Domingo 30 de junio
de 2019.
1° Reyes 19, 16b.19-21; Gálatas 5,1.13-18; San Lucas
9,51-62.
"Ama y haz lo que quieras"(San Agustín)
El que ama de verdad es verdaderamente lo que debe ser y ya no
está dividido entre el ser y el deber. Es, por tanto, un hombre libre. No vive
bajo la ley, se identifica con ella libremente. Y el Espíritu de Dios habita en
él y lo conduce.
Oración inicial:
“Señor,
ayúdanos a ser fuertes y valientes para hacer realidad tu Reino en nuestra
tierra. Que confiados en tu Palabra, no rehuyamos de la vocación a la que nos
llamas, y haz que nos dejemos orientar por tu Espíritu, para desprendernos de
las cosas que nos separan de Ti y de nuestros hermanos y hermanas más
necesitados”. Amén.
LECTURA.
Leemos
los siguientes textos: 1° Reyes 19, 16b.19-21; Gálatas 5,1.13-18;
San Lucas 9,51-62.
Claves:
1. «Ve y vuelve». (1°Lectura)
Hoy se trata de la
llamada al seguimiento, y en la primera lectura aparece un modelo
veterotestamentario ya muy radical que será superado una vez más por Jesús. El
profeta Elías echa su manto sobre Eliseo, mientras éste ara con su yunta,
para significar que lo ha elegido para ser su discípulo. Elías acepta que
Eliseo vaya a despedirse de sus padres, y el gesto de sacrificar los
bueyes de su yunta para invitar a comer a su gente muestra que Eliseo ha
decidido ponerse al servicio del profeta. «Luego se levantó, marchó tras Elías
y se puso a sus órdenes». No se trata de un servicio puramente humano,
sino que, al ser Elías un hombre de Dios, es ya un servicio a Dios. Para
la Antigua Alianza esto es una obediencia grandiosa a una llamada de Dios
transmitida por el profeta.
2. «Deja que los muertos
entierren a sus muertos». (Evangelio)
Pero la exigencia de
Jesús va aún más lejos. En el evangelio tres hombres se ofrecen a Jesús
para seguirle. Al primero lo remite a su propio destino y ejemplo: Jesús ya no
tiene casa propia. Ni siquiera la casa en la que ha crecido, la casa de
su madre, cuenta ya. No mira atrás. Es más pobre en esto que los
animales, vive en una inseguridad total. No posee más que su misión. Y al
comienzo del evangelio se dice a dónde conduce esta misión: a su
«ascensión» se dice literalmente: ¿a la cruz? ¿Al cielo? Lucas deja abierta la
cuestión. Es típico que no se le reciba en la aldea de Samaría donde
quería alojarse. Por eso no es necesario mandar bajar fuego del cielo. Es
normal que «los suyos no lo reciban» (Jn 1,11). El segundo hombre quiere
primero ir a enterrar a sus padres, y el Señor de la vida le contesta:
«Deja que los muertos entierren a sus muertos». Los muertos son los
mortales que se entierran unos a otros; Jesús está por encima de la vida
y de la muerte, muere y resucita «para ser Señor de vivos y muertos» (Rm
14,9). El tercer hombre quiere despedirse de su familia. Aquí Jesús va
más lejos que Elías. Para el llamado a seguir a Jesús de un modo radical
no hay componenda que valga entre familia y decisión por el reino. La
decisión exigida es indivisible e inmediata. A partir de su norma se regulará
la relación con la familia y con los demás hombres.
3. «Su vocación es la
libertad». (2°Lectura)
La libertad de la que se
habla en la segunda lectura es la libertad para la que «Cristo nos ha
liberado», y no otra. No una libertad individualista, pues la libertad
cristiana consistirá en el servicio al prójimo: «Sean esclavos unos de
otros por amor». Tampoco se trata del libertinaje, pues entre los deseos
de la carne y la libertad que nos da el Espíritu que nos guía hay una
contradicción directa, un antagonismo total. Que el hombre tenga que
luchar contra sí mismo y contra sus pasiones para conservar su verdadera
libertad, nada dice contra la libertad que le ha sido dada; también
Cristo tuvo que luchar en sus «tentaciones» (Lc 4,1-12). No se puede ser
libre para hacer al mismo tiempo dos cosas contradictorias, sino que para
ser libre hay que superar la contradicción en uno mismo. La libertad de
Cristo es hacer siempre la voluntad del Padre, y seguir a Jesús en esto
nos «hace libres» verdaderamente (Jn 8,31-32). La libertad a la que
Cristo nos llama es su propia libertad, a través de la cual participamos
en la libertad intradivina, trinitaria, absoluta.
