15 ene 2019

LECTIO DIVINA DEL 2° DOMINGO DEL TIEMPO COMÚN CICLO C.

Domingo 20 de enero de 2019.
                                 Isaías 62,1-5; 1° Corintios 12,4-11; San Juan 2,1-11.
Oración inicial:
“Dios de todos los pueblos, que de muchas maneras te has comunicado siempre con la humanidad y que en tu Palabra definitiva, Jesús, nos has dado la gran "señal" que nos permite acceder a ti. Te pedimos que abras nuestros ojos, ilumines con tu Espíritu nuestra mente, e inflames nuestro corazón, para que también nosotros seamos para los demás señal de amor y de alegría, de esperanza y de agradecimiento. Hasta que un día nos reunamos todos  en tu presencia, nuestro hogar definitivo”. Amén


LECTURA.

Leemos los siguientes textos: Isaías 62,1-5; 1° Corintios 12,4-11; San Juan 2,1-11.

Claves de lectura:

1. "En Caná... manifestó su gloria". (Evangelio)
La liturgia de la Iglesia ve en la festividad de la Epifanía una triple manifestación de la gloria de Dios en Jesús: ante los Magos, en la teofanía del Jordán (que se celebró el domingo pasado) y en el primer milagro de Jesús en Caná, donde Jesús «manifestó su gloria». Una pobre pareja de novios celebra su boda; Jesús, su Madre y sus discípulos están también invitados a la boda; pero en medio del banquete los novios se quedan sin vino. María, imagen ya de la Iglesia que ora e intercede, se dirige al Hijo: algo ciertamente extraño, pues todavía no le ha visto hacer ningún milagro externo. Pero a María le basta con saber que su Hijo lleva dentro, interiormente, un misterioso poder. Jesús, consciente de que el único milagro que el Padre le encargará será la cruz, no quiere verse obligado a ejercer el papel de taumaturgo, papel que el pueblo insaciable le impondrá a partir de ahora. Entonces interviene la Madre, cuyas palabras, hermosas donde las haya, dejan todo en manos del Hijo a la vez que instan a los servidores a obedecerle: «Haced lo que él os diga». En realidad, aunque nadie lo advierta, aquí brilla ya en todo su esplendor la gloria de María. Jesús no se resiste, no puede resistirse: las palabras de la Madre le llegan al corazón porque son muy familiares a lo que él lleva dentro, en lo más íntimo de sí mismo. En el evangelio no se nos dice si se notó la transformación de lo inútil en algo precioso, si Jesús fue ovacionado como taumaturgo, algo que él siempre procuró evitar. Se nos dice simplemente que «creció la fe de sus discípulos en él»; esto constituye el único éxito que él valora como tal. Muchos de los milagros que realizará después, aunque él siempre mandó no decir nada a nadie, serán pregonados con cierto sensacionalismo y dificultarán no poco su verdadera misión.

2. «Como la alegría que encuentra el marido con su esposa». (1° Lectura).
La primera lectura, que compara la alegría de Dios por el pueblo convertido y purificado con la alegría que experimenta el marido con su esposa, remite ciertamente al evangelio, donde Jesús, con su milagro en la boda de Caná, bendice el matrimonio humano y lo eleva a la categoría de imagen de una alegría nupcial totalmente distinta. «Como un joven se casa con su novia», así hace Dios con su pueblo; el amor erótico no es un símbolo rebajado o lejano del amor que Dios siente por la tierra que El llama ahora la «Desposada», «mi favorita». El amor natural, conocido por el hombre, debe ser para él un punto de partida para barruntar cuánto le ama Dios. De este modo la unión carnal del hombre y la mujer será una imagen insuficiente para representar la intimidad de la unión entre Cristo y nosotros en la Eucaristía.

3. «En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común». (2° Lectura)
La segunda lectura nos lleva en otra dirección: el milagro de Caná fue un milagro realizado simplemente para gozo y utilidad de algunos. Pero ahora, en la Iglesia, el Espíritu Santo dispensa un don de gracia a cada creyente «para el bien común». Estos carismas se pueden comparar, pues son dones sobrenaturales, con el poder de hacer milagros espirituales, aunque vistos desde fuera sean insignificantes. Pablo enumera en esta lista también los dones extraordinarios, mientras que en otras series (Rm 12) habla de carismas mucho más modestos. Cuando Jesús dice con una imagen que la fe puede mover montañas, se refiere a su fuerza espiritual, que ciertamente puede «mover», trasladar grandes pesos en el corazón de los hombres: no mediante técnicas psicológicas, sino en virtud del poder divino del que todo verdadero creyente participa. Muchos santos han hecho también milagros materiales, pero los milagros espirituales que han realizado son mucho más grandes y más importantes.
(Aporte de HANS URS von BALTHASAR, LUZ DE LA PALABRA,
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C,
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 221 s.)

