8 mar 2018

LECTIO DIVINA DEL 4° DOMINGO DE CUARESMA CICLO B.

Domingo 11 de marzo de 2018.
2° Crónicas 36,14-16.19-23; Efesios 2,4-10; San Juan 3,14-21.



“Mire la muerte para que la muerte nada valga… En la muerte de Cristo murió la muerte; porque la Vida muerta mató la muerte, la plenitud de la Vida devoró la muerte; la muerte fue absorbida en el cuerpo de Cristo”.
 (San Agustín, Comentarios sobre el evangelio de San Juan 12,11-13)

Oración inicial:
“Y aunque tinieblas padezco, en esta vida mortal no es tan crecido mi mal porque si de luz carezco tengo vida celestial; porque el amor da tal vida cuando más ciego va siendo, que tiene al ama rendida sin luz y a oscuras viviendo. Hace tal obra el amor después que le conocí que si hay bien o mal en mí todo lo hace de un sabor, y al alma transforma en sí y así en su llama sabrosa la cual en mí estoy sintiendo apriesa sin quedar cosa, todo me voy consumiendo.” Amén.
(San Juan de la Cruz)

LECTURA.

Leemos los siguientes textos: 2° Crónicas 36,14-16.19-23; Efesios 2,4-10; San Juan 3,14-21.

Claves de lectura:

1. «El que no cree, ya está condenado». (Evangelio)
El evangelio nos da la oportunidad, en este tiempo de penitencia, de revisar nuestra idea del juicio divino. La afirmación decisiva es que el que desprecia el amor divino se condena a sí mismo. Dios no tiene ningún interés en condenar al hombre; Dios es puro amor, un amor que llega hasta el extremo de entregar su Hijo al mundo por amor; Dios no puede ya darnos más. La cuestión es si nosotros aceptamos este amor, de suerte que pueda demostrarse eficaz y fecundo en nosotros, o si, ante su luz, nosotros preferimos ocultarnos en nuestras tinieblas. En ese caso «detestamos la luz», detestamos el verdadero amor y afirmamos nuestro egoísmo de una u otra forma (el amor puramente sensual es también egoísmo). Si hacemos esto, ya «estamos condenados», no por Dios, sino por nosotros mismos.

2. «Las buenas obras que él determinó practicásemos». (2° Lectura)
La lectura del Nuevo Testamento nos muestra una vez más el «gran amor» de Dios por nosotros, pecadores, pues nos ha resucitado con Cristo y nos ha concedido un sitio con él en el cielo. Pero nosotros no hemos conquistado ese sitio, sino que nos ha sido dado por el amor y la gracia de Dios. Y sin embargo no por ello pasamos automáticamente a ser partícipes de la vida eterna, sino que debemos apropiarnos del don que Dios nos hace con nuestras «buenas obras». Pero tampoco tenemos necesidad de inventarnos trabajosamente estas buenas obras; el apóstol nos dice que Dios «las determinó» de antemano para que nosotros las «practicásemos»; El nos muestra mediante nuestra conciencia, mediante su revelación, mediante la Iglesia y mediante nuestros semejantes lo que debemos hacer y en qué sentido debemos hacerlo. Es posible que practicar estas obras determinadas de antemano nos cueste algo, pero tenemos que darnos cuenta de que la superación que se nos exige es también una gracia ofrecida por el amor de Dios, por lo que debemos realizar nuestras obras en paz y gratitud.

3. (1° Lectura)
La primera lectura nos muestra de una forma nueva lo que ocurre con el juicio de Dios y con su gracia. En ella se recuerda la enorme paciencia que Dios tuvo al principio con el Israel infiel, hasta que finalmente el desprecio y la burla de que eran objeto los mensajeros y profetas de Dios por parte de Israel llegó a tal punto que «ya no hubo remedio»: la única salida que quedaba era la destrucción total de Jerusalén y la deportación a Babilonia. Y sin embargo éste no es el fin del destino del pueblo: el exilio no durará siempre, surgirá la esperanza de un salvador terrestre -el rey Ciro- que como instrumento de la providencia divina permitirá a los desterrados volver a su patria. Estamos todavía en la Antigua Alianza y la gracia de Dios aún no se ha «consumado», por lo que a partir de aquí no podemos deducir lo que le sucederá finalmente al que menosprecia la gracia suprema de Dios ofrecida en Jesucristo. Nos queda sólo la esperanza ciega de que Dios tendrá al final misericordia incluso de los más obstinados y de que su luz brillará hasta en lo más profundo de las tinieblas.
(Aporte de HANS URS von BALTHASAR, LUZ DE LA PALABRA,
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C,
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 146 s.)

MEDITACIÓN.

