23 sept 2018
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MUSICA
19 sept 2018
LECTIO DIVINA DEL 25° DOMINGO DEL TIEMPO COMÚN CICLO B.
Domingo 23 de
septiembre de 2018.
Sabiduría 2,12.17-20;
Santiago 3,16-4,3; San Marcos 9,30-37.
Oración inicial:
“Señor Jesús, tú
has venido a mostrarnos la manera de ser y la forma de vivir siendo el más
importante de todos…; nos has mostrado tanto con tu vida, y ahora con tus
enseñanzas, que para ser el más importante de todos, es cuestión de servir y
darse a los demás, de actuar de corazón y de vivir en actitud de entrega y
disponibilidad. Por eso, Señor, te pedimos que nos ayudes a asumir y a
adecuarnos a tu manera de ser, a entender la dimensión de tu vida, para
amar y ser capaces de ser los últimos,
para mejor servir y mejor darnos a los demás, en un proceso continuo de
identificación contigo, de escucha atenta de tu
Palabra y apertura a tu Espíritu”.
Amén.
LECTURA.
Leemos
los siguientes textos: Sabiduría 2,12.17-20; Santiago 3,16-4,3; San Marcos 9,30-37.
Claves de lectura:
1.
«Veamos el desenlace de su vida». (1° Lectura).
Resulta obligado aplicar
este texto de la primera lectura al «Hijo de Dios», a Cristo. Cada uno de sus
versículos concuerda con su comportamiento y con el de sus enemigos. El les ha
echado en cara realmente sus pecados, su traición a la ley de Dios y a la
auténtica tradición; y ellos han decidido su muerte, una «muerte ignominiosa».
Las injurias de que Jesús fue objeto al pie de la cruz se corresponden con las
de los malvados aquí descritos: si es realmente el Hijo de Dios, su Padre se
ocupará de él; veamos si Dios le proporciona la ayuda con la que dice contar.
Así considerada, la cruz de Cristo sería la prueba de que los enemigos que le
condenaron a muerte tenían razón, aunque su muerte haya demostrado, como ellos
pretendían, «su moderación y paciencia»: no ha sabido defenderse.
2.
«El servidor de todos». (Evangelio).
El evangelio de hoy
parece confirmar una vez más la concepción de los «malvados», según la cual el
cristianismo sería una doctrina para niños indefensos y para los que quieren
convertirse en tales: para la gente débil. Y sin embargo lo que se dice en él
trastoca radicalmente todo lo dicho y hecho hasta ahora. En lugar de los
malvados que acechan, aparece ahora la enseñanza de Jesús a sus discípulos: él
será entregado en manos de los hombres, lo matarán y resucitará al tercer día.
Pero es él mismo el que determina su destino, no ellos; y lo hace con una
libertad suprema, como obra de su voluntad firme y decidida, obediente a Dios.
Y en lugar de los malvados aparecen, como su desenmascaramiento y caricatura, los
discípulos, que, después de haber oído esta enseñanza sin haber comprendido una
palabra de la misma, discuten entre sí sobre quién es el más grande o el más
importante. Ser grande y poderoso se opone a la paciencia y a la moderación de
que Cristo hace gala. Entonces Jesús, cuya predicción no encuentra ningún eco
entre los suyos, toma a un niño en sus brazos para demostrar en él, -en alguien
cuya esencia todos conocen y comprenden la verdad que proclama toda su
existencia: el más grande, Dios, manifiesta su grandeza humillándose y
poniéndose en el último lugar como servidor de todos; y el niño, el más débil
de los seres humanos, que por esencia ha de ser cuidado y acogido, es el
símbolo real de este Dios que es acogido cuando se acoge a un niño: primero el Hijo
humillado, pero en él también el Padre, que ha consentido esta humillación.
Dios, en su servicio de esclavo asumido por libre amor hacia todos los malvados
y embriagados de ansia de poder, se manifiesta justamente como el mayor de
todos. ¿Quién tiene el coraje de seguirle?
3.
«No pueden alcanzarlo». (2° Lectura).
La amarga segunda
lectura, que desvela sin contemplaciones el interior pecaminoso del hombre ante
Dios, saca ahora las consecuencias. El ansia de poder y grandeza, que es la
causa de no pocas guerras y conflictos entre los hombres, no conduce a nada
porque el «ambicioso», el «codicioso» es contradictorio en sí mismo. Ambiciona
cosas que contradicen su naturaleza, vive en el «desorden» y se opone a «la
sabiduría que viene de arriba». Por eso no obtiene nada cuando pide este tipo
de sabiduría; no puede recibir nada porque para recibir debería ser como un
niño: «amante de la paz, comprensivo, dócil». Sólo la doctrina de Jesús
resuelve la contradicción interna que anida en el corazón del hombre, en la que
éste se enreda y de la que no puede liberarse por sí solo.
(Aporte de HANS URS von
BALTHASAR, LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C,
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 193 s.)
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C,
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 193 s.)
MEDITACIÓN.
