Domingo 11 de marzo
de 2018.
2° Crónicas 36,14-16.19-23; Efesios 2,4-10; San Juan
3,14-21.
“Mire la muerte
para que la muerte nada valga… En la muerte de Cristo murió la muerte; porque
la Vida muerta mató la muerte, la plenitud de la Vida devoró la muerte; la
muerte fue absorbida en el cuerpo de Cristo”.
(San Agustín, Comentarios sobre el evangelio
de San Juan 12,11-13)
Oración inicial:
“Y aunque tinieblas
padezco, en esta vida mortal no es tan crecido mi mal porque si de luz carezco
tengo vida celestial; porque el amor da tal vida cuando más ciego va siendo,
que tiene al ama rendida sin luz y a oscuras viviendo. Hace tal obra el amor
después que le conocí que si hay bien o mal en mí todo lo hace de un sabor, y
al alma transforma en sí y así en su llama sabrosa la cual en mí estoy
sintiendo apriesa sin quedar cosa, todo me voy consumiendo.” Amén.
(San Juan de la
Cruz)
LECTURA.
Leemos los siguientes textos: 2° Crónicas 36,14-16.19-23;
Efesios 2,4-10; San Juan 3,14-21.
Claves de lectura:
1. «El que no cree, ya
está condenado». (Evangelio)
El evangelio nos da la
oportunidad, en este tiempo de penitencia, de revisar nuestra idea del juicio
divino. La afirmación decisiva es que el que desprecia el amor divino se
condena a sí mismo. Dios no tiene ningún interés en condenar al hombre; Dios es
puro amor, un amor que llega hasta el extremo de entregar su Hijo al mundo por
amor; Dios no puede ya darnos más. La cuestión es si nosotros aceptamos este
amor, de suerte que pueda demostrarse eficaz y fecundo en nosotros, o si, ante
su luz, nosotros preferimos ocultarnos en nuestras tinieblas. En ese caso
«detestamos la luz», detestamos el verdadero amor y afirmamos nuestro egoísmo
de una u otra forma (el amor puramente sensual es también egoísmo). Si hacemos
esto, ya «estamos condenados», no por Dios, sino por nosotros mismos.
2. «Las buenas obras que
él determinó practicásemos». (2° Lectura)
La lectura del Nuevo
Testamento nos muestra una vez más el «gran amor» de Dios por nosotros,
pecadores, pues nos ha resucitado con Cristo y nos ha concedido un sitio con él
en el cielo. Pero nosotros no hemos conquistado ese sitio, sino que nos ha sido
dado por el amor y la gracia de Dios. Y sin embargo no por ello pasamos automáticamente
a ser partícipes de la vida eterna, sino que debemos apropiarnos del don que
Dios nos hace con nuestras «buenas obras». Pero tampoco tenemos necesidad de
inventarnos trabajosamente estas buenas obras; el apóstol nos dice que Dios
«las determinó» de antemano para que nosotros las «practicásemos»; El nos
muestra mediante nuestra conciencia, mediante su revelación, mediante la
Iglesia y mediante nuestros semejantes lo que debemos hacer y en qué sentido
debemos hacerlo. Es posible que practicar estas obras determinadas de antemano
nos cueste algo, pero tenemos que darnos cuenta de que la superación que se nos
exige es también una gracia ofrecida por el amor de Dios, por lo que debemos
realizar nuestras obras en paz y gratitud.
3. (1° Lectura)
La primera lectura nos
muestra de una forma nueva lo que ocurre con el juicio de Dios y con su gracia.
En ella se recuerda la enorme paciencia que Dios tuvo al principio con el
Israel infiel, hasta que finalmente el desprecio y la burla de que eran objeto
los mensajeros y profetas de Dios por parte de Israel llegó a tal punto que «ya
no hubo remedio»: la única salida que quedaba era la destrucción total de
Jerusalén y la deportación a Babilonia. Y sin embargo éste no es el fin del
destino del pueblo: el exilio no durará siempre, surgirá la esperanza de un
salvador terrestre -el rey Ciro- que como instrumento de la providencia divina
permitirá a los desterrados volver a su patria. Estamos todavía en la Antigua
Alianza y la gracia de Dios aún no se ha «consumado», por lo que a partir de
aquí no podemos deducir lo que le sucederá finalmente al que menosprecia la
gracia suprema de Dios ofrecida en Jesucristo. Nos queda sólo la esperanza
ciega de que Dios tendrá al final misericordia incluso de los más obstinados y
de que su luz brillará hasta en lo más profundo de las tinieblas.
(Aporte de HANS URS von
BALTHASAR, LUZ DE LA PALABRA,
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C,
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 146 s.)
MEDITACIÓN.
No nos debe dar miedo de
Dios, si hay que temer a alguien es a nosotros mismos. No es Dios el que puede
amargarnos la vida -ni ésta ni la futura-. Lo que nos puede perder es nuestra
insensatez, nuestra resistencia a aceptarlo tal y como él se quiere manifestar:
como amor sin límite.
