LECTIO DIVINA DEL
5° DOMINGO DEL TIEMPO DURANTE EL AÑO CICLO B.
Domingo 4 de
febrero de 2018.
Job 7,1-4.6-7; 1° Corintios 9,16-19.22-23; San Marcos
1,29-39.
“¿Quién está más
enfermo, el que se siente molesto con su enfermedad y llama al médico, o el que
prefiere ignorar su enfermedad y no se toma la molestia de llamarlo?”
(San Agustín, Sermón 175,2,2)
Oración inicial:
“Señor
Jesús, no curan las heridas y males del alma, una hierba o un bálsamo, sino tu
Palabra, que todo lo crea y sostiene. Acércate a nosotros y extiende tu mano
fuerte, para que asidos a ella, podamos dejarnos levantar, podamos resucitar y
comenzar a ser tus discípulos. Jesús, tú eres la puerta de las ovejas, la
puerta abierta en el cielo: a ti nos acogemos, con todo lo que somos y llevamos
en el corazón. Llévanos contigo, en el silencio, en el desierto florido de tu
compañía y allí enséñanos a orar, con tu voz, con tu Palabra para que lleguemos
a ser anunciadores de tu Reino. Envíanos tu Espíritu con abundancia, para que
te escuchemos con todo el corazón y con toda el alma”. Amén.
LECTURA.
Leemos
los siguientes textos: Job 7,1-4.6-7; 1° Corintios 9,16-19.22-23;
San Marcos 1,29-39.
Claves de lectura:
1. "Para eso he
venido" (Evangelio).
Este evangelio nos
muestra que el trabajo que Jesús hizo sobre la tierra era una exigencia
totalmente desmesurada. Debía buscar a las «ovejas descarriadas de Israel», una
tarea que, dada la situación espiritual y religiosa del país, era imposible de
llevar a cabo y a la que no obstante él se entrega con todas sus fuerzas.
Cuando cura a la suegra de Pedro, «la población entera se agolpa a la puerta»
de la casa; entonces cura a muchos enfermos y expulsa muchos demonios. Jesús se
levanta de madrugada para poder por fin orar a solas. Pero sus discípulos le
siguen y cuando le encuentran le dicen: «Todo el mundo te busca». Le buscaban
los mismos de la noche anterior. Jesús no se excusa diciendo que ahora quiere
rezar, sino que evita encontrarse de nuevo con la multitud alegando otro
trabajo: en «las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he
venido». Y las aldeas son sólo el comienzo: «Así recorrió toda Galilea». El
auténtico apóstol cristiano puede tomar ejemplo del celo incansable de Jesús:
aunque la tarea que tenga ante sí le parezca irrealizable desde el punto de
vista humano, trabajará tanto como le permitan sus fuerzas; el resto será
completado por su sufrimiento o al menos por su obediencia interior. Pero esta
interioridad nunca puede ser una excusa para no hacer todo lo que pueda.
2. "Esclavo de todos"
(2° Lectura).
Pablo, en la segunda
lectura, sigue el ejemplo del Señor en la medida de lo posible. Ha recibido de
Dios la tarea de anunciar el evangelio, y esto es para él un deber, no lo hace
por su propio gusto. Pablo puede, para mostrar a Dios su libre obediencia,
renunciar a una paga, pero nada le exime del deber estricto de comprometerse
plenamente en la tarea que le ha sido confiada. No se presenta como el gran
señor que está en posesión de la verdad, sino como el esclavo que está al
servicio de todos. El apóstol dice (en los versículos que se han omitido en la
lectura) que se hace esclavo de los judíos (se introduce en la mentalidad judía
para hablar a los judíos del Mesías), esclavo de los paganos (para anunciarles
al Redentor del mundo) y finalmente (aquí prosigue la lectura) esclavo de los
débiles (aunque él se considera fuerte) para ganar también para Cristo, en la
medida de lo posible, a los poco inteligentes, a los inseguros, indecisos y
versátiles. No se olvida de nadie: «Me he hecho todo a todos», y esto no con la
seguridad del que es ya partícipe de la promesa del evangelio, sino con la
esperanza del que participa también él en lo que anuncia a los demás.
3. (1° Lectura).
