Las apariciones del Ángel de
la Paz, en primavera, verano y otoño de 1916, constituyen el acontecimiento de
la historia de Fátima que está en el origen del tema escogido para este año
pastoral: Santísima Trinidad, Os adoro profundamente.
Se trata de una frase de
contenido muy vasto. En primer lugar, la afirmación de Dios, Santísima
Trinidad, un misterio revelado por medio de Jesucristo, aunque muy difícil de
comprender en su significado y alcance. Entretanto, es el misterio central de
la fe cristiana y expresa el modo de ser del Dios en quien creemos: un solo
Dios, en la comunión de las tres personas, el Padre, el Hijo y el Espíritu
Santo.
En segundo lugar, la
afirmación de nuestra disponibilidad para adorar a Dios, profundamente, o sea,
de la forma más sincera y noble que esté a nuestro alcance. De hecho, el
objetivo pastoral de este año consiste en proporcionar a los peregrinos de
Fátima la posibilidad de desenvolver en su vida y en su espiritualidad la
actitud de adoración.
Al principio del siglo pasado,
cuando se dieron las apariciones del Ángel en Loca do Cabeço y en Pozo do
Arneiro, estábamos viviendo, en Portugal y en Europa, un periodo muy crítico en
lo que respecta a la propaganda contra la fe cristiana. Era un tiempo de gran
ebullición de los materialismos ateos, que conquistaban terreno en las
sociedades más progresistas y sembraban la duda y la inseguridad en grandes
sectores creyentes y cristianos, de cara a las pretensiones de los adversarios
de la fe. En Portugal, había estallado la República, resultado de movimientos
laicistas, anticlericales y anti-cristianos feroces, a punto de lanzar la
confusión e incluso la persecución religiosa en nombre de la libertad.
Hablar de un Ángel que aparece
a tres niños humildes e incultos, en un lugar distante y desconocido, y los
invita a adorar a Dios, Santísima Trinidad, era una realidad contraria a la
corriente oficialmente dominante. Podía incluso parecer una provocación, lo que
acabó sucediendo. Y esta se volvió una provocación demasiado grande para el
pequeño mundo que era Portugal en aquel momento. Después, acabó por volverse
una provocación para el mundo más vasto que era Europa en brazos de la guerra,
las revoluciones, el materialismo, el ateísmo galopante, sistemático y
constituido en ideología camino del poder. Peor de lo que era el ateísmo
teórico era ahora el práctico, que entraba silencioso en la vida de las personas
y las transformaba sin que se dieran cuenta de eso. Y eso se extendía a escala
universal.
En este contexto, las
apariciones del Ángel de la Paz son un fuerte grito de Dios que irrumpe en el
medio de un silencio creciente. Dios respeta la libertad, las opciones y los
caminos escogidos por los hombres, pero cuando se aproxima el momento último,
porque es Dios y no un hombre, no puede dejar de hablar para hacer oír sus
definitivas llamadas del Padre, rico de gracias y de misericordia. Ese grito
misericordioso de Dios, que se hizo oír por medio de Su Mensajero, continua
haciendo eco por el mundo, que acogió el Mensaje de Fátima. Pasada la larga
noche de la fe, que fue siglo XX, e iniciado el nuevo milenio bajo el signo de
la esperanza, es urgente continuar oyendo la voz del Mensajero, que nos enseña
a decir, como enseñó a los Pastorcitos: Dios mío, yo creo, adoro, espero y os
amo; Santísima Trinidad, Os adoro profundamente.
La adoración a Dios es la
actitud que mejor sintetiza la orientación más profunda de nuestra vida, pues
manifiesta nuestra fe, nuestra esperanza y nuestro amor; es la actitud que
mejor exprime nuestro respeto por Dios, el Absoluto, el Creador, el Señor de
todas las cosas; es su actitud la que mejor revela nuestra consideración por el
hombre, muy amado por Dios en su condición de criatura; y es la actitud que
mejor muestra la condición relativa de las cosas de este mundo de cara a la
realidades eternas.
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