Domingo 18 de
febrero de 2018.
Génesis 9,8-15; 1° Pedro 3,18-22; San Marcos 1,12-15.
Oración inicial:
“Ven Espíritu Santo, ven a nuestra
vida, a nuestros corazones, a nuestras conciencias.
Mueve nuestra inteligencia y nuestra voluntad para atender lo que el Padre quiere decirnos a través de su Hijo Jesús, el Cristo. Que tu Palabra llegue a toda nuestra vida y se haga vida en nosotros”. Amén
Mueve nuestra inteligencia y nuestra voluntad para atender lo que el Padre quiere decirnos a través de su Hijo Jesús, el Cristo. Que tu Palabra llegue a toda nuestra vida y se haga vida en nosotros”. Amén
LECTURA.
Leemos
los siguientes textos: Génesis 9,8-15; 1° Pedro 3,18-22; San Marcos
1,12-15.
Claves de lectura:
1. "Crean la Buena
Noticia". (Evangelio)
El Evangelio, la Buena
Noticia que Jesús empieza a proclamar y que es un mensaje para el mundo entero,
para éste y para el del más allá, comienza con su ayuno de cuarenta días. Jesús
no inicia su Cuaresma por propia iniciativa, como mero ejercicio ascético, sino
que es empujado al desierto por el Espíritu de Dios. Como tampoco soportará el
sufrimiento de la cruz (al final de la Cuaresma eclesial) por ascetismo, sino
por pura obediencia al Padre. La inmensa e ilimitada fecundidad de la obra de
Cristo supone tanto al principio como al final una tremenda renuncia. Durante
más de un mes vive sin probar bocado, se alimenta únicamente de la palabra y de
la voluntad del Padre: «Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y
llevar a término su obra» (Jn 4,34). Siguiendo el ejemplo de Jesús, todos los
santos cuya predicación haya de ser fecunda tendrán que desprenderse de todo lo
propio para anunciar eficazmente la proximidad del reino de Dios. El Señor vive
su tiempo de ayuno entre las alimañas y los ángeles, que «le servían», entre el
peligro corporal y la protección sobrenatural. Vive entre los dos extremos de
la creación entera. Al desprenderse de todo lo que llena la vida cotidiana de
los hombres, Jesús toma conciencia de las auténticas dimensiones del cosmos
que, como Redentor del mundo, debe rescatar para Dios. Después de esta
preparación lejos del mundo -renuncia a todo, incluso a lo más necesario para
vivir-, puede presentarse abiertamente ante los hombres y proclamar: «Se ha
cumplido el plazo».
2. «Esta es la señal del
pacto». (1° Lectura)
Las dos lecturas
muestran las dimensiones del mundo que hay que redimir. La primera describe la
alianza primigenia y fundamental de Dios con Noé. Se trata de la promesa de una
reconciliación definitiva de Dios con el mundo. Los nubarrones amenazadores del
castigo inmisericorde han desaparecido definitivamente del cielo, son un pasado
que nunca volverá. Tras la tormenta de la cólera ha salido el sol y se ha
formado el arco iris, que se eleva desde la tierra hasta el cielo y recuerda a
Dios su pacto con «todos los animales, con todos los vivientes». Este pacto no
ha sido abolido ni ha quedado disminuido por la alianza con Israel y por la
posterior Nueva Alianza de Cristo.
3. "Fue a proclamar
su mensaje a los espíritus encarcelados". (2°Lectura)
La segunda lectura da
una respuesta, aunque ciertamente misteriosa, a la cuestión de la suerte de los
difuntos precristianos. Jesús «murió por los culpables», para conducirlos a
Dios. Por eso él, corporalmente muerto, pero vivo espiritualmente, descendió a
los infiernos para proclamar su mensaje de salvación a «los espíritus
encarcelados». Pues antes de su muerte y de su descenso a los infiernos, nadie
podía llegar a Dios (Hb 11,4O). Antes de la resurrección de Jesús, tampoco
había bautismo que pudiera preservarnos del “sheol” (lugar de los muertos) veterotestamentario,
de esa «cárcel» de los muertos que era una parte del mundo todavía no plenamente
redimido. Pero para llegar al mundo de los muertos, Jesús tenía que someterse
también él a la muerte, de la que haremos memoria al final de la Cuaresma y en
virtud de la cual Cristo puede realizar la promesa contenida en la alianza
pactada con Noé de someter al mundo entero, incluido «el último enemigo, la
muerte» (1 Co 15,26), para poner al universo entero «bajo los pies del Padre».