No nos debe dar miedo de Dios, si hay que temer a alguien es a nosotros mismos. No es Dios el que puede amargarnos la vida -ni ésta ni la futura-. Lo que nos puede perder es nuestra insensatez, nuestra resistencia a aceptarlo tal y como él se quiere manifestar: como amor sin límite.
NACER DE NUEVO.
Nicodemo, a quien Jesús dirige las palabras del evangelio de hoy, era un fariseo. El partido fariseo era adversario del saduceo, al que pertenecía la mayoría de los sumos sacerdotes, los jerarcas religiosos que gobernaban el templo de Jerusalén y a los que los fariseos acusaban de ilegítimos. Por eso Nicodemo, después de la expulsión de los mercaderes del templo, vino a negociar con Jesús para establecer un acuerdo. Él estaba dispuesto a aceptar que Jesús era un "maestro venido de parte de Dios", pero quería que todo se desarrollara "dentro de un orden", dentro del orden que establecía la Ley.
Nicodemo propone a Jesús que realice su misión de acuerdo con ellos, actuando como maestro de la Ley de Moisés, que era, según las doctrinas fariseas, fuente de vida y norma de comportamiento para el hombre.
La respuesta de Jesús fue tajante: no es sólo una reforma de las instituciones religiosas lo que él propone; según el proyecto de Dios, hay que "nacer de nuevo", hay que crear una nueva sociedad formada por hombres nuevos (Jn 3, 1-12).
LEVANTADO EN ALTO.
"Lo mismo que en el desierto Moisés levantó en alto la serpiente, así tiene que ser levantado este Hombre, para que todo el que lo haga objeto de su adhesión tenga vida definitiva".
La Ley, explica Jesús a Nicodemo, ya no puede desempeñar las funciones que se le atribuían en la doctrina de los fariseos. De hecho, no había cumplido esas funciones en el pueblo de Israel, pues no había sido capaz de impedir que la más importante de sus instituciones, el templo, se hubiera convertido en instrumento de muerte y de opresión de los pobres ¡en nombre de Dios mismo! La vida de Dios llegará a los hombres por un cauce totalmente distinto: por un hombre, el Hombre "levantado en alto", colgado en una cruz a la que lo llevará la fidelidad y la lealtad en el cumplimiento de su compromiso de amor con toda la humanidad. De este modo, "todo el que lo haga objeto de su adhesión", todo el que decida asumir esa forma de vivir y de morir (morir por amor, gastar la vida amando), nacerá de nuevo y obtendrá la "vida definitiva". Y, de ese modo, el Hombre "levantado en alto", el Mesías crucificado, será la norma de comportamiento para todos los que quieran caminar iluminados por Dios, para todos los que elijan la luz y abandonen la oscuridad de un mundo organizado en contra de la voluntad de Dios y de la felicidad del hombre.
ASÍ MANIFIESTO SU AMOR.
"Porque así demostró Dios su amor al mundo, llegando a dar a su Hijo único, para que todo el que le presta su adhesión tenga vida definitiva".
El hombre "levantado en alto" será, además, la revelación de una imagen de Dios inconcebible para los que habían vivido bajo la Ley. Esta, además de indicar qué era lo que el hombre debía hacer y qué lo que le estaba prohibido, establecía también el castigo que correspondía a los que violaban sus mandatos. La Ley era para el hombre (Pablo desarrollará espléndidamente estas ideas. Véase, por ejemplo, Rom 7, 7-24; Gál 3, 23-4,7) una constante amenaza de castigo. Pero Dios no es, no quiere ser, una amenaza para los seres que más ama, para los hombres. Y por eso ha decidido revelarse y manifestar su gloria en el amor de aquel hombre que llevó su compromiso hasta la entrega de su propia vida. Y en lugar de prometer un cielo para los que se porten bien y de amenazar con un infierno para los que se porten mal, envía a su Hijo para que nos descubra el infierno en que hemos convertido la tierra, y nos enseñe a construir el cielo aquí y ahora. Y dimite de su función de juez supremo y nos traspasa a nosotros la responsabilidad de decidir y de escoger entre salvar y condenar nuestra vida y nuestro mundo: "Porque no envió Dios el Hijo al mundo para que dé sentencia contra el mundo, sino para que el mundo por él se salve. El que le presta adhesión no está sujeto a sentencia; el que se niega a prestársela ya tiene la sentencia, por su negativa a prestarle adhesión en calidad de Hijo único de Dios".
Para mantener el desorden que nos empeñamos en llamar orden (la ley y el orden, que dicen algunos) es necesario un Dios que mande mucho y que amenace más; para que sus amenazas produzcan efecto y los hombres obedezcan sus leyes algunos necesitan un Dios que meta miedo; pero por lo que Jesús le dice a Nicodemo, Dios no va a estar por la labor. Cierto que él no va a imponer su punto de vista; sólo lo va a exponer... "levantado en alto". Allí lo podrán ver todos y podrán comprobar que Dios es amor. Y podrán escoger y ponerse del lado del crucificado o de sus asesinos; y elegir, para sí mismos y para el mundo, la salvación del amor de Dios o la ruina del orden este. Sin miedo: ¿qué miedo va a dar un Dios que se manifiesta en un hombre clavado en una cruz? Pero asumiendo cada cual su responsabilidad, no sólo por el lado en el que se coloque, sino por la imagen de Dios que anuncie a los demás, pues sólo una es válida: la que revela el Hombre aquel, el Hijo único de Dios.