La escena evangélica que
acabamos de leer presenta dos partes: una primera en la que los apóstoles
manifiestan no entender a Jesús, y otra en la que Jesús indica a los suyos que,
quien quiera ser el primero, tiene que hacerse el último. Nuevamente nos
encontramos la cuestión de la fe; o, mejor dicho: lo difícil que puede llegar a
ser convertirse en un hombre de fe, en un creyente.
Mucho se ha hablado y
escrito sobre si la fe se puede o no razonar; sobre si, aunque no sea
demostrable, al menos puede ser lógica, comprensible, acorde con la estructura
psicológica humana y muchas otras cuestiones que no son para tratar ahora aquí.
Todo esto es importante, pues ayuda a una mejor comprensión de la fe, del hecho
en sí, de sus mecanismos, del engarce psicológico y vital que ésta puede
encontrar en el hombre, etc.
Pero todo esto, con ser
importante y necesario, en muchas ocasiones puede quedarse en un discurso
académico. Lo más importante no es que el hombre discuta y dialogue sobre cómo
puede ser esto de la fe, sino que la viva; como sucede con la alegría, la
amistad, la felicidad o el amor, donde lo importante no es soñar con esas
realidades, sino vivirlas.
La fe es una amistad,
una relación personal, una confianza; es, por tanto, una vivencia, una
experiencia; y no una costumbre social, una rutina, un atavismo tradicional; ni
una suma de ritos, de prácticas superficiales, de actos semimágicos, etc. En
cuanto relación personal, lo más importante es una persona, un Alguien con
quien convivimos, con quien entrelazamos y entretejemos nuestra vida, un Alguien
con quien contamos, a quien consultamos a la hora de tomar decisiones en
nuestra existencia; un Alguien cuyas ideas influyen e informan nuestras ideas
y, por lo tanto, nuestra vida; un Alguien cuya vida es un modelo a seguir e
imitar. Por todo eso la fe traspasa el nivel de lo meramente pensado, razonado
o razonable, y es algo mucho más profundo, más serio y más vital.
La fe vivida y entendida
como un confiar plenamente en Jesús; los discípulos que no entienden las
palabras de Jesús, porque están en franca contradicción con lo que ellos
imaginaban y suponían, en contradicción con la imagen y el juicio previos que
ellos se habían forjado de lo que tenía que ser el Mesías, el Enviado de Dios:
un ser fuerte y potente, que con brazo enérgico controlaría las fuerzas
adversas y doblegaría todo lo que andaba mal en el mundo; y Jesús, que les
habla de morir nada menos que ejecutado por mano de los hombres. Aquello no
tenía sentido; era ilógico, incomprensible; no tenía sentido, no había manera
de encontrarle una explicación medianamente aceptable. Pero, por encima de todo
eso, estaba la fe, es decir: los apóstoles confiaban en Jesús; y, a pesar de
las dudas y recelos, siguen con él; discutiendo, hablando en unos términos muy
impropios de un discípulo de Jesús (¿quién es el más importante?), pero siguen
con él.
Todavía tendrán que
pasar por muchas dificultades, por muchas dudas, por muchas noches oscuras
(Lucas dirá que se les abrió el entendimiento tiempo después de la resurrección
-cfr. Lc. 24, 45-; Tomás será reacio incluso al testimonio de sus compañeros;
Juan entró en el sepulcro vacío y entonces creyó, "porque aún no habían
entendido lo que dice la Escritura: -Jn. 20, 8-; y así un largo etcétera). Pero
siguieron adelante, confiando en Jesús, hasta que vieron que había merecido la
pena aquella fidelidad y aquella constancia. Pero también podríamos decirlo al
revés: sólo porque habían puesto, por encima de todo, la confianza en Alguien,
en Jesús, pudieron seguir adelante y atravesar las noches oscuras, las situaciones
incomprensibles, las palabras aparentemente ilógicas y sin sentido del Maestro,
ir más allá de las simples apariencias.
Sólo la fe podía hacer
comprensible para los apóstoles aquellas palabras de Jesús: "El que quiera
ser el primero, que se haga el último". Nosotros hoy día estamos ya muy
acostumbrados a la frase, pero si la escuchásemos por primera vez nos sonaría a
algo absurdo, ilógico, estúpido; nos sonaría tan absurdo como nos podría sonar
que nos dijeran: si quieres estar sano, ponte enfermo. Pero estamos
acostumbrados a ella y nos causa poca impresión; además, andamos muy
ejercitados en la tarea de parecer los últimos siendo los primeros o los
segundos -o procurando serlo, que aún es peor-; es decir, hemos aprendido a
nada y guardar la ropa, y tan tranquilos. Sin darnos cuenta que, en el fondo,
eso significa que, a pesar de lo que digamos, tampoco nosotros entendemos muy
bien que para ser los primeros tengamos que ser los últimos. Y no lo entendemos
porque nos falta fe, porque no confiamos de verdad en Jesús: le llamamos Señor,
pero recelamos de él y de sus capacidades y posibilidades; y por eso, "por
si acaso", preferimos tener nuestros propios medios, nuestros propios
recursos, nuestras reservas y nuestras seguridades; las palabras de Jesús no
nos acaban de bastar y necesitamos otras cosas; diga lo que diga él, nosotros
tenemos que procurar a toda costa no quedarnos los últimos, porque eso sería
una catástrofe, una tragedia.