(Aporte de HANS URS von
BALTHASAR, LUZ DE LA PALABRA,
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 141 s.)
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 141 s.)
MEDITACIÓN.
No es raro escuchar,
cuando se habla de Jesús, de su entrega y de su fidelidad a la misión que el
Padre le encomendó que "es que él era el Hijo de Dios". Es
comprensible que busquemos alguna justificación al experimentar nuestras
limitaciones. Pero lo cierto es que Jesús no jugó con ventaja: tampoco a él le
resultó fácil.
EL COMPROMISO DEL
BAUTISMO
En el comentario
correspondiente a la fiesta del Bautismo del Señor, que se celebra unas cuantas
semanas antes de este primer domingo de Cuaresma, decimos que, al recibir el
bautismo, Jesús se comprometió a dar su vida por la felicidad de los hombres.
Ese comentario termina con esta pregunta: "Recibir el bautismo cristiano
es asumir el compromiso de seguir los pasos de Jesús. ¿Se parece mucho nuestro
compromiso bautismal, nuestro compromiso cristiano, al compromiso de
Jesús?" Quizá alguno se sienta inclinado a responder como decíamos
anteriormente: "Pero es que Jesús era el Hijo de Dios".
Marcos, el evangelista,
parece que tiene en su mente esta objeción y nos la responde antes de empezar a
contarnos de qué modo Jesús llevó a cabo su misión con toda fidelidad: Jesús
venció las mismas dificultades que debe superar cualquiera de sus seguidores.
Es cierto que, para ello, contó con la fuerza del Espíritu de Dios y gozó de la
ayuda de los ángeles; pero esto no es un privilegio, pues, como se verá a lo
largo de todo el evangelio, todos los que se decidan a vivir como él vivió y
asuman el compromiso de gastar la vida por la felicidad de los hombres podrán
contar con tal fuerza y con la misma ayuda.
LAS TENTACIONES
Marcos no nos cuenta una
por una las tentaciones que sufre Jesús, como hacen Mateo y Lucas, indicándonos
así que no se trata de hechos aislados que sucedieron una vez y que no se
volvieron a repetir más. Este relato, colocado al comienzo del evangelio, nos
presenta el marco general en el que se habría de desarrollar toda la actividad
pública de Jesús, las circunstancias que van a acompañar permanentemente la
realización de su misión mesiánica: "Estuvo en el desierto cuarenta días,
tentado por Satanás..." Su actividad será un proceso de liberación
(cuarenta días en el desierto, como los cuarenta años del pueblo de Israel) que
llevará a un nuevo modo de vivir en libertad (a una nueva tierra prometida).
Pero durante ese tiempo
tendrá que luchar contra la tentación del poder simbolizado en Satanás. La
tentación no se le presentará en forma de duda personal, como atracción que
pudiera ejercer el poder en el mismo Jesús; serán otras personas las que
intentarán desviarlo de la práctica del servicio y de la entrega de la propia
vida y lo invitarán a elegir el camino del triunfo y de la conquista del poder
para, una vez instalado, instaurar desde él el reino de Dios. Como ejemplo de esta
tentación podríamos citar el episodio que cuenta el mismo evangelio de Marcos
(Mc 8,31-33), cuando Jesús llamó "Satanás" a Pedro por protestar
porque el camino de Jesús conducía a lo que él considera un fracaso, la muerte,
e intentar desviarlo en dirección a la conquista del poder para, desde él,
hacer triunfar el reino de Dios (domingo vigésimo cuarto del tiempo ordinario).
"Estuvo en el
desierto cuarenta días, tentado por Satanás; estaba entre las fieras y los
ángeles le prestaban servicio".
Pedro reaccionó así
cuando Jesús anunció que el Mesías tenía que ser "rechazado por los
senadores, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resucitar a los tres
días". Este conflicto es lo que Marcos anuncia cuando dice que Jesús pasó
cuarenta días rodeado de fieras: que Jesús sufrirá durante toda su actividad la
amenaza de personas que intentarán acabar con su vida. Así sucedió desde el
principio (véase Mc 3, 6) hasta que, al final, lo mataron.
