Domingo 17 de febrero de 2019.
Jeremías 17,5-8; 1° Cor 15,12.16-20; San Lucas 6,12-13.17.20-26.
Oración inicial:
“Ven, Espíritu Santo. Ven, Padre de los pobres. Ven a darnos tus
dones, ven a darnos tu luz. Hay tantas sombras de muerte, tanta injusticia,
tanta pobreza, tanto sufrimiento. Penetra con tu luz nuestros corazones. Habítanos porque sin ti no podemos nada. Ilumina nuestras sombras de
egoísmo, riega nuestra aridez, cura nuestras heridas. Suavizas nuestra dureza,
elimina con tu calor nuestras frialdades, haznos instrumentos de solidaridad.
Ábrenos los ojos y los oídos del corazón a la Palabra, para saber discernir tus
caminos en nuestras vidas, y ser instrumentos de Vida Nueva”. Amén.
LECTURA.
Leemos
los siguientes textos: Jeremías 17,5-8; 1° Cor 15,12.16-20; San
Lucas 6,12-13.17.20-26.
Calves de lectura:
1. «Dichosos los
pobres». (Evangelio)
En el evangelio de hoy
aparecen cuatro bienaventuranzas (bendiciones) y cuatro maldiciones. ¿Qué
significa «dichoso»? Ciertamente no «feliz» en el sentido que los hombres dan a
esta palabra. No se trata de una invitación a que cada cual marche por su
camino con tranquilidad y buen humor. No significa realmente nada que
pertenezca al hombre, que el hombre sienta y experimente, sino algo en Dios que
concierne a este hombre. Jesús hablará en este contexto de «recompensa», aunque
esto a su vez no es más que una imagen; se trata del valor que este hombre
tiene para Dios y en Dios, de algo intemporal en Dios que se manifestará al
hombre a su debido tiempo. Y análogamente para las maldiciones. Los pobres a
los que pertenece el reino de Dios, es decir, los pobres de Yahvé, como los
llamaba la Antigua Alianza, muestran que a su pobreza corresponde una posesión
en Dios: Dios los posee, y por eso mismo ellos poseen a Dios. Lo mismo puede
decirse de los que tienen hambre y de los que lloran, y también de los que son
odiados por causa de Cristo: éstos son amados por el Padre en Cristo, que
también fue odiado y perseguido por los hombres por causa del Padre. Si los
pobres han de ser considerados como pobres en Dios, entonces también los ricos
han de ser considerados como ricos sin Dios, ricos para sí mismos, saciados y
sonrientes, alabados por los hombres; éstos no tienen tesoro en el cielo, y por
eso todo cuanto poseen no es más que apariencia pasajera.
Los Salmos repiten esto
continuamente, las parábolas de Jesús (del rico epulón y del pobre Lázaro, del
labrador avariento) también. Los pobres son en último término realmente pobres,
aquellos que no poseen nada, y no ricos a escondidas que acumulan un capital en
el cielo. Dios no es un banco; el abandono en manos de Dios no es una compañía
de seguros. Es en el propio abandono, en la entrega confiada donde se encuentra
la dicha.
2. «Maldito el hombre...
Bendito el hombre». (1° Lectura)
La Antigua Alianza
conoce ya todo esto suficientemente, como lo demuestra la primera lectura. El
hombre bendito es el que pone su confianza en el Señor, el que extiende sus
raíces hacia la «corriente» de Dios o, como dice Agustín, tiene sus raíces en
el cielo y desde allí crece hacia la tierra. Este simple abandono confiado en
manos del Señor le basta para ser «dichoso» (bienaventurado) en el sentido de
Jesús y para, en cualquier adversidad terrestre que se le pueda presentar, por
amarga que sea, no tener que inquietarse por la sequía. A este hombre se
contrapone el hombre que «confía en el hombre», en lo humano y lo terreno, y
que por eso «aparta su corazón del Señor»: aquí tenemos el comentario de lo que
significa la maldición de Jesús a los ricos y epulones. La sencilla antítesis
del profeta, repetida en el salmo responsorial, divide a los hombres,
prescindiendo de todas las sutilezas psicológicas, en dos campos: o viven por
Dios y para Dios, o bien pretenden vivir para sí mismos y por sí mismos.
También en el juicio de Jesús sólo hay dos clases de hombres: las ovejas y las
cabras.
3. (2° Lectura).
La segunda lectura
divide también a los hombres en dos categorías: los que creen en la
resurrección de Cristo y en la nuestra, y los que la niegan. Si Cristo no ha
resucitado, entonces "vuestra fe no tiene sentido", los muertos «se
han perdido» y «somos los hombres más desgraciados» del mundo; los que no creen
en ella al menos han puesto su confianza en bienes terrenos reales, y no en un
Dios del más allá que no existe. Su vida está de alguna manera llena: de
relaciones humanas gratificantes, de placeres de todo tipo, de
autosatisfacción. Pero esto es al menos algo, mientras que la fe en la
resurrección es jugárselo todo a una carta, una apuesta total en la que el
apostante finalmente pierde. Todos los textos de la celebración de hoy exigen
de nosotros una decisión última, definitiva: ¿nos bastamos a nosotros mismos o
nos debemos permanentemente a nuestro Creador y Redentor? No existe una tercera
vía, no hay solución intermedia.
