7 feb 2018

6° DOMINGO DEL TIEMPO DURANTE EL AÑO CICLO B. Domingo 11 de febrero de 2018.

LECTIO DIVINA DEL 6° DOMINGO DEL TIEMPO DURANTE EL AÑO CICLO B.
Domingo 11 de febrero de 2018.
Levítico 13,1-2.45-46; 1° Corintios 10,31-11,1; San Marcos 1,40-45

Festividad de Nuestra Señora de Lourdes
“Jornada mundial de los enfermos y de los agentes de salud”

Oración inicial:
“Hoy, Señor, vengo ante ti para alabarte. Hoy, Señor Jesús, con tu poder puedes cambiarme. Sáname, Señor, hoy quiero vivir, dame de tu amor, sin ti no puedo ser feliz. Sáname, Señor, líbrame del mal, toca el corazón para alcanzar la santidad.” (Canto litúrgico)

LECTURA.

Leemos los siguientes textos: Levítico 13,1-2.45-46; 1° Corintios 10,31-11,1; San Marcos 1,40-45

Claves de lectura:

1. "Quiero: queda limpio".(evangelio)
El encuentro de Jesús con el leproso, que le suplica de rodillas que le cure, muestra la total novedad de la conducta de Cristo con respecto al comportamiento veterotestamentario y rabínico. Un leproso no sólo estaba excluido de la comunidad -algo comprensible según las prescripciones higiénicas del Pentateuco-, sino que los rabinos afirmaban que la causa de esta enfermedad eran los graves pecados cometidos por el leproso y prohibían acercarse a él; cuando un leproso se acercaba, se le alejaba a pedradas. Jesús deja que el leproso del evangelio se le acerque y hace algo impensable para un judío: lo toca. Él es precisamente el Salvador enviado por Dios que como buen médico no sólo se preocupa de los enfermos del alma (los sanos no necesitan médico: Mt 9,12), sino que indica, al tocar al leproso, que no tiene miedo al contagio; más aún: toma sobre sí conscientemente la enfermedad del hombre y sus pecados. A propósito del comportamiento de Jesús, Mateo cita las palabras del Siervo de Dios: «Él tomó nuestras dolencias y cargó con nuestras enfermedades» (Mt 8,17; Is S3,4). Pero esto no sucede en la impasibilidad más absoluta: el texto griego habla de una cólera de Jesús («le increpó») ante la miseria de los hombres, miseria que Dios no ha querido. Y cuando el leproso queda limpio, Jesús le ordena, para cumplir lo que manda la ley, que se presente ante el sacerdote, que ha de constatar la curación. «Para que conste» significa dos cosas: para que sepan que puedo curar enfermos y para que vean que no elimino la Ley sino que la cumplo. Que el ex leproso no respete el silencio que Jesús le impone, es una desobediencia que dificulta no poco la actividad de Jesús: «Ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo»; Jesús no quiere que se le confunda con un curandero.

2. «¡Impuro, impuro!». (1° Lectura)
La primera lectura recuerda las prescripciones de la Ley con respecto a la lepra. Se trata de medidas sumamente severas que obligaban al enfermo no sólo a vivir solo, separado de la comunidad, condenándole a descuidar su aspecto externo mientras duraba su enfermedad, sino también a gritar «¡Impuro, impuro!» cuando alguien se le acercaba. Esto es precisamente lo que el pecador contumaz debería hacer en la Iglesia, pues el que peca gravemente, mientras permanezca en pecado mortal, puede contaminar a los demás y no debería ocultar hipócritamente su separación de la «comunión de los santos». Como impuro que es, debería cuanto antes postrarse de rodillas a los pies de Jesús y suplicarle: «Si quieres, puedes curarme».

3. "Como yo sigo el ejemplo de Cristo". (2° Lectura)
En la segunda lectura, el apóstol procura asemejarse a su Señor en la medida de lo posible; él no puede tomar sobre sí los pecados de los hombres, pues esto pertenece exclusivamente a Cristo («¿Acaso crucificaron a Pablo por ustedes?»: 1 Co 1,13), pero puede acoger a los enfermos del cuerpo y mayormente a los del alma para devolverles la salud en virtud de la fuerza de Cristo. Su ir al encuentro de los enfermos y de los débiles no es condescendencia, sino pura actitud de servicio que puede llegar incluso a una participación en la pasión sustitutoria de Jesús (Col 1,24).
(Aporte de HANS URS von BALTHASAR, LUZ DE LA PALABRA,
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 138 s.)

MEDICTACIÓN.

Hoy acabamos esta primera etapa de la lectura continuada de Marcos (el miércoles empezamos la Cuaresma), y cuando la recuperemos después de Pascua ya será en el domingo undécimo, saltando al cuarto capítulo, cuando ya haya concluido eso que hemos denominado "la explosión de Galilea".
Hoy leemos otro de los signos que marcan esta explosión: Jesús rompe uno de los grandes tabúes: el tabú de la lepra, lo que hemos leído en la primera lectura. Jesús no rechaza a un leproso que se le acerca, en contra de lo que la Ley decía. Pero, además de esto, vale la pena notar dos cosas aún más sorprendentes: una, que nadie del entorno de Jesús haga ninguna observación sobre los peligros que esto comportaba; la otra, aún más importante, que un leproso tenga suficiente valor como para romper las obligaciones de marginación a que estaba sometido y se acerque a Jesús. Con todo esto, Marcos quiere mostrar que desde el inicio Jesús viene dispuesto a romper todos los tabúes que sea necesario, y que todo el mundo sabe que Jesús está constantemente dispuesto a esta ruptura.
Aparece también aquí el tema del "secreto mesiánico": Jesús no quiere que se divulgue su fama, porque eso podría ocasionar que la gente entendiera su mesianismo como un mesianismo guerrero y poderoso, como esperaban muchos. Pero el leproso no puede callar, sino todo lo contrario: de hecho, el que ha sido salvado por Jesús es imposible que calle. Y su fama, la explosión de Galilea, es imparable.
Finalmente, vale la pena notar que Jesús, a pesar de romper tabúes, no es un defensor de una especie de principio general de ilegalidad: Jesús quiere que la curación sea certificada por el sacerdote, como prescribe la Ley. La Ley sólo hay que romperla cuando oprime. Y además, el pobre leproso vivirá mucho más tranquilo si tiene un certificado que le autorice a hacer vida normal.
(Aporte de JOSEP LLIGADAS, MISA DOMINICAL 1994/0)

Para la reflexión personal y grupal:
¿Qué actitud tenemos ante “los milagros”?
¿Cómo nos relacionamos con Dios cuando estamos enfermos?


