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28 sept 2013

ACTIVIDADES PARA LC 16, 19-32-CAMBIANDO LUGARES


Tema: El hombre rico y Lázaro. Propio del domingo 26 Año C.

Objeto: Fotos de estrellas de cine y de un atleta famoso, un paquete de billetes de a dólar, un letrero que diga: "Hambriento, trabajaré por dinero".

Escritura
: "Había un hombre rico que se vestía lujosamente y daba espléndidos banquetes todos los días. A la puerta de su casa se tendía un mendigo llamado Lázaro, que estaba cubierto de llagas y que hubiera querido llenarse el estómago con lo que caía de la mesa del rico. Hasta los perros se acercaban y le lamían las llagas." (Lucas 16,19-21 )

¿Has deseado alguna vez cambiar de lugar con otra persona? Si tú pudieras cambiar de lugar con alguien, lo harías con :

* un actor o una estrella de cine?

* un atleta famoso?

* alguien que tenga mucho dinero?

* un pordiosero que pide al lado de la carretera?

"Espera un minuto," posiblemente estás pensando. "¿Quién desearía cambiar de lugar con un pordiosero que pide por las calles?" Bueno, tal vez no sea lo que una persona desearía, pero eso es exactamente lo que una persona hubiera deseado en la historia bíblica de hoy. Es la historia del hombre rico y Lázaro.

Había una vez un hombre rico, vestido con ropa de última moda. Vivía en una casa preciosa y comía de la mejor comida. Un hombre muy pobre llamado Lázaro, cubierto de llagas, se había puesto a la puerta del hombre rico. Todo lo que deseaba era comer de las sobras de la mesa del hombre rico. Los perros que pasaban por el lado de este hombre se paraban y lamían sus llagas. ¿Crees que el hombre rico alguna vez le ofreció compartir la comida de su mesa? ¿Alguna vez le ofrecería a Lazaro uno de sus trajes aunque fuera de la moda del año anterior? ¡De ninguna manera! El hombre rico pasaba por el lado de Lázaro como si éste no estuviera allí.

Al tiempo Lázaro murió y fue llevado por ángeles al cielo para estar con Abraham. Allí pudo gozar de todas las cosas confortables que nunca pudo gozar mientras estuvo en la tierra. Estaba más contento de lo que puedes imaginarte. El hombre rico también murió y fue enterrado. Bueno, el lugar al cual el hombre rico fue está bien caliente. ¡Estoy seguro que puedes adivinar a donde fue! Se sentía miserable. El hombre rico miró hacia el cielo y vió a Abraham con Lázaro de pié y a su lado. El hombre rico gritó: "Padre Abraham, envía a Lázaro acá y deja que de su dedo caiga agua para refrescar mi lengua." Abraham contestó: "No olvides que cuando estabas viviendo tú tenías todas las buenas cosas y Lázaro no. Ahora él está siendo bien cuidado y tú estás sufriendo mucho. Además hay un abismo entre nosotros y ninguno puede cruzar al otro lado".

A pesar de que Lázaro no había tenido mucho cuando estuvo en la tierra, él confió que Dios lo cuidaría. Eso fue exactamente lo que Dios hizo. Envió a sus ángeles para que llevaron a Lázaro al cielo. El hombre rico, sin embargo, nunca necesitó de persona alguna. Definitivamente no necesitó a Dios. Tenía todo lo que necesitaba. Por lo menos, eso era lo que él creyó.

En esta historia del hombre rico y hay una lección muy importante que aprender. Tú y yo escogemos en quien confiaremos. Podemos confiar en Dios o en nosotros mismos. Si ponemos nuestra confianza en lo equivocado, nos encontraremos toda la eternidad deseando el cambiar de lugar.

Padre, confiamos en tu amor infalible; nuestros corazones se regocijan en tu salvación. En el nombre de Jesús oramos. Amén.

 

"Cambiando lugares" Escritura: Lucas 16,19-31.

 

MÓVIL CELESTIAL: Use cartulina azul, lana azul y, si posible, un gancho de ropa azul. Haga círculos en la cartulina y deje que los niños peguen bolitas de algodón para recordarle a los niños el lugar al que fue Lázaro (el cielo). Puede poner en círculos adicionales figuras de ángeles, la figura de Abraham, la de Lázaro, palabras como CIELO, ÁNGELES, etc. Para que se vean más bonitos, decore ambos lados de los círculos. Cuelgue los círculos del gancho utilizando la lana. Póngalos a diferentes niveles para hacerlos interesantes.

 

PERSONAS DE PALITOS DE MANUALIDADES: Use tela o fieltro violeta para representar al hombre rico y tela de saco o fieltro marrón para Lázaro. Use una bolita de espuma de polietileno para la cabeza y adórnela. Deje que los niños repitan la historia usando sus títeres de palitos.

 

RELEVO DE VESTIMENTAS EN BOLSAS: Llene una bolsa de papel (o caja) con ropa elegante y otra con ropa rota y lista para desechar. Deje que los niños formen equipos. Haga una carrera para que se vistan como el hombre rico y como Lázaro. Si tiene tiempo, haga que los equipos jueguen nuevamente pero utilizando la ropa contraria. Discuta la lección de hoy. (Asegúrese de que cada bolsa tiene igual número de ropas e igual número de cosas similares a las cuales cada personaje utilizaría en aquel entonces - sandalias buenas y casi para desechar, bolsas de dinero o para el pan, etc.)

 

CAMBIANDO LUGARES: Este juego es similar al de las sillas musicales. La mitad de los niños pueden ser llamados HOMBRE RICO y la otra mitad puede ser llamada LÁZARO. Cuando la música termine, la maestra dirá HOMBRE RICO o LÁZARO y sólo esos podrán cambiar de lugar. Los que no tienen que cambiar se sentarán de inmediato. Para hacerlo divertido, al final del juego la maestra podrá decir los dos para que todos los niños puedan levantarse y cambiar de lugar.

 

DOS CORAZONES: Deje que los niños decoren dos corazones grandes hechos en cartulina y escriban, tracen o peguen un letrero en cada uno: AMOR QUE NO FALLA y MI CORAZÓN SE GOZA EN MI SALVACIÓN. Ponga uno debajo de otro, uniéndolos con lana, y permítale a los niños colgarlos en el salón. Si desea que los niños se lo lleven a sus hogares haga los corazones más pequeños.

 

NUBES CELESTIALES: (Para niños pequeños) Provéale un plato de papel azul, o pídales que coloreen uno con crayola azul claro. Escriba o dele escrito QUIERO ESTAR EN EL CIELO CON JESÚS y dígales que pongan su nombre. Luego dígale que peguen bolitas de algodón en el plato, representando las nubes.

 

CAMBIANDO LUGARES: Designe un área grande para que los niños estén regados por ella. La maestra marcará 3-4 áreas diferentes utilizando letreros, dibujos o utilería que pueda mantenerse erguida. Estas áreas pueden ser "el comedor" (ya sea una mesa con alimentos o retratos de comedores con alimentos); "el cielo" área con tela o cartulina azul con nubes dibujadas, "la perrera " con fotos de diferentes clases de perritos. La maestra explicará que los niños deberán correr a la PERRERA, al COMEDOR o al CIELO según ella les indique. Luego de jugar, se sentarán en un círculo, cerca del área del cielo, y compartirán la historia de hoy.

 

CAMBIANDO LUGARES ARTÍSTICAMENTE: La maestra le proveerá a cada niño papel de construcción o de dibujo (puede ser hasta papel de periódico recortado al tamaño del papel de construcción) para que los niños hagan un dibujo de la historia de hoy. Pídales que escriban su nombre en el papel. Para hacer el dibujo pueden usar marcadores, etiquetas engomadas, tempera, crayolas, formas de polietileno o poliuretano (foam) etc. Los niños tendrán 3-4 minutos para hacer su dibujo. Luego la maestra les pedirá que se muevan un sitio a la derecha para que continúen dibujando en el papel de la otra persona por 2 minutos. Seguirán rotándose hasta que todos hayan decorado el dibujo de los demás. El proceso terminará cuando el artista original llegue a su obra para ver como ha quedado con la ayuda de los demás. Si ha usado témpera, deje secar el dibujo. Si tiene tiempo, hágale un marco para que lo puedan poner como obra de arte en su cuarto. (Para llevar a cabo el proceso más rápidamente, siente a los niños en mesitas de cuatro personas.)

 

CAMBIANDO LUGARES PARA EL VERSÍCULO BÍBLICO: Dígale a los niños que hagan una línea. Pueden estar sentados o parados. Dígales el versículo bíblico a aprender hoy. Luego indíqueles que van a cambiar de lugar ya que irán a la pizarra uno a uno para escribir una palabra del versículo y la cita bíblica. Si tiene tiempo dé una segunda ronda en la cual puedan dibujar algo de la historia en un papel y pegarlo en la pizarra abajo del versículo escrito. Recuérdeles que están cambiando lugares cada vez que uno de ellos van a la pizarra.

MEDITACION para Lc 16,19-31

Cuestra fe se redujera a un conjunto de pensamientos y dichos piadosos o unos ejercicios privados de culto tendría bien poco valor: algo así como papel mojado. Creer en Dios salvador es una actitud que anida en las decisiones y actividades todas de la vida (extraordinarias o cotidianas) que discurre bajo la atenta mirada de aquel que juzga y ama. Por eso, de la misma manera que Amós grita con claridad a su pueblo. "Se acabó la orgía de los disolutos", así la palabra de Jesús sobre Lázaro y el rico se convierte a nuestros oídos en una chispa que prende una inmensa hoguera.

