6 abr 2019

5° DOMINGO DE CUARESMA CICLO C.


Domingo 7 de abril de 2019.
Isaías 43,16-21; Filipenses 3,8-14; San Juan 8,1-11.

"Una de las verdades fundamentales del cristianismo, verdad con demasiada frecuencia desconocida, es ésta: lo que salva es la mirada".
(Simone Weil)

Oración inicial:
“Ayúdame Señor, a que mis ojos sean misericordiosos para que yo jamás sospeche o juzgue según las apariencias, sino que busque lo bello en el alma de mi prójimo y acuda a ayudarle. Ayúdame Señor, a que mis oídos sean misericordiosos para que tome en cuenta las necesidades de mi prójimo y no sea indiferente a sus penas y gemidos. Ayúdame Señor, a que mi lengua sea misericordiosa para que jamás critique a mi prójimo sino que tenga una palabra de consuelo y de perdón para todos”. (Sor Faustina Kowalska)


LECTURA.

Leemos los siguientes textos: Isaías 43,16-21; Filipenses 3,8-14; San Juan 8,1-11.

Claves de lectura:

1. "Tampoco yo te condeno". (Evangelio)
Curiosamente todos los textos de la misa de hoy remiten al futuro, a la salvación de Dios que crea algo nuevo y hacia la que nos dirigimos. Y esto precisamente como introducción a la semana de pasión. Pero justamente aquí se realiza lo nuevo, la salvación definitiva; y toda nuestra vida consistirá en dirigirnos hacia esta acción de Dios.
El evangelio nos muestra a pecadores que, en presencia de Jesús, se permiten acusar a una mujer pecadora. Jesús, que aparece escribiendo en el suelo, está como ausente. Sólo dos veces rompe su silencio: la primera vez para reunir a acusadores y acusada en la comunidad de la culpa; y la segunda para -como nadie puede ya condenar a otro- pronunciar su perdón. Ante su mudo sufrimiento por todos, toda acusación deberá enmudecer también, pues «Dios nos encerró a todos en desobediencia», no para castigarnos, como querrían los acusadores, sino «para tener misericordia de todos» (Rm 11,32). El que nadie pueda condenar a la pecadora pública se debe no sólo y no tanto a las primeras palabras de Jesús cuanto y sobre todo a las segundas; él ha sufrido por todos para conseguir el perdón del cielo para todos nosotros, y por esta razón ya nadie puede condenar a otro ante Dios.

2. «Olvidándome de lo que queda atrás». (2° Lectura)
Pablo, en la segunda lectura, está totalmente subyugado por este perdón de Dios otorgado mediante la pasión y resurrección de Cristo. Comparado con esta verdad, nada tiene ya valor: todo es abandonado como «basura» para ganar el acontecimiento de la pasión y resurrección de Cristo. El apóstol sabe que esto, que ya ha sucedido, es nuestro verdadero futuro, hacia el que nos dirigimos directamente, sin mirar a derecha o izquierda, mirando siempre hacia delante, con los ojos puestos sólo en la «meta». Porque esta meta está ya presente -el hombre ha sido ya «alcanzado» por Cristo»-, sigue corriendo como si aún no la hubiera conseguido (Pablo subraya esto dos veces). El cristiano no mira hacia atrás, sino siempre hacia lo que está por delante: toda su existencia recibe su sentido de esta carrera. Si corremos al encuentro de Cristo, todo mirar atrás, hacia una falta del pasado, para afligirse por ella, sólo puede hacernos daño, pues la falta está ya perdonada.

3. "Miren que realizo algo nuevo". (1° Lectura)
Ya el Antiguo Testamento había hecho de este mirar hacia delante un mandamiento: «No recuerden lo de antaño». En Israel era una costumbre profundamente arraigada recordar el comienzo de la salvación, la salida de Egipto: ciertamente pensando que este hacer memoria del comienzo podía fortalecer la fe en el Dios que camina actualmente con el pueblo. Pero Dios no quiere que Israel permanezca cautivo de este recuerdo del pasado, sobre todo no ahora, pues eso significaría pensar en el tiempo del exilio: el Señor promete algo nuevo, y es ciertamente algo que «ya está brotando», cuya presencia se puede «notar», al igual que en la Nueva Alianza el Espíritu Santo que se otorga a los creyentes será una «prenda» de la vida eterna. De este modo Dios traza una camino para Israel, a través del desierto, hacia la vida eterna; y para nosotros, que estamos redimidos, traza un camino que conduce a la bienaventuranza eterna.