ORACIÓN-CONTEMPLACIÓN.

"... y lo tocó"

Cuando el único afán de las personas es verse libres de todo sufrimiento, resulta insoportable el contacto directo con el dolor y la miseria de los demás.
Por eso se explica que muchos hombres y mujeres se esfuercen por defender su pequeña felicidad, evitando toda relación y contacto con los que sufren.
La cercanía del niño mendigo o la presencia del joven drogadicto nos perturba y molesta.
Es mejor mantenerse lo más lejos posible.
No dejarnos contagiar o manchar por la miseria.
Privatizamos nuestra vida cortando toda clase de relaciones vivas con el mundo de los que sufren y nos aislamos en nuestros propios problemas, haciéndonos cada vez más insensibles al dolor ajeno.
Son muchos los observadores que detectan en la sociedad occidental un crecimiento de la apatía, la indiferencia e insensibilidad ante el sufrimiento de los otros.
Hemos aprendido a amurallarnos detrás de las cifras y las estadísticas que nos hablan de la miseria en el mundo y podemos calcular cuántos niños mueren de hambre cada minuto, sin que nuestro corazón se conmueva demasiado.
Incluso, las imágenes más crueles y trágicas que pueda servirnos la TV quedan rápidamente relegadas y olvidadas por la serie de moda.
El gran economista J.K Galbraith ha hablado de la creciente "indiferencia ante el Tercer Mundo". Según sus observaciones, el aumento de riqueza en los países poderosos ha aumentado la indiferencia hacia los países pobres. «A medida que aumentó la riqueza, se podía haber esperado que la ayuda aumentara a partir de la existencia de recursos cada vez más abundantes. Pero he aquí que ha disminuido la preocupación por los pobres tanto en Estados Unidos como en el resto del mundo rico».
La actitud de Jesús hacia los marginados de su tiempo resulta especialmente interpeladora para nosotros.
Los leprosos eran segregados de la sociedad. Tocarlos significaba contraer impureza y lo correcto era mantenerse lejos de ellos, sin contaminarse con su problema ni su miseria. Jesús no sólo cura al leproso sino que lo toca. Restablece el contacto humano con aquel hombre que ha sido marginado por todos.
La sociedad seguirá levantando fronteras de separación hacia los marginados. Son fronteras que a un creyente sólo le indican las barreras que ha de traspasar para acercarse al hermano necesitado.
(Aporte de JOSE ANTONIO PAGOLA, BUENAS NOTICIAS,
NAVARRA 1985.Pág.191 s.)

Oración final:
Gracias, Padre, porque Jesús, curando a los leprosos  nos mostró que el amor no margina a nadie, sino que regenera a la persona, restableciéndola en su dignidad. Cada sanación de Cristo nos habla de su corazón compasivo y nos confirma en la venida de tu amor y de tu reino.  Siguiendo su ejemplo, danos, Señor, un corazón sensible al bien de los hermanos, para saber dialogar contigo en la fe. Danos disponibilidad para escuchar tu palabra, sin encerrarnos en el monólogo egocéntrico y estéril de nuestra propia seguridad. Y concédenos superar todas las crisis  y dificultades de la fe en nuestro camino hacia la indispensable madurez cristiana. Amén.


(Tomado de B. Caballero: La Palabra cada Domingo, San Pablo, España, 1993, p. 323)

Material Cuaresma 2018

Es Hacer un camino ( pintado de morado) que nos irá ubicando en distintos espacios cada domingo:
DESIERTO-TABOR-TEMPLO-OSCURIDAD-SEMBRADO…
La palabra de Dios que es nuestra brújula (GPS) nos ira acompañando cada domingo y tendrá un mensaje directo para nosotros (los bocadillos).
Os compartimos varios archivos de la misma idea:
– El dibujo que empieza en blanco y negro que cada semana se va coloreando
– Ficha en b/n que pueden los niños colorear cada domingo una parte y completar el bocadillo..
-Nosotros en la eucaristía imprimiremos el archivo MUPPY (tamaño 1,79 x 120 que como es el tamaño de las marquesinas de los autobuses sale muy barato) recortaremos el evangelio y las frases de los bocadillos y haremos que el evangelio avance por las distintas ubicaciones y añadiremos cada domingo una frase. También lo mandamos en A4.
Desde la Acción Católica General han preparado unas catequesis que podrán ayudarnos. Todavía nos las tenemos, pero en cuanto las tengamos las adjuntaremos a este material.
Buena travesía hacia la pascua…. Caminemos con esperanza esta cuaresma pues sabemos con quién vamos y que nos lleva a la VIDA.












CUARESMA 2018

w2.vatican.va                                 

MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
PARA LA CUARESMA 2018

«Al crecer la maldad, se enfriará el amor en la mayoría» (Mt 24,12)