(Aporte de HANS URS von
BALTHASAR, LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C,
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 266 ss.)
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C,
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 266 ss.)
MEDITACIÓN.
«Decidió
irrevocablemente»
Hay una cita poco
conocida de Napoleón que dice así: «Alejandro Magno, César Augusto y yo
fundamos grandes imperios por medio de la fuerza y, después de nuestra
muerte, no tenemos ningún amigo. Cristo fundó su Reino sobre el amor y,
aun hoy en día, millones de hombres irían por él voluntariamente a la
muerte».
Es un hecho
indiscutible: los grandes hombres de la historia pueden ser admirados,
sus libros siguen siendo leídos, sus ideas permanecen... Desde Homero a
Cervantes, de Cicerón a Goethe, se puede decir que su obra se mantiene
viva, que siguen corriendo ríos de tinta sobre ellos. Pero ni de los
grandes políticos, ni de los más profundos escritores se puede decir que
«millones de hombres irían voluntariamente a la muerte por ellos».
Las exigencias de Jesús
en el evangelio de hoy son extremadamente radicales, nos parecen incluso
inhumanas. Se puede comprender que el que sigue a Jesús deba participar
del mismo tenor de vida que el maestro y que no tenga dónde reclinar la cabeza.
Pero cuesta trabajo aceptar que el seguimiento de Jesús tenga que ser tan
urgente e instantáneo, que no quede tiempo para despedirse de la familia
o para enterrar al propio padre. Nos parece más humano el profeta Elías
cuando, después de llamar a Eliseo, le permite despedirse de los suyos y
hasta dar una comida de despedida: «Ve y vuelve, ¿quién te lo impide?».
Hasta este momento la
actividad pública de Jesús había discurrido fundamentalmente en su propia
región de Galilea. Y ahora se subraya un arranque nuevo: «Cuando se iba
cumpliendo el tiempo de ser llevado al cielo». Casi exactamente la misma
expresión la repite Lucas en otros dos momentos importantes de sus
relatos: también se le cumplió el tiempo a María y dio a luz a su hijo
Jesús, y esa expresión aparece inmediatamente antes del relato de
pentecostés. Lucas subraya que es en ese momento cuando Jesús «decidió
irrevocablemente ir a Jerusalén», como traduce la Nueva Biblia española.
Desde este momento, el
evangelio de Lucas está escrito como una subida a Jerusalén, que es el
hilo rector de los capítulos siguientes y una especie de estribillo que
va apareciendo una y otra vez, como un recordatorio. A partir de ahora,
el evangelio de Lucas se distancia del de Marcos y utiliza sus propias
fuentes.
La segunda lectura de la
liturgia suele ser un fragmento de alguna carta de Pablo, que no tiene
conexiones con el evangelio y la primera lectura, que sí suelen estar
coordinados. Los predicadores solemos prescindir de ella o, a lo más,
entresacamos alguna frase suelta que pegamos, con más o menos
artificiosidad, al mensaje central de las otras dos lecturas. Hoy hemos
escuchado un fragmento de la Carta a los gálatas, que ha sido calificada como
la carta de la libertad cristiana, en que Pablo, polemizando duramente
con los judaizantes, propone la libertad del cristiano en contra de la
ley judía y la práctica de la circuncisión.
En la actualidad podemos
hacer una relectura del espléndido texto de hoy, entendiéndolo como un
resumen de la vida de Cristo. Podemos decir de Jesús de Nazaret que vivió en
la libertad y que se mantuvo en ella sin dejarse someter al yugo de la
esclavitud de la ley farisea. Afirmar también que la vocación de Cristo
fue una vocación a la libertad; no para una libertad que sirva de escudo
y subterfugio a sutiles egoísmos, sino que, al contrario, se hizo como un
esclavo de los hombres por el amor.