El ejemplo que propone comienza casi como un cuento, para después denunciar públicamente y de manera radical la relación de los hombres entre sí. Jesús no entra, ahí, en cuestiones sociales, como podría parecer a primera vista, ni ofrece doctrina alguna sobre cómo es la vida después de la muerte. Se trata únicamente de presentar a nuestros ojos de manera plástica cómo son o debieran ser las cosas en el aquí y ahora de nuestra vida.

También tenemos que precavernos de un error: quien pretende ver precipitadamente que en el más allá tiene lugar un cambio de roles, de modo que el rico se sitúa debajo del pobre, ése es sospechoso de la clásica ideología según la cual la revolución de la injusticia en este mundo es imposible, puesto que la justicia es un asunto exclusivo del cielo.

Precisamente por este error fue denunciado el cristianismo como adormidera del pueblo. Quien explica así el Evangelio, le da la vuelta como a una manga, pues nada hay más extraño al sentir de Jesús que justificar la injusticia terrena mediante una posterior justicia divina. El Evangelio no conoce orden divino alguno que sancione las necesidades del mundo.

Un tema que una y otra vez aparece en la Biblia es el abismo existente entre los hombres: entre ricos y pobres, entre libres y esclavos, entre los dominadores y los "pobres diablos" de siempre, que jamás alcanzan la cara soleada de la vida. Esto contradice sin más el orden de Dios. Dios, Padre eterno, ha establecido entre sus hijos una familia de semejantes con igualdad de derechos. Al cristiano tiene, pues, que asaltarle el dolor y la indignación a la vista de las distancias y separaciones.

Jesús describe el fin de tales despropósitos. ¿Orden social? No habla de eso, sino de sensibilidad profundamente humana de cara al hermano que vive en la misma Tierra. Eso es lo que describe con drásticas imágenes.

¿Quién es el rico? No se dice su nombre. Es cualquiera. Siempre se trata de aquel cuya vida guarda para sí. El rico es aquel que sólo tiene ojos para atender a lo que sucede con relación a él mismo. La cuestión de sus cuentas bancarias no le produce problemas. Se trata en este tipo de personas que tienen una enfermedad de los ojos (ceguera), la cual se le ha extendido hasta el corazón. De ahí que no pueda soportar que alguien de su especie se le presente a la puerta. Pero esto, naturalmente, tiene fatales consecuencias: "Quien no ama a su hermano, al que ve, ¿cómo puede amar a Dios, al que no ve?(1 Jn 4,20).

El pecado del rico no consiste en ser rico, sino en que tiene a su hermano por demás. Lo mira, pero prescinde de él. En un crítico autoexamen tal vez podríamos descubrirnos muchos de nosotros en ese modelo, en los que no quieren que sus prójimos les molesten o inquieten. Indiferencia frente a las personas es lo más parecido que existe a "lejanía de Dios". Frialdad para con las personas puede ser signo de vaciedad o muerte interna: así es el sepulcro blanqueado.

Y ¿quién es Lázaro? Ahí se presenta el pobre, el desasistido que nos necesita. En cualquier caso, siempre se tata del miserable, de aquel que es tan malo como yo mismo. Cuando se abren nuestros ojos y despierta nuestra sensibilidad, descubrimos ante nuestra puerta más personas de las que creemos: amargados, acobardados, intimidados, empobrecidos. Muchas veces, el asunto que presentan nada tiene que ver con dinero o ayudas materiales (muchas veces sí, y de manera constante), sino con calor humano, acogida y dedicación de tiempo. Sin detenerse a pensar, ocurre con mucha frecuencia que tanto creyentes como increyentes o indiferentes nos excusamos para no atender a una situación: "yo no sabía...", o, como afirmó un escolar en una ocasión (seguramente aprendido de un adulto), "Dios no me lo había encomendado".

¿De verdad que no? Dios nos sale al encuentro mediante formas muy distintas y sorprendentes. Donde no se le puede buscar es entre los ángeles: con demasiada frecuencia, el justificante de nuestra consciente inhibición frente a los demás son argumentos refinadamente razonados, que nos los presentamos a nosotros mismos con todos los visos de afianzarse en la verdad. Porque el otro, por ejemplo, está lleno de defectos que debería corregir..., tiene mala voluntad..., miente... o está así porque quiere ("yo no doy veinte pesos para que ése, con pinta de borracho, se los gaste en vino"). ¿No es cierto que, aun así, Dios se presenta realmente a nuestra puerta? Son los ojos y el corazón los que precisan de una mirada sensible, para que no tropecemos con Dios y creamos que no es más que una piedra en el camino.

(Aporte de EUCARISTÍA 1992/45)

 

19 sept 2013

PAUTAS PARA LECTURA ORANTE DEL EVAGELIO DE LC 16,1-13 DE JOVENES

Algunas preguntas para ayudarte en la lectura atenta…

¿Por qué el amo despide al administrador? ¿Qué hace el administrador al respecto? ¿Por qué el administrador es alabado por el Señor?

Algunas consideraciones para una lectura provechosa…

El capítulo 16 es casi en su totalidad exclusivo de San Lucas, y aborda, como tema principal, los bienes de este mundo. Primero la parábola del administrador infiel (vv. 1-13), luego, los fariseos amantes del dinero (vv. 14-18), y al final lo que puede pasar a los malos administradores (vv. 19-31) con la parábola del rico y el pobre Lázaro. Leemos hoy Lc 16,1-13 que está conformado al menos por dos grandes partes: en la primera, Jesús se dirige a sus discípulos con la parábola del administrador infiel (vv. 1-8); y en la segunda, el mismo Jesús hace alguna aplicaciones prácticas a la luz de la parábola recién contada (vv. 9-13).

La parábola va desde "había una vez un hombre rico" hasta "el Señor alabó al administrador injusto porque había obrado con sagacidad". Pero, cómo Jesús cuenta la historia.

Situación (vv. 1-2): Quizá en sus orígenes la parábola se dirigía a los no convertidos, a los fariseos; y posteriormente, la iglesia primitiva aplicaría la parábola a la comunidad (añadiendo "a los discípulos", v. 1). Es probable que un extranjero rico radicado en Palestina, se hiciera ayudar de un nativo que administrara sus bienes para que sus paisanos le tuvieran confianza en los negocios. Pero tanto el administrador como los inversionistas estarían bajo el yugo de aquel hombre rico.

El administrador fue acusado ante el rico de malgastar su hacienda. No son rumores ni una difamación; si así fuera, el administrador debía haberse defendido, y no lo hizo. Se supone que el amo ha verificado las denuncias, y por eso, le pide cuentas y decide despedirlo. No se precisa más. Los lectores nos quedamos con la duda con respecto a qué o cómo el administrador malgastó la hacienda de su amo. Por cierto, en una situación semejante a la acontecida con el hijo pródigo, que malgastó la fortuna que le había dado su padre.

El administrador piensa y toma decisiones (vv. 3-4): Ante la situación embarazosa que vive, el administrador discierne porque tiene que tomar decisiones con prontitud, no le queda mucho tiempo. Constata para sí mismo que es incapaz de realizar un trabajo físico pesado, y le es psicológicamente imposible pedir limosna. Y pensando en su futuro inmediato ("cuando sea destituido") decide realizar acciones estratégicas, diríamos nosotros hoy, para que como dice él "me reciban en sus casas". Pero, ¿quiénes lo recibirán? Es lo que de inmediato se contará.
El administrador otorga un descuento a los deudores (vv. 5-7): Los orientales gustan de las grandes cifras, es lo que se refleja en la parábola. El administrador condona el 50% al primero y el 20% al segundo, pero se trata de grandes cantidades equivalentes; perdonadas en función de un propósito bien definido: que el administrador sea recibido por estos beneficiados cuando sea destituido de su cargo (cf. v. 4). Rompe con el círculo de la opresión porque ahora se pone del lado de las víctimas, a quienes les aminora la deuda que tienen con el amo.

El administrador no le está robando nada a su amo; sólo está renunciando a lo que sería su ganancia, quizá excesiva. Aquí no se evalúa la moralidad de su actuación, por el despilfarro de que lo acusaron o por sus ganancias excesivas, a las que ahora renuncia; sino que se pone de ejemplo de actuación rápida, efectiva y astuta ante una situación de crisis. El administrador ha sabido en el presente sacar ventaja para su futuro.

La alabanza al administrador y aplicaciones para la vida de la comunidad (vv. 8b-13)

El amo de la parábola, y no Jesús como algunos sugieren, es el que reconoce la prudencia del administrador, que se muestra audaz en su rápida y decidida acción. Jesús retoma la alabanza del administrador para ejemplificar cómo los discípulos deben ser astutos, procurando con el dinero injusto ganarse amigos "que los reciban en las moradas eternas". Lo verdaderamente valioso son las personas y sus relaciones caritativas, justas y amorosas.

Los discípulos son probados en la administración de los bienes terrenos, y si son fieles, serán aptos para administrar los bienes futuros (escatológicos – definitivos). La sagacidad cristiana a la que estamos invitados consiste en ocupar el dinero para practicar caridad y de esa manera, ganarnos el cielo. Los discípulos han de ser como el administrador de la parábola en los asuntos del Reino de Dios: prontos y astutos para tomar decisiones que los encaminen hacia las moradas eternas, a la plenitud de la vida.

Al final, una sentencia de Jesús: "No pueden servir a Dios y al dinero". Resulta interesante la etimología de las cosas que dan seguridad; es decir, el dinero, de cara a la expresión "amén", con la que está emparentada, pero que se refiere a la seguridad que viene de la confianza en Dios. Así, los discípulos deben decidirse: o confían en su dinero o confían en Dios. No hay manera de hacerse a un lado. Jesús desafía a los discípulos a que se decidan, o sirven al dinero o le dan su "amén" al único Dios – Padre de todos.