MEDITACIÓN.

Me gustaría detenerme sobre todo en tres frases del relato:
La inicial: "Tres días después hubo una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí". La central, pronunciada precisamente por María: "No tienen vino". Y la final: "Allí Jesús manifestó su gloria", es decir, en este milagro hecho con ocasión de las bodas. 

EL MISTERIO DEL TERCER DÍA
Partamos de las palabras iniciales, del misterio del tercer día.
Juan, que nunca usa casualmente ninguna palabra, introduce el episodio que abre la serie de los milagros de Jesús y la manifestación de su gloria con la mención del tercer día. ¿Qué es el tercer día? El evangelio de Juan comienza con la descripción de una intensa semana de acontecimientos, calculados casi día a día, hasta éste, que es el día último. Si leemos el cap. I, podemos fácilmente recuperar los primeros días del ministerio de Jesús. En el v. 28 encontramos "el primero", el día en que Juan Bautista anuncia la presencia de uno mayor que él.
"Al día siguiente", dice el evangelista, o sea, el segundo día, el propio Jesús entra en escena y es llamado Cordero de Dios.
"Al otro día", o sea el tercero, Jesús encuentra a dos discípulos y les dice: "Venid y veréis", y los discípulos se quedaron con él todo aquel día desde la hora décima. Por fin, "al día siguiente", el cuarto, Jesús se encamina hacia Galilea y encuentra a Felipe y Natanael. Aquí es donde empalma el evangelista: "Tres días después hubo una boda en Caná de Galilea". Si tenemos en cuenta que la frase bíblica "el tercer día" se traduce, en realidad, por "dos días después", incluyendo en el cómputo el primer día como uno de los tres, llegamos a colocar el episodio de Caná en el "DIA-SEXTO" de la semana, que es el día de la creación del hombre y de la mujer.
Juan, que ha comenzado su evangelio con las mismas palabras del Génesis: "En el principio...", nos hace recorrer una semana entera de acontecimientos, y el sexto día es éste, cuando en el misterio de un hombre y una mujer que hacen de sus vidas una unidad, en Caná de Galilea, Jesús manifiesta su gloria.
Puede decirse que el evangelista reconstruye una semana cronológica correspondiente a la "semana" inicial de la creación, con el intento de fechar el episodio de Caná y de hacerlo coincidir con el día en que Dios creó al hombre a su imagen y semejanza y creó a la mujer para que le acompañara.
Con semejante simbolismo cronológico, San Juan subraya que lo que Jesús hará este día es la continuación y la culminación de la obra creadora de Dios a favor del hombre. Pero la intervención de Jesús se producirá al constatar cierto malestar en la situación del hombre, de la mujer y de la unión de ambos: "No tienen vino".
Por lo demás, todo el cuarto evangelio se mueve sobre afinidades que hay en toda la historia de la salvación. En los capítulos finales, Juan describirá también otro período de seis días; y la muerte de Jesús en cruz -con María, la Mujer, a su lado- será el sexto día. Allí Jesús restituirá al hombre-Juan en su plenitud.
En la cruz se manifestará plenamente la gloria de Dios que había empezado a manifestarse en el primer milagro de Caná; aquí la gloria emerge de manera inicial, si bien se da ya una idea del amor con que Dios se acerca a la situación humana percibiendo el íntimo malestar y restaurándola en su plenitud y gozo primigenio.