No lo podemos negar; ser
el último, en nuestra sociedad, es una tragedia: el último de la clase se lleva
las broncas de los maestros y padres; el último en la oposición hace la risa de
todos; el último en dinero está fuera del sistema; el último en belleza nos es
repugnante; el último en fama es un pobre desgraciado; el último en amor es
idiota o tonto. Y Jesús, a lo suyo; que el último será el primero. ¿Quién puede
entender esto? Nadie, o muy pocos, si no hay, por delante, una confianza plena
y total en Jesús y, como consecuencia, en lo que él dice, en lo que él enseña,
en lo que él indica.
(Aporte de LUIS GRACIETA,
DABAR 1985, 47)
Para la reflexión
personal y grupal:
¿Por qué queremos ser siempre los primeros?
¿Qué implica en nuestra vida hacernos servidores de todos?
ORACIÓN-CONTEMPLACIÓN.
"El hombre es
invitado a compartir los sufrimientos de Dios a manos del mundo ateo. El hombre
debe zambullirse en la vida del mundo incrédulo, pero sin pretender paliar su
incredulidad con una apariencia religiosa y sin intentar transfigurarla... Ser
cristiano no significa ser religioso de una manera especial, o cultivar una
forma concreta de ascetismo. Ser cristiano significa ser hombre. Lo que
convierte al cristiano en cristiano, no es un acto religioso particular, sino
la participación en el sufrimiento de Dios en la vida del mundo... Jesús no nos
invita a una nueva religión: Jesús nos invita a la vida. ¿Qué es esta vida y
esta participación en la impotencia de Dios en el mundo?... Volveremos a hablar
de ello otra vez".
(Aporte del teólogo
protestante alemán DIETRICH BONHOEFFER)
(Pero para el escritor de estas líneas
no hubo "otra vez". La Gestapo entró en su celda y se lo llevó. Así,
en lugar de hablar sobre la participación en el sufrimiento de Dios en el
mundo, él mismo participaba efectivamente).
Para orar:
“Toda la providencia es un anhelo de servir.
Sirve la nube, sirve el viento, sirve el surco.
Donde hay un árbol que plantar, plántalo tú;
donde hay un error que enmendar, enmiéndalo tú;
donde haya un esfuerzo que todos esquiven, acéptalo tú;
sé el que apartó del camino la piedra,
el odio de los corazones
y las dificultades del problema.
Sirve la nube, sirve el viento, sirve el surco.
Donde hay un árbol que plantar, plántalo tú;
donde hay un error que enmendar, enmiéndalo tú;
donde haya un esfuerzo que todos esquiven, acéptalo tú;
sé el que apartó del camino la piedra,
el odio de los corazones
y las dificultades del problema.
Hay la alegría de ser
sano y la de ser justo,
pero hay sobre todo, la inmensa,
la hermosa alegría de servir.
pero hay sobre todo, la inmensa,
la hermosa alegría de servir.
Qué triste sería el
mundo
si todo él estuviera hecho;
si no hubiera un rosal que plantar,
una empresa que emprender.
si todo él estuviera hecho;
si no hubiera un rosal que plantar,
una empresa que emprender.
No caigas en el error
de que sólo se hacen méritos
con los grandes trabajos;
hay pequeños servicios:
arreglar una mesa,
ordenar unos libros,
peinar una niña.
de que sólo se hacen méritos
con los grandes trabajos;
hay pequeños servicios:
arreglar una mesa,
ordenar unos libros,
peinar una niña.
Aquél, el que
critica,
éste, el que destruye;
sé tú el que sirve.
éste, el que destruye;
sé tú el que sirve.
El servir no es una
faena de seres inferiores.
Dios que es el fruto y la luz, sirve.
Pudiera llamarse…¡el que sirve!
Dios que es el fruto y la luz, sirve.
Pudiera llamarse…¡el que sirve!
Y tiene sus ojos en
nuestras manos
y nos pregunta cada día:
¿Serviste hoy? ¿A quién?
¿Al árbol? ¿A tu hermana? ¿A tu madre?
y nos pregunta cada día:
¿Serviste hoy? ¿A quién?
¿Al árbol? ¿A tu hermana? ¿A tu madre?
(GABRIELA MISTRAL,
poetiza chilena)
Oración final:
“Concédenos,
Señor, por intercesión de María, tu Madre y nuestra Madre, la gracia de saber
amar como servidores que están a disposición del Evangelio. Que no nos
convirtamos en perseguidores de nuestros hermanos, que no los humillemos ni les
hagamos más difícil su existencia, sino que inspirados en la sabiduría divina
que brota de tu Palabra, seamos testigos de la vida nueva que viene de ti,
siendo comprensivos con todos, misericordiosos y portadores de tu paz”. Amén.
Hno.
Javier.
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8 sept 2018
LECTIO DIVINA DEL 23° DOMINGO DEL TIEMPO COMÚN CICLO B.
Domingo 9 de
septiembre de 2018.
Isaías 35,4-7ª; Santiago 2,1-7; San Marcos 7,31-37.