Como
"servicio" (militar): así define el pobre Job, en la primera lectura,
la vida del hombre sobre la tierra. El hombre no es un señor, sino une esclavo
que «suspira por la sombra»; no es un amo (el amo es Dios), sino un
«jornalero». Se trata de una característica general de la efímera vida del
hombre. Cristo y su apóstol no contradicen esta descripción de la vida humana.
Sólo que la inquietud, la desazón de que habla Job, se ha convertido en la
Nueva Alianza en el celo indomeñable de trabajar por Dios y su reino, ya se
realice esto mediante una actividad exterior o mediante la oración. Porque
también la oración es un compromiso del cristiano por el mundo, y ciertamente
tan fecundo o incluso más fecundo que la actividad externa.
(Aporte de HANS URS von
BALTHASAR, LUZ DE LA PALABRA,
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 137 s.)
MEDITACIÓN.
“Curó a muchos enfermos”.
El pasaje evangélico de
este domingo nos ofrece el informe fiel de una “jornada tipo” de Jesús. Cuando
salió de la sinagoga, Jesús se acercó primero a casa de Pedro, donde curó a la
suegra, quien estaba en cama con fiebre; al llegar la tarde le llevaron a todos
los enfermos y curó a muchos, afectados de diversas enfermedades; por la
mañana, se levantó cuando aún estaba oscuro y se retiró a un lugar solitario a
orar; después partió a predicar el Reino a otros pueblos. De este relato
deducimos que la jornada de Jesús consistía en un trenzado de curar a los
enfermos, oración y predicación del Reino. Dediquemos nuestra reflexión al amor
de Jesús por los enfermos, también porque en pocos días, en la memoria de la
Virgen de Lourdes, el 11 de febrero, se celebra la Jornada mundial del enfermo.
Las transformaciones
sociales de nuestro siglo han cambiado profundamente las condiciones del
enfermo. En muchas situaciones la ciencia da una esperanza razonable de
curación, o al menos prolonga en mucho los tiempos de evolución del mal, en
caso de enfermedades incurables. Pero la enfermedad, como la muerte, no está
aún, y jamás lo estará, del todo derrotada. Forma parte de la condición humana.
La fe cristiana puede aliviar esta condición y darle también un sentido y un
valor.
Es necesario expresar
dos planteamientos: uno para los enfermos mismos, otro para quien debe
atenderles. Antes de Cristo, la enfermedad estaba considerada como
estrechamente ligada al pecado. En otras palabras, se estaba convencido de que
la enfermedad era siempre consecuencia de algún pecado personal que había que
expiar.
Con Jesús cambió algo al
respecto. Él «tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras debilidades» (Mateo
8, 17). En la cruz dio un sentido nuevo al dolor humano, incluida la
enfermedad: ya no de castigo, sino de redención. La enfermedad une a él,
santifica, afina el alma, prepara el día en que Dios enjugará toda lágrima y ya
no habrá enfermedad ni llanto ni dolor.
Después de la larga
hospitalización que siguió al atentado en la Plaza de San Pedro, el Papa Juan
Pablo II escribió una carta sobre el dolor, en la que, entre otras cosas,
decía: «Sufrir significa hacerse particularmente receptivos, particularmente
abiertos a la acción de las fuerzas salvíficas de Dios, ofrecidas a la
humanidad en Cristo» (Cf. «Salvifici doloris», n. 23. Ndt). La enfermedad y el
sufrimiento abren entre nosotros y Jesús en la cruz un canal de comunicación
del todo especial. Los enfermos no son miembros pasivos en la Iglesia, sino los
miembros más activos, más preciosos. A los ojos de Dios, una hora del
sufrimiento de aquéllos, soportado con paciencia en unión con Jesús, puede
valer más que todas las actividades del mundo.
Ahora una palabra para
los que deben atender a los enfermos, en el hogar o en estructuras sanitarias.
El enfermo tiene ciertamente necesidad de cuidados, de competencia científica,
pero tiene aún más necesidad de esperanza. Ninguna medicina alivia al enfermo
tanto como oír decir al médico: «Tengo buenas esperanzas para ti». Cuando es
posible hacerlo sin engañar, hay que dar esperanza. La esperanza es la mejor
«tienda de oxígeno» para un enfermo. No hay que dejar al enfermo en soledad.
Una de las obras de misericordia es visitar a los enfermos, y Jesús nos
advirtió de que uno de los puntos del juicio final caerá precisamente sobre
esto: «Estaba enfermo y me visitaste... Estaba enfermo y no me visitaste.»