Queridos hermanos y hermanas:
Una vez más nos sale al encuentro la Pascua del Señor. Para prepararnos a recibirla, la Providencia de Dios nos ofrece cada año la Cuaresma, «signo sacramental de nuestra conversión»[1], que anuncia y realiza la posibilidad de volver al Señor con todo el corazón y con toda la vida.
Como todos los años, con este mensaje deseo ayudar a toda la Iglesia a vivir con gozo y con verdad este tiempo de gracia; y lo hago inspirándome en una expresión de Jesús en el Evangelio de Mateo: «Al crecer la maldad, se enfriará el amor en la mayoría» (24,12).
Esta frase se encuentra en el discurso que habla del fin de los tiempos y que está ambientado en Jerusalén, en el Monte de los Olivos, precisamente allí donde tendrá comienzo la pasión del Señor. Jesús, respondiendo a una pregunta de sus discípulos, anuncia una gran tribulación y describe la situación en la que podría encontrarse la comunidad de los fieles: frente a acontecimientos dolorosos, algunos falsos profetas engañarán a mucha gente hasta amenazar con apagar la caridad en los corazones, que es el centro de todo el Evangelio.
Los falsos profetas
Escuchemos este pasaje y preguntémonos: ¿qué formas asumen los falsos profetas?
Son como «encantadores de serpientes», o sea, se aprovechan de las emociones humanas para esclavizar a las personas y llevarlas adonde ellos quieren. Cuántos hijos de Dios se dejan fascinar por las lisonjas de un placer momentáneo, al que se le confunde con la felicidad. Cuántos hombres y mujeres viven como encantados por la ilusión del dinero, que los hace en realidad esclavos del lucro o de intereses mezquinos. Cuántos viven pensando que se bastan a sí mismos y caen presa de la soledad.
Otros falsos profetas son esos «charlatanes» que ofrecen soluciones sencillas e inmediatas para los sufrimientos, remedios que sin embargo resultan ser completamente inútiles: cuántos son los jóvenes a los que se les ofrece el falso remedio de la droga, de unas relaciones de «usar y tirar», de ganancias fáciles pero deshonestas. Cuántos se dejan cautivar por una vida completamente virtual, en que las relaciones parecen más sencillas y rápidas pero que después resultan dramáticamente sin sentido. Estos estafadores no sólo ofrecen cosas sin valor sino que quitan lo más valioso, como la dignidad, la libertad y la capacidad de amar. Es el engaño de la vanidad, que nos lleva a pavonearnos… haciéndonos caer en el ridículo; y el ridículo no tiene vuelta atrás. No es una sorpresa: desde siempre el demonio, que es «mentiroso y padre de la mentira» (Jn 8,44), presenta el mal como bien y lo falso como verdadero, para confundir el corazón del hombre. Cada uno de nosotros, por tanto, está llamado a discernir y a examinar en su corazón si se siente amenazado por las mentiras de estos falsos profetas. Tenemos que aprender a no quedarnos en un nivel inmediato, superficial, sino a reconocer qué cosas son las que dejan en nuestro interior una huella buena y más duradera, porque vienen de Dios y ciertamente sirven para nuestro bien.
Un corazón frío
Dante Alighieri, en su descripción del infierno, se imagina al diablo sentado en un trono de hielo[2]; su morada es el hielo del amor extinguido. Preguntémonos entonces: ¿cómo se enfría en nosotros la caridad? ¿Cuáles son las señales que nos indican que el amor corre el riesgo de apagarse en nosotros?
Lo que apaga la caridad es ante todo la avidez por el dinero, «raíz de todos los males» (1 Tm 6,10); a esta le sigue el rechazo de Dios y, por tanto, el no querer buscar consuelo en él, prefiriendo quedarnos con nuestra desolación antes que sentirnos confortados por su Palabra y sus Sacramentos[3]. Todo esto se transforma en violencia que se dirige contra aquellos que consideramos una amenaza para nuestras «certezas»: el niño por nacer, el anciano enfermo, el huésped de paso, el extranjero, así como el prójimo que no corresponde a nuestras expectativas.
También la creación es un testigo silencioso de este enfriamiento de la caridad: la tierra está envenenada a causa de los desechos arrojados por negligencia e interés; los mares, también contaminados, tienen que recubrir por desgracia los restos de tantos náufragos de las migraciones forzadas; los cielos —que en el designio de Dios cantan su gloria— se ven surcados por máquinas que hacen llover instrumentos de muerte.
El amor se enfría también en nuestras comunidades: en la Exhortación apostólica Evangelii gaudium traté de describir las señales más evidentes de esta falta de amor. estas son: la acedia egoísta, el pesimismo estéril, la tentación de aislarse y de entablar continuas guerras fratricidas, la mentalidad mundana que induce a ocuparse sólo de lo aparente, disminuyendo de este modo el entusiasmo misionero[4].
¿Qué podemos hacer?
Si vemos dentro de nosotros y a nuestro alrededor los signos que antes he descrito, la Iglesia, nuestra madre y maestra, además de la medicina a veces amarga de la verdad, nos ofrece en este tiempo de Cuaresma el dulce remedio de la oración, la limosna y el ayuno.
El hecho de dedicar más tiempo a la oración hace que nuestro corazón descubra las mentiras secretas con las cuales nos engañamos a nosotros mismos[5], para buscar finalmente el consuelo en Dios. Él es nuestro Padre y desea para nosotros la vida.
El ejercicio de la limosna nos libera de la avidez y nos ayuda a descubrir que el otro es mi hermano: nunca lo que tengo es sólo mío. Cuánto desearía que la limosna se convirtiera para todos en un auténtico estilo de vida. Al igual que, como cristianos, me gustaría que siguiésemos el ejemplo de los Apóstoles y viésemos en la posibilidad de compartir nuestros bienes con los demás un testimonio concreto de la comunión que vivimos en la Iglesia. A este propósito hago mía la exhortación de san Pablo, cuando invitaba a los corintios a participar en la colecta para la comunidad de Jerusalén: «Os conviene» (2 Co 8,10). Esto vale especialmente en Cuaresma, un tiempo en el que muchos organismos realizan colectas en favor de iglesias y poblaciones que pasan por dificultades. Y cuánto querría que también en nuestras relaciones cotidianas, ante cada hermano que nos pide ayuda, pensáramos que se trata de una llamada de la divina Providencia: cada limosna es una ocasión para participar en la Providencia de Dios hacia sus hijos; y si él hoy se sirve de mí para ayudar a un hermano, ¿no va a proveer también mañana a mis necesidades, él, que no se deja ganar por nadie en generosidad?[6]
El ayuno, por último, debilita nuestra violencia, nos desarma, y constituye una importante ocasión para crecer. Por una parte, nos permite experimentar lo que sienten aquellos que carecen de lo indispensable y conocen el aguijón del hambre; por otra, expresa la condición de nuestro espíritu, hambriento de bondad y sediento de la vida de Dios. El ayuno nos despierta, nos hace estar más atentos a Dios y al prójimo, inflama nuestra voluntad de obedecer a Dios, que es el único que sacia nuestra hambre.
Querría que mi voz traspasara las fronteras de la Iglesia Católica, para que llegara a todos ustedes, hombres y mujeres de buena voluntad, dispuestos a escuchar a Dios. Si se sienten afligidos como nosotros, porque en el mundo se extiende la iniquidad, si les preocupa la frialdad que paraliza el corazón y las obras, si ven que se debilita el sentido de una misma humanidad, únanse a nosotros para invocar juntos a Dios, para ayunar juntos y entregar juntos lo que podamos como ayuda para nuestros hermanos.
El fuego de la Pascua
Invito especialmente a los miembros de la Iglesia a emprender con celo el camino de la Cuaresma, sostenidos por la limosna, el ayuno y la oración. Si en muchos corazones a veces da la impresión de que la caridad se ha apagado, en el corazón de Dios no se apaga. Él siempre nos da una nueva oportunidad para que podamos empezar a amar de nuevo.
Una ocasión propicia será la iniciativa «24 horas para el Señor», que este año nos invita nuevamente a celebrar el Sacramento de la Reconciliación en un contexto de adoración eucarística. En el 2018 tendrá lugar el viernes 9 y el sábado 10 de marzo, inspirándose en las palabras del Salmo 130,4: «De ti procede el perdón». En cada diócesis, al menos una iglesia permanecerá abierta durante 24 horas seguidas, para permitir la oración de adoración y la confesión sacramental.
En la noche de Pascua reviviremos el sugestivo rito de encender el cirio pascual: la luz que proviene del «fuego nuevo» poco a poco disipará la oscuridad e iluminará la asamblea litúrgica. «Que la luz de Cristo, resucitado y glorioso, disipe las tinieblas de nuestro corazón y de nuestro espíritu»[7], para que todos podamos vivir la misma experiencia de los discípulos de Emaús: después de escuchar la Palabra del Señor y de alimentarnos con el Pan eucarístico nuestro corazón volverá a arder de fe, esperanza y caridad.
Los bendigo de todo corazón y rezo por ustedes. No se olviden de rezar por mí.
Vaticano, 1 de noviembre de 2017
Solemnidad de Todos los Santos
Francisco