“Dichosos nosotros
si llevamos a la práctica lo que escuchamos y cantamos. Porque cuando
escuchamos es como si sembráramos una semilla, y cuando ponemos en práctica lo
que hemos oído, es como si esta semilla fructificara. Empiezo diciendo esto
porque quisiera exhortarlos a que no vengan nunca a la iglesia de manera
infructuosa, limitándose sólo a escuchar lo que allí se dice, pero sin llevarlo
a la práctica”.
San Agustín (Sermón 23 A, 1)
Oración inicial:
“Qué
Dios no llore por nosotros al vernos a cada uno aislados en nosotros mismos. Y
que los que nos conocen, egoístas y sordos a la llamada de Dios, al vernos abiertos
a todos, puedan exclamar como aquella muchedumbre: “Todo lo ha hecho bien,
hasta hace oír a los sordos y hablar a los mudos”. Amén.
LECTURA.
Leemos
los siguientes textos: Isaías 35,4-7ª; Santiago 2,1-7; San Marcos
7,31-37.
Claves de lectura:
1. «Effetá (ábrete)».
(Evangelio)
En el evangelio de hoy
Jesús cura a un sordomudo. Está claro que para él no se trata solamente de un
defecto corporal, sino de un símbolo del pueblo de Israel (que representa a
toda la humanidad): Israel es, como dijeron a menudo los profetas, sordo para
la palabra de Dios, y por tanto incapaz de dar una respuesta válida a la misma.
Jesús no hace milagros espectaculares, por eso aparta al sordomudo del gentío:
busca un delicado equilibrio entre la discreción (frente a la propaganda del
mundo) y la ayuda que debe prestar al pueblo. Los dos tocamientos corporales
(en los oídos y en la lengua) constituyen el preludio del momento solemne en
que Jesús levanta los ojos al cielo-todo milagro realizado por Jesús es una
obra del Padre en él- y lanza un suspiro, que indica que está lleno del
Espíritu Santo; esta plétora trinitaria muestra bien a las claras que en la
orden «ábrete» resuena una palabra que no solamente produce una curación
corporal, sino un efecto de gracia para Israel y la humanidad entera.
2. «Han brotado aguas en
el desierto». (1° Lectura)
Cuando el pueblo, al
final del evangelio, proclama asombrado: «Hace oír a los sordos y hablar a los
mudos», está citando casi literalmente unas palabras de la primera lectura, del
profeta Isaías: «Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se
abrirán». Aquí las palabras están en plural porque las promesas del Señor se
dirigen a todo el pueblo, y si inmediatamente después se dice que han brotado
aguas en el desierto y torrentes en la estepa, es para mostrar que también las
curaciones corporales significan mucho más que un mero proceso medicinal: se
trata de una transformación de la naturaleza entera por la cercanía del Dios
que juzga y salva. La salvación que se acerca se describe como una salvación
escatológica, tal y como se dirá en el Apocalipsis: «El primer mundo ha pasado»
(Ap 21,1-5).
3. Los pobres son ricos.
(2° Lectura)
La segunda lectura añade
un tema nuevo. Los ciegos, sordos, cojos y mudos» eran en Isaías los beneficiarios
de la gracia del Señor. Ahora se habla de los pobres en general, de los «pobres
del mundo que Dios ha elegido para hacerlos ricos en la fe y herederos del
reino». Son doblemente pobres porque son menospreciados por el mundo rico y
están condenados a vivir en lugares humillantes. Pero los cristianos deberían
verlos con ojos totalmente distintos; lo que hace el mundo, y que, según
Santiago, también suelen hacer los cristianos -honrar a los ricos y despreciar
a los pobres- no solo contradice expresamente las palabras de Cristo, sino que
contradice asimismo todo el orden divino del mundo descrito en el texto
veterotestamentario: es precisamente de la naturaleza depauperada, del
desierto, de donde brotarán las aguas que harán crecer los jardines; de este
modo Jesús, al comienzo de su predicación, declara bienaventurados a los
pobres, es decir, dichosos, pero no en la tierra, sino mucho más profundamente:
amados de una manera especialísima por Dios.
(Aporte de HANS URS von
BALTHASAR, LUZ DE LA PALABRA,
Comentarios a las
lecturas dominicales A-B-C,
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 190 s.)
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 190 s.)
MEDITACIÓN.
El pasaje del Evangelio nos refiere una bella curación obrada por Jesús: «Le presentan un sordomudo que, además, hablaba con dificultad, y le ruegan imponga la mano sobre él. Él, apartándose de la gente, a solas, le puso sus dedos en los oídos y con su saliva le tocó la lengua. Y, levantando los ojos al cielo, dio un gemido, y le dijo: “Effatá!”, que quiere decir: “¡Ábrete!”. Se abrieron sus oídos y, al instante, se soltó la atadura de su lengua y hablaba correctamente».
Jesús no hacía milagros como quien mueve una varita mágica o chasquea los dedos. Aquel «gemido» que deja escapar en el momento de tocar los oídos del sordo nos dice que se identificaba con los sufrimientos de la gente, participaba intensamente en su desgracia, se hacía cargo de ella. En una ocasión, después de que Jesús había curado a muchos enfermos, el evangelista comenta: «Él tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades» (Mateo 8, 17).
