Domingo 30 de
septiembre de 2018.
Números 11,16-17ª.24-29; Santiago 5,1-6; San Marcos
9,38-43.45.47-48.
DOMINGO BÍBLICO
NACIONAL
“Tus Palabras, Señor, nos ponen en camino de
evangelio”.
“La Palabra de Dios
se produce de tal forma que con su altura pone en evidencia a los más
soberbios, con su profundidad mantiene a la escucha a los más avanzados y con
su afabilidad nutre hasta a los más pequeños”.
(San Agustín, Exposición del Génesis, 5,3)
Oración inicial:
“Ven Espíritu Santo, ven a nuestra vida, a nuestros corazones, a
nuestras conciencias. Mueve nuestra inteligencia y nuestra voluntad para
entender lo que el Padre quiere decirnos a través de su Hijo Jesús, el Cristo. Que
la Palabra llegue a toda nuestra vida y se haga vida en nosotros”. Amén
LECTURA.
Leemos
los siguientes textos: Números 11,16-17ª.24-29; Santiago 5,1-6; San
Marcos 9,38-43.45.47-48.
Claves de lectura:
1. «El que no está contra nosotros
está a favor nuestro». (Evangelio)
El evangelio tiene dos partes (Mc
9,38-42 y 43-48). La primera habla de lo que es admisible, tolerable; la
segunda de lo que es intolerable. Tolerable es que alguien que no pertenece a
la comunidad de Cristo haga algo saludable en nombre de Jesús. El que apela a
este nombre no es fácil que haga algo contra él. La comunidad tiene que saber
esto: el pensar y el obrar cristianos se dan no solamente en ella. Dios es lo
suficientemente poderoso como para suscitar una cierta actitud cristiana -el
vaso de agua ofrecido- también fuera de la Iglesia, y para recompensar al
bienhechor por ello. Intolerable es, por el contrario, que alguien, desde
dentro o desde fuera de la Iglesia, se convierta en seductor de personas
espiritual o moralmente inseguras («uno de estos pequeñuelos»). Su
«superioridad» espiritual, con la que trata de seducir al creyente sencillo, es
satánica y merece la aniquilación inmisericorde. Pero el hombre puede también
seducirse a sí mismo: en la mano, en el pie y en el ojo se encuentran los malos
deseos; en este caso hay que ser tan inmisericorde consigo mismo como con el
seductor mencionado anteriormente. Hay que destruir lo que seduce; dicho
simbólicamente: el miembro que hace caer hay que cortarlo. Un hombre
espiritualmente dividido no puede llegar a Dios, lo antidivino en él pertenece
al infierno.
2. «Habían quedado en el campamento
dos del grupo». (1° Lectura)
Las dos lecturas pueden entenderse
como aclaraciones de la primera y de la segunda parte del evangelio. Primera
lectura: dos de los setenta ancianos designados por Dios, sobre los que debía
descender el Espíritu, no habían salido del campamento con Moisés, sino que
habían permanecido en él. Entonces el Espíritu se posó también sobre ellos y se
pusieron a profetizar. Josué quiere impedírselo, pero Moisés deja hacer al
Espíritu; lo mejor para él sería que todo el pueblo recibiera el Espíritu. Al Espíritu,
que «sopla donde quiere», no se le pueden imponer barreras desde fuera. Su
orden no siempre coincide con el orden eclesial, aunque sea el mismo Espíritu
el que prescribe el orden eclesial y la Iglesia tenga que atenerse a él. Pero
la Iglesia tampoco puede hacerse de las libertades del Espíritu una regla para
sus propias licencias y tolerancias. Los pensamientos de Dios están muy por
encima de los humanos, que deben atenerse a los mandamientos de Dios.