Jesús anduvo según el
Espíritu y no sometido a los deseos de la carne; el propio Lucas
subrayará que Jesús se dejó guiar por el Espíritu en los momentos decisivos de
su vida y no estuvo bajo el dominio de la ley. En pocas palabras, es
justo afirmar que Jesús realizó en su vida esa carta de la libertad
cristiana que Pablo propone a los cristianos de Galacia. Como afirma J. R.
Busto, hay que «caer en la cuenta de que la muerte de Jesús se la buscó
él mismo». Evidentemente Jesús pudo haberse librado de la muerte no
iniciando esa subida a Jerusalén o abandonando la ciudad santa cuando
experimentó que se estrechaba a su alrededor el círculo de los que querían
llevarle a la muerte. Pero el mesías tenía que manifestarse en Jerusalén.
Lo había ya dicho el mismo Jesús: «No cabe que un profeta muera fuera de
Jerusalén» (Lc 13,33). Así lo entiende Tomás, a propósito de la
enfermedad de Lázaro: «Vayamos a Jerusalén y muramos con él». ¿Por qué,
entonces, se busca Jesús la muerte? Porque su relación de fidelidad con
el Padre le obliga a ello.
Jesús asumió la muerte
que estaba implicada en su predicación sobre Dios. Decir que Dios es amor
incondicionado es peligroso, y actuar en consecuencia mucho más peligroso
todavía. Jesús lo sabe y no lo calla. Más todavía, lo demuestra con su vida.
Y Jesús actúa con total
libertad, con esa libertad de los grandes hombres que no vuelven la cara
cuando hay que ser consecuentes con las verdades en las que han creído y
han convertido en programa de su vida. Fue el amor y la fidelidad de
Jesús hacia su Padre lo que le hizo subir a Jerusalén, allí donde tenía
que manifestarse el mesías, el esperado, para dar testimonio de ese Dios
que ama incondicionadamente a todos los hombres.
Y así lo anuncia, aunque
esto rompiese los esquemas religiosos fariseos que entendían la relación
con Dios como un contrato comercial en que compramos a Dios con nuestras
obras, esas obras de la ley que tanto criticará Pablo. Fue el amor y la
fidelidad de Jesús hacia los hombres lo que se convirtió para Jesús en
«la ley entera», ya que esta se resume en el «amarás a tu prójimo como a
ti mismo». Por eso Jesús decide irrevocablemente subir a Jerusalén, por
su amor a los hombres, a los que tenía que manifestar la nueva religión y
la nueva ley.
Así se explica la dureza
de las exigencias de Jesús en la propuesta de su seguimiento. Jesús no ha
venido a abolir el cuarto mandamiento; no rechaza ese mandamiento tan
importante en la religiosidad judía de enterrar a los seres queridos muertos.
Desde el espíritu de Jesús sigue siendo válida también la frase del
profeta Elías sobre la despedida de los familiares: «Ve y vuelve, ¿quién
te lo impide?». Desde el espíritu de Jesús, que fue sensible a la amistad
y se conmovió ante la muerte de su amigo Lázaro, tienen un gran sentido
esas comidas en las que los hombres nos decimos adiós unos a otros. Pero,
también desde el espíritu de Jesús, hay situaciones en que su seguimiento nos
impide enterrar a nuestros muertos queridos o coger el arado con las
manos y echar la vista atrás.
Es lo que supo percibir
el mismo Napoleón: «Cristo fundó su Reino sobre el amor y, aun hoy en
día, millones de hombres irían por él voluntariamente a la muerte». Cristo no
fundó un reino sobre la dureza y la inhumanidad, sino sobre el amor. Pero
este tiene a veces exigencias que rompen el alma y que es necesario
asumir.
