19 sept 2018

LECTIO DIVINA DEL 25° DOMINGO DEL TIEMPO COMÚN CICLO B.



Domingo 23 de septiembre de 2018.
Sabiduría 2,12.17-20;  Santiago 3,16-4,3; San Marcos 9,30-37.
Oración inicial:
“Señor Jesús, tú has venido a mostrarnos la manera de ser y la forma de vivir siendo el más importante de todos…; nos has mostrado tanto con tu vida, y ahora con tus enseñanzas, que para ser el más importante de todos, es cuestión de servir y darse a los demás, de actuar de corazón y de vivir en actitud de entrega y disponibilidad. Por eso, Señor, te pedimos que nos ayudes a asumir y a adecuarnos a tu manera de ser, a entender la dimensión de tu vida, para amar  y ser capaces de ser los últimos, para mejor servir y mejor darnos a los demás, en un proceso continuo de identificación contigo, de escucha atenta de tu  Palabra y  apertura a tu Espíritu”. Amén.


LECTURA.

Leemos los siguientes textos: Sabiduría 2,12.17-20;  Santiago 3,16-4,3; San Marcos 9,30-37.

Claves de lectura:

1.                  «Veamos el desenlace de su vida». (1° Lectura).
Resulta obligado aplicar este texto de la primera lectura al «Hijo de Dios», a Cristo. Cada uno de sus versículos concuerda con su comportamiento y con el de sus enemigos. El les ha echado en cara realmente sus pecados, su traición a la ley de Dios y a la auténtica tradición; y ellos han decidido su muerte, una «muerte ignominiosa». Las injurias de que Jesús fue objeto al pie de la cruz se corresponden con las de los malvados aquí descritos: si es realmente el Hijo de Dios, su Padre se ocupará de él; veamos si Dios le proporciona la ayuda con la que dice contar. Así considerada, la cruz de Cristo sería la prueba de que los enemigos que le condenaron a muerte tenían razón, aunque su muerte haya demostrado, como ellos pretendían, «su moderación y paciencia»: no ha sabido defenderse.

2.                  «El servidor de todos». (Evangelio).
El evangelio de hoy parece confirmar una vez más la concepción de los «malvados», según la cual el cristianismo sería una doctrina para niños indefensos y para los que quieren convertirse en tales: para la gente débil. Y sin embargo lo que se dice en él trastoca radicalmente todo lo dicho y hecho hasta ahora. En lugar de los malvados que acechan, aparece ahora la enseñanza de Jesús a sus discípulos: él será entregado en manos de los hombres, lo matarán y resucitará al tercer día. Pero es él mismo el que determina su destino, no ellos; y lo hace con una libertad suprema, como obra de su voluntad firme y decidida, obediente a Dios. Y en lugar de los malvados aparecen, como su desenmascaramiento y caricatura, los discípulos, que, después de haber oído esta enseñanza sin haber comprendido una palabra de la misma, discuten entre sí sobre quién es el más grande o el más importante. Ser grande y poderoso se opone a la paciencia y a la moderación de que Cristo hace gala. Entonces Jesús, cuya predicción no encuentra ningún eco entre los suyos, toma a un niño en sus brazos para demostrar en él, -en alguien cuya esencia todos conocen y comprenden la verdad que proclama toda su existencia: el más grande, Dios, manifiesta su grandeza humillándose y poniéndose en el último lugar como servidor de todos; y el niño, el más débil de los seres humanos, que por esencia ha de ser cuidado y acogido, es el símbolo real de este Dios que es acogido cuando se acoge a un niño: primero el Hijo humillado, pero en él también el Padre, que ha consentido esta humillación. Dios, en su servicio de esclavo asumido por libre amor hacia todos los malvados y embriagados de ansia de poder, se manifiesta justamente como el mayor de todos. ¿Quién tiene el coraje de seguirle?

3.                  «No pueden alcanzarlo». (2° Lectura).
La amarga segunda lectura, que desvela sin contemplaciones el interior pecaminoso del hombre ante Dios, saca ahora las consecuencias. El ansia de poder y grandeza, que es la causa de no pocas guerras y conflictos entre los hombres, no conduce a nada porque el «ambicioso», el «codicioso» es contradictorio en sí mismo. Ambiciona cosas que contradicen su naturaleza, vive en el «desorden» y se opone a «la sabiduría que viene de arriba». Por eso no obtiene nada cuando pide este tipo de sabiduría; no puede recibir nada porque para recibir debería ser como un niño: «amante de la paz, comprensivo, dócil». Sólo la doctrina de Jesús resuelve la contradicción interna que anida en el corazón del hombre, en la que éste se enreda y de la que no puede liberarse por sí solo.

(Aporte de HANS URS von BALTHASAR, LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C,
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 193 s.)


MEDITACIÓN.