Cierto que en esa lucha
por mantener con firmeza el compromiso de amor hasta la muerte que asumió en su
bautismo, Jesús no se va a encontrar solo: habrá hombres y mujeres que,
actuando de acuerdo con lo que Dios quiere (ésos son los ángeles, mensajeros de
Dios; Juan Bautista acaba de ser llamado angel/mensajero de Dios; (véase Mc
1,2) le ayudarán ("le prestaban servicio") a llevar a buen término su
camino.
Nuestra vida, como
cristiano, debe ser también proceso de liberación personal y un compromiso con
la liberación de todos los hombres y los pueblos oprimidos y explotados.
Cierto, esa tarea no es fácil. Y encontraremos muchos obstáculos: nos
intentarán sobornar ofreciéndonos el éxito, el poder o la riqueza para nosotros
solos (incluso nos pueden llegar a decir que si logramos ocupar un puesto
importante podremos influir más eficazmente en la sociedad), o nos amenazarán
diciéndonos que nuestra actitud es ilegal o subversiva y que nos estamos
arriesgando a ser juzgados y condenados por ello. No será fácil, por supuesto,
pero podremos llegar al final como Jesús si, como él, nos abrimos a la acción
del Espíritu y si actuamos unidos -ángeles unos para con los otros- con todos
los que intentan organizar este mundo de acuerdo con lo que Dios quiere. Será
duro, pero tampoco a él le resultó fácil. Y, al final, valdrá la pena.
(Aporte de RAFAEL J.
GARCIA AVILES,
LLAMADOS A SER LIBRES. CICLO B
EDIC. EL ALMENDRO/MADRID 1990.Pág. 53ss.)
LLAMADOS A SER LIBRES. CICLO B
EDIC. EL ALMENDRO/MADRID 1990.Pág. 53ss.)
CUARESMA: DESIERTO Y NOCHE
Lo mejor que tiene la
noche es la esperanza del amanecer. Pero es necesaria la noche: sin ella, la
luz del nuevo día no tendría ese sabor a victoria. Sería como un vaso de agua
sin sed; o como un descanso que no ha sido preparado, deseado largamente desde
la fatiga.
El diluvio fue una larga
noche. ¿Noche, o muerte? Noche, porque una débil esperanza -el arca- se negaba
a morir. Al final de aquella noche, el arco iris fue, para aquella familia que
se salvó, como un amanecer de victoria, como una señal de alianza con el Señor.
El pecado es noche
también. Y el bautismo, para Pedro, es como el arca; una señal de que esa noche
tendrá también su amanecer. ¿Quién lo garantiza? Cristo, pasando de la noche de
su muerte al alba de su resurrección: «Como Cristo era hombre, lo mataron; pero
como poseía el Espíritu, fue devuelto a la vida».
El desierto era, para el
pueblo judío, como otro nombre de la noche. Lugar de paso hacia una tierra que
un día sería «su tierra», pero que aún quedaba lejos. Lugar de purificación y
de esperanza. Buen lugar para las grandes batallas y para los grandes
encuentros. Por eso Jesús, que quería entrar hasta el fondo de nuestra noche,
quiso vivir la experiencia del desierto. «El Espíritu empujó a Jesús al
desierto».
Y en el desierto entró
como un hombre más; en pie de igualdad. Y en él empezó a librar su gran
batalla. A solas con su limitación y con su miedo; cercado por una naturaleza
que se le encrespaba ("vivía entre alimañas"), sin seguridades en que
apoyarse ("dejándose tentar por Satanás"); desgastado por el hambre y
por la sed. Una batalla que no será vencida de una vez para siempre, sino que
habrá que continuar ganando cada día, palmo a palmo, cada vez más dura y más
dramática, hasta el acoso de Getsemaní, hasta el fracaso de la cruz.
Con la Cuaresma
entramos, nosotros también, en el desierto. En él -sed y silencio- nos vamos
preparando para saborear un día el agua viva de la Pascua. En él nos vamos
convenciendo de la inutilidad de tantas cosas que antes creímos necesarias, de
lo débiles que eran nuestros puntos de apoyo. En él, al damos cuenta de nuestra
radical pobreza, podremos acabar descubriendo que Dios es nuestra única
esperanza.