 
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17 sept 2013

MEDITACION PARA DOMINGO 25

Nexo entre las lecturas 

En el fondo de los textos litúrgicos se plantea la pregunta sobre dónde está la verdadera riqueza. No puede coincidir con la ambición y la avaricia en perjuicio de los más pobres y necesitados, nos responde la primera lectura. Tampoco reside en la habilidad para hacerse "amigos" con las riquezas de otros. La verdadera riqueza es la riqueza de la fe, que poseen los hijos de la luz (Evangelio). Esta manera de ver las cosas no nos resulta natural, sino que la conseguimos sólo en el ámbito de la oración (Segunda lectura).


Mensaje doctrinal

1. ¿Qué pasa con los hijos de la luz?. La expresión "hijos de la luz" parece referirse a los primeros cristianos, que habían sido iluminados por Cristo resucitado y glorioso mediante el bautismo. A esa expresión se contrapone la de "hijos de este mundo", con la que se quiere señalar a todos aquellos cuya vida está regida por una mentalidad mundana, "económica", más que religiosa. La sentencia evangélica impresiona fuertemente y hasta nos pone la carne de gallina: "Los hijos de este mundo son más sagaces, más hábiles con su propia gente que los hijos de la luz". ¿Por qué este fenómeno que no es únicamente de un ayer lejano, sino que tiene visos de ser de una tremenda actualidad? ¿Qué es lo que pasa con los hijos de la luz? Los hijos de este mundo saben hacer uso extraordinario de sus habilidades y de su ambición para manipular injustamente las balanzas y para engañar manifiestamente a los pobres, para incluso reducir a otros hombres a esclavitud por falta de solvencia económica (Primera lectura). Los hijos de este mundo, en circunstancias adversas, ponen inmediatamente en juego todas sus capacidades para salir de la situación en forma ventajosa (Evangelio). A los hijos de la luz Jesús les recrimina que no tengan la sana ambición de recurrir a todos los medios lícitos para difundir la luz de la fe; que no pongan todas sus capacidades para inventar modos de vencer las adversidades, de superar los obstáculos, y sobre todo de llevar la luz a otros muchos hombres. El Dios Jesucristo y el "dios dinero" no pueden dividirse el dominio. El Dios Jesucristo tiene todo el derecho de prevalecer sobre el "dios dinero", que al fin y al cabo no es más que un ídolo. La misión de hacer prevalecer al verdadero Dios, al Supremo Bien y Riqueza del hombre, sobre el ídolo de la riqueza, es propia de los hijos de la luz. Si en la sociedad el ídolo del dinero y del consumismo tiene cada vez más adoradores, ¿no hemos de preguntarnos sobre qué está pasando con los hijos de la luz?

2. La oración, lugar de la verdadera autocomprensión. La luz y la fuerza para trabajar por la Verdadera Riqueza del hombre se le ofrece al cristiano de la mano de la oración. El cristiano ora por todos, por los reyes y por los que detentan el poder. El hecho mismo de orar por todos implica subordinarlos al poder del Dios vivo, a la Riqueza que no se destruye ni se acaba. En la oración comprendemos que Dios juzgará la prepotencia del rico, cuyos abusos gritan justicia al Dios del cielo (Primera lectura). En la oración es más fácil entender que la riqueza del hombre consiste en la riqueza de su fe. Es efectivamente en el horno de la oración donde se cuece diariamente el pan de la fe y de la solidaridad fraterna. El orador que alza al cielo manos puras, sin ira y sin rivalidades, descubre la riqueza de la salvación y de la gracia, que Jesucristo Mediador nos regala, relativizando con mayor facilidad cualquier otra riqueza de este mundo. Es iluminado para entender que todos los bienes terrenos vienen de Dios, que el hombre es únicamente su administrador, y que debe administrarlos bien. ¿Podrá acaso el hombre orador, dador de toda riqueza, estafar a Dios, mostrarse prepotente con los que carecen de bienes y riquezas? En la escuela de la oración llegamos a percatarnos de que las riquezas y bienes mundanos son sólo un medio para poder servir mejor a los demás; un medio para que, cuando dejemos la administración de este mundo y nos presentemos ante el juicio de Dios, seamos bien acogidos en las moradas eternas.


Sugerencias pastorales

1. La seducción del dios dinero. En una sociedad, en gran parte consumista y materialista, como lo es la nuestra, el dios dinero intenta encandilar incluso a los mejores cristianos. Si vamos hasta el fondo de las cosas, ¿no es el culto al dios dinero la causa principal de la persistencia en la producción de la droga?, ¿no es el culto al dólar el motor más determinante de la producción y venta de armamentos a países que deberían utilizar esos fondos para la creación de infraestructuras, y para el desarrollo social y cultural de la población?, ¿acaso no es el dios dinero el incentivo más poderoso de algunas de las guerras étnicas en varios países de África?, ¿cómo explicar la corrupción en no pocos gobernantes, sino porque han levantado un altar a este dios insaciable? El dinero seduce, obceca, provoca divisiones fratricidas, despierta instintos de ambición, hace sucumbir hasta los principios más sacrosantos y nobles, endurece el corazón, deshumaniza y hasta hace olvidarse de Dios. Como creyentes hemos de tener ante nuestros ojos esta realidad y esta tentación, no fácil de vencer. Con espíritu vigilante y con la asiduidad en la oración, hemos de ejercitarnos en relativizar el dinero, en ponerlo en el lugar que le corresponde en los planes de Dios, en servirnos de él como medio para vivir dignamente, para hacer el bien a los necesitados, para ponerlo al servicio de la fe y del Reino de Cristo. No tengamos miedo a esta seducción. Plantémosle cara. Vivamos nuestra vida diaria procurando valorar más y más la riqueza de la fe, la Riqueza que es Dios. ¿Por qué no contrarrestamos la seducción del dinero con la seducción de Dios? ¿O es que Dios es tan solo un objeto de fe que ya no nos seduce? El Dios vivo y personal es el mejor antídoto contra todos los ídolos que puedan llamar a la puerta de nuestro corazón.

2. Oración por los ricos. La fe es una riqueza que Dios otorga a todos. La Iglesia es una comunidad creyente, en la que hay espacio para todos. Es verdad que hay en la Iglesia una cierta preferencia por los pobres, y está más que justificada. Pero la Iglesia es de todos y para todos. Por eso os invito a hacer una oración por los ricos.

Dios omnipotente y eterno, mira a tus hijos los ricos con corazón de Padre, infúndeles un espíritu filial para contigo y un corazón fraterno para con todos los hombres, especialmente para con los más necesitados de ayuda. Dios y Señor del universo, que has destinado los bienes del mundo para beneficio de todos, concede a quienes abundan en riquezas la gracia de servirse de ellas con un corazón libre y desprendido.

Señor Jesucristo, que siendo rico te hiciste pobre, para enriquecernos con tu pobreza, sé para todos los ricos de este mundo un modelo de libertad y de opción por los bienes que no perecen.

Espíritu Santificador, ilumina a los magnates de las finanzas con la luz de la fe indefectible, de la infatigable caridad y de la esperanza que no defrauda, para que sus decisiones en favor de los individuos y de los pueblos estén guiadas por la justicia y la solidaridad. Amén

LUCAS 16,1-13...El administrador deshonesto

 Tema: Honestidad.  Propio...DOMINGO 25 . Año C 

Objeto: Una bolsa para el dinero como la utilizada por los negocios para llevar los depósitos al banco. 

Escritura: "El que es honrado en lo poco, también lo será en lo mucho; y el que no es íntegro en lo poco, tampoco lo será en lo mucho" (Lucas 16:10 I). 

Un día la mamá de Susy la envió a la tienda a comprar una libra de pan. Ella le dio a Susy dos dólares y le dijo que podía quedarse con el cambio. Cuando Susie pagó el pan, la cajera le dio, sin querer, más cambio del que debía. Susy supo de inmediato que era mucho dinero. ¿Qué debía hacer? ¿Debería decirle a la cajera que había cometido un error, o se debía quedar callada? ¿Qué hubieras hecho tú?

Santiago estaba en la fila de la cafetería de la escuela y miró hacia abajo y vió un billete de un dólar en el piso. No había manera de saber quien había perdido el dinero, y nadie habría de saber que él lo había cogido y metido en su bolsillo. ¿Qué debía hacer? ¿Qué harías tú? 

Héctor se encontró una bolsa como esta con $120.00 encima de la máquina de Coca Cola en su escuela. ¡Vaya! ¡Eso sí que es mucho dinero! ¡Piensa en todas las cosas que podrías hacer con $120.00! ¿Qué debió hacer Héctor? ¿Qué harías tú?

Todos los días nos enfrentamos a decisiones que ponen a prueba nuestra honestidad. Puede ser una pequeña cantidad de cambio erróneo, un dólar encontrado en el piso o una cantidad grande de dinero como el que se encontró Héctor en la escuela. La cantidad de dinero no es lo importante, sino hacer lo que es correcto.

Un día Jesús contó una parábola acerca de un hombre rico que acusó a su administrador de gastar su dinero. Él lo llamó y le dijo que le dijera la forma en que había estado manejando su dinero. En realidad, el administrador había estado tomando parte del dinero para sí, robándole a su jefe. 


Como el administrador sabía que iba a ser despedido, se le ocurrió un plan que podía ayudarle a hacer muchos amigos. Llamó a las personas que le debían dinero a su jefe y les pidió que le dijeran cuánto le debían. Cuando le dijeron, el administrador le dijo que pagaran una cantidad menor. Como puedes imaginar, las personas estaban contentas porque sólo tenían que pagar parte de lo que debían. De esta manera el administrador consiguió tener muchos amigos que pudieran ayudarle cuando no tuviera trabajo.