La escena evangélica que acabamos de leer presenta dos partes: una primera en la que los apóstoles manifiestan no entender a Jesús, y otra en la que Jesús indica a los suyos que, quien quiera ser el primero, tiene que hacerse el último. Nuevamente nos encontramos la cuestión de la fe; o, mejor dicho: lo difícil que puede llegar a ser convertirse en un hombre de fe, en un creyente.
Mucho se ha hablado y escrito sobre si la fe se puede o no razonar; sobre si, aunque no sea demostrable, al menos puede ser lógica, comprensible, acorde con la estructura psicológica humana y muchas otras cuestiones que no son para tratar ahora aquí. Todo esto es importante, pues ayuda a una mejor comprensión de la fe, del hecho en sí, de sus mecanismos, del engarce psicológico y vital que ésta puede encontrar en el hombre, etc.
Pero todo esto, con ser importante y necesario, en muchas ocasiones puede quedarse en un discurso académico. Lo más importante no es que el hombre discuta y dialogue sobre cómo puede ser esto de la fe, sino que la viva; como sucede con la alegría, la amistad, la felicidad o el amor, donde lo importante no es soñar con esas realidades, sino vivirlas.
La fe es una amistad, una relación personal, una confianza; es, por tanto, una vivencia, una experiencia; y no una costumbre social, una rutina, un atavismo tradicional; ni una suma de ritos, de prácticas superficiales, de actos semimágicos, etc. En cuanto relación personal, lo más importante es una persona, un Alguien con quien convivimos, con quien entrelazamos y entretejemos nuestra vida, un Alguien con quien contamos, a quien consultamos a la hora de tomar decisiones en nuestra existencia; un Alguien cuyas ideas influyen e informan nuestras ideas y, por lo tanto, nuestra vida; un Alguien cuya vida es un modelo a seguir e imitar. Por todo eso la fe traspasa el nivel de lo meramente pensado, razonado o razonable, y es algo mucho más profundo, más serio y más vital.
La fe vivida y entendida como un confiar plenamente en Jesús; los discípulos que no entienden las palabras de Jesús, porque están en franca contradicción con lo que ellos imaginaban y suponían, en contradicción con la imagen y el juicio previos que ellos se habían forjado de lo que tenía que ser el Mesías, el Enviado de Dios: un ser fuerte y potente, que con brazo enérgico controlaría las fuerzas adversas y doblegaría todo lo que andaba mal en el mundo; y Jesús, que les habla de morir nada menos que ejecutado por mano de los hombres. Aquello no tenía sentido; era ilógico, incomprensible; no tenía sentido, no había manera de encontrarle una explicación medianamente aceptable. Pero, por encima de todo eso, estaba la fe, es decir: los apóstoles confiaban en Jesús; y, a pesar de las dudas y recelos, siguen con él; discutiendo, hablando en unos términos muy impropios de un discípulo de Jesús (¿quién es el más importante?), pero siguen con él.
Todavía tendrán que pasar por muchas dificultades, por muchas dudas, por muchas noches oscuras (Lucas dirá que se les abrió el entendimiento tiempo después de la resurrección -cfr. Lc. 24, 45-; Tomás será reacio incluso al testimonio de sus compañeros; Juan entró en el sepulcro vacío y entonces creyó, "porque aún no habían entendido lo que dice la Escritura: -Jn. 20, 8-; y así un largo etcétera). Pero siguieron adelante, confiando en Jesús, hasta que vieron que había merecido la pena aquella fidelidad y aquella constancia. Pero también podríamos decirlo al revés: sólo porque habían puesto, por encima de todo, la confianza en Alguien, en Jesús, pudieron seguir adelante y atravesar las noches oscuras, las situaciones incomprensibles, las palabras aparentemente ilógicas y sin sentido del Maestro, ir más allá de las simples apariencias.
Sólo la fe podía hacer comprensible para los apóstoles aquellas palabras de Jesús: "El que quiera ser el primero, que se haga el último". Nosotros hoy día estamos ya muy acostumbrados a la frase, pero si la escuchásemos por primera vez nos sonaría a algo absurdo, ilógico, estúpido; nos sonaría tan absurdo como nos podría sonar que nos dijeran: si quieres estar sano, ponte enfermo. Pero estamos acostumbrados a ella y nos causa poca impresión; además, andamos muy ejercitados en la tarea de parecer los últimos siendo los primeros o los segundos -o procurando serlo, que aún es peor-; es decir, hemos aprendido a nada y guardar la ropa, y tan tranquilos. Sin darnos cuenta que, en el fondo, eso significa que, a pesar de lo que digamos, tampoco nosotros entendemos muy bien que para ser los primeros tengamos que ser los últimos. Y no lo entendemos porque nos falta fe, porque no confiamos de verdad en Jesús: le llamamos Señor, pero recelamos de él y de sus capacidades y posibilidades; y por eso, "por si acaso", preferimos tener nuestros propios medios, nuestros propios recursos, nuestras reservas y nuestras seguridades; las palabras de Jesús no nos acaban de bastar y necesitamos otras cosas; diga lo que diga él, nosotros tenemos que procurar a toda costa no quedarnos los últimos, porque eso sería una catástrofe, una tragedia.
No lo podemos negar; ser el último, en nuestra sociedad, es una tragedia: el último de la clase se lleva las broncas de los maestros y padres; el último en la oposición hace la risa de todos; el último en dinero está fuera del sistema; el último en belleza nos es repugnante; el último en fama es un pobre desgraciado; el último en amor es idiota o tonto. Y Jesús, a lo suyo; que el último será el primero. ¿Quién puede entender esto? Nadie, o muy pocos, si no hay, por delante, una confianza plena y total en Jesús y, como consecuencia, en lo que él dice, en lo que él enseña, en lo que él indica.