Los milagros de Cristo jamás son fines en sí mismos; son «signos». Lo
que Jesús obró un día por una persona en el plano físico indica lo que Él
quiere hacer cada día por cada persona en el plano espiritual. El hombre curado
por Cristo era sordomudo; no podía comunicarse con los demás, oír su voz y
expresar sus propios sentimientos y necesidades. Si la sordera y la mudez
consisten en la incapacidad de comunicarse correctamente con el prójimo, de
tener relaciones buenas y bellas, entonces debemos reconocer enseguida que
todos somos, quien más quien menos, sordomudos, y es por ello que a todos
dirige Jesús aquel grito suyo: effatá, ¡ábrete!. La diferencia es que la
sordera física no depende del sujeto y es del todo inculpable, mientras que la
moral lo es. Hoy se evita el término «sordo» y se prefiere hablar de
«discapacidad auditiva», precisamente para distinguir el simple hecho de no oír
de la sordera moral.
Somos sordos, por poner algún ejemplo, cuando no oímos el grito de ayuda
que se eleva hacia nosotros y preferimos poner entre nosotros y el prójimo el
«doble cristal» de la indiferencia. Los padres son sordos cuando no entienden
que ciertas actitudes extrañas o desordenadas de los hijos esconden una
petición de atención y de amor. Un marido es sordo cuando no sabe ver en el
nerviosismo de su mujer la señal del cansancio o la necesidad de una
aclaración. Y lo mismo en cuanto a la esposa.
Estamos mudos cuando nos cerramos, por orgullo, en un silencio esquivo y
resentido, mientras que tal vez con una sola palabra de excusa y de perdón
podríamos devolver la paz y la serenidad en casa. Los religiosos y las
religiosas tenemos en el día tiempos de silencio, y a veces nos acusamos en la
Confesión diciendo: «He roto el silencio». Pienso que a veces deberíamos
acusarnos de lo contrario y decir: «No he roto el silencio».
Lo que sin embargo decide la calidad de una comunicación no es
sencillamente hablar o no hablar, sino hablar o no hacerlo por amor. San
Agustín decía a la gente en un discurso: Es imposible saber en toda
circunstancia qué es lo justo que hay que hacer: si hablar o callar, sin
corregir o dejar pasar algo. He aquí entonces que se te da una regla que vale
para todos los casos: «Ama y haz lo que quieras». Preocúpate de que en tu
corazón haya amor; después, si hablas será por amor, si callas será por amor, y
todo estará bien porque del amor no viene más que el bien.
La Biblia permite entender por dónde empieza la ruptura de la
comunicación, de dónde viene nuestra dificultad para relacionarnos de una
manera sana y bella los unos con los otros. Mientras Adán y Eva estaban en
buenas relaciones con Dios, también su relación recíproca era bella y
extasiante: «Ésta es carne de mi carne...». En cuanto se interrumpe, por la
desobediencia, su relación con Dios, empiezan las acusaciones recíprocas: «Ha
sido él, ha sido ella...».
Es de ahí de donde hay que recomenzar cada vez. Jesús vino para
«reconciliarnos con Dios» y así reconciliarnos los unos con los otros. Lo hace
sobre todo a través de los sacramentos. La Iglesia siempre ha visto en los
gestos aparentemente extraños que Jesús realiza en el sordomudo (le pone los
dedos en los oídos y le toca la lengua) un símbolo de los sacramentos gracias a
los cuales Él continúa «tocándonos» físicamente para curarnos espiritualmente.
Por esto en el bautismo el ministro realiza sobre el bautizando los gestos que
Jesús realizó sobre el sordomudo: le pone los dedos en los oídos y le toca la
punta de la lengua, repitiendo la palabra de Jesús: effatá, ¡ábrete!. En particular
el sacramento de la Eucaristía nos ayuda a vencer la incomunicabilidad con el
prójimo, haciéndonos experimentar la más maravillosa comunión con Dios.
(Aporte de P. Raniero
Cantalamessa, ofm cap, comentario al Domingo XXIII del tiempo ordinario, Ciclo
B.)
Para la reflexión personal y grupal:
¿Dejamos hablar y sabemos escuchar?
¿Tenemos los oídos prestos para escuchar a Dios?
ORACIÓN-CONTEMPLACIÓN.
EPIDEMIA DE SOLEDAD.
¡Abrete!
Dice Gabriel Marcel que
«sólo hay un sufrimiento y es el estar solo». La afirmación podrá parecer
exagerada, pero lo cierto es que, para muchos hombres y mujeres de hoy, la
soledad es el mayor problema de su existencia.
Aparentemente, el hombre
actual está mejor comunicado que nunca con sus semejantes y con la realidad
entera. Los medios de comunicación se han multiplicado de manera insospechada.
El teléfono permite mantener una conversación con las personas más distantes.
El televisor introduce hasta nuestro hogar imágenes de todo el mundo. La radio
ha terminado con el aislamiento. Por otra parte, se impone lo público sobre lo
privado. Se habla de asociaciones de todo tipo, círculos sociales, relaciones
públicas, encuentros. Pero todo ello no impide que una soledad indefinida,
difusa y triste se vaya apoderando de muchos hombres y mujeres. Hogares donde
las personas se soportan con indiferencia o agresividad creciente. Niños que no
conocen el cariño y la ternura. Jóvenes que descubren con amargura que el
encuentro sexual puede encubrir un egoísmo engañoso. Amantes que se sienten
cada vez más solos después del amor. Amistades que quedan reducidas a cálculos
e intereses inconfesables.