(Aporte de HANS URS von BALTHASAR, LUZ DE LA PALABRA,
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C,
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 237 s.)

MEDITACIÓN.

Lo que salva es la mirada.
El impresionante relato, que acabamos de escuchar, forma parte del evangelio de Juan. Sin embargo, los especialistas afirman unánimemente que no fue escrito por el cuarto evangelista. Su estilo es muy distinto y, además, este relato no forma parte de los códices más antiguos de dicho evangelio.
Ningún Padre griego comenta este texto y hay que esperar al siglo Xll para encontrarse con un escritor griego que lo comenta, advirtiendo que falta en los mejores ejemplares del evangelio de Juan. Sin embargo este relato está bien atestiguado por los Padres latinos y forma parte de la Vulgata. Como afirma un comentario: «No han de ponerse en duda el carácter inspirado y la autenticidad histórica del relato, pero indudablemente no es obra de Juan. Su estilo es el de los sinópticos, especialmente el de Lucas, y lo más probable es que originariamente perteneciera a este evangelio» (AA.VV., Comentario bíblico "San Jerónimo" ll/1, Cristiandad, Madrid 1972).
La razón de por qué este pasaje se sitúa en este lugar del evangelio de Juan puede deberse a que unos pocos versículos más adelante, Jesús dice: "Sus juicios siguen normas humanas; yo no llevo a nadie a juicio".
Teniendo en cuenta todas estas razones, la liturgia de la Iglesia acierta al presentar este relato dentro de un ciclo cuaresmal en que los evangelios están tomados de Lucas. Probablemente si, al comenzar la proclamación del evangelio de hoy, se lo hubiese atribuido a Lucas, nadie se hubiera sorprendido. Su estilo es muy parecido; incluso se inicia con esa afirmación de que Jesús se había retirado por la noche a orar al monte de los olivos -Lucas presenta con frecuencia a Jesús en oración, de forma especial antes de los acontecimientos importantes en su vida-.
La liturgia acierta además en la selección del evangelio de hoy dentro del ciclo de Lucas: podemos decir que este pasaje de la mujer sorprendida en adulterio es una continuación o, mejor aún, una concreción, del maravilloso evangelio del domingo pasado. Los personajes son distintos, pero el mensaje es el mismo: el hijo pródigo es ahora la mujer sorprendida en flagrante adulterio; el hermano mayor se convierte en aquellos que acusan a la mujer y la quieren lapidar; el padre bueno es ahora el mismo Jesús, aquel que ha venido a manifestarnos al Dios a quien nadie ha visto jamás.
Era impresionante también la parábola del domingo pasado, al presentarnos con cinco espléndidos brochazos la grandeza y la generosidad del perdón del Padre Dios: «cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo». Pero no menos impresionante es ese momento final del relato de hoy, cuando se nos dice que «quedó solo Jesús, y la mujer en medio, de pie... "Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Ninguno te ha condenado?"... "Ninguno, Señor"... "Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más"».
Escribe Simone-Weil que «una de las verdades fundamentales del cristianismo, desconocida con demasiada frecuencia, es esta: «Lo que salva es la mirada». En el relato de hoy la mujer no dice una palabra que nos parecería esencial. Mientras que el hijo pródigo -aunque en su vuelta a casa se mezclase el hastío de las algarrobas y el bienestar perdido- formula una oración: «Padre he pecado contra el cielo y contra ti», la mujer se limita a contestar que se han ido todos los que la condenaban y en ningún momento pide perdón por su pecado. Falta esa palabra que consideramos necesaria: la palabra «perdón».
Los comentaristas de este evangelio han especulado sobre qué escribiría Jesús en el suelo -la única vez que los evangelios nos presentan a Jesús escribiendo-; por otra parte, el verbo griego utilizado puede significar también «dibujar, hacer signos», o también «poner una acusación por escrito».