(Aporte de LUIS GRACIETA, DABAR 1985, 47)

Para la reflexión personal y grupal:
¿Por qué queremos ser siempre los primeros?
¿Qué implica en nuestra vida hacernos servidores de todos?


ORACIÓN-CONTEMPLACIÓN.

"El hombre es invitado a compartir los sufrimientos de Dios a manos del mundo ateo. El hombre debe zambullirse en la vida del mundo incrédulo, pero sin pretender paliar su incredulidad con una apariencia religiosa y sin intentar transfigurarla... Ser cristiano no significa ser religioso de una manera especial, o cultivar una forma concreta de ascetismo. Ser cristiano significa ser hombre. Lo que convierte al cristiano en cristiano, no es un acto religioso particular, sino la participación en el sufrimiento de Dios en la vida del mundo... Jesús no nos invita a una nueva religión: Jesús nos invita a la vida. ¿Qué es esta vida y esta participación en la impotencia de Dios en el mundo?... Volveremos a hablar de ello otra vez".
(Aporte del teólogo protestante alemán DIETRICH BONHOEFFER)
(Pero para el escritor de estas líneas no hubo "otra vez". La Gestapo entró en su celda y se lo llevó. Así, en lugar de hablar sobre la participación en el sufrimiento de Dios en el mundo, él mismo participaba efectivamente).

Para orar:
“Toda la providencia es un anhelo de servir.
Sirve la nube, sirve el viento, sirve el surco.
Donde hay un árbol que plantar, plántalo tú;
donde hay un error que enmendar, enmiéndalo tú;
donde haya un esfuerzo que todos esquiven, acéptalo tú;
sé el que apartó del camino la piedra,
el odio de los corazones
y las dificultades del problema.
Hay la alegría de ser sano y la de ser justo,
pero hay sobre todo, la inmensa,
la hermosa alegría de servir.
Qué triste sería el mundo
si todo él estuviera hecho;
si no hubiera un rosal que plantar,
una empresa que emprender.
No caigas en el error
de que sólo se hacen méritos
con los grandes trabajos;
hay pequeños servicios:
arreglar una mesa,
ordenar unos libros,
peinar una niña.
Aquél, el que critica,
éste, el que destruye;
sé tú el que sirve.
El servir no es una faena de seres inferiores.
Dios que es el fruto y la luz, sirve.
Pudiera llamarse…¡el que sirve!
Y tiene sus ojos en nuestras manos
y nos pregunta cada día:
¿Serviste hoy? ¿A quién?
¿Al árbol? ¿A tu hermana? ¿A tu madre?

(GABRIELA MISTRAL, poetiza chilena)

Oración final:
“Concédenos, Señor, por intercesión de María, tu Madre y nuestra Madre, la gracia de saber amar como servidores que están a disposición del Evangelio. Que no nos convirtamos en perseguidores de nuestros hermanos, que no los humillemos ni les hagamos más difícil su existencia, sino que inspirados en la sabiduría divina que brota de tu Palabra, seamos testigos de la vida nueva que viene de ti, siendo comprensivos con todos, misericordiosos y portadores de tu paz”. Amén.


Hno. Javier.


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8 sept 2018

LECTIO DIVINA DEL 23° DOMINGO DEL TIEMPO COMÚN CICLO B.



Domingo 9 de septiembre de 2018.
Isaías 35,4-7ª; Santiago 2,1-7; San Marcos 7,31-37.

“Dichosos nosotros si llevamos a la práctica lo que escuchamos y cantamos. Porque cuando escuchamos es como si sembráramos una semilla, y cuando ponemos en práctica lo que hemos oído, es como si esta semilla fructificara. Empiezo diciendo esto porque quisiera exhortarlos a que no vengan nunca a la iglesia de manera infructuosa, limitándose sólo a escuchar lo que allí se dice, pero sin llevarlo a la práctica”.
San Agustín (Sermón 23 A, 1)

Oración inicial:
“Qué Dios no llore por nosotros al vernos a cada uno aislados en nosotros mismos. Y que los que nos conocen, egoístas y sordos a la llamada de Dios, al vernos abiertos a todos, puedan exclamar como aquella muchedumbre: “Todo lo ha hecho bien, hasta hace oír a los sordos y hablar a los mudos”. Amén.