Jesús contó esta historia para demostrar que "El que es honrado en lo poco, también lo será en lo mucho; y el que no es íntegro en lo poco, tampoco lo será en lo mucho". Si tú y yo nos aseguramos de ser honestos en las pequeñas cosas, entonces estaremos seguros de que seremos honestos en las cosas grandes. Si la gente sabe que puede confiar en nosotros en cosas pequeñas, sabrán también que pueden confiar en nosotros en las cosas grandes también. 

Amado Padre, ayúdanos a recordar lo que Jesús nos enseñó sobre la honestidad, y ayúdanos a ser honestos en cada situación, sea grande o pequeña. En el nombre de Jesús oramos. Amén. 

Lucas 16:1-13 

BOLSA DE DINERO: Provéale a los niños un pedazo de fieltro circular para que lo cosan por alrededor con agujas de plástico y lana. Dele lana suficiente a ambos lados (comienzo y final) para que puedan cerrarla con un lacito al halar la lana. Provéales además monedas de juguete para poner en la bolsa mientras los niños cuentan el número de monedas dadas según sean indicadas por la maestra (3-5 monedas). Recuérdele a los niños ser honestos. Puede darle un papelito con el versículo bíblico para ponerlo en la bolsa. 

COLGADOR DE HONESTIDAD PARA LA PUERTA: Dele a los niños un colgador para la puerta para que lo decoren con etiquetas engomadas y escriban, con marcadores permanentes, la palabra HONESTIDAD. Escribirán también el versículo bíblico de hoy en el colgador. 

LLAVERO DE HONESTIDAD: Dele a cada niño un limpiador de pipas o un llaverito barato para colgar "círculos de honestidad" para recordarle a los niños las "llaves de la honestidad". Dele a los niños círculos hechos en cartulina o "llaves de cartulina" para decorarlas y escribir palabras que les recuerde de ser honestos. Por ejemplo pueden escribir: en la escuela, con amigos, con la familia, con los maestros. Hágale un rotito a los círculos o a las llaves y pónganlas en la cadena del llavero.
 

REGUERO DE LAS PALABRAS DE HONESTIDAD: Ponga las letras de palabras utilizadas en la historia como HONESTIDAD, DÓLAR, CONFIANZA, ALTERNATIVAS, AMOR, DINERO, LO CORRECTO, etc. revueltas para que puedan ponerlas en orden. Puede hacerlo en la pizarra o en forma individual, poniendo las letras de cada palabra en un sobre para que ellos lo resuelvan.
 

RELOJ DE LA HONESTIDAD: Haga que los niños dibujen un reloj grande y los número 12, 3, 6 y 9. Escriban en el centro: Lucas 16:10. Haga un círculo alrededor de Lucas 16:10. Divida el reloj en cuatro áreas y dibujen o escriban los momentos, en esas cuatro horas, situaciones en las que hayan sido tentados o tenido la oportunidad de hacer lo correcto. Por ejemplo: 12:00 del mediodia - compartir su almuerzo con otra persona o agradecer a uno de sus maestro por algo; 3:00 pm - ser honesto al hacer sus tareas, haber sido bondadoso con alguien en el autobus o por haber limpiado en su casa cuando llegaron; 6:00 - ayudar en la preparación de los alimentos, poner la mesa o limpiar después de comer; 9:00 - leer la Biblia, orar antes de acostarse, etc.

ACRÓSTICO DE HONESTIDAD: Cada niño dibujará signos de $ (o el símbolo de dinero de su país) alrededor de su papel. Escribirá las letras de HONESTIDAD en el lado izquierdo de su papel y en forma descendente para que puedan hacer el acróstico. Pueden escribir Lucas 16:10 en la parte de abajo de su papel. 

PLATO DE PAPEL DE HONESTIDAD: Dele a cada niño un plato de papel. Pídales que hagan un círculo en el medio con la palabra HONESTIDAD. Divida el plato en diferentes áreas para que escriban sus intenciones de ser honestos durante esta próxima semana (cada una en el espacio dividido). Decoren o coloreen el plato suavemente para que puedan leerse sus intenciones. Indíquele a los niños que deberán ponerlo en la pared de su cuarto para recordarles que Dios desea que sean honestos y confiables y que también les permita hacer buenas acciones diariamente.
 

DOBLANDO EL DÓLAR (o billete de su país): Cada niño se le dará una fotocopia de un billete de su país o dinero de juguete para ver quién puede doblarlo más. Si utiliza dinero real, cuando terminen la actividad pueden donarlo en la ofrenda de la Escuela Dominical o puede regalárselo al niño.
 

MERIENDA: Provéale galletas a los niños. Indíqueles que pueden coger hasta un máximo de tres. Recuérdeles que deben ser honestos al tomar el número de galletas.

 