NACER DE NUEVO.
Nicodemo, a quien Jesús
dirige las palabras del evangelio de hoy, era un fariseo. El partido fariseo
era adversario del saduceo, al que pertenecía la mayoría de los sumos
sacerdotes, los jerarcas religiosos que gobernaban el templo de Jerusalén y a los
que los fariseos acusaban de ilegítimos. Por eso Nicodemo, después de la
expulsión de los mercaderes del templo, vino a negociar con Jesús para
establecer un acuerdo. Él estaba dispuesto a aceptar que Jesús era un
"maestro venido de parte de Dios", pero quería que todo se
desarrollara "dentro de un orden", dentro del orden que establecía la
Ley.
Nicodemo propone a Jesús
que realice su misión de acuerdo con ellos, actuando como maestro de la Ley de
Moisés, que era, según las doctrinas fariseas, fuente de vida y norma de
comportamiento para el hombre.
La respuesta de Jesús
fue tajante: no es sólo una reforma de las instituciones religiosas lo que él
propone; según el proyecto de Dios, hay que "nacer de nuevo", hay que
crear una nueva sociedad formada por hombres nuevos (Jn 3, 1-12).
LEVANTADO EN ALTO.
"Lo mismo que en el
desierto Moisés levantó en alto la serpiente, así tiene que ser levantado este
Hombre, para que todo el que lo haga objeto de su adhesión tenga vida
definitiva".
La Ley, explica Jesús a
Nicodemo, ya no puede desempeñar las funciones que se le atribuían en la
doctrina de los fariseos. De hecho, no había cumplido esas funciones en el
pueblo de Israel, pues no había sido capaz de impedir que la más importante de
sus instituciones, el templo, se hubiera convertido en instrumento de muerte y
de opresión de los pobres ¡en nombre de Dios mismo! La vida de Dios llegará a
los hombres por un cauce totalmente distinto: por un hombre, el Hombre
"levantado en alto", colgado en una cruz a la que lo llevará la
fidelidad y la lealtad en el cumplimiento de su compromiso de amor con toda la
humanidad. De este modo, "todo el que lo haga objeto de su adhesión",
todo el que decida asumir esa forma de vivir y de morir (morir por amor, gastar
la vida amando), nacerá de nuevo y obtendrá la "vida definitiva". Y,
de ese modo, el Hombre "levantado en alto", el Mesías crucificado,
será la norma de comportamiento para todos los que quieran caminar iluminados
por Dios, para todos los que elijan la luz y abandonen la oscuridad de un mundo
organizado en contra de la voluntad de Dios y de la felicidad del hombre.
ASÍ MANIFIESTO SU AMOR.
"Porque así
demostró Dios su amor al mundo, llegando a dar a su Hijo único, para que todo
el que le presta su adhesión tenga vida definitiva".
El hombre
"levantado en alto" será, además, la revelación de una imagen de Dios
inconcebible para los que habían vivido bajo la Ley. Esta, además de indicar
qué era lo que el hombre debía hacer y qué lo que le estaba prohibido,
establecía también el castigo que correspondía a los que violaban sus mandatos.
La Ley era para el hombre (Pablo desarrollará espléndidamente estas ideas.
Véase, por ejemplo, Rom 7, 7-24; Gál 3, 23-4,7) una constante amenaza de
castigo. Pero Dios no es, no quiere ser, una amenaza para los seres que más
ama, para los hombres. Y por eso ha decidido revelarse y manifestar su gloria
en el amor de aquel hombre que llevó su compromiso hasta la entrega de su
propia vida. Y en lugar de prometer un cielo para los que se porten bien y de
amenazar con un infierno para los que se porten mal, envía a su Hijo para que
nos descubra el infierno en que hemos convertido la tierra, y nos enseñe a
construir el cielo aquí y ahora. Y dimite de su función de juez supremo y nos
traspasa a nosotros la responsabilidad de decidir y de escoger entre salvar y
condenar nuestra vida y nuestro mundo: "Porque no envió Dios el Hijo al
mundo para que dé sentencia contra el mundo, sino para que el mundo por él se
salve. El que le presta adhesión no está sujeto a sentencia; el que se niega a
prestársela ya tiene la sentencia, por su negativa a prestarle adhesión en
calidad de Hijo único de Dios".