[1] Misal Romano, I Dom. de Cuaresma, Oración Colecta.
[2] «Salía el soberano del reino del dolor fuera de la helada superficie, desde la mitad del pecho» (Infierno XXXIV, 28-29).
[3] «Es curioso, pero muchas veces tenemos miedo a la consolación, de ser consolados. Es más, nos sentimos más seguros en la tristeza y en la desolación. ¿Sabéis por qué? Porque en la tristeza nos sentimos casi protagonistas. En cambio en la consolación es el Espíritu Santo el protagonista» (Ángelus, 7 diciembre 2014).
[4] Núms. 76-109.
[5] Cf. Benedicto XVI, Enc. Spe salvi, 33.
[6] Cf. Pío XII, Enc. Fidei donum, III.
[7] Misal Romano, Vigilia Pascual, Lucernario.

30 ene 2018

LECTIO DIVINA DEL 5° DOMINGO DEL TIEMPO DURANTE EL AÑO CICLO B.
Domingo 4 de febrero de 2018.
Job 7,1-4.6-7; 1° Corintios 9,16-19.22-23; San Marcos 1,29-39.


“¿Quién está más enfermo, el que se siente molesto con su enfermedad y llama al médico, o el que prefiere ignorar su enfermedad y no se toma la molestia de llamarlo?”
(San Agustín, Sermón 175,2,2)

Oración inicial:
“Señor Jesús, no curan las heridas y males del alma, una hierba o un bálsamo, sino tu Palabra, que todo lo crea y sostiene. Acércate a nosotros y extiende tu mano fuerte, para que asidos a ella, podamos dejarnos levantar, podamos resucitar y comenzar a ser tus discípulos. Jesús, tú eres la puerta de las ovejas, la puerta abierta en el cielo: a ti nos acogemos, con todo lo que somos y llevamos en el corazón. Llévanos contigo, en el silencio, en el desierto florido de tu compañía y allí enséñanos a orar, con tu voz, con tu Palabra para que lleguemos a ser anunciadores de tu Reino. Envíanos tu Espíritu con abundancia, para que te escuchemos con todo el corazón y con   toda el alma”. Amén.

LECTURA.

Leemos los siguientes textos: Job 7,1-4.6-7; 1° Corintios 9,16-19.22-23; San Marcos 1,29-39.

Claves de lectura:

1. "Para eso he venido" (Evangelio).
Este evangelio nos muestra que el trabajo que Jesús hizo sobre la tierra era una exigencia totalmente desmesurada. Debía buscar a las «ovejas descarriadas de Israel», una tarea que, dada la situación espiritual y religiosa del país, era imposible de llevar a cabo y a la que no obstante él se entrega con todas sus fuerzas. Cuando cura a la suegra de Pedro, «la población entera se agolpa a la puerta» de la casa; entonces cura a muchos enfermos y expulsa muchos demonios. Jesús se levanta de madrugada para poder por fin orar a solas. Pero sus discípulos le siguen y cuando le encuentran le dicen: «Todo el mundo te busca». Le buscaban los mismos de la noche anterior. Jesús no se excusa diciendo que ahora quiere rezar, sino que evita encontrarse de nuevo con la multitud alegando otro trabajo: en «las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he venido». Y las aldeas son sólo el comienzo: «Así recorrió toda Galilea». El auténtico apóstol cristiano puede tomar ejemplo del celo incansable de Jesús: aunque la tarea que tenga ante sí le parezca irrealizable desde el punto de vista humano, trabajará tanto como le permitan sus fuerzas; el resto será completado por su sufrimiento o al menos por su obediencia interior. Pero esta interioridad nunca puede ser una excusa para no hacer todo lo que pueda.

2. "Esclavo de todos" (2° Lectura).
Pablo, en la segunda lectura, sigue el ejemplo del Señor en la medida de lo posible. Ha recibido de Dios la tarea de anunciar el evangelio, y esto es para él un deber, no lo hace por su propio gusto. Pablo puede, para mostrar a Dios su libre obediencia, renunciar a una paga, pero nada le exime del deber estricto de comprometerse plenamente en la tarea que le ha sido confiada. No se presenta como el gran señor que está en posesión de la verdad, sino como el esclavo que está al servicio de todos. El apóstol dice (en los versículos que se han omitido en la lectura) que se hace esclavo de los judíos (se introduce en la mentalidad judía para hablar a los judíos del Mesías), esclavo de los paganos (para anunciarles al Redentor del mundo) y finalmente (aquí prosigue la lectura) esclavo de los débiles (aunque él se considera fuerte) para ganar también para Cristo, en la medida de lo posible, a los poco inteligentes, a los inseguros, indecisos y versátiles. No se olvida de nadie: «Me he hecho todo a todos», y esto no con la seguridad del que es ya partícipe de la promesa del evangelio, sino con la esperanza del que participa también él en lo que anuncia a los demás.

3. (1° Lectura).
Como "servicio" (militar): así define el pobre Job, en la primera lectura, la vida del hombre sobre la tierra. El hombre no es un señor, sino une esclavo que «suspira por la sombra»; no es un amo (el amo es Dios), sino un «jornalero». Se trata de una característica general de la efímera vida del hombre. Cristo y su apóstol no contradicen esta descripción de la vida humana. Sólo que la inquietud, la desazón de que habla Job, se ha convertido en la Nueva Alianza en el celo indomeñable de trabajar por Dios y su reino, ya se realice esto mediante una actividad exterior o mediante la oración. Porque también la oración es un compromiso del cristiano por el mundo, y ciertamente tan fecundo o incluso más fecundo que la actividad externa.

(Aporte de HANS URS von BALTHASAR, LUZ DE LA PALABRA,
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 137 s.)
MEDITACIÓN.