11 sept 2013

MEDITACION PARA LUCAS 15,1-32-DOMINGO 24, T .O -CICLO C

1. La misericordia.
Posiblemente sean muchos los caminos por los que podemos descubrir a Dios, pero  entre todos ellos uno es mejor que los demás: el de la misericordia. Dios ha colocado en el  centro de su interés al hombre. Se ha volcado de tal manera sobre nosotros que se ha  olvidado de sí mismo. La fe en Dios no es independiente de nuestro proyecto de ser  hombres en el mundo. La revelación de Dios es también revelación del hombre y del  mundo, de forma que el hombre y el mundo somos ininteligibles sin Dios y Dios es  ininteligible sin el hombre y sin el mundo. Cuando los hombres creemos en Dios  vivencialmente, nos reencontramos con nosotros mismos y con toda la creación.
Muchos cristianos piensan que la fe consiste en optar exclusivamente en favor de Dios,  por eso lo único que les interesa es que les hablen de Dios y de las cosas de Dios. Colocan  a Dios en el centro no por entrega o compromiso, sino como una evasión, como un medio  para declinar toda responsabilidad personal en los acontecimientos sociales.
La fe nos empuja a hacernos hombres verdaderos y solidarios con toda la humanidad; no  se conforma con creer en Dios y conocerlo: quiere que en él nos conozcamos a nosotros  mismos y trabajemos por implantar su reino de justicia entre los hombres.
Lucas dedica todo el capítulo 15 de su evangelio a la misericordia divina, y lo hace con  tres parábolas que son una auténtica obra maestra del Nuevo Testamento y de la literatura  cristiana -sobre todo la tercera-. Con ellas responde a las criticas de los "buenos", que  acusaban a Jesús de comer con los "malos". ¿No es la misericordia de Dios más fuerte que  todas las rupturas que protagonizamos los hombres? 
Las parábolas de la oveja y de la moneda perdidas resaltan más la acción y la iniciativa  de Dios, su alegría por el encuentro. La del hijo pródigo es un profundo análisis del proceso  de conversión del hombre y la representación más viva del amor del Padre Dios a los  hombres de toda la revelación cristiana.
2. El riesgo de la libertad 
La parábola del hijo pródigo, la más famosa de los evangelios, es la tercera de la  misericordia que Jesús dedica a los fariseos y a los letrados que murmuraban de él por  comer con publicanos y pecadores.
Es una descripción psicológica y teológica incomparable sobre el corazón del hombre y el  corazón de Dios, sobre la realidad del pecado y de la gracia. Narra de un modo  extraordinario el proceso de conversión del hombre a Dios. Lo describe con gran fuerza y  plasticidad.
Son tres los personajes principales de la parábola: un padre y dos hijos. Un padre que  sólo piensa en sus hijos y unos hijos que sólo piensan en sí mismos. Habla más del hijo  menor que del padre y del hijo mayor, pero lo que más resalta es la figura del padre y la  relación que mantiene con sus dos hijos.
Nos presenta a una típica familia de campo: todos trabajan para la casa, los bienes son  patrimonio familiar, por lo que pretender dividirlos es grave.
El hijo menor reclama la parte de su herencia, tiene pretensiones, se declara incapaz de  vivir en la familia, busca la independencia y la libertad. Quiere hacer su vida. El modo como debían repartirse las herencias entre los hijos estaba legislado: las tierras,  al ser bienes inmuebles, debían recaer en el hermano mayor, que recibía también las dos  terceras partes de los bienes muebles. En la narración el hijo menor pide, por tanto, la  tercera parte de los bienes muebles.
El padre quiere vivir en comunidad con sus hijos, pero respeta su libertad y su proceso de  madurez. Para él lo más importante era la relación con sus hijos, a los que conoce a fondo.  Sabe de sus debilidades, pero también de sus posibilidades. Sabe que tienen que hacerse  hombres en la escuela de la vida y acepta el derroche de sus bienes a cambio de la  madurez del hijo menor. Sabe esperar y callar. Accede ante la petición del menor. Sabe que  su hijo ya no es un niño, que quiere vivir independiente. Y el padre comprende, no sin gran  dolor. Su testimonio de comprensión, silencio y amor será como un imán para el regreso del  hijo que ahora se quiere ir.
No quiere retenerlo por la fuerza. Lo trata como persona adulta y  acepta la decisión que ha tomado, aunque le parezca incorrecta. No dice ni una palabra; su  silencio es fruto de su amor, respetuoso con la decisión del hijo. Acepta el riesgo de la  libertad que pide, porque sabe que sin libertad no hay amor. Por nada del mundo debe  suplantar la decisión del hijo. La verdadera paternidad es discreción, es aceptar el riesgo de  la libertad; nunca se confunde con el paternalismo, que, en su afán de proteger, sofoca el  crecimiento del individuo y lo bloquea en un estado infantil. El padre verdadero sólo puede  ayudar siendo un modelo.
Así ve Jesús a Dios. No impone sus criterios ni mendiga el amor de sus hijos. Nos creó  libres y acepta el riesgo de la libertad sin resentimientos. Es un Dios que cree que el amor  es más fuerte que todo lo demás y que es lo único que puede transformar de verdad el  corazón humano. Por eso espera siempre en el hijo. El suyo es un amor que se adelanta a  todo gesto de arrepentimiento y que por eso hace vivir al pecador. Es un Dios que no tiene  más ley que el amor ni más justicia que el perdón, que no tiene más que casa que quiere  llenar con la alegría de sus hijos. No quiere tribunales: bastante tribunal tiene ya cada uno  con su conciencia; no quiere cárceles: bastante cárcel es la vida de cada día, con sus  heridas y limitaciones; tampoco quiere viole
ncias: las muchas guerras que han existido y  existen son prueba evidente de su fracaso. Es un Dios que no castiga ni aplasta, sino que  espera en silencio el proceso de liberación interior de cada hombre.
3. El hijo menor se marcha 
"El hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano". Rompe la unidad familiar,  le da la espalda al padre y al hermano. Prefirió las realidades tangibles del dinero, de la  buena vida y del placer a las alegrías un tanto monótonas de la familia. Es el problema que  suele comenzar a plantearse en la vida del adolescente. La convivencia en la casa paterna,  con sus reglamentos y obligaciones, ha llegado a ser una carga para el hijo, que aspira a la  autonomía y quiere vivir a su arbitrio. Se fue a buscar la alegría fuera de casa.
Palestina no podía por aquellos tiempos alimentar a sus habitantes. El que quería  prosperar tenía que abandonar el país. En la diáspora vivían unos cuatro millones de judíos,  mientras que en la patria eran medio millón aproximadamente. El extranjero prometía una  libertad y una independencia seductoras.
¿Habrá ayudado a su marcha algo que vaya mal en la casa del padre? Quizá se sentía  aplastado por la mezquindad, por la estrechez de miras de los que vivían en ella, con  excepción del padre.
Cuando el ideal cristiano encarna una realidad tan desilusionante no hemos de  extrañarnos que muchos sientan verdadera necesidad de aire libre. Urge una  transformación de las estructuras de la Iglesia para no seguir fabricando alejados: ventanas  cerradas, cortinas echadas, aire que huele a viciado, a cerrado.  Carteles por todas partes: no tocar, prohibido hacer esto, conversaciones aburridas,  alianzas vergonzosas, siempre los mismos temas. Nostalgias del pasado y miedos al  presente; postura de superioridad y desprecio de los de fuera. Una congénita incapacidad  para entender al que no quiere caminar al paso cansino de sus dirigentes. Todo rígidamente  establecido; un ceremonial exacto que observar. Falta la atmósfera que podría proporcionar  la alegría de vivir.
Debería ser una casa con todas las ventanas y las puertas abiertas -como quería el buen  Papa Juan XXIII-; sin caras largas para guardarla. Una casa en la que los pobres se  encontraran a gusto, en la que se pudiera reír y vivir, pensar y hablar.
¿Qué ha hecho el hermano mayor para impedir la partida del menor? Es fácil que lanzara  un suspiro de satisfacción, porque con su marcha se quedaba la casa tranquila. 
Posiblemente le había llenado la cabeza de lo que tenía que hacer, sin hablarle nunca de lo que era. Hemos fabricado muchas leyes y hemos perdido de vista al hombre que las tenía  que cumplir. Para el mayor la vida consistía en cumplir con unas leyes y normas, obedecer  unas orientaciones; nunca salir en busca de su hermano. Seguirá encerrado en sus  pequeños problemas, jamás descubrirá su falta de amor al padre y al hermano; está  incapacitado para comprender algo, al creerse mejor que los demás.
Mientras tanto, el padre se ha ido con el hijo de una manera oculta, interior, que  desembocará en la nostalgia. Parece como si hubiera quedado en la casa únicamente para  esperar al hijo, para escrutar el horizonte. En realidad, desde el momento en que el hijo  marchó, ya no existe la casa paterna. Esta se halla en el corazón del padre y, ahora, el  corazón del padre ha marchado lejos.
El amor verdadero nunca se resigna a la separación, toma siempre la iniciativa, no se  encierra en una espera enojada y rencorosa. El que es padre de verdad nunca deja de  amar a sus hijos, aunque se hayan alejado de él; siempre los considera como hijos queridos,  dispuesto a recibirlos cuando decidan regresar a casa.
4. Lo pierde todo 
En el extranjero acaba pronto por gastarse el capital en una vida de libertinaje y  despilfarro. Lo pierde todo: el tener y el ser; el patrimonio y la dignidad. Quiso hacer su vida,  a lo que tenía pleno derecho. Pero se equivocó de camino. Acostumbrado al amor protector  del padre, creyó que la vida era cosa fácil. No reparó en el sacrificio y el tiempo que le había  costado al padre levantar la casa y la hacienda. Por eso no le dio importancia y se había ido  y lo había gastado todo. Es muy fácil derrochar lo que no nos ha costado esfuerzo  construir.
Es la narración plástica de nuestra propia historia, un juicio a nuestra vida: derrochar  amor y libertad, vivir perdidos, tener hambre y necesidad de todo lo que nos podría edificar  como personas auténticas... y no hacer el esfuerzo requerido para saciarla.
Al principio había mantenido la ilusión de libertad y felicidad; después, la cruel y cruda  realidad lo vuelve en sí. Está solo; tremendamente solo, vacío, desnudo, hambriento. Es el  último eslabón del egoísmo: sólo yo. Y, por primera vez en su vida, comprende que ha  perdido su dignidad de hombre y de hijo. Y siente envidia de los cerdos.
El pecado nos prostituye, y esa prostitución es su peor castigo. Es la sensación que  todos, alguna vez, hemos sentido: esa mezcla de amargura, desazón, vergüenza y lástima  de nosotros mismos; esos momentos en los que tocamos con nuestras propias manos  nuestro límite, para acabar reconociendo que nos habíamos equivocado. Esa amarga  experiencia puede ser el punto de partida del camino de retorno, del camino de la  construcción de la vida. Nunca es tan grande la debilidad ni tan ciego el egoísmo, que nos  incapacite para convertirnos. En el fondo del corazón humano -fondo misterioso e  insondable- hay una fuerza irresistible, una llama que nunca se apaga, una fuerza  sobrehumana que siempre puede hacer posible lo que parecía imposible. Descubrir que en  ese fondo está Dios esperándonos pacientemente para iniciar el retorno es, posiblemente,  la experiencia más rica y densa del ser humano. Lentamente vamos comprendiendo que el  ser humano se construye sobre el vaciamiento de nuestro instinto egoísta que nos lleva a la  muerte; que el "yo" se construye sobre el "no-yo". Y surge la vida del "nosotros"; palabra  difícil que la humanidad parece que aún no aprendió a pronunciar.
A la luz de la parábola, el pecado aparece como una decisión personal. Más que un acto  malo, es una actitud por la que el hombre pretende encontrarse consigo mismo,  prescindiendo de todos los demás, lo que es un espejismo. Es un negarnos a construirnos  en ese proceso lento y duro de la vida de cada día, en comunión con los demás. Es la  tentación permanente del hombre, ser en constante construcción de sí mismo; porque la  vida no está hecha ni acabada, sino en camino. Pero la pereza se filtra dentro de nosotros  para que no trabajemos en nuestra edificación personal, familiar y comunitaria.
5. Reflexiona 
Cuando llega hasta el fondo de su despilfarro, el pródigo hace el inventario de todo lo que  ha perdido en su camino hacia el alejamiento. Se encuentra en una soledad y un vacío  interior totales. No ha encontrado más que desengaños, miserias... y nostalgias. Cuando lo  ha perdido todo, se da cuenta de lo que verdaderamente le falta, se da cuenta de que no  puede seguir viviendo sin lo único necesario: el padre. Se da cuenta y reconoce que, desde  que se alejó del padre, no ha sido feliz ni persona, sino que se ha encontrado vacío de todo.  Los placeres, el hambre, la soledad... han sido espinas que han penetrado  profundamente en su carne y le han hecho sentir la nostalgia de la casa paterna.
Al reflexionar, descubre la falta de proporción que lleva dentro: entre lo que es y lo que  debería ser, entre su deseo de felicidad y lo que le ha ofrecido la vida. Descubre que ha  sido creado para vivir de otra manera, que las cosas le han fallado. Descubre que está falto  de padre, de libertad, de verdad, de dignidad, de amor..., de todo. E intenta llenar el vacío  que lleva dentro. En la dramática comprobación de un hambre atroz, de una miseria total, es  donde comienza la trayectoria del retorno. Experimenta que es un pobre hombre y tiene el  coraje de confesar su propia miseria constitucional.
Ha realizado hasta el fondo la experiencia del mal, de la soledad, del vacío... El que ha  tocado el fondo del abismo de la degradación puede elevarse hacia la santidad, puede  nacer de nuevo, porque todavía no ha nacido a la vida de Dios. Del pecador que se  convierte puede brotar el santo: son de la misma especie.