3. «Su riqueza está corrompida». (2°
Lectura)
La segunda lectura desenmascara algo
que es cristianamente intolerable: la riqueza que engorda con el jornal
defraudado a los obreros y que no renuncia a su avidez aunque el día del juicio
esté cerca (aquí llamado «día de la matanza»), la riqueza «corrompida», el oro
y la plata «herrumbrados». El justo, a costa del cual se enriquecen los
poderosos, es, en términos veterotestamentarios, el «pobre de Yahvé», y en
términos neotestamentarios es Jesús y el que sigue a Jesús, el que no ofrece
resistencia, el que, como cordero llevado al matadero, no abre la boca.
(Aporte de HANS URS von BALTHASAR, LUZ
DE LA PALABRA,
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C,
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 195 s.)
MEDITACIÓN.
"No era de los nuestros".
Así rezaba el título de una conocida novela. "No es de los nuestros",
es el origen de guetos, discriminaciones e intolerancias, de fascismos y de
opresión. Es el signo de una absurda y destructora soberbia humana, por la que
el hombre pretende ocupar el lugar de Dios y da por condenado a quien no se
somete a sus pautas, no bebe de su espíritu o no se acomoda a su saber y
entender. "No es de los nuestros" es un veneno mortífero, al que no
somos inmunes los discípulos, dispuestos a impedir predicaciones y milagros que
se hagan en el nombre de Jesús, por la contundente razón de que no surgen de
nuestro grupo.
Moraleja: Que Jesús vino a congregar
a los hijos de Dios que estaban dispersos, y los discípulos podemos estar
dispersando a los hijos de Dios que la Fe congrega. Saberlo, ha de hacernos
humildes: A menos que Jesucristo se haga presente en la Iglesia como piedra
clave, nuestros valiosos criterios y nuestras estudiadas pastorales pueden
impedir que muchos "pequeños" iluminen, salen y fermenten sus vidas
con el Evangelio.
Moisés, el "amigo de
Dios", lo tenía claro: ¿Quién soy yo para controlar y manipular el
Espíritu? ¡Ojalá todo el pueblo recibiera el Espíritu del Señor y profetizara!.
Aunque no sea de los nuestros. La clave es Jesús, y no un hombre sabio,
carismático u organizador. Ha de quedar claro el nombre -la persona- de Jesús
como referencia. La clave es Jesús, hasta el punto de que un vaso de agua dado
a una persona porque es seguidora del Mesías, garantiza el favor de Dios. Hasta
el punto de que, quien escandaliza a uno de los pequeños que creen en El, se
pone en tal situación, que dice Jesús: "más le valdría ser arrojado al mar
con una piedra de molino al cuello." Los "pequeños". He leído
comentarios a esta palabra. ¿Quiénes son los "pequeños"? ¿En quién
pensaba el evangelista redactor de este pasaje? Entre todas las
interpretaciones que leo, me quedo, por el contexto, con la que se refiere a
aquellos que comienzan a asomarse a la fe. No son cristianos maduros ni
cristianos rutinarios; son necesitados de redención para quienes Jesucristo,
normalmente a través de la Iglesia, comienza a ser una esperanza. Son personas
ilusionadas con un Mesías que han creído detectar en la Iglesia, y que reviven
tantas escenas negativas del Evangelio, cuando tienen la osadía de manifestar su
sospecha de que en Jesús hay un Salvador.
Unas veces tropiezan con algún
agnóstico que les dice: ¿Pero tú crees que de la Iglesia puede salir algo
bueno? Estudia y verás que la historia de la Iglesia es una historia de
opresiones. Otras veces tropiezan con presuntos seguidores de Jesús, fariseos
escandalizados de que un pecador pueda acercarse a Jesucristo, hermanos mayores
del pródigo o gemelos de aquel Simón que se ufanaba de conocer mejor que Jesús
el corazón de la pecadora: -¡Si conocieran como yo de qué persona se trata...!