“Curó a muchos enfermos”.
El pasaje evangélico de este domingo nos ofrece el informe fiel de una “jornada tipo” de Jesús. Cuando salió de la sinagoga, Jesús se acercó primero a casa de Pedro, donde curó a la suegra, quien estaba en cama con fiebre; al llegar la tarde le llevaron a todos los enfermos y curó a muchos, afectados de diversas enfermedades; por la mañana, se levantó cuando aún estaba oscuro y se retiró a un lugar solitario a orar; después partió a predicar el Reino a otros pueblos. De este relato deducimos que la jornada de Jesús consistía en un trenzado de curar a los enfermos, oración y predicación del Reino. Dediquemos nuestra reflexión al amor de Jesús por los enfermos, también porque en pocos días, en la memoria de la Virgen de Lourdes, el 11 de febrero, se celebra la Jornada mundial del enfermo.
Las transformaciones sociales de nuestro siglo han cambiado profundamente las condiciones del enfermo. En muchas situaciones la ciencia da una esperanza razonable de curación, o al menos prolonga en mucho los tiempos de evolución del mal, en caso de enfermedades incurables. Pero la enfermedad, como la muerte, no está aún, y jamás lo estará, del todo derrotada. Forma parte de la condición humana. La fe cristiana puede aliviar esta condición y darle también un sentido y un valor.
Es necesario expresar dos planteamientos: uno para los enfermos mismos, otro para quien debe atenderles. Antes de Cristo, la enfermedad estaba considerada como estrechamente ligada al pecado. En otras palabras, se estaba convencido de que la enfermedad era siempre consecuencia de algún pecado personal que había que expiar.
Con Jesús cambió algo al respecto. Él «tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras debilidades» (Mateo 8, 17). En la cruz dio un sentido nuevo al dolor humano, incluida la enfermedad: ya no de castigo, sino de redención. La enfermedad une a él, santifica, afina el alma, prepara el día en que Dios enjugará toda lágrima y ya no habrá enfermedad ni llanto ni dolor.
Después de la larga hospitalización que siguió al atentado en la Plaza de San Pedro, el Papa Juan Pablo II escribió una carta sobre el dolor, en la que, entre otras cosas, decía: «Sufrir significa hacerse particularmente receptivos, particularmente abiertos a la acción de las fuerzas salvíficas de Dios, ofrecidas a la humanidad en Cristo» (Cf. «Salvifici doloris», n. 23. Ndt). La enfermedad y el sufrimiento abren entre nosotros y Jesús en la cruz un canal de comunicación del todo especial. Los enfermos no son miembros pasivos en la Iglesia, sino los miembros más activos, más preciosos. A los ojos de Dios, una hora del sufrimiento de aquéllos, soportado con paciencia en unión con Jesús, puede valer más que todas las actividades del mundo.
Ahora una palabra para los que deben atender a los enfermos, en el hogar o en estructuras sanitarias. El enfermo tiene ciertamente necesidad de cuidados, de competencia científica, pero tiene aún más necesidad de esperanza. Ninguna medicina alivia al enfermo tanto como oír decir al médico: «Tengo buenas esperanzas para ti». Cuando es posible hacerlo sin engañar, hay que dar esperanza. La esperanza es la mejor «tienda de oxígeno» para un enfermo. No hay que dejar al enfermo en soledad. Una de las obras de misericordia es visitar a los enfermos, y Jesús nos advirtió de que uno de los puntos del juicio final caerá precisamente sobre esto: «Estaba enfermo y me visitaste... Estaba enfermo y no me visitaste.» (Mateo 25, 36. 43).
Algo que podemos hacer todos por los enfermos es orar. Casi todos los enfermos del Evangelio fueron curados porque alguien se los presentó a Jesús y le rogó por ellos. La oración más sencilla, y que todos podemos hacer nuestra, es la que las hermanas Marta y María dirigieron a Jesús, en la circunstancia de la enfermedad de su hermano Lázaro: «¡Señor, aquél a quien amas está enfermo!» (Juan 11,3. Ndt).

(Aporte del P. Rainiero Cantalamessa,  ofm cap. Comentario a las lecturas de 5°Domingo del Tiempo  durante el año, ciclo B, 3 febrero 2006)

Para la reflexión personal y grupal:
¿De qué enfermedad el Señor tiene que sanarme?
¿Qué medicina, que gestos, que maneras tiene Jesús ante la enfermedad?
¿Cuál es mi experiencia de acompañamiento a enfermos?

ORACIÓN-CONTEMPLACIÓN.

Jesús no se ha dejado destruir por el activismo. No se ha "vaciado" en la actividad agotadora de cada jornada. Rodeado de gentes que se agolpan sobre él, incluso, después de anochecer, sabe encontrar tiempo para reavivar su espíritu.
Según la información de Marcos, Jesús tenía esta costumbre: se levantaba de madrugada, se retiraba a un lugar solitario y, allí, se entregaba a la oración.
Cuando, al amanecer, los discípulos lo llaman de nuevo, Jesús se levanta con nuevas fuerzas, dispuesto a continuar su servicio generoso e incondicional a las gentes de Galilea. El cansancio es algo con lo que tiene que contar todo hombre o mujer que se esfuerza por cumplir su tarea diaria con entrega y responsabilidad.
Un día las fuerzas se desgastan y el agobio se apodera de nosotros. Quedan atrás la euforia y vitalidad de otros tiempos. Ahora sólo sentimos la falta de aliento, la impotencia, el hastío.
Las raíces del cansancio pueden ser muy diversas. Las ocupaciones nos dispersan, la actividad constante nos desgasta, la mediocridad misma de nuestra vida y nuestro trabajo nos aburre.
Perdemos energías en las mil contrariedades y roces de cada día y no sabemos cómo ni dónde reparar nuestras fuerzas. Nos vaciamos quizás generosamente a lo largo del día, pero no cuidamos el alimento de nuestro espíritu.
¿Qué hacer cuando la alegría interior se nos escapa y sentimos el alma cansada y sin aliento?
Quizás, lo primero sea aceptar con paciencia el cansancio como «compañero de nuestro camino». Pero, al mismo tiempo, recordar que la soledad y el silencio pueden sanar de nuevo nuestras raíces.
Hay una oración callada, humilde y confiada que puede devolvernos el aliento y la vida en las horas bajas del cansancio y el agobio.
Todos necesitamos, de alguna manera, saber retirarnos a "un lugar solitario" para enraizar de nuevo nuestra vida en lo esencial.
Necesitamos más silencio y soledad para reconocer con paz «las pequeñas cosas» que hemos agrandado indebidamente hasta agobiarnos, y para recordar las cosas realmente grandes e importantes que hemos descuidado día tras día.
Esa oración no es huida cobarde de los problemas. Es renacimiento, reencuentro y renovación del espíritu. Es sentirse vivo de nuevo y dispuesto para el servicio.