El mediocre, el que siempre fue "bueno", carece de esa posibilidad; se quedará sentado,  satisfecho, en la poltrona de la propia mezquindad y suficiencia, gastando la vida en admirar  sus cualidades y sus generosidades.
La conversión es fruto del recuerdo del amor del padre y de la experiencia desoladora de  la nada que el mundo llama "todo". No quiere regresar por afecto familiar ni porque estuviese arrepentido de verdad. Quiere  regresar porque se creía definitivamente fracasado, porque había perdido la partida y lo  único que deseaba era comer como los criados de su padre. Como él no amaba, tampoco  podía imaginarse o admitir que era amado, ya no creía posible volver a ser hijo.
Las etapas del arrepentimiento del hijo pródigo se corresponden con las partes de la  confesión sacramental: examen de conciencia, "recapacitando"; propósito de la enmienda,  "me pondré en camino"; confesión de boca, "padre, he pecado..."; contrición de corazón, "no  merezco llamarme hijo tuyo", y satisfacción de obra, "trátame como a uno de tus  jornaleros".
Lo primero, pensar y reflexionar. Cada día cometemos errores y nos desviamos del  camino. Forma parte de nuestra condición de hombres. Si queremos ser personas  auténticas, debemos enfrentarnos con los acontecimientos, juzgar nuestra propia conducta y  avanzar. Mirar nuestro pasado y reconocer nuestros pecados supone sinceridad y valentía,  y confianza en nosotros mismos y en la ayuda de Dios. Sin fe en uno mismo no es posible la  conversión, porque su falta nos hace esclavos de la vieja situación que juzgamos  irreparable. En el mismo momento en que desaprobamos nuestra conducta, unos brazos  misericordiosos nos acogen, un Dios amigo nos abraza y nos infunde una confianza sin  límites.
6. El regreso 
Llega el momento más crítico: "Se puso en camino a donde estaba su padre". Corregir el  rumbo es duro, reconocer los propios errores y rectificarlos raya en lo heroico. El hijo vuelve  a casa, desanda el camino anterior, vuelve a la comunidad familiar; nace de nuevo a otro  estilo de existencia, sepulta su vieja y absurda vida.
Es un paso inevitable: lo destruido hay que volver a construirlo; si se rompió con la  comunidad, hay que volver a ella. Sin esto, la conversión es una palabra vacía. El punto de partida para el regreso es siempre la pobreza: solamente aceptándonos como  pobres nos convertimos en hombres verdaderos, fraternales. En el camino del retorno debe  evitar la compañía de "hermanos mayores", de los mediocres, porque son los únicos que  pueden quitarle la nostalgia de la casa paterna y entonar un canto a la libertad.
Todos somos necesitados; pero sólo la conciencia de esta necesidad nos llevará a  afrontar las consecuencias de un retorno, al final del cual estará Dios esperándonos con los  brazos abiertos. ¡Dichosos los que tengan hambre de Dios! 
Los cristianos hemos perdido este elemento esencial de la conversión y del perdón de los  pecados, reduciendo ambos a un acto individual, externo, frío y sin consecuencias para la  vida posterior. Y por eso mismo hemos hecho de la confesión sacramental un rito hueco,  rutinario, en el que repetimos una y otra vez la misma historia. No debe extrañarnos que su  práctica haya descendido tan verticalmente.
7. El padre 
"Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió". Intuye que el hijo ha  comprendido el amor que le tiene. El perdón paterno va a superar los pasos dados en la  ruptura. Dios no se resigna a perder a ninguno de sus hijos.
El padre le sale al encuentro, corriendo, y lo abraza. No le reprocha nada ni le pregunta  los motivos de su vuelta. Sabe simplemente que regresa, conoce sus sufrimientos y  miserias, las dudas que habrá tenido que vencer para volver, y le ofrece su amor y su casa,  sin más. ¿No nos resulta dura la conducta del padre?, ¿su amor no supera los límites de lo  razonable? 
La parábola no dice que el padre perdonó al hijo; supera ese concepto. El que ama de  verdad a otro no tiene que perdonar, porque nunca se ha sentido ofendido personalmente.  El perdón no es algo que se da o que se recibe, sino algo que se construye, porque es la  vuelta a un amor cada vez más profundo. El perdón es la síntesis de dos amores: un amor  que había muerto y ahora resucita y un amor que se había mantenido fiel y que ahora  recibe. El pródigo descubre en el recibimiento del padre la dimensión del verdadero amor.  Ya puede vivir como hijo verdadero, porque ya sabe cómo es su padre. Ha tenido que  marchar lejos para descubrirlo.
El padre ya no tiene bienes que ofrecerle; ya antes se los había dado todos. Ahora le  restituye lo principal: su dignidad de hijo. Del perdón nace el hombre nuevo. Sólo un padre verdadero sabe que los hijos tienen necesidad de algo más importante que  el perdón: tienen necesidad de amor, de nuevos ánimos, incluso de poder perdonar al que  les perdona. Tienen necesidad de reconstruir todo lo que su pecado había destruido. Y esto  es un trabajo de Dios.
Sólo Dios puede y sabe perdonar los pecados. Saber perdonar es tan importante como  poder perdonar. Los que perdonan necesitan un tacto infinito, una humildad contagiosa, un  cariño desbordante, para no herir a los que son perdonados y hacer posible el encuentro. Vemos cómo en la parábola el padre se excusa, se humilla para que le acepten el perdón,  para que el amor que tiene a su hijo conquiste su corazón y vuelva a sentirse hijo al verse  inundado por el cariño del padre. Sólo entonces vuelve el hijo de verdad: ha encontrado en  el padre todo lo que necesitaba para encontrarse a sí mismo, para sentirse hijo y estar  dispuesto a vivir como tal.
Todos necesitamos el perdón, la misericordia. ¡Todos! Lo necesitamos en las relaciones  humanas sinceras y hondas, en la amistad y en las diversas formas de amor, porque nadie  merece a nadie. ¿Quién no falla alguna vez al día a sus semejantes?, ¿quién no está  fallando continuamente a Dios? 
La alegría cristiana brota de saberse perdonado, de saber que Dios es mucho mejor que  nosotros, que el Dios de Jesús no tiene nada que ver con ese ídolo negativo y vengativo  que nos han presentado como sucedáneo de Dios Padre. ¿Cómo no sentirse hijos de un  padre así? 
El pródigo representa a gran parte de la humanidad: lejanía del Todo, encuentro con la  nada y retorno. Sus caminos son nuestros caminos, caminos de miles de experiencias no  agotadas, hasta sentir el hambre del Único, del Padre que siempre espera.
8. El hermano mayor 
Para el padre el pasado queda olvidado. Lo importante es que el hijo ha vuelto. Manda  que le pongan el mejor traje, un anillo y unas sandalias, y que maten el ternero cebado para  celebrarlo. Todo recomienza, todo se ve con ojos de alegría.
En el Nuevo Testamento las conversiones acaban con alegres banquetes. Lo que  realmente quiere Dios es el banquete, la fiesta, no el sacrificio y la lucha. Quiere lucha, pero  como camino para la fiesta.
La familia se ha reencontrado. Pero la alegría no será completa: a la cita faltará el hermano mayor, fiel representante de los letrados y de los fariseos de ayer y de siempre. Se  cree justo por haber vivido siempre "dentro" de la casa cumpliendo con sus obligaciones.  Nunca fue consciente de que le faltaba lo fundamental: descubrir el amor que le tenía el  padre y responder a él.
El hijo mayor siempre fue bueno, siempre ha estado junto a su padre, es un monumento  irreprensible, un insoportable poseedor de derechos, un personaje incapaz de conversión.  No duda de su bondad y de sus razones para quejarse, enjaulado en la ley y en la  observancia. Vive sin amor, su justicia y su bondad lo han avinagrado. Busca la seguridad  en el inmovilismo, en las prácticas externas. Es abismal la diferencia entre su mentalidad y la  del padre.
El hijo mayor nunca ha sido joven, ha dejado que se le pudran dentro los sueños más  audaces, ha recortado con cuidado todos los horizontes demasiado elevados, se ha creado  un mundo a la medida de su mediocridad y mezquindad, se ha convertido en un hombre de  orden, ha envejecido precozmente. Su fría honradez legalista ha influido probablemente en  su hermano menor para marcharse. A las muchas barreras que hay en el mundo -de raza,  de nación, de clases, de color, de religión, de sexo...- ha añadido la barrera de la gente  honrada.
El pródigo se ha dejado reconciliar con facilidad. El caso del hermano mayor es más  complicado. ¡Es un justo! Para mí su conversión puede ser comparable a la de un cristiano  "de toda la vida". Reza el confiteor al revés: "En tantos años que te sirvo..." Pertenece a la  misma raza del fariseo de la parábola (Lc 18,11- 12). Este hijo mayor, este trabajador  infatigable, este hombre de orden, este buen cristiano, ha cometido la equivocación de  convertir al padre en una especie de contable, encargado de llevar la contabilidad de sus  buenas obras, de sus méritos. Hasta ahora las cuentas iban saliendo bien. Ahora ya no. 
Aparece el sinvergüenza de su hermano, y el padre lo desbarata todo con el amor de su  corazón. Y las cifras saltan, la contabilidad no cuadra, un lío tremendo. Se informa, se queja,  murmura, protesta. No es justo. Es demasiado. ¿Dónde vamos a parar por este camino? Y el  mayor entra en crisis. Cree que su hermano ha llevado la mejor parte, envidia a los  pecadores, a los que no tiene el coraje de imitar; quizá sienta no haber cometido él los  pecados de su hermano, o quizá los hubiera cometido si no hubiera sido por el miedo al  castigo -al infierno-. Parece que padece un complejo de inferioridad ante el pecado y que  está convencido de que su hermano se lo ha pasado en grande mientras que él ha vivido  esclavo del reglamento. No entiende que el corazón del hombre no se puede llenar con las  cosas, que tiene necesidad de algo más. No entiende que los alimentos terrenos no bastan,  que hacen morir de hambre. No sabe que el mal lleva en sí mismo la pena. Duda que el bien  produzca mucha más alegría que el pecado. Claro que es explicable: lo suyo no es bien,  sino mediocridad y fariseísmo.
El hermano mayor se escandaliza del evangelio porque echa por tierra su contabilidad. Descubre, con estupor y despecho, que el centro  de la casa no es el reglamento ni las prácticas, sino el corazón del padre. Y no se resigna a  las actitudes imprevisibles de aquel corazón, a los atrevimientos de ese amor. Nunca ha roto  con el padre, pero no ha aprendido a amar como él. Por eso tampoco se alegra.
Al mayor le indigna la fiesta; es el colmo: ¡ya no hay religión! Y es verdad: no hay religión  sin amor. Es difícil convencerse que el puesto de la casa no se puede "conservar", sino sólo  "reencontrar" cada día. No lo entendió Israel, no sé si lo entiende la Iglesia. ¿Lo entendemos  nosotros? 
El hijo mayor es figura de Israel. A los justos de Israel les duele que Dios acoja a los  perdidos y les ofrezca un banquete. Piensan que la casa es para ellos y que pueden  organizar a su capricho las leyes de lo bueno y de lo malo. Ahora descubren que la ley del  padre es diferente y se sienten postergados, contrariados, molestos. También personifica  las posturas de autosuficiencia de quienes no perdonan ni se creen necesitados de  perdón.
Los peores enemigos de la religión no son los que la combaten abiertamente. Son esos  hijos mayores que la empobrecen, la deforman, la reducen a unas prácticas y a unos ritos  muertos, a la vez que condenan a todos los que no piensan como ellos o no siguen sus  mandatos. ¡Extraña religión esta que conduce a negar el amor y a matar a Jesucristo!  ¡Curioso servicio al padre este que impulsa a rechazar al hermano!: "Ese hijo tuyo". Son  todos esos que nunca se han planteado la pregunta: ¿Quién está más lejos de casa: el  insensato que la ha abandonado o el que se ha quedado en ella sin amor? Su presunción  les impide sospechar que quizá sean ellos -¿nosotros?-, y no sólo los hermanos menores,  los que estén -estemos- en un país lejano al faltarles lo único necesario para vivir en la  casa: el conocimiento del amor del padre.
Según la parábola hay una forma de acercarse a Dios que aleja de él, una manera de vivir  como hijo que es la propia de un extraño. Y hay una forma de alejarse de Dios que puede  terminar en encuentro gozoso con él, una manera de vivir como extraño que despierta los  sentimientos de un auténtico hijo. Están representados por el hijo mayor y el menor,  respectivamente.
Podríamos esperar que el padre se indignara con el hijo mayor. Pero no: el padre sabe  cómo quitarle el veneno a aquel corazón enfermo. Le dirige las palabras más dulces y  afectuosas: "Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo". Y hasta se excusa  delante de él: "Deberías alegrarte..." El padre vence con la debilidad, con la humildad. La  parábola termina sin darnos la respuesta del mayor. Queda el interrogante para la Iglesia,  para cada comunidad y para cada cristiano.
Los cristianos de hoy debemos prestar mucha atención al hermano mayor: puede estar  agazapado en nuestro corazón. Es un personaje frecuente entre nosotros: nadie le podrá  acusar de grandes pecados, pero vive cerrado a la vida, al amor. Es un justo que no  necesita conversión, porque lo hace todo bien. Es un fósil, que se niega a ser criatura y que  no conocerá jamás la grandeza de la misericordia de Dios. Tienen complejo de inferioridad  en relación con el pecado, no están convencidos de que, si por una absurda hipótesis no  existiera el paraíso, compensa vivir con amor.
En la casa del Padre hay sitio para todos, menos para los que se excluyen a sí mismos al  no aceptar su amor. 
(Aporte de FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ, ACERCAMIENTO A JESUS DE NAZARET – 2. PAULINAS/MADRID 1985.Págs. 281-301)
 