LECTURA.

Leemos los siguientes textos: Isaías 35,4-7ª; Santiago 2,1-7; San Marcos 7,31-37.

Claves de lectura:

1. «Effetá (ábrete)». (Evangelio)
En el evangelio de hoy Jesús cura a un sordomudo. Está claro que para él no se trata solamente de un defecto corporal, sino de un símbolo del pueblo de Israel (que representa a toda la humanidad): Israel es, como dijeron a menudo los profetas, sordo para la palabra de Dios, y por tanto incapaz de dar una respuesta válida a la misma. Jesús no hace milagros espectaculares, por eso aparta al sordomudo del gentío: busca un delicado equilibrio entre la discreción (frente a la propaganda del mundo) y la ayuda que debe prestar al pueblo. Los dos tocamientos corporales (en los oídos y en la lengua) constituyen el preludio del momento solemne en que Jesús levanta los ojos al cielo-todo milagro realizado por Jesús es una obra del Padre en él- y lanza un suspiro, que indica que está lleno del Espíritu Santo; esta plétora trinitaria muestra bien a las claras que en la orden «ábrete» resuena una palabra que no solamente produce una curación corporal, sino un efecto de gracia para Israel y la humanidad entera.

2. «Han brotado aguas en el desierto». (1° Lectura)
Cuando el pueblo, al final del evangelio, proclama asombrado: «Hace oír a los sordos y hablar a los mudos», está citando casi literalmente unas palabras de la primera lectura, del profeta Isaías: «Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán». Aquí las palabras están en plural porque las promesas del Señor se dirigen a todo el pueblo, y si inmediatamente después se dice que han brotado aguas en el desierto y torrentes en la estepa, es para mostrar que también las curaciones corporales significan mucho más que un mero proceso medicinal: se trata de una transformación de la naturaleza entera por la cercanía del Dios que juzga y salva. La salvación que se acerca se describe como una salvación escatológica, tal y como se dirá en el Apocalipsis: «El primer mundo ha pasado» (Ap 21,1-5).

3. Los pobres son ricos. (2° Lectura)
La segunda lectura añade un tema nuevo. Los ciegos, sordos, cojos y mudos» eran en Isaías los beneficiarios de la gracia del Señor. Ahora se habla de los pobres en general, de los «pobres del mundo que Dios ha elegido para hacerlos ricos en la fe y herederos del reino». Son doblemente pobres porque son menospreciados por el mundo rico y están condenados a vivir en lugares humillantes. Pero los cristianos deberían verlos con ojos totalmente distintos; lo que hace el mundo, y que, según Santiago, también suelen hacer los cristianos -honrar a los ricos y despreciar a los pobres- no solo contradice expresamente las palabras de Cristo, sino que contradice asimismo todo el orden divino del mundo descrito en el texto veterotestamentario: es precisamente de la naturaleza depauperada, del desierto, de donde brotarán las aguas que harán crecer los jardines; de este modo Jesús, al comienzo de su predicación, declara bienaventurados a los pobres, es decir, dichosos, pero no en la tierra, sino mucho más profundamente: amados de una manera especialísima por Dios.

(Aporte de HANS URS von BALTHASAR, LUZ DE LA PALABRA,
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C,
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 190 s.)

MEDITACIÓN.