A veces el "pequeño" que
se acerca a Jesucristo en la Iglesia, es víctima de una ingenuidad mayor. Iba
para creyente, pero alguien puso un estorbo en su camino. El estorbo no es
necesariamente el aparatoso pecado de un creyente o la voz disuasoria de un
agnóstico. Es la torpeza apostólica de una voz sabihonda que llega sibilina a
sus oídos: -"No es de los nuestros". Y la esperanza de una vida nueva
que había surgido en su corazón; ese inicio de fe que comenzaba a hacerle un
"pequeño" discípulo de Jesús, queda absolutamente sofocada. Su
destino puede ser el escepticismo más radical.
La tremenda invectiva de Santiago
contra los acumuladores de riqueza, produce escalofríos en un mundo que valora
"el tener" como primera o única fuente de salvación real. Ahí está,
sin necesidad de muchas explicaciones, describiendo a algunas personas como
cerdos de engorde que se preparan para la matanza.
Pero bueno será que, a la luz del
Evangelio de hoy, y como reflexión de su lectura, acabemos pensando: -Si el
dinero te hace olvidar a Jesucristo; si tu corazón y tu vida no necesitan de
Dios más que para adorno religioso, porque estás abundantemente saciado, tira
ese dinero; quémalo; dáselo a los pobres. Más te vale entrar desnudo en la vida
que, forrado de oro, ser arrojado al abismo.
(Aporte de MIGUEL FLAMARIQUE VALERDI,
ESCRUTAD LAS ESCRITURAS, REFLEXIONES SOBRE EL CICLO B, Desclee de Brouwer
BILBAO 1990.Pág. 163)
Para la reflexión personal y grupal:
¿Hay
en nosotros alguna huella de fanatismo?
¿Qué
es lo que hoy nos produce escándalo?
ORACIÓN - CONTEMPLACIÓN.
El poder de hacer milagros.
Jesús anunciaba el Reino de Dios y,
como signo de que éste ya llegaba, perdonaba pecados, curaba enfermos y
expulsaba demonios. Y he aquí que un hombre, sin ser de los discípulos de
Jesús, también expulsaba demonios invocando su nombre, y los demonios le
obedecían. Los apóstoles le increparon, indignados, diciéndole que no tenía
derecho a invocar el nombre de su Maestro. Pero Jesús les contestó: "No se
lo impidan, porque uno que hace milagros en mi nombre no puede luego hablar mal
de mí".
Obrar milagros en el nombre de Jesús
no significa simplemente pronunciar su santo nombre como si fuera una fórmula
mágica, que mecánicamente produce su efecto. Cuenta Lanza del Vasto que en un
monasterio de la India había un joven discípulo al que todos, empezando por el
superior o maestro, tenían por muy poca cosa. Pensaban de él que nunca llegaría
a descubrir la ciencia suprema ni a alcanzar la perfección. Si no le expulsaban
era por pura lástima, de tan inútil que les parecía. Pero un buen día aquel
discípulo tan incapaz empezó a caminar sobre el agua del río Ganges. Corrieron
a comunicarlo al maestro. Éste llamó al discípulo, y cuando llegó ante él le
confesó: "Estaba muy equivocado contigo. Te creía un inepto y ahora
resulta que has logrado dominar la materia y eres capaz de andar sobre las
aguas del río, cosa que ningún otro discípulo, ni yo mismo, somos capaces de
hacer". El discípulo, muy humilde, le replicó: "Maestro, no es mérito
mío, sino tuyo. Si he sido capaz de andar sobre el agua es porque no paraba de
repetir tu nombre". Ante esta respuesta, el maestro se dijo: "¡No
sabía que mi nombre tuviera tanto poder!". Corrió entonces hacia el gran
río, se adentró en él y gritaba: "¡Yo, yo, yo!", hasta que el agua lo
cubrió del todo... y se ahogó.
Obrar milagros en el nombre de Jesús.