(Mateo 25, 36. 43).
Algo que podemos hacer todos
por los enfermos es orar. Casi todos los enfermos del Evangelio fueron curados
porque alguien se los presentó a Jesús y le rogó por ellos. La oración más
sencilla, y que todos podemos hacer nuestra, es la que las hermanas Marta y
María dirigieron a Jesús, en la circunstancia de la enfermedad de su hermano
Lázaro: «¡Señor, aquél a quien amas está enfermo!» (Juan 11,3. Ndt).
(Aporte del P. Rainiero
Cantalamessa, ofm cap. Comentario a las
lecturas de 5°Domingo del Tiempo durante
el año, ciclo B, 3 febrero 2006)
Para la reflexión personal y grupal:
¿De qué enfermedad
el Señor tiene que sanarme?
¿Qué medicina, que
gestos, que maneras tiene Jesús ante la enfermedad?
¿Cuál es mi
experiencia de acompañamiento a enfermos?
ORACIÓN-CONTEMPLACIÓN.
Jesús no se ha dejado
destruir por el activismo. No se ha "vaciado" en la actividad
agotadora de cada jornada. Rodeado de gentes que se agolpan sobre él, incluso,
después de anochecer, sabe encontrar tiempo para reavivar su espíritu.
Según la información de
Marcos, Jesús tenía esta costumbre: se levantaba de madrugada, se retiraba a un
lugar solitario y, allí, se entregaba a la oración.
Cuando, al amanecer, los
discípulos lo llaman de nuevo, Jesús se levanta con nuevas fuerzas, dispuesto a
continuar su servicio generoso e incondicional a las gentes de Galilea. El
cansancio es algo con lo que tiene que contar todo hombre o mujer que se
esfuerza por cumplir su tarea diaria con entrega y responsabilidad.
Un día las fuerzas se
desgastan y el agobio se apodera de nosotros. Quedan atrás la euforia y
vitalidad de otros tiempos. Ahora sólo sentimos la falta de aliento, la
impotencia, el hastío.
Las raíces del cansancio
pueden ser muy diversas. Las ocupaciones nos dispersan, la actividad constante
nos desgasta, la mediocridad misma de nuestra vida y nuestro trabajo nos
aburre.
Perdemos energías en las
mil contrariedades y roces de cada día y no sabemos cómo ni dónde reparar
nuestras fuerzas. Nos vaciamos quizás generosamente a lo largo del día, pero no
cuidamos el alimento de nuestro espíritu.
¿Qué hacer cuando la
alegría interior se nos escapa y sentimos el alma cansada y sin aliento?
Quizás, lo primero sea
aceptar con paciencia el cansancio como «compañero de nuestro camino». Pero, al
mismo tiempo, recordar que la soledad y el silencio pueden sanar de nuevo
nuestras raíces.
Hay una oración callada,
humilde y confiada que puede devolvernos el aliento y la vida en las horas
bajas del cansancio y el agobio.
Todos necesitamos, de
alguna manera, saber retirarnos a "un lugar solitario" para enraizar
de nuevo nuestra vida en lo esencial.
Necesitamos más silencio
y soledad para reconocer con paz «las pequeñas cosas» que hemos agrandado
indebidamente hasta agobiarnos, y para recordar las cosas realmente grandes e
importantes que hemos descuidado día tras día.
Esa oración no es huida
cobarde de los problemas. Es renacimiento, reencuentro y renovación del
espíritu. Es sentirse vivo de nuevo y dispuesto para el servicio.
(Aporte de JOSE ANTONIO
PAGOLA, BUENAS NOTICIAS,
NAVARRA 1985.Pág. 189 s.)
Oración final:
“Padre creador, que escuchas y atiendes los clamores de la
humanidad, y que en Jesús nos mostraste el proyecto de bondad y libertad para
tus hijos. Haz de nosotros creyentes audaces, que libres de todo afán de
dominio o ganancia sepamos ser servidores de todos, especialmente de tus hijos
solos y abandonados. Que seamos constructores de un mundo sin exclusiones en el
que todos quepamos con igual dignidad e iguales oportunidades, para que la
humanidad que sufre pueda también un día levantarse y tomar su lugar en el
mundo”. Amén.
Hno. Javier