El pasaje del Evangelio nos refiere una bella curación obrada por Jesús: «Le presentan un sordomudo que, además, hablaba con dificultad, y le ruegan imponga la mano sobre él. Él, apartándose de la gente, a solas, le puso sus dedos en los oídos y con su saliva le tocó la lengua. Y, levantando los ojos al cielo, dio un gemido, y le dijo: “Effatá!”, que quiere decir: “¡Ábrete!”. Se abrieron sus oídos y, al instante, se soltó la atadura de su lengua y hablaba correctamente».
Jesús no hacía milagros como quien mueve una varita mágica o chasquea los dedos. Aquel «gemido» que deja escapar en el momento de tocar los oídos del sordo nos dice que se identificaba con los sufrimientos de la gente, participaba intensamente en su desgracia, se hacía cargo de ella. En una ocasión, después de que Jesús había curado a muchos enfermos, el evangelista comenta: «Él tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades» (Mateo 8, 17). 
Los milagros de Cristo jamás son fines en sí mismos; son «signos». Lo que Jesús obró un día por una persona en el plano físico indica lo que Él quiere hacer cada día por cada persona en el plano espiritual. El hombre curado por Cristo era sordomudo; no podía comunicarse con los demás, oír su voz y expresar sus propios sentimientos y necesidades. Si la sordera y la mudez consisten en la incapacidad de comunicarse correctamente con el prójimo, de tener relaciones buenas y bellas, entonces debemos reconocer enseguida que todos somos, quien más quien menos, sordomudos, y es por ello que a todos dirige Jesús aquel grito suyo: effatá, ¡ábrete!. La diferencia es que la sordera física no depende del sujeto y es del todo inculpable, mientras que la moral lo es. Hoy se evita el término «sordo» y se prefiere hablar de «discapacidad auditiva», precisamente para distinguir el simple hecho de no oír de la sordera moral. 
Somos sordos, por poner algún ejemplo, cuando no oímos el grito de ayuda que se eleva hacia nosotros y preferimos poner entre nosotros y el prójimo el «doble cristal» de la indiferencia. Los padres son sordos cuando no entienden que ciertas actitudes extrañas o desordenadas de los hijos esconden una petición de atención y de amor. Un marido es sordo cuando no sabe ver en el nerviosismo de su mujer la señal del cansancio o la necesidad de una aclaración. Y lo mismo en cuanto a la esposa. 
Estamos mudos cuando nos cerramos, por orgullo, en un silencio esquivo y resentido, mientras que tal vez con una sola palabra de excusa y de perdón podríamos devolver la paz y la serenidad en casa. Los religiosos y las religiosas tenemos en el día tiempos de silencio, y a veces nos acusamos en la Confesión diciendo: «He roto el silencio». Pienso que a veces deberíamos acusarnos de lo contrario y decir: «No he roto el silencio». 
Lo que sin embargo decide la calidad de una comunicación no es sencillamente hablar o no hablar, sino hablar o no hacerlo por amor. San Agustín decía a la gente en un discurso: Es imposible saber en toda circunstancia qué es lo justo que hay que hacer: si hablar o callar, sin corregir o dejar pasar algo. He aquí entonces que se te da una regla que vale para todos los casos: «Ama y haz lo que quieras». Preocúpate de que en tu corazón haya amor; después, si hablas será por amor, si callas será por amor, y todo estará bien porque del amor no viene más que el bien. 
La Biblia permite entender por dónde empieza la ruptura de la comunicación, de dónde viene nuestra dificultad para relacionarnos de una manera sana y bella los unos con los otros. Mientras Adán y Eva estaban en buenas relaciones con Dios, también su relación recíproca era bella y extasiante: «Ésta es carne de mi carne...». En cuanto se interrumpe, por la desobediencia, su relación con Dios, empiezan las acusaciones recíprocas: «Ha sido él, ha sido ella...». 
Es de ahí de donde hay que recomenzar cada vez. Jesús vino para «reconciliarnos con Dios» y así reconciliarnos los unos con los otros. Lo hace sobre todo a través de los sacramentos. La Iglesia siempre ha visto en los gestos aparentemente extraños que Jesús realiza en el sordomudo (le pone los dedos en los oídos y le toca la lengua) un símbolo de los sacramentos gracias a los cuales Él continúa «tocándonos» físicamente para curarnos espiritualmente. Por esto en el bautismo el ministro realiza sobre el bautizando los gestos que Jesús realizó sobre el sordomudo: le pone los dedos en los oídos y le toca la punta de la lengua, repitiendo la palabra de Jesús: effatá, ¡ábrete!. En particular el sacramento de la Eucaristía nos ayuda a vencer la incomunicabilidad con el prójimo, haciéndonos experimentar la más maravillosa comunión con Dios. 

(Aporte de P. Raniero Cantalamessa, ofm cap, comentario al Domingo XXIII del tiempo ordinario, Ciclo B.)

Para la reflexión personal y grupal:
¿Dejamos hablar y sabemos escuchar?
¿Tenemos los oídos prestos para escuchar a Dios?


ORACIÓN-CONTEMPLACIÓN.

EPIDEMIA DE SOLEDAD.
¡Abrete!
Dice Gabriel Marcel que «sólo hay un sufrimiento y es el estar solo». La afirmación podrá parecer exagerada, pero lo cierto es que, para muchos hombres y mujeres de hoy, la soledad es el mayor problema de su existencia.
Aparentemente, el hombre actual está mejor comunicado que nunca con sus semejantes y con la realidad entera. Los medios de comunicación se han multiplicado de manera insospechada. El teléfono permite mantener una conversación con las personas más distantes. El televisor introduce hasta nuestro hogar imágenes de todo el mundo. La radio ha terminado con el aislamiento. Por otra parte, se impone lo público sobre lo privado. Se habla de asociaciones de todo tipo, círculos sociales, relaciones públicas, encuentros. Pero todo ello no impide que una soledad indefinida, difusa y triste se vaya apoderando de muchos hombres y mujeres. Hogares donde las personas se soportan con indiferencia o agresividad creciente. Niños que no conocen el cariño y la ternura. Jóvenes que descubren con amargura que el encuentro sexual puede encubrir un egoísmo engañoso. Amantes que se sienten cada vez más solos después del amor. Amistades que quedan reducidas a cálculos e intereses inconfesables.
El hombre actual va descubriendo poco a poco que la soledad no es necesariamente el resultado de una falta de contacto con las personas. Antes que eso, la soledad puede ser una enfermedad del corazón. Si mi vida es un desierto, el mundo entero es un desierto, aunque esté poblado de toda clase de gentes. Sin duda, son muchos los factores que pueden llevar a una persona a ese aislamiento interior que se expresa en frases cada vez más oídas entre nosotros: «Nadie se interesa por mí». «No creo en nadie». «Que me dejen solo. No quiero saber nada de nadie».
Pero para superar el aislamiento, es necesario abrirse de nuevo a la vida. Aceptarse a sí mismo con sencillez y verdad. Escuchar de nuevo el sufrimiento y la alegría de los demás. Romper el círculo obsesivo de «mis problemas». Recuperar la confianza en los gestos amistosos de los otros por muy limitados y pobres que nos puedan parecer. La fe no es un remedio terapéutico que pueda prevenir o curar la soledad. El creyente está sometido, como cualquier otro, a las tensiones de la vida moderna y las dificultades de la relación personal.
Pero puede encontrar en su fe una luz, una fuerza, un sentido, una energía para superar el aislamiento, la soledad y la incomunicación. Como aquel hombre sordo y mudo, incapaz de comunicarse, que escuchó un día la palabra curadora de Jesús: «Ábrete».