LA INCAPACIDAD DE AMAR. 
En el cuadro que hemos tratado de esbozar, ¿qué puede significar la palabra de María: "No tienen vino?". En los evangelios hay expresiones paralelas a ésta. Me viene a la memoria, por ejemplo, la expresión: "Ya no nos queda aceite, y nuestras lámparas se apagan" (Mt 25. 8): es la misma situación de apuro y de imprevisión, también en una fiesta de bodas.
Otra exclamación semejante es la de los discípulos en el desierto: "No tienen suficiente pan (Jn 6, 1 ss).
Son, todas éstas, ocasiones en que el hombre aparece carente, no a la altura de las circunstancias, y, por lo mismo, se crea malestar en contraste con la atmósfera de fiesta, de gozo, de expectación, con la esperanza de un amor sin sombras. Allí donde se esperaba que la plenitud del amor, de la fiesta nupcial, del estar juntos escuchando la Palabra, produjera una felicidad plena y sin fin, resulta que de golpe falla la previsión humana, se agotan los recursos, la prudencia escasea y se produce una situación embarazosa que funciona como una trampa: el hombre y la mujer se ven incapaces, sin saber qué hacer.
La fiesta de bodas está a punto de cambiarse en una gran desilusión, en una señal de mala suerte que pesará siempre sobre la pareja, como si fueran personas perseguidas por el sino, incapaces de proveer, ya desde el principio, la buena marcha de la casa. Aparece, pues, el sentido profundo del grito: "¡No tienen vino!".
El hombre y la mujer, creados para realizar juntos la perfecta unidad, no tienen suficiente vino para el sexto día, cuando se debería ver actuando al hombre y a la mujer, el día de la fundación de la familia, del trabajo, de la construcción de la ciudad, que preludia al día séptimo, el del descanso.
El hombre y la mujer viven una experiencia de cerrazón y de bloqueo; todo se había fundado en el entendimiento mutuo, en la llamada a ser una cosa sola, y esta vocación se ve impedida por imprudencias, imprevisiones, carencias de todo género.
El discurso se amplía. El hombre y la mujer se sienten llamados al amor, sienten que es una vocación de la que no pueden prescindir y, sin embargo, experimentan la incapacidad de amar.
Es verdad que no siempre se tendrá la valentía de pronunciar esta palabra, demasiado dura, demasiado radical; se echará la culpa más bien a los malentendidos, las ambigüedades, los nerviosismos, las resistencias, el cansancio, el desgaste de la vida diaria, las diferencias de carácter, etc. Sólo raramente se llegará al interrogante existencial, que alguna vez un hombre o una mujer se plantean con voz fatigosamente modulada: "Pero yo, ¿soy de veras capaz de amar?" En el fondo de la existencia humana: el hombre, cada uno de nosotros llamados a amar, ¿somos capaces de amar verdaderamente? Nuestras reservas de amor, de paciencia, nuestras provisiones de vino, de aceite, de pan, ¿son suficientemente consistentes como para durar toda una vida? Cuántas veces se repite el grito: "¡Ya no tengo ganas, mi lámpara se apaga!" Y esto vale para toda vocación que entrañe opciones de unidad, de servicio prolongado y sacrificado. Y quizá tengamos cerca una persona como María, que lo dice porque ya se ha dado cuenta: "No tienen vino". No aguantamos más.

LA FUERZA TRANSFORMADORA DE LA EUCARISTÍA. 
La palabra final: "Allí Jesús manifestó su gloria", nos consigna el mensaje del paso evangélico que nos ha hecho entrar en lo vivo de una situación existencial tan frecuente y dramática.
La Eucaristía es la transformación del agua en vino, de la fragilidad del hombre en vigor y en sabor. Es el don del Espíritu, el único que nos da la certidumbre de ser capaces de amar.
La Eucaristía es la fuerza que alimenta toda forma de amor que crea unidad: el amor que crea unidad en el noviazgo, el amor que crea unidad en la vida matrimonial, el amor que crea unidad en la comunidad, en la Iglesia, en la sociedad. La Eucaristía es la manifestación de la potente gloria de Dios.
El hombre que se encuentra sin vino, quizá sólo con una provisión de agua incolora, inodora e insípida, necesita de la plenitud del Espíritu nuevo que le transforme el corazón y la mente. Sólo así podrá confiar en un tipo de amor que no sea únicamente entusiasmo, primer proyecto, primeras experiencias, sino fuerza duradera para toda la vida. Por eso la Eucaristía se nos presenta como aquel Jesús que, atrayéndolo todo hacia sí desde la cruz, da al hombre, a la mujer, a la humanidad, la capacidad de ser ellos mismos.
(Aporte de CARLO M. MARTINI, Cardenal Arzobispo de Milán,
SE ME DIRIGIÓ LA PALABRA,
págs. 92-96)

ORACIÓN – CONTEMPLACIÓN.