(Aporte de JOSE ANTONIO PAGOLA, BUENAS NOTICIAS,
NAVARRA 1985.Pág. 189 s.)
Oración final:
“Padre creador, que escuchas y atiendes los clamores de la humanidad, y que en Jesús nos mostraste el proyecto de bondad y libertad para tus hijos. Haz de nosotros creyentes audaces, que libres de todo afán de dominio o ganancia sepamos ser servidores de todos, especialmente de tus hijos solos y abandonados. Que seamos constructores de un mundo sin exclusiones en el que todos quepamos con igual dignidad e iguales oportunidades, para que la humanidad que sufre pueda también un día levantarse y tomar su lugar en el mundo”. Amén.




Hno. Javier

26 ene 2018

LECTIO DIVINA 4° DOMINGO DEL TIEMPO DURANTE EL AÑO
CICLO B.
28 de enero de 2018.
Deuteronomio 18,15-20; 1° Corintios 7,32-35; San Marcos 1,21-28.


“El profeta es un hombre que, salvando el abismo entre las palabras y las obras, se incorpora a sí mismo al mensaje que anuncia. Es un hombre que tiene como misión la de revelar el presente, dotado como está de una mirada penetrante que le hace conocer de una manera extraña el presente y no el futuro como ordinariamente se cree. Es, finalmente, un contestatario encargado de desenmascarar y amonestar. Jesús realizó el oficio de profeta de manera admirable”.  (A. Manaranche).

Oración inicial:
“Señor Jesús, envía tu Espíritu, para que nos ayude a comprender la Palabra. Crea en nosotros el silencio para escuchar tu voz en la Creación y en la Escritura, en los acontecimientos y en las personas, sobre todo en los pobres y en los que sufren. Que tu Palabra, pronunciada en nuestros corazones nos haga testigos de tu Reino”. Amén.


LECTURA.

Leemos los siguientes textos: Deuteronomio 18,15-20; 1° Corintios 7,32-35; San Marcos 1,21-28.

Claves de lectura:

1.   (Evangelio)
En el evangelio, con motivo de la expulsión de un demonio, se reconoce que la enseñanza de Jesús es una enseñanza totalmente «nueva», un «enseñar con autoridad» ante el que todos los circunstantes se quedan «estupefactos». Estos ven la prueba de esta novedad en la expulsión del espíritu inmundo, pero ésta es a lo sumo la confirmación de su autoridad, no su enseñanza. Lo auténticamente decisivo aparece al principio del evangelio: Jesús enseña en la sinagoga, y los presentes ase quedaron asombrados de su enseñanza».
En su misma enseñanza se percibe ya la «autoridad divina» que la distingue de la enseñanza de los «letrados». Lo que la nueva enseñanza exige es un radicalismo en la obediencia a Dios totalmente distinto del rigorismo en el cumplimiento de la ley exigido por los letrados. Este radicalismo no exige en absoluto una huida del mundo, tal y como la practicaban por ejemplo los miembros de la secta de Qumrán, sino, en medio del mundo, de su trabajo y de sus penalidades, una vida indivisa para Dios y conforme a su mandamiento.
Este mandamiento que Jesús explica a los hombres es a la vez infinitamente simple e infinitamente exigente; posteriormente Jesús lo repetirá constantemente: amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo. Eso significan la Ley y los Profetas (Mt 7,12). Esta es la perfección que el hombre puede alcanzar y en la que puede y debe parecerse al Padre celeste (cfr. Mt 5,48). Aquí sólo hay totalidad, no hay lugar para la división.

2.   (2° Lectura)
Pablo, en la segunda lectura, tiende al mismo radicalismo. Aunque aparentemente distingue dos categorías de hombres: los célibes, que se preocupan de los «asuntos del Señor», y los casados, que se preocupan de los «asuntos del mundo, buscando contentar a su mujer», ciertamente no quiere (como muestran sus textos parenéticos sobre la vida doméstica) proscribir el matrimonio o las profesiones del siglo, sino a lo sumo mostrar lo que se observa habitualmente en la gente de mundo. Puede conceder al celibato una cierta preeminencia («a todos les desearía que vivieran como yo»: 1 Co 7,7), mas inmediatamente añade: «Pero cada cual tiene el don particular que Dios le ha dado», gracias al cual es perfectamente posible, incluso dentro del mundo y en la vida matrimonial, servir a Dios y amar al prójimo indivisiblemente. Ciertamente en muchos casos cabe preguntarse si esto es más fácil en el estado de los consejos evangélicos que en un matrimonio cristiano correctamente vivido. Las cartas pastorales se oponen a los que «prohíben el matrimonio» (1 Tm 4,3); no: "Todo lo que Dios ha creado es bueno".

3. (1° Lectura)
A esta doctrina definitiva de Jesús, en la que se resume todo con perfecta simplicidad, se refiere ya Moisés anticipadamente cuando habla, en la primera lectura, del profeta que ha de venir, del que Dios dice: «Suscitaré un profeta... Pondré mis palabras en su boca y les dirá lo que yo le mande». El Señor lo suscitará como cumplimiento de todo lo iniciado en la Antigua Alianza. A él será, por tanto, al que haya que escuchar en todo.

(Aporte de HANS URS von BALTHASAR, LUZ DE LA PALABRA,
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C,
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 136 s.)

MEDITACIÓN.