Pero se han ocupado muy poco de las miradas que se dirigieron Jesús y la mujer en aquel momento en que se quedaron solos. Sin duda fue un momento en que se plasmó esa verdad fundamental cristiana tan olvidada de que "lo que salva es la mirada". «Lo que salva es la mirada»: todos hemos experimentado alguna vez la fuerza de una mirada que dice más que muchas palabras y gestos. Algo maravilloso de la persona de Jesús debió ser precisamente su mirada.
Otro acierto de la liturgia de hoy es la selección de la primera lectura, porque uno cree que Jesús, al mirar a aquella mujer, le estaría diciendo al corazón lo que había expresado el profeta Isaías: "No recuerdes lo de antaño, no pienses en lo antiguo; mira que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notas?". Y aquella mujer comenzaría a sentir, porque experimentaba una mirada que la quería y comprendía, que se abrían caminos nuevos en el desierto de su vida, ríos en el yermo de su corazón. Y comenzó también a experimentar lo que hoy también decía san Pablo: «Sólo busco una cosa: olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por delante, corro hacia la meta». "Tampoco yo te condeno. Anda y en adelante no peques más". «Lo que salva es la mirada»: porque había alguien que creía en ella, aquella mujer podía comenzar a caminar. «Lo que la mujer adúltera necesitaba no eran piedras, sino una mano amiga que la ayudara a levantarse» (J. A. Pagola). Lo que la mujer adúltera necesitaba no eran piedras, sino una mirada que la salvase y le dijese que, olvidando su pasado, podía comenzar a escribir un futuro nuevo. Algunos especialistas consideran que el extraño curso del relato evangélico de hoy tiene otra explicación: la dificultad de las comunidades cristianas en comprender la actitud de Jesús, su perdón generoso. Notemos que en los primeros siglos de la Iglesia había tres pecados calificados únicamente como mortales: el homicidio, la apostasía y el adulterio, cuyo perdón era especialmente dificultoso. Creyeron mejor silenciar y ocultar un relato en el que el perdón del adulterio era concedido con tan gran facilidad. Les costaba trabajo comprender que el perdón de Dios fuese tan generoso: «Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más».
Quizá tampoco nosotros mismos nos acabamos de creer ese perdón de Dios. ¡Cuántas veces nuestros sentimientos de culpabilidad constituyen para nosotros una barrera que nos impide sentir que siempre Dios nos puede decir al corazón: «No recuerdes lo de antaño, no pienses en lo antiguo. mira que realizo en ti algo nuevo»! ¿No nos sucede muchas veces que el lastre de nuestro pasado nos impide olvidarnos de lo que queda atrás y lanzarnos hacia lo que está por delante, corriendo hacia metas nuevas? ¿No habría que decir que este relato se ha salvado casi milagrosamente, entrando de rondón en el cuarto evangelio para mostrarnos que aquello de la parábola del Padre bueno no es una utopía poética, sino la realidad que Jesús mismo vivió?
"Sus juicios siguen normas humanas; yo no llevo a nadie a juicio": estas son probablemente las palabras de Jesús que sirvieron para que el relato de la adúltera entrase en el cuarto evangelio. ¿Qué escribía Jesús en el suelo? Sin duda, algo que dolió en el corazón a aquellos que estaban dispuestos a aplicar la condena de muerte de la ley de Moisés. ¿No nos haría falta muchas veces que alguien nos recordase ciertas cosas antes de comenzar a lanzar piedras contra los demás? ¿No tenemos que reconocer que con bastante frecuencia nuestras condenas tienen dosis muy fuertes de emotividad descontrolada, de visceralidad, de una insuficiente penetración por el espíritu del evangelio?
Para hablar más en concreto, y desde una inequívoca actitud de condena de la corrupción, de la violencia y el terrorismo, creo que también nos tenemos que preguntar si nuestra visceralidad no nos está impidiendo asumir algo tan esencial como la presunción de inocencia de aquellos a quienes condenamos. ¿Quién de nosotros al enjuiciar o condenar a los demás se pregunta qué podría Jesús escribir en el suelo acerca de nuestra vida o cuál sería hoy la actitud del Maestro? ¿No nos podría hoy seguir diciendo que «nuestros juicios siguen normas humanas»?