En Caná aún no había llegado tu hora de ser tú mismo el vino de las bodas. Pero, para  que supiéramos que la hora estaba cercana, nos has dado el signo del agua cambiada en  vino, como signo del vino convertido en tu sangre, derramada en la cruz para la redención  del mundo. (...)
"Había allí seis tinajas de piedra puestas para las purificaciones de los judíos" (Jn 2, 6).  Seis, es el número del hombre, el símbolo del esfuerzo humano: agua ordinaria e inerte.  Esta no es el agua que mana en vida eterna sino el agua de la ley mal entendida, de la  purificación exterior. Vas a partir de nuestras pobrezas e incapacidades para que  realicemos nosotros mismos nuestra propia santificación, y vas a hacer de eso el vino de  las bodas. Nos vas a hacer superar nuestros legalismos que de nada sirven: esto está  permitido, esto está prohibido; el matrimonio es indisoluble; ir a misa los domingos es  obligatorio; no debes tomar la píldora; si eres un cristiano actual, debes preocuparte del  tercer mundo. Nos vas a mostrar que todo eso no tiene ningún sentido si no se vive en el  amor de Dios que transforma. Tú nos propones no la purificación exterior, la del parecer,  sino la interior, la del corazón, la del ser, es decir la que se vive contigo y en ti.
El agua que sacan los servidores se convierte en el agua de tu misericordia. Aquella con  la que, en la superabundancia de tu amor, lavas los pies de los hombres, los de Pedro y los  de Judas. Es el agua de la reconciliación y de la purificación que transforma nuestra vida y  transfigura nuestro ser, el agua y el vino por los que nuestra pareja se troca  verdaderamente en signo de tu amor. Por eso el matrimonio se celebra en la Iglesia; no por  obedecer a una regla sino para que los hombres vean algo de tu amor. Y por eso no puede  romperse el matrimonio; no por encerrar al hombre en una obligación legal sin significado  sino porque tu amor no tiene retorno y dura eternamente. Y por eso también asisten a los  casados unos testigos, no por la preocupación jurídica de afirmar que el matrimonio ha  tenido lugar sino como testigos de los hombres que se interesan por este matrimonio, que  prometen hacerlo todo para que esta pareja sea auténtica, fuerte y duradera, a fin de que el  mundo crea en tu amor incansable, fiel y transformador y transfigurador.
El agua que sacan los servidores se convierte en ese vino, por el que cada una de  nuestras actividades humanas y nuestra vida misma, hasta en la muerte, es signo de tu  amor, puesto que no existe para el que cree en ti ninguna actividad profana, ya que en ti  todo es amor: la vida de la religiosa y la del director general, la del sacerdote y la del  minero, la de la soltera y la de la pareja, la del niño y la del anciano. "Todo cuanto hagan,  de palabra y de boca, háganlo en nombre del Señor Jesús, dando gracias por su medio a  Dios Padre" (Col 3,17). Tanto si tenéis hijos, como si no los tenéis; si vivís  desahogadamente como con dificultades; si tenéis un oficio como si estáis en el paro o  jubilados.
Los hombres, preocupados por las bodas humanas, no conocen la potencia del agua  transformada en vino. "Cuando el maestresala probó el agua convertida en vino, como  ignoraba de dónde era... llama al novio y le dice: "Todos sirven primero el vino bueno y  cuando ya están bebidos, el inferior"" (Jn 2, 9-10). Falsa prudencia de los hombres: aprovecha bien el presente; aprovecha tu juventud; el vino se va a acabar, bebamos, pues  la vida es corta.
Los invitados al banquete ignoran la procedencia del vino "los sirvientes, los que habían  sacado el agua, sí que lo sabían" (Jn 2, 9). Lo saben porque sirven. En el centro hay  siempre una acción transformadora y redentora conocida por tus servidores y desconocida  de tus beneficiarios. La Iglesia sabe que sirve y de qué la viene la posibilidad misma de  servir y el verdadero contenido de ese servicio. Este no es el vino barato de los amores  limitados y de las alegrías exageradas, sino la vida del júbilo y de la Alianza de Dios, el vino  de las bodas del Cordero. La pareja cristiana sabe que sirve y de dónde le viene la  posibilidad de servir y de amar, así como el contenido de su servicio y de su amor de  hombre y de mujer. Este no es el vino barato y agrio de un placer egoísta y limitado; es el  vino del amor que se supera más allá de las apariencias y que no renuncia jamás a pesar  de las infidelidades. Quien cree en ti, Señor, sabe muy bien que es un servidor y de dónde  le viene la posibilidad de actuar y de servir, así como el contenido de su acción y de su  servicio. Este no es el vino degradado de la voluntad de poder, de la riqueza o de la gloria  vana, sino el vino nuevo del hombre al que asocias a tu divinidad. Mira, Señor, a todos los  que todavía lo ignoran. Escucha a tu Iglesia que no dice solamente lo que sucedió antaño  sino que con María, intercede en el presente, fiándose de ti. Manifiesta tu gloria por  nosotros, tus servidores, si así lo quieres, y ellos te creerán.
(Aporte  de ALAIN GRZYBOWSKI, BAJO EL SIGNO DE LA ALIANZA,
NARCEA/MADRID 1988, Pág. 133ss.)