(Aporte de JOSE ANTONIO PAGOLA, BUENAS NOTICIAS, NAVARRA 1985.Pág. 225 s.)



Oración final:
“Señor, llamaste, clamaste, rompiste mi sordera; brillaste, resplandeciste, y disipaste mi ceguera; exhalaste tu perfume, respiré, suspiro por ti; gusté de ti, y siento hambre y sed; me tocaste, y me abrasé en tu paz”. Amén.
(San Agustín, Confesiones 10,27,38)


Hno. Javier.

2 sept 2018

Reflexión del 2 de Septiembre, del Padre Gustavo Jamut, o.m.v.


LECTIO DIVINA DEL 22° DOMINGO DEL TIEMPO COMÚN CICLO B.


Domingo 2 de septiembre 2018.
Deuteronomio 4,1-2.6-8; Santiago 1,17-18.21b.22.27; San Marcos 7,1-8.14-15.21-23.


Oración inicial:
“Espíritu Santo, ilumina nuestro entendimiento, para que al leer la Palabra sintamos la presencia de Dios Padre. Abre nuestro corazón para darnos cuenta del querer de Dios y la manera de hacerlo realidad en nuestras acciones de cada día. Instrúyenos en tus sendas para seamos signos de tu presencia en el mundo”.  Amén.

LECTURA.

Leemos los siguientes textos: Deuteronomio 4,1-2.6-8; Santiago 1,17-18.21b.22.27; San Marcos 7,1-8.14-15.21-23
Claves de lectura:

1. Los mandamientos de Dios. (1° Lectura)
La primera lectura describe la incomparable superioridad de los mandamientos divinos  con respecto a toda sabiduría humana. Las grandes naciones tienen sus leyes, excogitadas  por una cierta sabiduría humana; estas leyes cambian según las diversas coyunturas  históricas y se adaptan a las nuevas circunstancias. La ley que Dios ha promulgado para  Israel, por el contrario, es inmutable: «No añadan nada a lo que les mando ni supriman  nada»; pues esta ley proviene de la vida eternamente válida del Dios legislador. Y aunque  Israel no sea más que un pueblo pequeño, políticamente insignificante, las «grandes  naciones» tendrán que reconocer que la ley promulgada por Dios es más justa que otras  legislaciones humanas y que el pueblo que observa esta ley es más «sabio e inteligente»  (en las cosas divinas) que otros pueblos, los cuales reconocerán quizá mucho de su  sabiduría e inteligencia. Porque la inteligencia propiciada por la ley de Dios no es una  simple cultura humana, sino una sabiduría del corazón que brota de la obediencia a Dios.  La inteligencia de Israel consiste en ser hechura de Dios.

2. «Engendrados con la palabra de la verdad». (2° Lectura)
En el envío de su Hijo a los hombres, el Padre ha superado ampliamente la excelencia de  la palabra de su ley. Su «don perfecto» es (como se dice en la segunda lectura) que ha  querido «engendrarnos con la palabra de la verdad». Ahora su palabra no solamente nos  es comunicada como mandamiento, sino que ha sido «plantada» en nosotros. Esta palabra  está tan dentro de nosotros que debe ser, ahora más que nunca, no solamente  «escuchada» sino también llevada a la práctica, para que la palabra viva del Padre  produzca en nosotros un fruto divino, verdaderamente digno de Dios. Jesús es el  cumplimiento, no la abolición de la ley en nuestros corazones (Mt 5,17), y sin embargo en  este cumplimiento va mucho más allá de lo que era la fidelidad veterotestamentaria a la ley  (ibid. 5,20). Porque la palabra que se nos dijo entonces desde fuera es ahora una palabra  implantada en nuestro interior.

