama o no. ¿Crees que es una buena manera de saber si Dios te ama o no? No lo creo.

Para demostrar cuánto nos ama Dios, Jesús contó una historia acerca de un hombre que tenía dos hijos. Un día, el más joven de los dos hijos fue a donde su padre y le pidió que le diera todo el dinero que le tocaría cuando él muriera. El padre estuvo de acuerdo y le dio su herencia. Unos días más tarde, el hijo empacó todo lo suyo y se fue de la casa. Al llegar a un país muy lejos, gastó su herencia viviendo libremente. Cuando todo el dinero fue gastado, fue donde un agricultor a pedir trabajo. El agricultor lo contrató y le envió a alimentar sus cerdos. El joven estaba tan hambriento que aún el alimento que le estaban dando a los cerdos le parecía bueno para él comer.

Cuando finalmente el joven llegó a tener juicio, se percató que aún los sirvientes de su padre tenían una vida mejor que él. Se dijo a sí mismo: "Regresaré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. No soy digno de ser llamado hijo tuyo. Por favor, permíteme regresar a casa y ser uno de tus sirvientes."

El joven comenzó el viaje de regreso a su hogar y a su padre. Cuando aún estaba lejos, su padre lo vio. Lleno de amor, corrió hasta su hijo, lo abrazó y lo besó. El hijo le dijo: "Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. No soy digno de ser llamado hijo tuyo."

Pero su padre llamó a sus sirvientes y les dijo: "¡Pronto! Traigan el mejor vestido, y vístanlo; y pónganle un anillo en su mano, y calzado en sus pies. Traigan el becerro gordo y mátenlo y comamos y hagamos fiesta. ¡Comencemos la fiesta!"

El hermano mayor se enojó y se quejó a su padre: "He aquí, por tantos años te he servido, no te he desobedecido jamás, y nunca me has dado ni un cabrito para gozarme con mis amigos. Mas cuando llega tu hijo, que ha consumido tus bienes, celebras matando para él el becerro gordo."

Él entonces le dijo: "Hijo, siempre has estado conmigo, has hecho todo lo que te he pedido, pero era necesario hacer fiesta, porque este tu hermano era muerto, y ha revivido; se había perdido, y es hallado."

Padre, te damos gracias por tu amor constante. Estamos agradecidos de que aún cuando nos desviamos, tú nos recibes con los brazos abiertos. En el nombre de Jesús oramos. Amén.