(Aporte de HANS URS von BALTHASAR,
LUZ DE LA PALABRA,
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C,
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 228 s.)
MEDITACION.
No estamos frente a una
especie de consagración de la pobreza, como si fuese una condición ideal
para acoger el reino de Dios. Sería entonces una legitimación de la
injusticia y de la avidez humanas que, por el contrario, son
desenmascaradas por Cristo y condenadas en los cuatro "ay de ustedes"
sucesivos.
Y tampoco se puede creer
que dependa del hecho de que los pobres sean moralmente mejores que los
ricos.
No existe condición
social alguna, y ningún mérito por parte de los hombres que haga idóneos
para el Reino. Esto es un don gratuito de Dios, no una conquista del hombre.
Dios no es un contable.
En realidad, lo que está
en juego, en las bienaventuranzas, es la idea misma que nos hacemos de
Dios.
Lo dice muy bien uno de
los mayores "expertos" en esta materia: "Jesús proclama
que Dios ha decidido establecer su Reino y manifestar su poder real.
¿Quién sacará provecho de este nuevo estado de cosas? Los pobres, los
oprimidos, los pisoteados. Si Dios es verdaderamente un rey digno de tal
nombre, ejercitará su propio poder a favor de los pobres, de los
pequeños, y para los pobres será un bien que Dios mismo se haga su protector.
Entonces serán bienaventurados. Para los pobres se abre una esperanza
maravillosa" (J. Dupont).
Por eso, ese mismo
estudioso dice que la bienaventuranza se podía traducir así: "Bienaventurados
los pobres, porque Dios está cansado de veros sufrir, porque Dios ha
decidido mostraros que os ama".
Por tanto, en la
bienaventuranza, aparece con transparencia la imagen exacta de Dios,
misericordioso, que pone su poder al servicio de los débiles.
Así, es necesario evitar
utilizar las bienaventuranzas en clave de resignación o, peor, como
pretexto "religioso" para mantener un orden social injusto.
Las bienaventuranzas no
deben servir para aplastar a los pobres, sino para liberarlos. La pobreza sigue
siendo un mal contra el que hay que luchar sin tregua. El mensaje de Cristo no
se compendia en el amor a la pobreza sino en el amor a los pobres. El
ideal no es la pobreza sino el amor que se expresa con el gesto de
compartir, con el de transformar los bienes en sacramento de fraternidad.
Por otra parte, seremos
juzgados precisamente por la postura que adoptemos en relación a aquellos
que tienen hambre, sed, están desnudos, sin casa, enfermos, prisioneros
(Mt 25). "Lo que hicisteis a uno de éstos, a mí me los
hicisteis", afirma Jesús.
Los cuatro "ay de ustedes"
que hacen de contraste a las cuatro bienaventuranzas, se llaman
habitualmente "maldiciones". Pero la definición es impropia.
Se trata, más bien, de
una constatación amarga de un dato de hecho. Es casi como decir: ¡cuán
desdichados sois a pesar de las apariencias!. Y este lamento se puede entender
también como una invitación a la conversión. De todos modos, estas duras
palabras constituyen para toda la comunidad cristiana una severa
advertencia contra el peligro de las riquezas.
¿Por qué se llama a los
ricos "desdichados" (y las cuatro categorías de personas, con
alguna matización, se pueden catalogar en la categoría de los
"ricos")?. Del conjunto del discurso se puede afirmar que los ricos
se encuentran en una situación peligrosa:
·
Peligro de no ver más allá del horizonte del presente y de los
bienes materiales. Los ricos se preocupan de sus propios intereses, pero
no saben cuáles son sus verdaderos intereses. Son "hombres sin
futuro" (R. Fabris).
·
Peligro de encerrarse en sí mismos y no preocuparse de los demás,
especialmente de los que están privados de los necesario. El rico está
aprisionado, casi congelado en la propia soledad.
·
Peligro de dejarse secuestrar el corazón por las riquezas, que
terminan por monopolizar el puesto que correspondería a Dios. Los bienes
materiales se convierten así en ideales a los que se sacrifica todo.
El rico, finalmente, es
desafortunado porque es corto de vista, es un hombre solo, y es esclavo
de las cosas. El rico está satisfecho de lo que tiene, del prestigio y del
éxito que alcanza, y no cae en la cuenta de que esta satisfacción lo
cierra en relación a Dios. Ese Dios que, sobre todo, lo podía enriquecer
en la línea del ser.