El hombre actual va
descubriendo poco a poco que la soledad no es necesariamente el resultado de
una falta de contacto con las personas. Antes que eso, la soledad puede ser una
enfermedad del corazón. Si mi vida es un desierto, el mundo entero es un
desierto, aunque esté poblado de toda clase de gentes. Sin duda, son muchos los
factores que pueden llevar a una persona a ese aislamiento interior que se
expresa en frases cada vez más oídas entre nosotros: «Nadie se interesa por
mí». «No creo en nadie». «Que me dejen solo. No quiero saber nada de nadie».
Pero para superar el
aislamiento, es necesario abrirse de nuevo a la vida. Aceptarse a sí mismo con
sencillez y verdad. Escuchar de nuevo el sufrimiento y la alegría de los demás.
Romper el círculo obsesivo de «mis problemas». Recuperar la confianza en los
gestos amistosos de los otros por muy limitados y pobres que nos puedan
parecer. La fe no es un remedio terapéutico que pueda prevenir o curar la
soledad. El creyente está sometido, como cualquier otro, a las tensiones de la
vida moderna y las dificultades de la relación personal.
Pero puede encontrar en
su fe una luz, una fuerza, un sentido, una energía para superar el aislamiento,
la soledad y la incomunicación. Como aquel hombre sordo y mudo, incapaz de
comunicarse, que escuchó un día la palabra curadora de Jesús: «Ábrete».
(Aporte de JOSE ANTONIO
PAGOLA, BUENAS NOTICIAS, NAVARRA 1985.Pág. 225 s.)
Oración final:
“Señor, llamaste,
clamaste, rompiste mi sordera; brillaste, resplandeciste, y disipaste mi
ceguera; exhalaste tu perfume, respiré, suspiro por ti; gusté de ti, y siento
hambre y sed; me tocaste, y me abrasé en tu paz”. Amén.
(San Agustín, Confesiones
10,27,38)
Hno. Javier.
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2 sept 2018
Reflexión del 2 de Septiembre, del Padre Gustavo Jamut, o.m.v.
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,
MENSAJEROS DE LA PAZ
LECTIO DIVINA DEL 22° DOMINGO DEL TIEMPO COMÚN CICLO B.
Domingo 2 de
septiembre 2018.
Deuteronomio 4,1-2.6-8; Santiago 1,17-18.21b.22.27; San
Marcos 7,1-8.14-15.21-23.
Oración inicial:
“Espíritu Santo, ilumina nuestro entendimiento,
para que al leer la Palabra sintamos la presencia de Dios Padre. Abre nuestro
corazón para darnos cuenta del querer de Dios y la manera de hacerlo realidad
en nuestras acciones de cada día. Instrúyenos en tus sendas para seamos signos
de tu presencia en el mundo”. Amén.
LECTURA.
Leemos
los siguientes textos: Deuteronomio 4,1-2.6-8; Santiago
1,17-18.21b.22.27; San Marcos 7,1-8.14-15.21-23
Claves de lectura:
1. Los mandamientos de
Dios. (1° Lectura)
La primera lectura
describe la incomparable superioridad de los mandamientos divinos con
respecto a toda sabiduría humana. Las grandes naciones tienen sus leyes,
excogitadas por una cierta sabiduría humana; estas leyes cambian según
las diversas coyunturas históricas y se adaptan a las nuevas
circunstancias. La ley que Dios ha promulgado para Israel, por el
contrario, es inmutable: «No añadan nada a lo que les mando ni supriman
nada»; pues esta ley proviene de la vida eternamente válida del Dios
legislador. Y aunque Israel no sea más que un pueblo pequeño,
políticamente insignificante, las «grandes naciones» tendrán que
reconocer que la ley promulgada por Dios es más justa que otras
legislaciones humanas y que el pueblo que observa esta ley es más «sabio e
inteligente» (en las cosas divinas) que otros pueblos, los cuales
reconocerán quizá mucho de su sabiduría e inteligencia. Porque la
inteligencia propiciada por la ley de Dios no es una simple cultura
humana, sino una sabiduría del corazón que brota de la obediencia a Dios.
La inteligencia de Israel consiste en ser hechura de Dios.
2. «Engendrados con la
palabra de la verdad». (2° Lectura)
En el envío de su Hijo a
los hombres, el Padre ha superado ampliamente la excelencia de la palabra
de su ley. Su «don perfecto» es (como se dice en la segunda lectura) que
ha querido «engendrarnos con la palabra de la verdad». Ahora su palabra
no solamente nos es comunicada como mandamiento, sino que ha sido
«plantada» en nosotros. Esta palabra está tan dentro de nosotros que debe
ser, ahora más que nunca, no solamente «escuchada» sino también llevada a
la práctica, para que la palabra viva del Padre produzca en nosotros un
fruto divino, verdaderamente digno de Dios. Jesús es el cumplimiento, no
la abolición de la ley en nuestros corazones (Mt 5,17), y sin embargo en
este cumplimiento va mucho más allá de lo que era la fidelidad
veterotestamentaria a la ley (ibid. 5,20). Porque la palabra que se nos
dijo entonces desde fuera es ahora una palabra implantada en nuestro
interior.