"No tienen vino"

La verdad es que no tenemos vino. Nos sobran las tinajas,  y la fiesta se enturbia para todos, porque el sino es común y la sola sala es ésta.

Nos falta la alegría compartida. Rotas las alas, sueltos los chacales, 
hemos cegado el curso de la vida entre los varios pueblos comensales. 

¡Sangre nuestra y de Dios, vino completo, embriágame de Ti para ese reto 
de ser iguales en la alteridad.

Uva pisada en nuestra dura historia, vino final bebido a plena gloria 
en la bodega de la Trinidad!
(Pedro Casaldáliga)



Oración final:
“Dios que en las bodas de Caná te has manifestado en tu Hijo participando en las fiestas del pueblo, y servicial ante nuestras necesidades humanas; transforma nuestra agua en vino, y haznos a los que seguimos a tu Hijo testigos de la alegría, amigos de la fiesta de la vida. Amén.

Hno. Javier

13 ene 2019

FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR CICLO C.



LECTIO DIVINA DE LA FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR CICLO C.
Domingo 13 de enero de 2019.
Isaías 40,1-5.9-11; Tito 2,11-14; 3,4-7; San Lucas 3,15-16.21-22.

Oración inicial:
 “Señor Jesús, Hijo amado del Padre, que has venido a revelarnos el amor eterno de Dios, para que por ti y en ti tengamos vida y salvación. Ahora, más conscientes de tu identidad,  y que sabemos que Tú eres Dios, y que por ti llegamos al Padre, te pedimos que derrames en nosotros tu Espíritu Santo, para que cada vez más te conozcamos y así nos identifiquemos contigo, asumiendo tu estilo de vida, viviendo con tus mismos sentimientos, amando como Tú, amando hasta el final, hasta dar la vida. Ayúdanos Señor, a que Tú seas el sentido de nuestra vida y te demos a conocer con nuestra manera de ser y de actuar siendo Tú la razón de nuestra vida”. Amén.


LECTURA.

Leemos los siguientes textos: Isaías 40,1-5.9-11; Tito 2,11-14; 3,4-7; San Lucas 3,15-16.21-22.

Claves de lectura:

1. «En un bautismo general, Jesús también se bautizó». (Evangelio)
Que Jesús se deje bautizar con el pueblo que quiere la conversión y la purificación de  sus pecados, es un gesto que contiene en sí algo profundamente misterioso; es como si  quisiera, ya en su primer acto público, manifestar su solidaridad con todos los pecadores.  Más tarde acogerá a los suyos en su Iglesia con el bautismo cristiano, mediante la  humillación de una inmersión en el agua como elemento de muerte y regeneración; Jesús  no quiere imponer a los suyos nada que él mismo no haya hecho. Y si el bautismo ha de ser  realmente un ser sepultado con él en su muerte y un resucitar con él a una nueva vida  imperecedera -como lo describirá Pablo (Rm 6)-, entonces este primer bautismo es ya para  él una obligación anticipada de cara a su propia pasión y resurrección: todo lo que  acontece entre el bautismo y la cruz está encuadrado por un sentido y un acontecimiento  unitario. El bautismo del Jordán es para Jesús un bautismo «con Espíritu Santo», el de la  cruz será un bautismo «de fuego»; el primero es solidaridad con los pecadores que han de  purificarse, el segundo será la extinción a sangre y fuego de todo el pecado del mundo. 
Sobre este acontecimiento del bautismo de Jesús, aparece el cielo abierto y Dios se da a  conocer como trinitario: el Padre que envía confirma a su «Hijo, el amado, el predilecto»,  que cumple por libre amor la voluntad trinitaria de salvación; el Espíritu Santo aparece en  forma de paloma entre el Padre, en el cielo, y el Hijo que ora en la tierra: transmitiendo al  Hijo la voluntad de Padre y llevando al Padre la oración del Hijo. Todo entre el bautismo y  la cruz-resurrección corresponderá a esta forma aquí visible de la decisión salvífica del Dios  uno y trino.