(Aporte de RAFAEL J. GARCIA AVILES
LLAMADOS A SER LIBRES. CICLO B
EDIC. EL ALMENDRO/MADRID 1990.Pág. 64ss.)

Para la reflexión personal y grupal:
¿Me doy cuenta de que en el mensaje de Jesús todo se fundamenta sobre Dios y sobre la fe? ¿Cuáles son los pasos del dinamismo del “creer”?
¿Cómo me voy a preparar para la renovación de mi fe en la Vigilia Pascual?


ORACIÓN –CONTEMPLACIÓN.

ALGO MÁS QUE SOBREVIVIR.
"que tengan vida eterna".
Son muchos los observadores que, durante estos últimos años, vienen detectando en nuestra sociedad contemporánea graves signos indicadores de "una pérdida de amor a la vida".
Se ha hablado, por ejemplo, del "síndrome de la pasividad" como uno de los rasgos patológicos más característicos de nuestra sociedad industrial (E. Fromm). Son muchas las personas que no se relacionan activamente con el mundo, sino que viven sometidas pasivamente a los ídolos o exigencias del momento.
Individuos dispuestos a ser alimentados, pero sin capacidad alguna de creatividad personal propia. Hombres y mujeres cuyo único recurso es el conformismo. Seres que funcionan por inercia, movidos por «los tirones» de la sociedad que los empuja en una dirección o en otra.
Otro síntoma grave es el aburrimiento creciente en las sociedades modernas. La industria de la diversión y el ocio (TV, cine, sala de fiestas, conferencias, viajes...) consigue que el aburrimiento sea menos consciente, pero no logra suprimirlo.
En muchos individuos sigue creciendo la indiferencia por la vida, el sentimiento de infelicidad, el mal sabor de lo artificial, la incapacidad de entablar contactos vivos y amistosos.
Otro signo es "el endurecimiento del corazón". Personas cuyo recurso es aislarse, no necesitar de nadie, vivir «congelados afectivamente», desentenderse de todos y defender así su pequeña felicidad cada vez más intocable y cada vez más triste.
Y, sin embargo, los hombres estamos hechos para vivir y vivir intensamente. Y en esta misma sociedad se puede observar la reacción de muchos hombres y mujeres que buscan en el contacto personal íntimo o en el encuentro con la naturaleza o en el descubrimiento de nuevas experiencias, una salida para "sobrevivir".
Pero el hombre necesita algo más que «sobrevivir». Es triste que los creyentes de hoy no seamos capaces de descubrir y experimentar nuestra fe como fuente de vida auténtica. No estamos convencidos de que creer en Jesucristo es "tener vida eterna", es decir, comenzar a vivir ya desde ahora algo nuevo y definitivo que no está sujeto a la decadencia y a la muerte.
Hemos olvidado a ese Dios cercano a cada hombre concreto, que anima y sostiene nuestra vida y que nos llama y nos urge desde ahora a una vida más plena y más libre. Y, sin embargo, ser creyente es sentirse llamado a vivir con mayor plenitud, descubriendo desde nuestra adhesión a Cristo, nuevas posibilidades, nuevas fuerzas y nuevo horizonte a nuestro vivir diario.
(Aporte de JOSE ANTONIO PAGOLA, BUENAS NOTICIAS,
NAVARRA 1985.Pág. 159 s.)

Oración final:
“Hoy nuestro corazón salta de gozo, Dios Padre nuestro, al sabernos amados por ti con un amor que nos hace hijos tuyos. La prueba que verifica tan gozosa noticia es Jesús, tu Hijo, y desde nuestro hermano mayor y amigo para siempre. Él no vino para condenar sino para salvar al hombre que tú amas con amor y con loca ternura de padre. Haz que sepamos corresponderte como hijos tuyos bien nacidos. Gracias, Señor, porque tú no eres un dios frío y lejano, sino un padre que nos amas, siempre desvelado por tu criatura el hombre. El secreto del mundo y de nuestra existencia humana está fundado en el latir de tu corazón que ama. ¡Gracias, Señor!”. Amén.

(Tomado de B. Caballero: La Palabra cada Domingo, San Pablo, España, 1993, p. 258)

Hno. Javier

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