El evangelio de Marcos no está agrupado por temas como el de Mateo; va poniendo los episodios uno tras otro, sin ningún orden al parecer.
Pero el desorden en realidad es sólo aparente; un análisis atento hace descubrir en muchas páginas una lógica muy hábil. Por ahora nos contentaremos sólo con una observación: esta primera serie de episodios (que llega hasta 3, 6) tiene como motivo de organización una indicación geográfica: Cafarnaúm y su lago.
De esta forma, la primera parte (1, 21-34) constituye una "jornada" de Jesús, una verdadera y auténtica unidad de tiempo y de lugar. Y se trata de un día de sábado, como se dice al principio y como se deja comprender al final (la gente espera que se ponga el sol, o sea, el final del descanso sabático, para llevar los enfermos a Jesús).
Tendremos por tanto que leer esta página de Marcos de un modo al mismo tiempo analítico y sintético. El análisis es indispensable y cada una de las unidades necesita su propio estudio, pero este análisis no tiene que hacernos olvidar la perspectiva de fondo, el interrogante central.
Hemos de advertir además que la verdadera y única finalidad de Marcos es la de iluminar la figura de Cristo. Nos presenta en esta página la misión de Jesús en su doble aspecto de palabra y de acción, enseñanzas y obras de salvación. No le interesa a Marcos todavía decirnos qué era lo que enseñaba Jesús; le interesa decirnos que Jesús enseñaba y actuaba. Presentándose de esta manera, Jesús se convierte en un problema para los presentes: ¿quién es éste? He aquí el interrogante central.
Sabemos que en la Palestina de aquella época había sinagogas o "Casas de oración" no sólo en los grandes centros, sino incluso en los pueblos y en las aldeas. Los israelitas acudían allí para la oración y para la lectura y la explicación de la ley. No sólo los escribas y los ancianos, sino cualquiera de los participantes podían ser invitados por el presidente a dirigir la palabra a los demás. Por otra parte, cualquier israelita podía pedir la palabra para intervenir. Es precisamente en una sinagoga, en la de Cafarnaúm, donde Jesús toma la palabra para enseñar. Y es también en la sinagoga donde Jesús libera a un hombre poseído del espíritu inmundo (1, 21-28). No es fácil para nosotros reconstruir la realidad de lo que sucedió.
En tiempos de Jesús estaba extendida la opinión de que los demonios estaban en el origen de cualquier enfermedad, especialmente de las diversas enfermedades mentales, cuyas manifestaciones hacían pensar que el enfermo no era ya dueño de sí mismo. No es extraño entonces que los evangelios hablen según la mentalidad de su tiempo y que el mismo Jesús, en su parte, se haya querido acomodar a ella. No debemos pretender de estas narraciones un diagnóstico médico ni una declaración especulativa sobre la naturaleza de los demonios. Reflejan más bien la lectura "teológica" que un hombre de la época -ante ciertos casos especialmente preocupantes- hacía de los hechos, llegando a la raíz de la situación, allí donde se descubre la huella del enemigo de Dios y del destructor del hombre. Es una lectura teológica que nace de un convencimiento que el evangelio parece imponer: el mal no viene solamente del hombre; detrás de sus diversas manifestaciones está el enemigo por excelencia, el destructor de la creación. El hombre bíblico es de la opinión que las cuentas sobre el mundo y sobre la historia no salen bien si sumamos solamente las fuerzas de la naturaleza, las del hombre y las de Dios; está además la fuerza del maligno.
A la luz de estas observaciones preliminares tenemos que leer nuestro episodio y otros similares. La narración no quiere presentar un caso curioso y aislado, sino más bien -a través de un caso especialmente claro- nuestra situación común de hombres caídos, sometidos a las fuerzas del mal e incapaces de entrar en comunión con Dios.
Todo lo dicho resulta todavía demasiado general. Examinemos más de cerca la narración de Marcos, señalando algunos detalles que parecen más significativos. Primer detalle: se trata de un hombre que perturba el servicio litúrgico; Jesús le manda callar secamente: "¡Cállate y sal de este hombre!"; el espíritu se ve obligado a obedecer y el hombre, libre del espíritu agitador, vuelve a su sano juicio. Los exorcismos estaban de moda y la literatura rabínica habla de ellos con frecuencia. Pero eran exorcismos largos, extraños y complicados, llenos de fórmulas y de gestos mágicos. Jesús, sin embargo, no recurre a palabras mágicas ni a ritos misteriosos, sino que se impone al espíritu impuro simplemente con una orden. De eso es de lo que se admira la gente.
Segundo detalle: hay una clara diferencia entre el modo como Jesús considera la enfermedad y cura a un enfermo y el modo como se porta Jesús con un hombre poseído por el demonio. En nuestro relato (como en todos los exorcismos del evangelio de Marcos) se respira la atmósfera de una lucha; el mismo Jesús, más adelante (3, 27), usará la imagen del hombre fuerte atado y saqueado. El endemoniado se dirige a Jesús en una actitud defensiva (se da cuenta de que ha llegado el que lo va a derrotar) e intenta, si es posible, pasar al ataque; pero luego tiene que ceder al más fuerte, aunque sea con la última manifestación de rabia y de despecho ("hizo revolcarse al hombre en el suelo, lanzando un grito tremendo, y luego salió"). Nuestro episodio (y otros parecidos que vendrán luego) son la continuación de la lucha entre el "fuerte" y el "más fuerte" que había comenzado ya en la tentación.
Y el último detalle: el diálogo entre Satanás y Jesús es probablemente un recurso de Marcos. El evangelista se aprovecha del espíritu maligno para revelarnos quién es Jesús. "Los demonios contemplan lo invisible y revelan a los lectores de Marcos la trascendencia de la personalidad de Jesús. A través del Jesús terreno ellos ven la gloria del Resucitado. ¡Se convierten así en los teólogos de Marcos!" (Cf. LEÓN ·DUFOUR-LEON, ESTUDIOS DE EVANGELIO, Edic. CRISTIANDAD, Madrid 1982).

(Aporte de BRUNO MAGGIONI, EL RELATO DE MARCOS,
EDIC. PAULINAS/MADRID 1981.Pág. 39 ss., ENSEÑAR CON AUTORIDAD.)
No podemos aguantar la voz de Dios en directo; nos faltan oídos. Como tampoco tenemos ojos para soportar su luz, ni mente para encajar su verdad. Falta adecuación: Dios es demasiado grande para caber en nuestros limitados espacios. ¿Qué hacer entonces? Él quiere comunicarse, porque tiene cosas importantes que decirnos. ¿Cómo hacerlo? Normalmente, se vale de mediadores. Para que la luz nos llegue tamizada; para que tanta verdad nos llegue dosificada, traducida, adaptada a nuestras cortas entendederas. Necesitamos profetas que nos transmitan, en lenguaje asequible, lo que Dios les vaya encomendando. 'Suscitaré un profeta de entre sus hermanos... Pondré mis palabras en su boca, y les dirá lo que yo le mande'. Pero hay un problema, todavía: ¿Cómo saber si el que habla es un profeta de Dios? ¿Cómo discernir si esa palabra que nos llega responde a la verdad que ha salido de Dios? ¿Cómo estar seguros de que no se ha quedado en el filtro?
Algo semejante ocurría con Jesús. ¿Cómo convencer a los oyentes de que esa palabra suya, luminosa y esperanzadora, liberadora de tantas servidumbres, era la Palabra misma del Señor? En su caso había un signo, que hacía a la gente levantar la cabeza y escuchar con especial atención lo que decía. No un signo espectacular que, a modo de aldabonazo, golpeara los ojos, o la mente de quienes lo escuchaban (ni los propios milagros tenían esa finalidad). Era, más bien, el resultado de una suma de datos: el tono de su voz, su manera de mirar y de acoger, sus puntos de insistencia al hablar, su actitud ante las personas -poderosos, pecadores, mendigos- y, sobre todo, la coherencia total entre lo que decía y lo que hacía.
Todo ello, captado por la gente, hacía que fuese corriendo de boca en boca la noticia: ha llegado alguien distinto de los letrados que enseñan, sábado tras sábado, en las sinagogas; alguien que no se limita a recitar lecciones aprendidas, sino que habla desde él mismo; alguien que dice cosas nuevas, verdades que no provocan miedo sino esperanza, que no oprimen sino que liberan; alguien tan sencillo que hasta los más pequeños lo entienden, y tan libre que planta cara a los sabios y a los poderosos; alguien que no engaña, que va subrayando cada palabra con pedazos de su propia vida. A esto la gente le ha puesto un nombre: 'Enseñar con autoridad'. Y esa gente sencilla se va echando, con confianza, en los brazos de ese nuevo Maestro, que es capaz de alejar de sus corazones el dolor y la tristeza, y ponerlos en pie de esperanza.
Hoy, igual. Para que la Palabra llegue desde el corazón de Dios hasta la gente, hacen falta profetas que la lleven. Pero que la lleven, sobre todo, con sus vidas. Que no lleguen canturreando sermones olvidados de puro sabidos. Que no vengan oprimiendo: ya la vida se encarga de hacerlo. Que no traigan más problemas, sino salidas a los eternos problemas que nos angustian. Que no tengan la arrogancia de decir en nombre de Dios palabras inventadas por ellos, ni carguen sobre hombros ajenos cargas que ellos no son capaces de soportar. Hacen falta profetas honrados, humildes, abnegados. Sin ellos, ¿cómo va a llegar la Palabra salvadora del Padre hasta el último rincón de la tierra? Sin cristianos que vivan, y transmitan, la Buena Noticia, ¿cómo va a amanecer sobre el mundo la luz de la esperanza?