3. «Lo que sale de
dentro es lo que hace impuro al hombre». (Evangelio)
En este contexto hay que
situar la reprimenda de Jesús a los fariseos en el evangelio de hoy. La
palabra pronunciada por Dios se ha ido cubriendo de tantos aditamentos
externos (prohibidos más arriba) que se ha convertido en una forma de
culto a Dios totalmente vacía (estas palabras de Jesús son hoy tan
actuales para los cristianos formalistas como lo eran entonces para los
fariseos). Jesús explicará lo que quiere decir de una manera drástica:
los alimentos que entran en el hombre desde fuera jamás le hacen impuro;
más bien el mal procede siempre de dentro del corazón, ya se quede en
mero pensamiento o se convierta en obra. Y es tanto más perverso que el
mal provenga de un corazón en el que la palabra viva, encarnada de Dios ha
sido plantada como ley. Por el contrario, todo lo que proviene de la
palabra de Dios que habita en nuestros corazones y es inspirado por ella, forma
parte de lo que Pablo llama «culto razonable» o «auténtico» (Rm 12,1), ya
sea expresado o tributado directamente a Dios o a los hombres en la vida
cotidiana.
(Aporte de HANS URS von
BALTHASAR, LUZ DE LA PALABRA,
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C,
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 14 s.)
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C,
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 14 s.)
MEDITACIÓN.
VOLVEMOS A MARCOS.
Terminados
ya los cinco domingos que leíamos el capítulo sexto de Juan, hoy volvemos
a recuperar el evangelio correspondiente
a este ciclo, Marcos, que ya no dejaremos hasta el final del año litúrgico. El evangelio de
Marcos tiene un esquema básico y unas ideas de fondo, pero, en cambio, no tiene una organización sistemática de los
hechos o de las palabras de Jesús. Por eso,
prácticamente, cada escena evangélica es un acontecimiento en sí misma,
y presenta un aspecto, una faceta, de
este Jesús que se manifiesta y que a través de él manifiesta el Reino de Dios.
Si
nos lo miramos bien, si vamos al fondo de cada uno de los textos que iremos
leyendo, nos daremos cuenta de que Jesús
marca unos caminos de vida que no se ajustan al
modelo que habitualmente se tiene por normal y razonable. Lo que Jesús
propone rompe con las rutinas sociales e
incluso eclesiales. Y valdría la pena que no escondiéramos esa radicalidad, al contrario, que la hiciéramos
notar. Y que hiciésemos notar también que
Jesús nos obliga constantemente a revisar en qué dirección tenemos
puesta nuestra vida. Porque el interés
de Jesús no radica tanto en lo que hacemos y en lo que conseguimos, sino en qué dirección nos ponemos.
Y
dado que cada domingo el evangelio nos mostrará un acontecimiento o una palabra
de Jesús que afecta aspectos profundos
de nuestra vida personal y comunitaria, podría
resultar pedagógico, ahora que se inicia un nuevo curso, plantear la
Eucaristía y la predicación de los cinco
domingos de septiembre como una reflexión sobre cinco actitudes básicas personales o comunitarias que nos
pueden servir de guía y programa para todo el
año. Si se planteara así, iría bien, por ejemplo, escribir estas
actitudes con un rótulo y colgarlo en
algún lugar de la iglesia para que todo el año sirva de recordatorio.
LLAMADOS A SER "UN PUEBLO SABIO E
INTELIGENTE".
Moisés
en la primera lectura reivindica el seguimiento de los mandamientos de Dios
con un argumento que a primera vista
puede parecer sorprendente: no porque Dios lo haya mandado, sino porque de por sí mismos se ve
que son buenos, que valen la pena. Hasta el
punto que, en estos mandamientos, se muestra como Dios no es un Dios
arbitrario que manda cosas porque sí, sino
que el mandamiento de Dios es que el hombre viva de la manera más humanizadora. ¡El Dios de Israel
es el Dios que se manifestó precisamente
liberando a su pueblo de la esclavitud! Esta novedad de Israel llega a
plenitud en Jesucristo. El mandamiento
de Jesús es éste: que el hombre sea humano hacia sí mismo y hacia los demás. Y por tanto, cuestiona toda
ley que mande otras cosas, aunque parezca
que venga de Dios. Incluso la tradición ritual de las abluciones, que
originalmente fue un bien, porque obligaba
a la higiene, es cuestionada: Jesús, aquí, diríamos que reivindica la autonomía de la ciencia, ya que la higiene ha
de ser defendida en nombre de la higiene, y
no convertirla en una especie de mandamiento divino arbitrario, una
exigencia del culto.