Entremos, pues, sin
miedo en ese desierto. Dispuestos a aguantar la sed y el hambre. Dejando pesos
inútiles que nos impedirían caminar: comodidades que nos acaban enmoheciendo la
disponibilidad, consumismo que pone en peligro toda nuestra escala de valores,
seguridades que nos tientan a que apartemos los ojos del que es nuestra única
seguridad: el Señor.
Entremos en la Cuaresma
sin miedo a irnos metiendo en el silencio.
Sin miedo a lo que el
Señor nos pueda pedir en la oración.
Sin miedo a vernos como
somos cuando el sol, implacable, acabe derritiendo nuestros complicados
maquillajes.
(Aporte de JORGE GUILLEN
GARCIA, AL HILO DE LA PALABRA,
Comentario a las lecturas de domingos y fiestas, ciclo B GRANADA 1993.Pág. 38 s.)
Comentario a las lecturas de domingos y fiestas, ciclo B GRANADA 1993.Pág. 38 s.)
Para la reflexión
personal y grupal:
¿Qué espíritu es el que nos mueve a nosotros?
ORACIÓN-CONTEMPLACIÓN.
CÓMO SERÍA LA VIDA.
Propiamente, Jesús no
enseñó una «doctrina religiosa» para que sus discípulos la aprendieran y
difundieran correctamente. Jesús anuncia, más bien, un «acontecimiento» que
pide ser acogido, pues lo puede cambiar todo. Él lo está ya experimentando:
«Dios se está introduciendo en la vida con su fuerza salvadora. Hay que hacerle
sitio». Según el evangelio más antiguo, Jesús «proclamaba esta Buena Noticia de
Dios: se ha cumplido el plazo. Está cerca el reino de Dios. Convertíos y creed
la Buena Noticia». Es un buen resumen del mensaje de Jesús: «Se avecina un
tiempo nuevo. Dios no quiere dejarnos solos frente a nuestros problemas y
desafíos. Quiere construir junto a nosotros una vida más humana. Cambiad de
manera de pensar y de actuar. Vivan creyendo esta buena noticia». Todos los
expertos piensan hoy que esto que Jesús llama «reino de Dios» es el corazón de
su mensaje y la pasión que alentó toda su vida. Lo sorprendente es que Jesús
nunca explica directamente en qué consiste el «reino de Dios». Lo que hace es
sugerir en parábolas inolvidables cómo actúa Dios y cómo sería la vida si
hubiera gente que actuara como él. Para Jesús, el «reino de Dios» es la vida
tal como la quiere construir Dios. Ése era el fuego que llevaba dentro: ¿cómo
sería la vida en el Imperio si en Roma reinara Dios y no Tiberio?, ¿cómo
cambiarían las cosas si se imitara, no a Tiberio que sólo buscaba poder,
riqueza y honor, sino a Dios que pide justicia y compasión para los últimos? ¿Cómo
sería la vida en las aldeas de Galilea si en Tiberíades reinara Dios y no
Antipas?, ¿cómo cambiaría todo si la gente se pareciera, no a los grandes
terratenientes que explotaban a los campesinos, sino a Dios que los quiere ver
comiendo y no de hambre? Para Jesús el reino de Dios no es un sueño. Es el
proyecto que Dios quiere llevar adelante en el mundo. El único objetivo que han
de tener sus seguidores. ¿Cómo sería la Iglesia si se dedicará sólo a construir
la vida tal como la quiere Dios, no como la quieren los amos del mundo?, ¿cómo
seríamos los cristianos si viviéramos convirtiéndonos al reino de Dios?, ¿cómo
lucharíamos por el «pan de cada día» para todo ser humano?, ¿cómo gritaríamos
«Venga tu reino»?
(Aporte
de JOSÉ ANTONIO PAGOLA, ECLESALIA, 1/03/06).
Oración final:
“Dios,
Padre nuestro: al comenzar esta Cuaresma te pedimos nos ayudes a empeñarnos en
una auténtica conversión de nuestros corazones y nuestra vida personal y
comunitaria, a la vez que nos esforzamos por transformar nuestra familia,
nuestra sociedad, el mundo. Por Jesucristo nuestro Señor”. Amén.