Para mantener el
desorden que nos empeñamos en llamar orden (la ley y el orden, que dicen
algunos) es necesario un Dios que mande mucho y que amenace más; para que sus
amenazas produzcan efecto y los hombres obedezcan sus leyes algunos necesitan
un Dios que meta miedo; pero por lo que Jesús le dice a Nicodemo, Dios no va a
estar por la labor. Cierto que él no va a imponer su punto de vista; sólo lo va
a exponer... "levantado en alto". Allí lo podrán ver todos y podrán
comprobar que Dios es amor. Y podrán escoger y ponerse del lado del crucificado
o de sus asesinos; y elegir, para sí mismos y para el mundo, la salvación del
amor de Dios o la ruina del orden este. Sin miedo: ¿qué miedo va a dar un Dios
que se manifiesta en un hombre clavado en una cruz? Pero asumiendo cada cual su
responsabilidad, no sólo por el lado en el que se coloque, sino por la imagen
de Dios que anuncie a los demás, pues sólo una es válida: la que revela el
Hombre aquel, el Hijo único de Dios.
(Aporte de RAFAEL J.
GARCIA AVILES
LLAMADOS A SER LIBRES. CICLO B
EDIC. EL ALMENDRO/MADRID 1990.Pág. 64ss.)
Para la reflexión
personal y grupal:
¿Me doy cuenta de
que en el mensaje de Jesús todo se fundamenta sobre Dios y sobre la fe? ¿Cuáles
son los pasos del dinamismo del “creer”?
¿Cómo me voy a
preparar para la renovación de mi fe en la Vigilia Pascual?
ORACIÓN
–CONTEMPLACIÓN.
ALGO MÁS QUE SOBREVIVIR.
"que tengan vida eterna".
Son muchos los
observadores que, durante estos últimos años, vienen detectando en nuestra
sociedad contemporánea graves signos indicadores de "una pérdida de amor a
la vida".
Se ha hablado, por
ejemplo, del "síndrome de la pasividad" como uno de los rasgos
patológicos más característicos de nuestra sociedad industrial (E. Fromm). Son
muchas las personas que no se relacionan activamente con el mundo, sino que
viven sometidas pasivamente a los ídolos o exigencias del momento.
Individuos dispuestos a
ser alimentados, pero sin capacidad alguna de creatividad personal propia.
Hombres y mujeres cuyo único recurso es el conformismo. Seres que funcionan por
inercia, movidos por «los tirones» de la sociedad que los empuja en una
dirección o en otra.
Otro síntoma grave es el
aburrimiento creciente en las sociedades modernas. La industria de la diversión
y el ocio (TV, cine, sala de fiestas, conferencias, viajes...) consigue que el
aburrimiento sea menos consciente, pero no logra suprimirlo.
En muchos individuos
sigue creciendo la indiferencia por la vida, el sentimiento de infelicidad, el
mal sabor de lo artificial, la incapacidad de entablar contactos vivos y
amistosos.
Otro signo es "el
endurecimiento del corazón". Personas cuyo recurso es aislarse, no necesitar
de nadie, vivir «congelados afectivamente», desentenderse de todos y defender
así su pequeña felicidad cada vez más intocable y cada vez más triste.
Y, sin embargo, los
hombres estamos hechos para vivir y vivir intensamente. Y en esta misma
sociedad se puede observar la reacción de muchos hombres y mujeres que buscan
en el contacto personal íntimo o en el encuentro con la naturaleza o en el
descubrimiento de nuevas experiencias, una salida para "sobrevivir".
Pero el hombre necesita
algo más que «sobrevivir». Es triste que los creyentes de hoy no seamos capaces
de descubrir y experimentar nuestra fe como fuente de vida auténtica. No
estamos convencidos de que creer en Jesucristo es "tener vida
eterna", es decir, comenzar a vivir ya desde ahora algo nuevo y definitivo
que no está sujeto a la decadencia y a la muerte.
Hemos olvidado a ese
Dios cercano a cada hombre concreto, que anima y sostiene nuestra vida y que
nos llama y nos urge desde ahora a una vida más plena y más libre. Y, sin
embargo, ser creyente es sentirse llamado a vivir con mayor plenitud,
descubriendo desde nuestra adhesión a Cristo, nuevas posibilidades, nuevas
fuerzas y nuevo horizonte a nuestro vivir diario.
(Aporte de JOSE ANTONIO
PAGOLA, BUENAS NOTICIAS,
NAVARRA 1985.Pág. 159 s.)
Oración final:
“Hoy
nuestro corazón salta de gozo, Dios Padre nuestro, al sabernos amados por ti
con un amor que nos hace hijos tuyos. La prueba que verifica tan gozosa noticia
es Jesús, tu Hijo, y desde nuestro hermano mayor y amigo para siempre. Él no
vino para condenar sino para salvar al hombre que tú amas con amor y con loca
ternura de padre. Haz que sepamos corresponderte como hijos tuyos bien nacidos.
Gracias, Señor, porque tú no eres un dios frío y lejano, sino un padre que nos
amas, siempre desvelado por tu criatura el hombre. El secreto del mundo y de
nuestra existencia humana está fundado en el latir de tu corazón que ama.
¡Gracias, Señor!”. Amén.
(Tomado de B. Caballero:
La Palabra cada Domingo, San Pablo, España, 1993, p. 258)
Hno.
Javier