...Solamente que el
mismo Dios no tiene nada que dar a quien sostiene que ya posee todo. El
pobre es bienaventurado porque tiene las manos abiertas a la espera. El rico es
desgraciado porque tiene las manos cerradas y no espera nada. Bienaventurado el
que espera (literalmente: tiende hacia...) y consiguientemente tiene la
puerta abierta de par en par.
Desdichado quien,
creyendo que ya lo tiene todo, se cierra en casa, baja las persianas y
contempla el dinero. No oye la música que llega de lejos, no ve la luz que cae
sobre las ventanas. No se da cuenta de que la vida está en otra parte. Se
cree en lugar seguro. Y no sabe que aquella "clausura" representa una
muerte anticipada. Cierto. Uno muere en el mismo momento en que ya no
espera nada, en que no espera a nadie.
(Aporte de ALESSANDRO
PRONZATO, EL PAN DEL DOMINGO CICLO C, EDIT. SIGUEME SALAMANCA 1985.Pág. 111)
Para la reflexión
personal y grupal:
¿Cuáles son en realidad nuestros valores?
¿Creemos de verdad en el mensaje de las bienaventuranzas?
ORACION –
CONTEMPLACION.
FELICIDAD
AMENAZADA
Ay de ustedes los
ricos...
Occidente no ha querido
creer en el amor como fuente de vida y felicidad para el hombre y la
sociedad. Y las bienaventuranzas de Jesús siguen siendo un lenguaje
ininteligible e increíble, incluso para los que se llaman cristianos.
Nosotros hemos puesto la
felicidad en otras cosas. Hemos llegado, incluso, a confundir la
felicidad con el bienestar. Y, aunque son pocos los que se atreven a
confesarlo abiertamente, para muchos lo decisivo para ser feliz es «tener
dinero».
Apenas tienen otro
proyecto de vida. Trabajar para tener dinero. Tener dinero para comprar
cosas. Poseer cosas para adquirir una posición y ser algo en la sociedad. Esta
es la felicidad en la que creemos. El único camino que se nos ocurre recorrer
para buscar la felicidad. Casi la única manera de llegar a «vivir mejor».
A veces, tiene uno la
sensación de vivir en un mundo que, en el fondo, sabe que algo absurdo se
encierra en todo esto, pero no es capaz de buscar una felicidad más
verdadera. De alguna manera, nos gusta nuestra manera de vivir aunque sintamos
que no nos hace felices.
Los creyentes deberíamos
recordar que Jesús no ha hablado sólo de bienaventuranzas. Ha lanzado
también amenazadoras maldiciones para cuantos, olvidando la llamada del
amor y la fraternidad, ríen seguros en su propio bienestar.
Esta es la amenaza de
Jesús. Quienes poseen y disfrutan de todo cuanto su corazón egoísta ha
anhelado, un día descubrirán que no hay para ellos más felicidad que la que
ya han saboreado.
Quizás estamos viviendo
momentos críticos en los que podemos empezar a intuir mejor la verdad
última que se encierra en las amenazas de Jesús: «¡Ay de vosotros, los
ricos, porque ya tenéis vuestro consuelo! ¡Ay de vosotros, los que estáis
saciados, porque tendréis hambre! ¡Ay de los que ahora reís, porque
lloraréis!».
Empezamos a experimentar
que la felicidad no está en el puro bienestar. La civilización de la
abundancia nos ha ofrecido medios de vida pero no razones para vivir. La
insatisfacción actual de muchos no se debe sólo ni principalmente a la crisis
económica, sino, ante todo, al vacío de humanidad y a la crisis de
auténticos motivos para trabajar, luchar, gozar, sufrir y esperar.
Hay poca gente feliz.
Hemos aprendido muchas cosas, pero no sabemos ser felices. Necesitamos de
tantas cosas que somos unos pobres necesitados. Para lograr nuestro
bienestar somos capaces de mentir, defraudar, traicionarnos a nosotros mismos
y destrozarnos unos a otros. Y así, no se puede ser feliz.
Y, ¿si Jesús tuviera
razón? ¿No está nuestra «felicidad» demasiado amenazada? ¿No tenemos que
imaginar una sociedad diferente cuyo ideal no sea el desarrollo material
sin fin, sino la satisfacción de las necesidades vitales de todos? ¿No
seremos más felices cuando aprendamos a necesitar menos y a compartir más?
(Aporte de JOSE ANTONIO PAGOLA, BUENAS NOTICIAS,
NAVARRA 1985.Pág. 309 s.)
Oración final:
“Dios
nuestro, Padre y Madre de todos los seres humanos, que en Jesús nos has
manifestado lo que nos puede hacer bienaventurados y lo que nos conduce a la
malaventuranza; ayúdanos a comprometernos con alegría y convicción por el mismo
camino que él nos trazó”. Amén.
Hno.
Javier, msa