3. «Lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre». (Evangelio)
En este contexto hay que situar la reprimenda de Jesús a los fariseos en el evangelio de  hoy. La palabra pronunciada por Dios se ha ido cubriendo de tantos aditamentos externos  (prohibidos más arriba) que se ha convertido en una forma de culto a Dios totalmente vacía  (estas palabras de Jesús son hoy tan actuales para los cristianos formalistas como lo eran  entonces para los fariseos). Jesús explicará lo que quiere decir de una manera drástica: los  alimentos que entran en el hombre desde fuera jamás le hacen impuro; más bien el mal  procede siempre de dentro del corazón, ya se quede en mero pensamiento o se convierta  en obra. Y es tanto más perverso que el mal provenga de un corazón en el que la palabra  viva, encarnada de Dios ha sido plantada como ley. Por el contrario, todo lo que proviene  de la palabra de Dios que habita en nuestros corazones y es inspirado por ella, forma parte  de lo que Pablo llama «culto razonable» o «auténtico» (Rm 12,1), ya sea expresado o  tributado directamente a Dios o a los hombres en la vida cotidiana.

(Aporte de HANS URS von BALTHASAR, LUZ DE LA PALABRA,
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C,
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 14 s.)

MEDITACIÓN.

VOLVEMOS A MARCOS.
Terminados ya los cinco domingos que leíamos el capítulo sexto de Juan, hoy volvemos a  recuperar el evangelio correspondiente a este ciclo, Marcos, que ya no dejaremos hasta el  final del año litúrgico. El evangelio de Marcos tiene un esquema básico y unas ideas de fondo, pero, en cambio,  no tiene una organización sistemática de los hechos o de las palabras de Jesús. Por eso,  prácticamente, cada escena evangélica es un acontecimiento en sí misma, y presenta un  aspecto, una faceta, de este Jesús que se manifiesta y que a través de él manifiesta el  Reino de Dios.
Si nos lo miramos bien, si vamos al fondo de cada uno de los textos que iremos leyendo,  nos daremos cuenta de que Jesús marca unos caminos de vida que no se ajustan al  modelo que habitualmente se tiene por normal y razonable. Lo que Jesús propone rompe  con las rutinas sociales e incluso eclesiales. Y valdría la pena que no escondiéramos esa  radicalidad, al contrario, que la hiciéramos notar. Y que hiciésemos notar también que  Jesús nos obliga constantemente a revisar en qué dirección tenemos puesta nuestra vida.  Porque el interés de Jesús no radica tanto en lo que hacemos y en lo que conseguimos,  sino en qué dirección nos ponemos.
Y dado que cada domingo el evangelio nos mostrará un acontecimiento o una palabra de  Jesús que afecta aspectos profundos de nuestra vida personal y comunitaria, podría  resultar pedagógico, ahora que se inicia un nuevo curso, plantear la Eucaristía y la  predicación de los cinco domingos de septiembre como una reflexión sobre cinco actitudes  básicas personales o comunitarias que nos pueden servir de guía y programa para todo el  año. Si se planteara así, iría bien, por ejemplo, escribir estas actitudes con un rótulo y  colgarlo en algún lugar de la iglesia para que todo el año sirva de recordatorio.

LLAMADOS A SER "UN PUEBLO SABIO E INTELIGENTE".
Moisés en la primera lectura reivindica el seguimiento de los mandamientos de Dios con  un argumento que a primera vista puede parecer sorprendente: no porque Dios lo haya  mandado, sino porque de por sí mismos se ve que son buenos, que valen la pena. Hasta el  punto que, en estos mandamientos, se muestra como Dios no es un Dios arbitrario que  manda cosas porque sí, sino que el mandamiento de Dios es que el hombre viva de la  manera más humanizadora. ¡El Dios de Israel es el Dios que se manifestó precisamente  liberando a su pueblo de la esclavitud! Esta novedad de Israel llega a plenitud en  Jesucristo. El mandamiento de Jesús es éste: que el hombre sea humano hacia sí mismo y  hacia los demás. Y por tanto, cuestiona toda ley que mande otras cosas, aunque parezca  que venga de Dios. Incluso la tradición ritual de las abluciones, que originalmente fue un  bien, porque obligaba a la higiene, es cuestionada: Jesús, aquí, diríamos que reivindica la  autonomía de la ciencia, ya que la higiene ha de ser defendida en nombre de la higiene, y  no convertirla en una especie de mandamiento divino arbitrario, una exigencia del culto.
El Evangelio será, en definitiva, esto: la revelación de que el Reino de Dios es todo  aquello que haga a los hombres más humanos; la revelación de que el camino de Dios es  combatir todo lo que hace daño al hombre (la lista de cosas que según Jesús "contaminan"  al hombre) y dedicarse a todo lo que le hace bien: el amor. El Evangelio será revelar que  Dios no manda cosas arbitrarias e injustificables, sino tan sólo lo que humaniza y realiza al  hombre. Eso es, al fin y al cabo, lo que Jesús vivió.
Y todo hombre limpio de corazón, aunque no sea creyente, si lee el Evangelio fácilmente  reconocerá que en él se revela lo más auténtico del ser hombre. (Y por eso, a menudo el  comportamiento de los cristianos o incluso de algunos criterios eclesiales pueden enturbiar  esta limpieza del Evangelio).