El
Evangelio será, en definitiva, esto: la revelación de que el Reino de Dios es
todo aquello que haga a los hombres más
humanos; la revelación de que el camino de Dios es combatir todo lo que hace daño al hombre (la
lista de cosas que según Jesús "contaminan" al hombre) y dedicarse a todo lo que le hace
bien: el amor. El Evangelio será revelar que
Dios no manda cosas arbitrarias e injustificables, sino tan sólo lo que
humaniza y realiza al hombre. Eso es, al
fin y al cabo, lo que Jesús vivió.
Y
todo hombre limpio de corazón, aunque no sea creyente, si lee el Evangelio
fácilmente reconocerá que en él se
revela lo más auténtico del ser hombre. (Y por eso, a menudo el comportamiento de los cristianos o incluso de
algunos criterios eclesiales pueden enturbiar
esta limpieza del Evangelio).
NO LAS LEYES Y LOS RITOS SINO LA VIDA ENTREGADA AL AMOR.
Esta
sería la actitud que hoy el evangelio quiere resaltar: la fe en Jesús no tiene
su fundamento en leyes y ritos sino en
sacar de nosotros todo aquello que nos contamina: todo aquello que nos estropea
por dentro, y sobre todo aquello que hace daño a los demás, sea por acción o por omisión. La lista que
hace Jesús es muy significativa, y afecta a las relaciones personales, a la
vida de matrimonio, a la vida económica y laboral, a todo lo que hacemos.
Porque
es aquí, en todas las realidades y aspectos de nuestra vida de cada día,
donde se juega la realidad o la falsedad
de nuestro seguimiento a Jesús. Y aquí irá bien leer la claridad y contundencia con que Santiago, en
la segunda lectura, expresa cuál es "la
religión pura e intachable a los ojos de Dios Padre", en perfecta
sintonía con lo que ha dicho Jesús en el
evangelio de hoy.
(Aporte de JOSÉ LLIGADAS, MISA DOMINICAL 1991, 12)
Para la reflexión
personal y grupal:
¿Es nuestra liturgia verdadera, desde el corazón?
¿Qué cupo de fariseísmo hay en nuestras vidas?
¿Dónde
está nuestro corazón?
ORACIÓN –
CONTEMPLACIÓN.
LA QUEJA DE DIOS.
Un grupo de fariseos de Galilea se acerca a Jesús en actitud
crítica. No vienen solos. Les acompañan algunos escribas venidos de Jerusalén,
preocupados sin duda por defender la ortodoxia de los sencillos campesinos de
las aldeas. La actuación de Jesús es peligrosa. Conviene corregirla.
Han observado que, en algunos aspectos, sus discípulos no siguen
la tradición de los mayores. Aunque hablan del comportamiento de los
discípulos, su pregunta se dirige a Jesús, pues saben que es él quien les ha
enseñado a vivir con aquella libertad sorprendente. ¿Por qué?
Jesús les responde con unas palabras del profeta Isaías que
iluminan muy bien su mensaje y su actuación. Estas palabras con las que Jesús
se identifica totalmente hemos de escucharlas con atención, pues tocan algo muy
fundamental de nuestra religión. Según el profeta, esta es la queja de Dios.
"Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está
lejos de mí". Este es siempre el riesgo de toda religión: dar culto a Dios
con los labios, repitiendo fórmulas, recitando salmos, pronunciando palabras
hermosas, mientras nuestro corazón "está lejos de él". Sin embargo,
el culto que agrada a Dios nace del corazón, de la adhesión interior, de ese
centro íntimo de la persona de donde nacen nuestras decisiones y proyectos.
Cuando nuestro corazón está lejos de Dios, nuestro culto queda sin
contenido. Le falta la vida, la escucha sincera de la Palabra de Dios, el amor
al hermano. La religión se convierte en algo exterior que se practica por
costumbre, pero en la que faltan los frutos de una vida fiel a Dios.
La doctrina que enseñan son preceptos humanos. En toda religión
hay tradiciones que son "humanas". Normas, costumbres, devociones que
han nacido para vivir la religiosidad en una determinada cultura. Pueden hacer
mucho bien. Pero hacen mucho daño cuando nos distraen y alejan de lo que Dios
espera de nosotros. Nunca han de tener la primacía.
Al terminar la cita del profeta Isaías, Jesús resume su
pensamiento con unas palabras muy graves: "Vosotros dejáis de lado el
mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres". Cuando
nos aferramos ciegamente a tradiciones humanas, corremos el riesgo de olvidar
el mandato del amor y desviarnos del seguimiento a Jesús, Palabra encarnada de
Dios. En la religión cristiana, lo primero es siempre Jesús y su llamada al
amor. Solo después vienen nuestras tradiciones humanas, por muy importantes que
nos puedan parecer. No hemos de olvidar nunca lo esencial.
(Aporte de José
Antonio Pagola, 2 de
septiembre de 2012)
Oración final:
“Dios, Padre nuestro, de quien procede todo bien y cuyo Espíritu
nos llama a la libertad. Te rogamos que las normas, leyes, ritos y formas… que
muchas veces interponemos en nuestra relación contigo, no logren ocultarnos tu
rostro de amor, para que lejos de aferrarnos a tradiciones simplemente humanas,
estemos libres para encontrar creativamente vías siempre nuevas de llegar hasta
Ti y de contemplar tu rostro”. Amén.
Hno. Javier.
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