Es lo que hicieron los
jesuitas de El Salvador. Ignacio Ellacuría decía a una persona querida,
una semana antes de su muerte, que era probable que no volviesen a verse. Y,
sin embargo, no se quedó en España. Como decía el mismo J. R. Busto, él y
sus compañeros sabían también que se estaban buscando la muerte e
hicieron también su propia subida a Jerusalén. Como también saben que se
están buscando la muerte tantos cristianos que viven hoy en puestos de
avanzada (pensemos en los que corren el peligro de ser asesinados por
Sendero Luminoso en Perú) y, sin embargo, siguen firmes en sus puestos. Los que
vivimos en situaciones más tranquilas, ¿no tenemos que preguntarnos
también hoy por nuestra coherencia en el seguimiento de aquello en lo que
creemos, aunque nos cueste dificultades, tensiones, luchas? Porque el
seguimiento de Jesús, en lo que constituye el ser cristianos, no es un
camino fácil.
(Aporte de JAVIER GAFO, DIOS
A LA VISTA, Homilías ciclo C,
Madrid 1994.Pág. 253 ss.)
Madrid 1994.Pág. 253 ss.)
Para la reflexión personal y grupal:
¿Vamos, como cristianos, por el camino correcto?
¿Tenemos las actitudes requeridas para la realización del
reino?
ORACIÓN-MEDITACIÓN.
HACERSE CRISTIANO.
Sígueme.
Ser cristiano no es
tener fe sino irse haciendo creyente. Con frecuencia, entendemos la vida
cristiana de una manera muy estática y no la vivimos como un proceso de
crecimiento y seguimiento constante a Jesús.
Sin embargo, en
realidad, se es cristiano cuando se está caminando tras las huellas del
Maestro. Por eso, quizás deberíamos decir que somos cristianos, pero, sobre
todo, nos vamos haciendo cristianos en la medida en que nos atrevemos a seguir
a Jesús.
Para no pocos, la vida
cristiana se reduce más o menos a vivir una moral muy general que consiste
sencillamente en «hacer el bien y evitar el mal». Eso es todo. No han entendido
que el seguimiento a Jesús es algo mucho más profundo y vivo, y de exigencias
más concretas. Se trata de irnos abriendo dócilmente al Espíritu de Jesús para
vivir como él vivió y pasar por donde él pasó.
Por eso, el cristiano no
sólo evita el mal, sino que lucha contra el mal y la injusticia como lo hizo
Jesús, para eliminarlos y suprimirlos de entre los hombres. No sólo hace el
bien, sino que lucha por un mundo mejor, adoptando la postura concreta de Jesús
y tomando sus mismas opciones.
No basta buscar la
voluntad de Dios de cualquier manera sino buscarla siguiendo muy de cerca las
huellas de Jesús. Como ha dicho P. Miranda, «la cuestión no está en si alguien
busca a Dios o no, sino en si lo busca donde él mismo dijo que estaba».
A veces pensamos que es
difícil saber cuál es la voluntad de Dios en nuestra vida. Y sin embargo,
sabemos muy bien cuál es el estilo de vida sencillo, austero, fraterno, cercano
a los pobres, que debemos reproducir día a día siguiendo a Jesús.
Hay cosas que son muy
claras si nos ponemos a seguir a Jesús. «La voluntad de Dios no es un misterio
por lo menos en cuanto atañe al hermano y se trata del amor» (E. Kasemann).
Ciertamente es
arriesgado y exigente seguir a Jesús. No se puede servir a Dios y al dinero, no
se puede echar mano al arado y volver la vista atrás, puede uno quedarse sin
apoyo alguno donde reclinar su cabeza.
Pero es lo único que
puede infundir verdadera alegría a nuestra vida. Cuando el creyente se esfuerza
por seguir a Jesús día a día, va experimentando de manera creciente que sin ese
"seguir a Jesús", su vida sería menos vida, más inerte, más vacía y
más sin sentido.
(Aporte de JOSE ANTONIO
PAGOLA, BUENAS NOTICIAS,
NAVARRA 1985.Pág. 323 s.)
NAVARRA 1985.Pág. 323 s.)
Oración final:
“Dios
Padre nuestro, tu Hijo Jesús, decidió subir resueltamente a Jerusalén, sin
importarle todo lo que aquel camino le iba a acarrear de sufrimiento y de
cruz; ayúdanos, a los que queremos ser seguidores radicales suyos, a
tomar también resueltamente la opción de dar nuestra vida día a día en el
servicio a la causa que él con su entrega nos mostró. Por el mismo Jesucristo,
nuestro Señor”. Amén.
Hno. Javier.
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