24 ago 2013

MEDITACION LS 13,22-30...EL CAMINO DE LA SALVACIÓN.

En cuanto trascurre la subida de Jesús a Jerusalén, Jesús forma a sus discípulos y responde la pregunta planteada por un desconocido. Esta era una de las preguntas más debatidas en la época: ¿Cuántos serán salvados? ¿Muchos o pocos?

En este pasaje escuchamos una de las lecciones más bellas de Jesús sobre la mesa abierta del Padre para todos, mesa en la que el Dios del Reino acoge a todos los hombres y mujeres del mundo. Es verdad que es gratuito pero se requiere un compromiso claro, el de las exigencias que plantea el discipulado, para poder acceder.

 “Atravesaba ciudades y pueblos enseñando, mientras caminaba hacia Jerusalén” (Lucas 13,22). Con esta primera frase del evangelio de este domingo contemplamos la geografía que recorre un Jesús incansablemente misionero. Con la fuerza del Espíritu (ver 4,18), Jesús va sembrando la semilla de la Palabra en cada conglomerado humano para hacer de él un jardín en el que germina la vida en abundancia (ver 8,15). Al mismo tiempo, con libertad profética se va aproximando a la ciudad en la que lo aguarda su destino y ni siquiera las amenazas contra su vida por parte del rey  Herodes lo apartan de su camino (ver 13,31-33).

En este camino Jesús responde con firmeza las preguntas y requerimientos que se le plantean: la de los hijos de Zebedeo (9,54), las de los tres candidatos al discipulado (9,57.59.61), la del legista (10,26.29), la de Marta (10,40), la de uno de los discípulos (11,1), la de una mujer anónima en medio de la multitud (11,27), la de otro legista en un banquete (11,45), la del un hermano menor que reclama la herencia (12,13), la de Pedro (12,41), la del jefe de la sinagoga (13,14). Si observamos bien, en todos los casos Jesús nunca deja de responder y siempre dice verdades incómodas, ateniéndose a la coherencia de su mensaje. Él no quiere engañar a nadie con falsas ilusiones.

1. Una nueva pregunta para Jesús

En este camino se le plantea una nueva pregunta que lleva en el fondo una ironía: “Señor, ¿son pocos los que se salvan?” (13,23).

¿Qué trasfondo e implicaciones tiene la pregunta? La pregunta tiene dos presupuestos: (1) Jesús ha sido presentado en este evangelio como  el “Salvador” (2,11) y (2) Jesús ha planteado  exigencias fuertes que pueden llevar a pensar que la salvación es muy complicada. Todavía hay una tercera idea en el fondo: ¿será que tendrá éxito la misión de Jesús?  ¿cuántos llegarán hasta la meta siguiendo sus pasos? ¿cuántos se quedarán en el camino?

Esta pregunta no aparece porque sí. Quien la hace parece tener en mente también el texto de Isaías 37,32: “Pues saldrá un Resto de Jerusalén, y supervivientes (“salvados”, según LXX) del monte Sión”.

Este esquema bíblico de un “Resto” de salvados de en medio de todo un pueblo pecador – “el Resto de Israel”- no solamente estaba presente en la historia de Israel y en la  predicación de los profetas, sino también en la cultura religiosa de los tiempos del Nuevo  Testamento y aún un poco después. El tema se volvió punto de discusión. Por ejemplo, mientras unos decían que “solamente pocos serán salvados” (4 Esdras 8,3), por otro lado un grupo de escribas afirmaba que “Israel entero tendrá parte en el mundo futuro” (Mishná, Sanedrín 10,1) y solamente algunos pecadores particularmente culpables serán excluidos. También hoy escuchamos voces que le hacen eco a las dos tendencias. ¿Pero será que ésta es una pregunta válida? En el evangelio, Jesús no la desprecia. Cada persona tiene que preguntarse por la salvación, el punto es cómo enfoca la cuestión. Por tanto, que hoy coloquemos en primer plano el tema de la salvación, viene al caso. Es esto lo que en última instancia buscamos, todo debe apuntar allá; por eso hay que estar atentos, porque aún la multiplicidad de actividades pastorales –todas ellas ciertamente- importantes- puede llevarnos al peligro de perder de vista la búsqueda esencial, bajo riesgo de perder al final todos los esfuerzos. Todo debe estar encaminado hacia la salvación.

Volviendo al texto digamos que si, como se verá enseguida, la pregunta no está bien planteada, quien lo hizo al menos tuvo la valentía de expresarla y, como decimos hoy, “dio donde era”.

¿Cómo enfoca Jesús la respuesta?

Jesús no responde directamente la pregunta (ya vamos viendo que esto también es frecuente en Jesús), sino que aprovecha la idea central y se pronuncia desde otro nivel de comprensión más profundo. Jesús no responde con aritmética, no da cifras y ni siquiera avanza aproximaciones sobre el número de los salvados; si bien, dice una frase según la cual muchos “no” podrán (13,24b). Lo dice no como una sentencia perentoria sino como un llamado de atención para que no suceda. Vemos así cómo Jesús toma distancia del mundo de las especulaciones y más bien se

concentra en lo que es necesario hacer para salvarse. Al responder de esta manera deja implícito que todo el que quiera podrá ser salvado, siempre y cuando oriente su vida en esa dirección. En esto ya hay una lección importante: la preocupación por la salvación debe concretarse en un obrar según la justicia (ver 11,42; 13, 27), o sea, configurar la propia vida en la de Jesús.

Para explicar esto, acude a dos imágenes muy dicientes que iluminan lo que es la entrada en Reino de Dios: la puerta estrecha y la puerta cerrada. La primera aparece como una sencilla comparación lograda en una sola frase (13,24), la segunda constituye toda una parábola (13,25-30).

2. La “Puerta estrecha” o “el mientras tanto” (13,24)

La imagen que aparece es la de una casa de considerables proporciones en la cual, después de la puerta principal, sigue una gran sala de banquetes. “Puerta estrecha”. Es una figura. No es que la puerta tenga solamente pocos centímetros de ancho. No es que en la puerta del Reino haya obstáculos. No es que haya que dar codazos para entrar a la fuerza en medio de otros que quieren hacerlo al mismo tiempo. Simplemente quiere decir que hay que esforzarse, es decir, que los buenos propósitos no son suficientes, hay que “hacer” cosas concretas para entrar.