2. «Miren: aquí está su Dios». (1° Lectura)
En la primera lectura se anuncia a Jerusalén, y a través de ella a toda la humanidad, el  consuelo de que el tiempo de la salvación ha comenzado ya. El Salvador viene por una  parte en «gloria» y «con fuerza», pues la obra redentora de Jesús vencerá y dominará toda  la historia del mundo; pero por otra parte viene con la solicitud de un pastor que lleva en  brazos a sus corderos y cuida de las ovejas madres: esta unidad de poder y cuidado  amoroso le muestra como el Dios encarnado, hecho hombre; sólo Dios reúne estos dos  atributos en una unidad perfecta.

3. "Así... somos herederos de la vida eterna». (2° Lectura)
La segunda lectura se sitúa allí donde se ha realizado ya la obra salvífica de Jesús («él  se entregó por nosotros») y donde el bautismo cristiano, «el baño del segundo nacimiento»,  nos permite participar en el primer bautismo (de agua) y en el último bautismo (de sangre)  de Jesús («tengo que pasar por un bautismo, ¡y qué angustia hasta que se cumpla»: Lc  12,50). De nuevo aparece el cielo abierto sobre los cristianos bautizados, y Dios revela todo  su «Amor al hombre». La gracia del Padre «ha aparecido para traer la salvación a todos los  hombres»; no en razón de nuestras obras de justicia, sino en virtud de su «misericordia». El  propio Jesús es llamado «Salvador» y al mismo tiempo «nuestro gran Dios»; y el bautismo  opera la renovación «por el Espíritu Santo, derramado copiosamente sobre nosotros por  medio de Jesucristo», para nuestra justificación y santificación, que nos hace dignos de  obtener la vida eterna esperada. El milagro de la teofanía en el bautismo de Jesús se  continúa en su Iglesia en todos los tiempos.

(Aporte de HANS URS von BALTHASAR, LUZ DE LA PALABRA,
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C,
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 219 s.)

MEDITACIÓN.

El acontecimiento del Bautismo del Señor, como es sabido, es muy celebrado en las iglesias de Oriente. Y no es porque sí. Hoy celebramos -diríamos- la proclamación pública de lo que significa Jesús. El Padre y el Espíritu se hacen presentes en el Jordán y dicen al hombre Jesús -y nos hacen saber a todos nosotros- que en él está toda la presencia de Dios, la palabra que Dios tiene que decir a los hombres. Lo dicen acentuando unos intensísimos lazos personales: "amado", "predilecto". Y lo dicen subrayando la grandeza de una novedad radical: como en el inicio de todo, cuando el Espíritu de Dios aletea sobre las aguas del Jordán y comienza la nueva creación, la que se realizará por medio de las palabras, los hechos, la persona, la muerte y la resurrección de Jesús.
Hoy es un día para centrar toda la atención en Jesús. Y para reafirmar nuestra adhesión a él, a su camino. Esta adhesión pondrá de relieve de una manera especial el momento en que fuimos incorporados a él, no sólo como seguidores que intentan seguirlo como un modelo de conducta, sino como una gente que lleva en su interior lo mismo que llevaba Jesús, su Espíritu: este momento es el de nuestro bautismo. Por eso, para subrayar este aspecto, hoy proponemos iniciar la Eucaristía con la aspersión del agua.

·      Los acontecimientos del Jordán.
Allá en el Jordán se constata de una manera especialmente clara que este Jesús que reconocemos como Hijo de Dios y a quien seguimos no es ningún ser catapultado desde el cielo y sin relación con los hombres, sino un hombre, el Hijo de Dios hecho hombre. No estará de más recordar hoy el camino concreto que lleva a Jesús al Jordán: quiere estar allí donde se ha producido el mayor movimiento de renovación de Israel por aquellos tiempos, el movimiento que aglutina Juan. Quiere estar allí donde están todos los que tienen ganas de cambiar personalmente y de cambiar las cosas. Jesús no actúa desde fuera de la realidad, sino que se apunta a aquello que es valioso, y allá es precisamente donde se revela públicamente su misión: él, un hombre entre los muchos que hay en la fila de los que se quieren convertir, es el ungido de Dios.