(Aporte de JORGE GUILLEN GARCIA, AL HILO DE LA PALABRA,
Comentario a las lecturas de domingos y fiestas, ciclo B GRANADA 1993.Pág. 94 s.)

Para la reflexión personal y grupal:
¿Qué autoridad tiene Jesús en nuestra vida?
¿Qué nombres tienen estos "espíritus inmundos", estas fuerzas, que muchas veces nos dominan?

ORACIÓN – CONTEMPLACIÓN.

EL ELOCUENTE ORADOR SAGRADO.
Me entusiasman los hombres que hablan bien, Señor. Siempre he admirado a quienes manejan el lenguaje con belleza, precisando las palabras, empleando bien los giros, utilizando argumentos apropiados, sorprendiendo con la originalidad de sus imágenes. Me interesaba el «Ars dicendi» en mis años de estudiante. Y disfruto actualmente con la agudeza de los oradores preparados.
Pero está claro que el evangelista Marcos, cuando nos dice que «hablabas con autoridad» y que, «en la sinagoga, todos se quedaron admirados con tu enseñanza», no se refiere a tu «buena oratoria». Se está refiriendo a «la verdad» de tu mensaje, a «tus palabras hechas carne». Y vida.
Tengo que comprender muy bien esto, Señor. La fuerza y la garra de mi predicación no pueden basarse en la perfección de una pieza oratoria, en la galanura de un lenguaje académico, sino en el «aliento del Espíritu» que mueva mis palabras y me lleve al testimonio: « No os preocupéis de lo que vayáis a decir -afirmaste-, porque el Espíritu pondrá palabras en vuestra boca».
Tú, Jesús, no hablabas desde la sabiduría «que tenías», sino desde el profeta que «eras». Aunque «eras la Palabra», no pronunciabas «palabras de orador», sino de profeta. Y el profeta no es alguien que repite palabras más o menos sabidas, tradiciones más o menos heredadas, siempre inmóviles, paralizadas. El profeta es alguien que ayuda a iluminar los sucesos actuales con palabras que le llegan desde «muy lejos». No es alguien que se limita a repetir el dogma de los libros, la moral de los libros; la literalidad de la Ley. Ni se contenta con tener bien alineados muchos libros en los anaqueles de su biblioteca. Eso harán los letrados. El profeta es más bien una luz irresistible que trata de hacer ver las «huellas de Dios» en todos los sucesos de nuestro entorno. Eso hacías Tú. Y ésa era «tu autoridad».
Cada domingo he de predicar. Cada día he de hablar. Somos «embajadores de Dios», como dirá Pablo, y «hemos sido elegidos por El para que vayamos y demos fruto, y nuestro fruto dure». «No podemos menos, por otra parte, que repetir lo que hemos visto y oído». Pero si nuestra predicación -y no me refiero sólo al sacerdote, sino también a los padres, catequistas, educadores, cristianos comprometidos- sólo se basa en la autoridad literaria de la oratoria, y no en la «palabra encarnada» del profetismo, terminaremos siendo «una campana que suene al viento», como decía Pablo. O peor todavía. Seremos «un mar de palabras en un desierto de ideas», como se decía de un determinado orador parlamentario.
No estamos llamados a la «palabrería», sino a la palabra. Nuestro ministerio no es la «logomaquia» sino el «servicio al Logos», «servidores de la palabra», tratando siempre de que «el Espíritu gima en nosotros con sonidos inefables». Se nos pide que «purifiquemos nuestros labios y nuestro corazón con un carbón encendido, si fuera preciso, como el profeta Isaías, para poder anunciar digna y competentemente el Evangelio».
Me gustan, Señor, los hombres que hablan bien. Pero sé también que «Tú escondes, a veces, ciertas luces, a la gente sabia e importante y la manifiestas a la gente sencilla». Por eso, más que un «elocuente orador sagrado», quisiera ser un «mensajero» de Ti, «que tienes palabras de vida eterna».
(Aporte de Joan Carles ELVIRA, monje benedictino. Abadía de Monserrat, España)

Oración final:
“Te bendecimos, Padre, porque Cristo Jesús, tu Hijo, basó su autoridad en el carisma y no en la fuerza del poder, en el servicio liberador y no en la opresión de los demás. En Él nos mostraste que es posible ser hombres y mujeres libres, desposeídos del pecado, señores de nuestro destino, hermanos de los demás y solidarios de todo el que sufre. Ayúdanos a continuar su misión liberadora del hombre actual, dominado por los demonios del tener, acaparar y consumir, del egoísmo y la soberbia, la insolidaridad y el desamor. Así el anuncio de tu reino llenará de luz nuestro mundo y viviremos en plenitud, libertad y esperanza cierta.” Amén.
(Tomado de B. Caballero: La Palabra cada Domingo, San Pablo, España, 1993, p. 317)


Hno. Javier.