Ahora bien, con esto tampoco se quiere decir que una persona se salva solamente con sus propios esfuerzos. Es claro que no: nadie se salva a sí mismo, en última instancia todos somos salvados por Dios. El hecho es que ésta no se logra sin nuestra participación, la pasividad no sirve. Si es verdad que Dios nos salva, también es verdad que nos toma en serio como personas libres y responsables. Al decir de nuestro Padre San Agustín podríamos decir: “El que te creó sin ti, no te salvará sin ti”.

El término “luchar” que aquí aparece es la traducción de un término griego que –en su forma sustantivada- no nos es desconocido en la lengua castellana: “agonía”; con él se describe también la oración de Jesús en 22,44. Pero esta palabra no se refiere solamente a los que están en transe de muerte sino al esfuerzo intenso que concentra todas las energías de una persona en función de un objetivo, por eso era aplicado a los deportistas en las competencias. De esta manera se “entra”. Con esa misma intensidad un discípulo de Jesús debe canalizar sus mejores energías para vivir en santidad, no deseando otra cosa que alcanzar la comunión con Dios superando los obstáculos y distinguiendo lo prioritario de lo secundario. Este esfuerzo espiritual y moral será recalcado más adelante en este evangelio, en 16,16b: “Y todos se esfuerzan con violencia por entrar en él”.

En la segunda parte de la respuesta -“Muchos pretenderán entrar y no podrán” (13,24b)- vemos que de todas maneras Jesús se pronuncia en los mismos términos de la pregunta pero, como ya se dijo, dándole otra orientación. Se le preguntó si eran “pocos” los que alcanzaran la salvación, Jesús dice ahora que “muchos” no lo lograrán. Manteniendo el presupuesto de que en principio ninguno es excluido, ésta es una manera de decir que mucha gente que no quiera entrar ahora, muy probablemente querrá hacerlo más tarde, pero entonces ya no lo logrará. Y esto es lo que se va a ilustrar a continuación.

3. La “Puerta cerrada” o “el ya para qué” (13,25-30)

“Cuando el dueño de la casa se levante y cierre la puerta…” (13,25a).

La enseñanza anterior ahora es completada: debemos esforzarnos, es verdad, pero a tiempo: un día, con nuestra muerte, la puerta se cerrará y ahí se decidirá nuestro destino. Nosotros no disponemos del tiempo de manera indefinida (ver la parábola del “rico insensato”, 12,20). Es en ese momento en que se cierra la puerta y quien desease estar dentro ya debía haber entrado primero.

Como se puede ver, es Dios quien cierra la puerta, no nosotros. La hora de la muerte se escapa a nuestro control. De ahí que haya que estar siempre preparados. En este momento la parábola describe dos situaciones:

(1) La solicitud extemporánea para entrar y la declaración final de la exclusión (13,25-27).

(2) El dolor inmenso de los que se quedaron fuera del banquete ante el precioso espectáculo de la salvación que perdieron (13,28-29).

Inmediatamente después, Jesús concluye con un proverbio que hace la aplicación de la parábola (13,30).

La solicitud extemporánea para entrar y la declaración final de la exclusión.(13,25-27)

Veamos los datos del texto:

(1) La solicitud (13,25b)

“…Os pondréis, los que estéis fuera, a llamar a la puerta, diciendo: ¡Señor, ábrenos!” (13,25b).

Como lo dramatiza la parábola ése no es el tiempo para tocar la puerta, esto tenía que haberse hecho antes. Con esto se indica la seriedad del tiempo presente. Puesto que no tenemos soberanía sobre el tiempo, no conviene aplazar la conversión, desde el principio hay que comenzar a vivir el itinerario que conduce a Dios. Es una mala decisión dejar para el tiempo de la vejez la preocupación por la salvación.

(2) La declaración final de la “auto-exclusión” (13,25c)

“No sé de donde sois” (12,35c.27a)

Dos veces se les dice: “No los conozco”. La frase citada calca la fórmula del veredicto de excomunión israelita; con ella se declaraba la desvinculación de la comunidad y la ruptura de toda comunión personal con el implicado. ¿Por qué dice que no los conoce? Porque para participar de la comunión con Dios se exige la identificación con Él. Esto se explica en las frases que siguen: “hemos comido y bebido contigo, y has enseñado en nuestras plazas” (13,26a) y “retiraos de mi, todos los agentes de injusticia” (13,27b).

Pongámosle atención a estas dos frases. Frente al argumento de la comunión externa (“comer, beber, enseñarles”), aparece otro más fuerte: son “agentes (=obreros) de injusticia”, es decir, no están en comunión de vida con Dios. “Agente de injusticia” es aquel que desprecia la voluntad de Dios. Para nada sirven los privilegios anotados, que no eran más que una atracción para entrar en el Reino (el primer compartir de mesa era una invitación para la segunda), si no hay compromiso con la justicia del Reino, si no se comparte su estilo de vida poniendo en práctica sus enseñanzas (que es el verdadero sentido de la comunión de mesa).

Pero el rechazo tan tajante que se nota en la voz del dueño de la casa (voz de Dios) podría causar alguna extrañeza a los lectores. El rechazo tiene su razón de ser; lo que quiere decir es que Dios no comparte nuestras injusticias: ¿si una persona no está de acuerdo en vivir en comunión con la voluntad de Dios, cómo puede aspirar a vivir la comunión definitiva de vida con Él? Entonces, en realidad es cada uno quien se auto-excluye.

La comunión con Dios comienza a partir de la comunión con su querer. Una persona que lo rechaza se excluye a sí misma de la salvación. La salvación consiste en la comunión eterna con Dios que es la fuente y la plenitud de la vida. ¿Nos salvaremos? Como se muestra en la parábola, Dios no hace más que respetar y confirmar la decisión de cada persona.

El dolor inmenso de los que se quedaron fuera del banquete ante el precioso espectáculo de la salvación que perdieron (13,28-29).

“Cuando veáis”. De repente, desde fuera los excluidos de la salvación ven lo que pasa en la sala del banquete, que es símbolo del Reino definitivo. Dos escenas contrapuestas aparecen ahora: el llanto amargo de los excluidos y la comunión festiva de los salvados.

La amargura de la soledad.

“Allí será el llanto y el rechinar de dientes…” (13,28a). Los rechazados sumidos en la más intensa soledad lloran de manera inconsolable la ocasión perdida y la humillación: “mientras a vosotros os echan fuera” (13,28d). La alusión al “rechinar de dientes” (ver Prov 19,12a) da la nota trágica: describe rabia amarga; consigo mismos, por supuesto.

En este gran sentimiento de impotencia el llorar es expresión de duelo por lo que no se pudo alcanzar (ver el tercer “¡Ay!” de 6,25b) y que sólo pueden ver de lejos.

La alegría de la comunión.

La vida eterna es presentada como una fiesta comunitaria con el Señor en el Reino de Dios. La imagen de la mesa compartida destaca la profunda intimidad con Dios y la participación de su vida que allí se da. Pero no sólo con Dios, también con los demás. Aquí la comunión con Dios y con los demás es plenitud de alegría y de fiesta; la salvación es el máximo de la felicidad. Entonces la mirada de los excluidos va repasando lentamente la sala y va observando quiénes son los comensales del Reino, cómo está compuesta la comunidad de los salvados. Allí se distinguen tres grupos de personajes:

(a) los patriarcas: Abraham, Isaac y Jacob (13,28b);

(b) todos los profetas (13,28c);

(c) gente proveniente de los cuatro puntos cardinales, o sea, de todas las naciones del mundo (13,29a).

Por tanto, la plenitud y la riqueza de nuestra vida humana consiste también en la plenitud y la profundidad de nuestras relaciones con las demás personas. Con la muerte, las relaciones humanas no se acaban sino que alcanzan su máximo nivel de profundidad. Pero hay un aspecto histórico importante que está relacionado con la salvación. Ésta hay que verla a partir de las grandes acciones de Dios por su pueblo a lo largo de la historia de la salvación que comienza con Abraham (quien aquí preside la mesa). Esta obra de Dios por su pueblo se extiende, a partir de Jesús, a todos los pueblos de la tierra (los que en la parábola van llegando de los cuatro puntos cardinales; 13,29). Con esto se quiere decir que todos los que entran en el Reino inaugurado en Jesús se hacen también miembros del pueblo elegido, y que el pueblo elegido se hace uno solo -en la Alianza con Dios- con todos los pueblos de la tierra: “se sentarán a la mesa del Reino de Dios” (13,29b).

Aplicación de la parábola (13,30).

Con un proverbio Jesús hace la aplicación de la parábola y así concluye su enseñanza: “Hay últimos que serán primeros, y hay primeros que serán últimos” (13,30). El dicho se entiende observando la composición de la mesa. Los primeros (los judíos) y los últimos (los paganos) pasan todos por la misma puerta: la exigencia es la misma para todos. En el intercambio radical de lugares entre ellos vemos al mismo tiempo una crítica para los primeros –que tuvieron la honra de pertenecer al pueblo de Abraham y los profetas- y un anuncio de esperanza para los últimos –que tuvieron todas esas ventajas históricas-.

La llegada de los últimos no excluía a los primeros, pero estos mismos se hicieron últimos –quedaron al nivel de los que antes no conocían a Dios- cuando se autoexcluyeron de la comunión con Dios por no vivir en sintonía con su querer. Al final, ante Jesús cada uno se hace “primero” o “último” según su decisión.

Finalmente una palabra de esperanza: quienes se hicieron “agentes de justicia” (lo contrario de lo que dice el v.27) saben ahora que su identificación de vida con Jesús les abrió las puertas del Reino no importando que no fueran “primero” miembros del pueblo elegido.
(Aporte del P. Fidel Oñoro CJM, Estudio bíblico del Cebipal, CELAM)