·      "Él los bautizará con Espíritu Santo y fuego".
Contemplar hoy el inicio de la misión de Jesús es contemplarnos también a nosotros. El bautismo en el Jordán era más bien un acto de buena voluntad, de ganas de transformación; Jesús, en cambio, a aquellos que quieren ir con él les derrama en su interior su mismo Espíritu, su fuego: no lo deja todo en manos de su esfuerzo personal y de su buena voluntad, sino que les infunde una nueva manera de ser, la manera de ser del mismo Jesús: la manera de ser de los hijos de Dios. El bautismo es el momento en que eso se visibiliza y realiza. Hoy es un día muy apropiado para recordar nuestro propio bautismo, agradecerlo, y renovar las ganas de vivir de acuerdo con el compromiso que significa.

·      "Mientras oraba".
La vivencia de la misión de Jesús tiene lugar en la oración: Lucas, siguiendo su costumbre, lo destaca. Y este hecho constituye para nosotros una llamada. Como Jesús, también nosotros descubriremos nuestro camino y nuestra misión, y encontraremos el Espíritu de Dios guiando lo que hacemos y nos sabremos verdaderamente hijos, y nos configuraremos verdaderamente a Jesús, si tenemos espíritu de plegaria constante, y si buscamos medios (momentos breves y momentos más largos, situaciones que ayuden, instrumentos y maestros que nos enseñen) para intensificar este espíritu.

(Aporte de JOSEP LLIGADAS, MISA DOMINICAL 1992, 1)

Para la reflexión personal y grupal:
¿Qué nos evoca realmente el bautismo?
¿Qué significa ser un bautizado?


ORACIÓN-CONTEMPLACIÓN.

Son pocos los cristianos que saben en qué día fueron bautizados, y menos aun los que lo celebran. Basta recordar la fecha de nacimiento y celebrar el cumpleaños. Lo importante evidentemente no es recordar un rito, sino agradecer la fe que ha marcado nuestra vida ya desde niños y asumir con gozo renovado nuestra condición de creyentes. La fiesta del Bautismo del Señor que hoy celebramos puede ser una invitación a recordar nuestro propio bautismo y a reafirmarnos de manera más responsable en nuestra fe.
Tal vez lo primero que hemos de hacer es preguntarnos si la fe ocupa un lugar central en nuestra vida, o si todo se reduce a un añadido artificial que tiene todavía alguna importancia, pero del que podríamos prescindir sin grandes consecuencias.
Una pregunta clave sería ésta: ¿Es la fe la que orienta e inspira la totalidad de mi vida, o vivo más bien sostenido y estimulado sólo por la búsqueda de bienestar, el disfrute de la vida, las ocupaciones laborales y mis pequeños proyectos?
Por otra parte, la fe no es algo que se tiene, sino una relación viva y personal con Dios, que se va haciendo más honda y entrañable a lo largo de los años. Ser creyente, antes de creer algo, es creerle a ese Dios revelado en Cristo. La pregunta sería si mi fe se reduce a aceptar teóricamente «lo que me diga la Iglesia», o si más bien busco abrirme de manera humilde y confiada a Dios.
Pero para abrirse a Dios no bastan los ritos externos, los rezos rutinarios o la confesión de los labios. Es necesario creerle a Jesucristo, escuchar interiormente su Palabra, acoger su evangelio. ¿Abro alguna vez la Biblia? ¿Leo los evangelios? ¿Hago algo por conocer mejor la persona de Jesús y su mensaje?
Además, la fe no es algo que se vive de manera solitaria y privada. Es una equivocación pensar en la fe como una especie de «hobby» o afición personal. El creyente celebra, agradece canta y disfruta su fe en el seno de una comunidad cristiana.
¿No he de renovar e intensificar más los lazos con la comunidad donde se alimenta y sostiene mi fe?
La celebración del domingo es fundamental para el cristiano. El domingo es el día en que se encuentra con su comunidad, celebra la eucaristía, escucha el evangelio, invoca a Dios como Padre y renueva su esperanza. Sin esta experiencia semanal, difícilmente crecerá la fe. ¿Pienso que para mí es suficiente acordarme de Dios en los momentos malos, asistir distraído a algunos funerales y santiguarme antes de las comidas?
Quien quiera conocer «el gozo de la fe» y experimentar la luz, la fuerza y el aliento que la fe puede introducir en la vida del ser humano ha de comenzar por estimularla, cuidarla y renovarla.
(Aporte de JOSE ANTONIO PAGOLA, SIN PERDER LA DIRECCION,
Escuchando a San Lucas. Ciclo C, SAN SEBASTIAN 1994.Pág. 27 s.)