Parábola del hijo pródigo o Padre misericordioso

Sin misericordia no es posible

cor_color_contornoAdolfo Chércoles hace una sugerente exégesis de la parábola del hijo pródigo, correspondiente al cuarto domingo de cuaresma, destacando la actitud misericordiosa del Padre frente a sus vástagos en el contexto del Jubileo de la Misericordia. El padre tiene dos hijos que desconocen su corazón, lo más esencial y específico de su persona. El menor recibe la herencia y corta la relación con su progenitor, hasta que de una manera interesada regresa a casa hambriento y con la dignidad prácticamente perdida. El padre no le reprocha, hace fiesta, le devuelve sus atributos de filiación. El padre le mira de una manera única que genera la emoción y la alegría del que la percibe: “lo vio y se conmovió”. No como miramos nosotros. Con fuerza insiste el carmelita Miguel Márquez en esta verdad: “Necesitamos unas vacaciones de nosotros mismos, y la Iglesia necesita unas vacaciones de predicarse a sí misma, para predicar esa mirada única que hace que la vida de cualquier ser humano se sienta feliz de ser él mismo”.     Con la humildad de quien sabe que no es digno de ser llamado “hijo”, podemos decidirnos también nosotros a ir a llamar a la puerta de la casa del Padre: ¡Qué sorpresa descubrir que Él está en la ventana mirando el horizonte, porque espera siempre nuestro regreso! “Cuando todavía estaba lejos, el Padre lo vio y conmovido corrió a su encuentro, se echó a su cuello y lo besó” (Lc 15,20).
Tenemos por delante un gran reto pastoral en el anuncio del evangelio que ha de constituir, como subraya Carmen Pellicer, especialmente para los adolescentes y jóvenes, “en una verdadera provocación  de experiencias del reino que les inviten a esa vuelta antropológica al encuentro con Aquel que se conmueve al mirarnos con un amor incondicional”.
Al llegar el hijo mayor y enterarse de lo sucedido y, sobre todo, de la actitud benevolente del padre, se siente “ofendido”·: su “fidelidad” a ultranza parece no haber servido de nada. Mientras él no ha recibido ni un “cabrito”, la vuelta del disoluto ha llegado al extremo de matar hasta el “ternero cebado”. La actitud del hijo mayor es censurar al padre su generosidad, su inmensa misericordia. ¿No es quizá la actitud que hubiésemos tenido nosotros? Nuestra relación con los demás no es recuperadora, sino competitiva y excluyente. Nuestra “justicia” empieza y se acaba en nosotros mismos. Es incompatible con la misericordia. ¡Todos hubiésemos dicho con el hijo mayor que el padre aquel no era justo haciendo lo que había hecho!
¿Fue “injusto” el padre? Su salida en busca del “bueno” porque no quería entrar a la fiesta es el momento aciago de la escena: claramente le dice al padre por qué no quiere entrar: se siente discriminado, él tan cumplidor, “y ahora que ha venido ese hijo tuyo…”. ¡No dice “mi hermano”! ¡Es incapaz de llamar a su padre, padre nuestro!
La desventura del padre es su impotencia ante la negativa de uno de sus hijos de disfrutar en una fiesta por la recuperación de “este hermano tuyo que estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido hallado”. ¡No hay posibilidad de encontrarse con este Padre sin sentirse hermano de su otro hijo, que está llamado a la recuperación! La parábola no nos dice si entró. ¿Estamos nosotros dispuestos a entrar? Posiblemente la escena evangélica tenemos que culminarla nosotros, y parece que sin misericordia no es posible.
“Manga ancha”
Esta mirada incondicional la cultivó en el siglo XX san Leopoldo Mandic en Padua, donde siente que es “el confesor de la misericordia de Dios”. Algunos le reprochaban que era demasiado “blando” o que tenía mucha “manga ancha” con los pecadores. Él solía repetir: “Mi inspiración es el padre de la parábola del hijo pródigo”. ¿No es maravilloso?
El fraile menudo tuvo muy claro que ya seamos como el pródigo o como el hijo mayor, lo significativo es sentirnos hijos del padre misericordioso. Somos sus herederos, sus sucesores. Estamos destinados a seguir sus huellas y ofrecer a los demás la misma compasión que nosotros hemos recibido de Él. El retorno al padre es, para Luciano Sandrin, “la gracia y el desafío para llegar a ser el Padre, aquel que acoge en sus brazos a los pecadores arrepentidos, perdonándolos y reconciliándose con ellos, y hasta anticipándose a sus excusas”.
Animo a leer o releer en estos días cuaresmales El regreso del hijo pródigo. Meditaciones ante un cuadro de Rembrandt de Henri Nouwen. La pintura pasó a ser para él una ventana desde la que releer no solo la parábola, sino las diferentes etapas de su existencia. Un buen ejercicio cuaresmal puede ser releer en esta clave las fases de nuestra vida: la experiencia de ser el hijo más joven, la molesta pregunta sobre si no seré también el hijo mayor, la llamada que más nos desconcierta: ser el propio padre. Ahora es momento de regresar:
Regreso.
No sé bien de dónde:
¿de la escasez y de la vergüenza,
o quizá de creer que lo merezco todo
sin reconocerte mínimamente?

Regreso para comprobar de nuevo
tu abrazo sincero,
tu acogida incondicional de Padre bueno.

Regreso a la fiesta del encuentro.
            Vengo con vergüenza,
sé que no lo merezco
pero estoy tan vacío
que casi loco me he vuelto.

Regreso.
Fui demasiado altivo,
me creí el centro del mundo
y ahora compruebo
que solo Tú eres mi único rumbo.

Regreso.
Quiero abrazarte
y abrazar a mi hermano.
Da lo mismo el sentido de nuestro pecado,
nos alejamos de Ti
y ahora reconciliarnos es pura alegría,
que une la separación
gracias a un misterioso vuelco:
el de tu misericordia y tu amor.
Dibus: Patxi Velasco FANO
Texto: Fernando Cordero ss.cc.
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