NO LAS LEYES Y LOS RITOS SINO LA VIDA ENTREGADA AL AMOR.
Esta sería la actitud que hoy el evangelio quiere resaltar: la fe en Jesús no tiene su  fundamento en leyes y ritos sino en sacar de nosotros todo aquello que nos contamina: todo aquello que nos estropea por dentro, y sobre todo aquello que hace daño a los demás,  sea por acción o por omisión. La lista que hace Jesús es muy significativa, y afecta a las relaciones personales, a la vida de matrimonio, a la vida económica y laboral, a todo lo que hacemos.
Porque es aquí, en todas las realidades y aspectos de nuestra vida de cada día, donde  se juega la realidad o la falsedad de nuestro seguimiento a Jesús. Y aquí irá bien leer la  claridad y contundencia con que Santiago, en la segunda lectura, expresa cuál es "la  religión pura e intachable a los ojos de Dios Padre", en perfecta sintonía con lo que ha  dicho Jesús en el evangelio de hoy.
(Aporte de JOSÉ LLIGADAS, MISA DOMINICAL 1991, 12)

Para la reflexión personal y grupal:
¿Es nuestra liturgia verdadera, desde el corazón? 
¿Qué cupo de fariseísmo hay en nuestras vidas? 
¿Dónde está nuestro corazón?


ORACIÓN – CONTEMPLACIÓN.

LA QUEJA DE DIOS.

Un grupo de fariseos de Galilea se acerca a Jesús en actitud crítica. No vienen solos. Les acompañan algunos escribas venidos de Jerusalén, preocupados sin duda por defender la ortodoxia de los sencillos campesinos de las aldeas. La actuación de Jesús es peligrosa. Conviene corregirla.
Han observado que, en algunos aspectos, sus discípulos no siguen la tradición de los mayores. Aunque hablan del comportamiento de los discípulos, su pregunta se dirige a Jesús, pues saben que es él quien les ha enseñado a vivir con aquella libertad sorprendente. ¿Por qué?
Jesús les responde con unas palabras del profeta Isaías que iluminan muy bien su mensaje y su actuación. Estas palabras con las que Jesús se identifica totalmente hemos de escucharlas con atención, pues tocan algo muy fundamental de nuestra religión. Según el profeta, esta es la queja de Dios.
"Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí". Este es siempre el riesgo de toda religión: dar culto a Dios con los labios, repitiendo fórmulas, recitando salmos, pronunciando palabras hermosas, mientras nuestro corazón "está lejos de él". Sin embargo, el culto que agrada a Dios nace del corazón, de la adhesión interior, de ese centro íntimo de la persona de donde nacen nuestras decisiones y proyectos.
Cuando nuestro corazón está lejos de Dios, nuestro culto queda sin contenido. Le falta la vida, la escucha sincera de la Palabra de Dios, el amor al hermano. La religión se convierte en algo exterior que se practica por costumbre, pero en la que faltan los frutos de una vida fiel a Dios.
La doctrina que enseñan son preceptos humanos. En toda religión hay tradiciones que son "humanas". Normas, costumbres, devociones que han nacido para vivir la religiosidad en una determinada cultura. Pueden hacer mucho bien. Pero hacen mucho daño cuando nos distraen y alejan de lo que Dios espera de nosotros. Nunca han de tener la primacía.
Al terminar la cita del profeta Isaías, Jesús resume su pensamiento con unas palabras muy graves: "Vosotros dejáis de lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres". Cuando nos aferramos ciegamente a tradiciones humanas, corremos el riesgo de olvidar el mandato del amor y desviarnos del seguimiento a Jesús, Palabra encarnada de Dios. En la religión cristiana, lo primero es siempre Jesús y su llamada al amor. Solo después vienen nuestras tradiciones humanas, por muy importantes que nos puedan parecer. No hemos de olvidar nunca lo esencial.
(Aporte de José Antonio Pagola, 2 de septiembre de 2012)




Oración final:
“Dios, Padre nuestro, de quien procede todo bien y cuyo Espíritu nos llama a la libertad. Te rogamos que las normas, leyes, ritos y formas… que muchas veces interponemos en nuestra relación contigo, no logren ocultarnos tu rostro de amor, para que lejos de aferrarnos a tradiciones simplemente humanas, estemos libres para encontrar creativamente vías siempre nuevas de llegar hasta Ti y de contemplar tu rostro”. Amén.
                                                  Hno. Javier.



ZAZ Je veux traducida español