Leemos en el libro de los Hechos de
los Apóstoles un episodio del mismo estilo. Cuando Pablo anunciaba el Evangelio
en Éfeso, Dios operaba por medio de él muchos prodigios. En esto, unos
exorcistas judíos, al verlo, intentaron también expulsar demonios diciendo:
"Los conjuramos por aquel Jesús a quien Pablo predica". Pero el
demonio que tenía poseído a aquel infeliz replicó: "Yo conozco a Jesús y
sé quién es Pablo, pero ¿quiénes son ustedes?". Y se abalanzó sobre ellos
con tanto furor que estos se vieron obligados a huir, medio desnudos y
malheridos (Hc 19).
Totalmente distinto es este otro
caso. Había en Jerusalén un hombre inválido de nacimiento que pedía limosna en
la puerta del Templo. Pedro le dijo: "¡En el nombre de Jesucristo, el
Nazareno, anda!". Le tendió la mano, lo levantó y el hasta entonces
inválido entró con ellos en el Templo, andando y saltando y alabando a Dios.
Después Pedro dijo a la gente que se
admiraba de lo acontecido: "Jesús le ha restablecido del todo, gracias a
la fe que él ha puesto en su nombre" (Hc 3). Por tanto, lo que nos salva
no es repetir mecánicamente las letras del nombre del Señor, sino pronunciarlo
con fe y amor, creyendo que tiene fuerza suficiente para librarnos del pecado y
de todos los demás males, y que nos ama tanto que ha entregado su vida por
todos y cada uno de nosotros.
Invocar el nombre de Jesús con fe.
Un antiquísimo himno cristiano, que
san Pablo citó al escribir a la comunidad de Filipos (un himno que es como un
pregón pascual, y con el que la plegaria de la Iglesia inicia cada sábado por
la tarde la celebración del domingo), recuerda este amor infinito con el que
Jesucristo, aun siendo de condición divina, asumió la condición de esclavo y se
hizo obediente al Padre hasta la muerte, y una muerte de cruz. Y el himno acaba
así: "Por eso Dios lo ha enaltecido y le ha concedido aquel nombre que
está por encima de cualquier otro nombre, para que todos, en el cielo, en la
tierra y bajo la tierra, doblen sus rodillas ante el nombre de Jesús, y toda
lengua proclame que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre" (Fl
2,6-11).
Invocar el nombre de Jesús con fe es
creer en su obra de salvación y en el poder que el Padre le ha concedido para
salvar a todos los que crean en él. Hacemos esta invocación de múltiples
maneras, pero la principal es la plegaria eucarística, memorial de la pasión,
muerte y resurrección de Jesús. Pero, cuidado con despreciar a aquellos que con
buena voluntad invocan con amor el nombre de Jesús, aunque no sean del todo de
los nuestros y no vengan a misa. Porque también nosotros podríamos invocar el
santo nombre llevados de la rutina, repitiendo "¡nosotros, nosotros,
nosotros!" hasta ahogarnos en el río de nuestra vanidad colectiva.
Que la Eucaristía nos ayude,
superando toda rutina, a no pretender tener la exclusividad de los que trabajan
al servicio del Reino de Dios.
(Aporte de HILARI RAGUER osb, monje
benedictino de Montserrat, Barcelona,
MISA DOMINICAL 2000 12 40)
Oración final:
“Señor Jesús, que mi corazón permanezca abierto para amar y
abrazar a mis hermanos. Un corazón bien dispuesto, que no caiga en los
prejuicios que distorsionan y hieren mi relación con ellos. Que antes de
juzgar, aprenda amar, para ver y apreciar el don precioso que has puesto
en los demás. Ayúdame a descubrir y superar mis incoherencias, y a no
escandalizar a mis hermanos, sobre todo a los más sencillos. Que aprenda a ser
agradecido ante el bien que realizas en medio de nuestro mundo, más allá de las
fronteras de la Iglesia y a confiar en tus planes y en tus modos, más que en
los míos. Para que así, aprendiendo a ser agradecido y dejándome sorprender por
tu obrar, puedan pronunciar mis labios una
humilde alabanza a tu Nombre”. Amén.
Hno. Javier.