Domingo 11 de
agosto de 2019.
Sabiduría 18,5-9; Hebreos 11,1-2.8-19; San Lucas
12,32-48.
Oración inicial:
“Haz, Señor, que en
lugar de maldecir las tinieblas estemos prestos a encender nuestras lámparas
para iluminar el mundo”. Amén.
LECTURA.
Leemos
los siguientes textos: Sabiduría 18,5-9; Hebreos 11,1-2.8-19; San
Lucas 12,32-48.
Claves de lectura:
Todos los textos de esta
celebración nos exigen vivir en tensión, en movimiento (éxodo), desinstalados,
en estado de peregrinación; en una palabra: vivir en vela, en vela en razón de
la fe, en razón de la promesa de Dios, en razón de las cuentas que habremos de
rendir pronto.
1. «La fe es seguridad
de lo que se espera». (2°Lectura)
La segunda lectura llama
a esta existencia desinstalada simplemente «fe». La fe se apoya en una palabra
recibida de Dios que anuncia una realidad invisible y futura. Esto se muestra
en la existencia de Israel, que comienza con el éxodo de Abrahán y se continúa
a través de los siglos; esta fe puede ser sometida a duras pruebas, como cuando
se exige a Abrahán que sacrifique a su hijo, como demuestra también el hecho de
que todos los representantes de la Antigua Alianza «murieron sin haber recibido
la tierra prometida». Estos aprendieron casi más drásticamente que los
cristianos lo que significa vivir «como huéspedes y peregrinos en la tierra», y
buscar una patria que está más allá de toda su existencia perecedera. Porque en
el destino de Jesús y en la recepción del Espíritu Santo los cristianos no
solamente «han visto y saludado de lejos» la patria celeste, sino que, como
dice Juan, «han oído, visto y palpado la Palabra que es la vida eterna», y
según Pablo han recibido el Espíritu Santo como arras, como prenda o garantía
de lo que esperan, por lo que pueden y deben ir al encuentro del cumplimiento
de la promesa con mayor seguridad, y por ello también con mayor
responsabilidad.
2. «La noche de la
liberación se les anunció de antemano». (1°Lectura)
La primera lectura muestra
que ya en la Antigua Alianza la fe no estaba desprovista de toda garantía: hubo
anuncios que se cumplieron, como el de la noche de la comida pascual o la
promesa de Dios al rey David, como la predicción de los profetas sobre el
exilio y su duración. Todo hombre atento recibe tales signos: Dios le muestra
así que está en el buen camino; si exige de él la fe, Dios no le deja en la
incertidumbre, aunque a veces sea sometido a una dura prueba como Abrahán o
algunos profetas, pues en último término su fe no puede apoyarse sobre signos y
milagros, sino sobre la fidelidad de Dios, que mantiene su palabra de un modo
inquebrantable.
3. «Al que mucho se le
dio, mucho se le exigirá». (Evangelio)
En el evangelio aparecen
múltiples variantes de la exigencia dirigida a los cristianos de vivir siempre
preparados, en vela. Y esto tanto más cuanto mayores sean los dones y tareas
que Dios les ha dado y encomendado. Las tareas encomendadas por Dios se cumplen
de la mejor manera cuando el criado no pierde de vista que en cualquier momento
puede ser llamado a rendir cuentas; por tanto, cuando cada uno de sus momentos
temporales es inmediatamente vivido y configurado de cara a la eternidad. Si el
cristiano olvida esta inmediatez, olvida también el contenido de su tarea
terrena y de la justicia que ésta implica («empieza a pegarles a los mozos y a
las muchachas»); ahora queda claro que el cristiano no practicará esta
justicia, si no es capaz de mirar más allá del mundo para poner sus ojos en las
exigencias de la justicia eterna, que no es una mera «idea», sino el Señor
viviente cuya aparición espera toda la historia del mundo.
(Aporte de HANS URS von
BALTHASAR, LUZ DE LA PALABRA,
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C,
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 275 ss.)
MEDITACIÓN.
Velen y estén preparados.
Después de haber
instruido a los discípulos en el correcto uso de las cosas –en el Evangelio del
domingo pasado-, en el pasaje evangélico del próximo domingo Jesús les exhorta
sobre el correcto uso del tiempo. Estamos ante una serie de imágenes y
parábolas con las que Jesús exhorta a la vigilancia en la espera de su retorno.
La cintura ceñida es señal de quien está preparado para emprender viaje, como
los judíos durante la celebración de la Pascua en Egipto (v. Ex 12, 11), y es
también la disposición al trabajo. La lámpara encendida indica a quien se
prepara para pasar la noche velando en espera de alguien. Jesús ilustra la
necesidad de la vigilancia con otra imagen más, la del ladrón de noche.
Desearía proseguir en la línea de Jesús y añadir también yo una imagen y una
parábola. Se trata del Himno de la perla que se remonta a la literatura de
Oriente Medio del siglo I o II d.C. y que se nos ha transmitido por el apócrifo
Hechos de Tomás . Trata de un joven príncipe enviado por su padre de Oriente
(Mesopotamia) a Egipto para recuperar una determinada perla que ha caído en
manos de un cruel dragón que la custodia en su cueva. Llegado al lugar, el
joven se deja descaminar; se sacia de un alimento se le habían preparado con
engaño los habitantes del sitio y que le hace caer en un profundo e inacabable
sueño. El padre, alarmado por el prolongamiento de la espera y por el silencio,
envía, como mensajera, un águila que lleva una carta escrita de su puño y
letra. Cuando el águila sobrevuela al joven, la carta del padre se transforma
en un grito que dice: «¡Despiértate, acuérdate de quién eres, recuerda qué has
ido a hacer a Egipto y adónde debes regresar!». El príncipe se despierta,
recupera el conocimiento, lucha y vence al dragón y, con la perla
reconquistada, vuelve al reino donde se ha preparado para él un gran banquete.