Oración final:
“Padre bueno, Tú que nos has revelado a tu Hijo, haciéndonos saber que es el Amado, al que miras con cariño y en quien pones todas tus complacencias, te pedimos que derrames tus gracias en nosotros para que lo podamos conocer siempre más y así seguirlo e imitarlo, para tener por medio de Él la vida que Tú nos das. Señor Dios nuestro, Tú que nos has dado la gracia del bautismo ayúdanos a vivir de acuerdo a nuestra fe, para que nuestra vida refleje lo que creemos y así podamos dar testimonio de ti”. Amén.




Hno. Javier.


26 dic 2018



... “Un Niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado, la soberanía reposa sobre sus hombros y se le dará por nombre: Consejero maravilloso; Dios fuerte; Padre para siempre; Príncipe de Paz.” Isaías 9,5
“La profundidad de penetración del niño en el misterio de la encarnación se demuestra por las oraciones como la de Carlo (seis años), ante la cuna del Niño: “Yo le digo: aleluya al Dios fuerte”. Expresiones de esta índole nos amonestan para no hablar con diminutivos a los niños, para no empequeñecer lo que ellos saben captar en toda su grandeza” 
Sofia Cavalletti en el Potencial Religioso del Niño Capitulo 6 
Feliz Navidad a toda la familia del Buen Pastor! 


13 dic 2018

«Un aspecto de la Eucaristía que a los niños a partir de la primera edad captan profundamente es el del «Sacramento del Don», expresión que corresponde a «Sacramento de la Alianza». Se trata del aspecto esencial de la Eucaristía, que involucra en el gozo del don que se recibe y al cual, por la naturaleza dinámica del don mismo, de diversas maneras, estamos llamados a responder.
Sabemos cómo también los niños más pequeños captan este aspecto de la Eucaristía a través de los gestos litúrgicos: en la Epíclesis «vemos» el don que viene de lo alto; en el gesto de la Ofrenda que acompaña la doxología final «vemos» la respuesta que ante este damos al Padre junto con Cristo y con toda la comunidad de los creyentes, expresando en el Gesto de la Paz el vínculo que nos une. Las palabras de Jesús en la Última Cena nos dicen cuál es el don que nos es dado. Sabemos cómo la riqueza del lenguaje litúrgico ayuda a los niños a sumergirse en una realidad que los atrae y en la cual y sitúan con las capacidades de disfrutar propias de su edad. Es evidente la incidencia profunda de todo esto en la orientación de la vida y por lo tanto en la formación de la persona moral». Sofía Cavalletti, «Potencial Religioso del niño entre los 6 y los 12 años de edad» Capítulo 13.


«La Misa es este maravilloso intercambio de dones entre el cielo y la tierra, o mejor dicho, es la culminación de todos los dones que el Padre hace a los hombres, y culminación de todas las maneras a través de las cuales el hombre trata de responder como puede, al don recibido.
Los medios de los cuales nos servimos para presentar la Misa como «Sacramento del Don» son dos gestos: La imposición de las manos (o cheirotonia) que acompaña la invocación al Padre para que mande al Espíritu Santo a transformar el pan y el vino, el segundo es el de la Ofrenda que concluye la oración eucarística, cuando el sacerdote levanta al mismo tiempo el pan y el vino consagrados para ofrecerlos al Padre: por Cristo, con Él y en Él. Los dos gestos son complentarios y expresan de manera evidente, el primero, el don que viene de lo alto, la iniciativa divina, y el otro la respuesta que desde la tierra se alza hacia el cielo. De aquí resulta una presentación global y esencial de la realidad de la Misa, y un modo eficaz e inmediato de iniciar a los niños a un punto fundamental de la teología bíblica: la teología de la Alianza» Sofia Cavalletti, Potencial Religioso del Niño de 3 a 6 años Capítulo 4.