El significado religioso
de la parábola es transparente. El joven príncipe es el hombre enviado de
Oriente a Egipto, esto es, por Dios al mundo; la perla preciosa es su alma
inmortal prisionera del pecado y de satanás. Él se deja engañar por los
placeres del mundo y se hunde en un tipo de letargo, o sea, en el olvido de sí,
de Dios, de su destino eterno, de todo. Le despierta, en este caos, no el beso
de un príncipe o de una princesa, sino el grito de un mensajero celestial. Para
los cristianos este mensajero enviado por el Padre es Cristo, que grita al
hombre, como hace en el Evangelio de hoy, que se despierte, que esté alerta,
que recuerde para qué está en el mundo. El grito del Himno de la perla se
encuentra casi tal cual en la carta a los Efesios: «Despiértate tú que duermes,
y levántate de entre los muertos, y te iluminará Cristo» (Ef 5, 14).
La exhortación: «¡Estén
preparados!» no es una invitación a pensar en cada momento en la muerte, a
pasar la vida como quien está en la puerta de casa con la maleta en la mano
esperando el autobús. Significa más bien «estar en regla». Para el propietario
de un restaurante o para un comerciante estar preparado no quiere decir vivir y
trabajar en permanente estado de ansiedad, como si de un momento a otro pudiera
haber una inspección. Significa no tener necesidad de preocuparse del tema
porque normalmente se tienen los registros en regla y no se practican por
principio fraudes alimentarios. Lo mismo en el plano espiritual. Estar
preparados significa vivir de manera que no hay que preocuparse por la muerte.
Se cuenta que a la pregunta: «¿Qué harías si supieras que dentro de poco vas a
morir?», dirigida a quemarropa a San Luis Gonzaga mientras jugaba con sus
compañeros, el santo respondió: «¡Seguiría jugando!». La receta para disfrutar
de la misma tranquilidad es vivir en gracia de Dios, sin pendencias graves con
Dios o con los hermanos.
(Comentario del Padre
Raniero Cantalamessa, ofm cap., ROMA,
viernes 10 agosto 2007,
ZENIT.org)
Para la reflexión
personal y grupal:
¿En qué o en quién tenemos puesta nuestra confianza?
¿Nos sentimos verdaderamente responsables de lo que hacemos?
ORACIÓN –
CONTEMPLACIÓN.
¿DONDE PONER EL CORAZÓN?
Un tesoro inagotable en
el cielo...
El hombre actual está
perdiendo su fe ingenua en las posibilidades ilimitadas del desarrollo
tecnológico. Aumenta cada vez más el número de los que toman conciencia de que
el mismo poder que permite al hombre crear nuevos estilos de vida, lleva
consigo un potencial de autodestrucción y degradación.
Y por si fuera poco, la
grave crisis económica que estamos sufriendo ha terminado de desconcertar a los
más optimistas.
No es extraño, entonces,
que crezca el escepticismo, la falta de fe en las ideologías, la desconfianza
en los grandes sistemas. Al hombre actual se le hace difícil creer en algo que
sea válido y verdadero para siempre. No sabe ya dónde «poner su corazón». Son
muchos los que viven «a la deriva» sin esperanza ni desesperación. Víctimas
pasivas e indiferentes de un mundo que les resulta cada vez más dislocado.
Entonces, la vida se
vacía de sentido. El hombre pierde la fuente de su propia creatividad. No sabe
para qué trabajar. El vivir se reduce a una cadena de sucesos, situaciones e
incidentes, sin que nada realmente vivo le dé sentido y continuidad.
En medio de este
«comportamiento errático» lo importante parece ser disfrutar de cada fragmento
de tiempo y buscar la respuesta más satisfactoria en cada situación fugaz. R.
Lifton, considera que el problema central del hombre contemporáneo es la
pérdida del sentido de inmortalidad. Esa conciencia de inmortalidad «que
representa un estímulo irresistible y universal a conservar un sentido interior
de continuidad, más allá del tiempo y del espacio».
Y, sin embargo, el
hombre de hoy, como el de siempre, necesita poner su corazón en un «tesoro que
no pueda ser arrebatado por los ladrones, no roído por la polilla». ¿Cómo
encontrarlo?
Desde la fe cristiana,
no existe otro camino sino el de penetrar hasta el centro mismo de nuestra
existencia, no evitar el encuentro con el Invisible, sino abrir nuestro corazón
al misterio de Dios que da sentido y vida a todo nuestro ser.
Esto que a muchos puede
parecer, desde fuera, algo perfectamente estúpido e iluso, es para el creyente
fuente de liberación gozosa que le enraíza en lo fundamental, central y
definitivo.
A veces, una palabra
hostil basta para sentirnos tristes y solos. Es suficiente un gesto de rechazo
o un fracaso para hundirnos en una depresión destructiva. ¿No tendremos que
preguntarnos dónde tenemos puesto nuestro corazón?
(Aporte de JOSE ANTONIO
PAGOLA, BUENAS NOTICIAS,
NAVARRA 1985.Pág. 335 s.)
Oración final:
“Dios
Padre Nuestro, danos un corazón grande y potente, capaz de ver con claridad
que, más allá de las apetencias y tentaciones de la vida, los valores
verdaderos son los valores de tu Reino, y que dar la vida por ellos es lo que
más puede alegrar y pacificar nuestro corazón, tal como nos enseñó Jesús tu
Hijo Amado”. Amén.
Hno. Javier.