(Aporte de JAVIER GAFO, DIOS A LA VISTA,
Homilías ciclo C, Madrid 1994.Pág. 102 ss.)

Para la reflexión personal y grupal:
¿Por qué juzgamos a los demás con dureza?
¿Nos sometemos con docilidad a la mirada de Dios?

ORACIÓN-CONTEMPLACIÓN.

Si de tu padre siempre encontraste la mano,
si a tu madre nunca buscaste en vano;
si nunca padeciste hambre,
ni la miseria fue tu compañera..
No tires la primera piedra.
Si nunca sufriste la injusticia
de insultos, condenas y malicias;
si nunca fuiste humillado,
ni en soledad mil veces has llorado..
No tires la primera piedra.
Si nunca has conocida la locura,
ni estuviste sediento de ternura,
ni buscado en el fondo de un vaso
la forma de olvidarte de un fracaso...
No tires la primera piedra.
Si nunca has contenido un sollozo
tumbado en el rincón de un calabozo;
si nunca te tuviste que bajar
sin tan siquiera tener derecho a hablar...
No tires la primera piedra.

(Pastoral Penitenciaria Francesa)

Siempre me ha sorprendido la actuación de Jesús, radicalmente exigente al anunciar su mensaje, pero increíblemente comprensivo al juzgar la actuación concreta de las personas.
Tal vez, el caso más expresivo es su comportamiento ante el adulterio. Jesús habla de manera tan radical al exponer las exigencias del matrimonio indisoluble, que los discípulos opinan que, en tal caso, «no trae cuenta casarse». Y, sin embargo, cuando todos quieren apedrear a una mujer sorprendida en adulterio, es Jesús el único que no la condena. Así es Jesús. Por fin ha existido alguien sobre la tierra que no se ha dejado condicionar por ninguna ley y ningún poder.
Alguien grande y magnánimo que nunca odió, ni condenó ni devolvió mal por mal. Alguien a quien se mató porque los hombres no pueden soportar el escándalo de tanta bondad. Sin embargo, quien conoce cuánta oscuridad reina en el ser humano y lo fácil que es condenar a otros para asegurarse la propia tranquilidad, sabe muy bien que en esa actitud de comprensión y de perdón que adopta Jesús, incluso contra lo que prescribe la ley, hay más verdad que en todas nuestras condenas estrechas y resentidas.
El creyente descubre, además, en esa actitud de Jesús el rostro verdadero de Dios y escucha un mensaje de salvación que se puede resumir así: «Cuando no tengas a nadie que te comprenda, cuando los hombres te condenen, cuando te sientas perdido y no sepas a quien acudir, has de saber que Dios es tu amigo. El está de tu parte. Dios comprende tu debilidad y hasta tu pecado.»
Esa es la mejor noticia que podíamos escuchar los hombres. Frente a la incomprensión, los enjuiciamientos y las condenas fáciles de las gentes, el ser humano siempre podrá esperar en la misericordia y el amor insondable de Dios. Allí donde se acaba la comprensión de los hombres, sigue firme la comprensión infinita de Dios. Esto significa que, en todas las situaciones de la vida, en toda confusión, en toda angustia, siempre hay salida. Todo puede convertirse en gracia. Nadie puede impedirnos vivir apoyados en el amor y la fidelidad de Dios.
Por fuera, las cosas no cambian en absoluto. Los problemas y conflictos siguen ahí con toda su crudeza. Las amenazas no desaparecen. Hay que seguir sobrellevando las cargas de la vida. Pero hay algo que lo cambia todo: la convicción de que nada ni nadie nos podrá separar del amor de Dios.
En realidad, no es tan importante lo que nos sucede en la tierra. Al menos si vivimos desde esa fe que san Pablo expresaba así: "¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación, la angustia, la persecución... el peligro, la espada? Estoy persuadido de que ni la muerte ni la vida... ni lo presente ni lo futuro... ni criatura alguna podrá separarnos del amor que Dios nos tiene en Cristo Jesús, nuestro Señor" (Rm 8, 35-39).

(Aporte de JOSE ANTONIO PAGOLA, SIN PERDER LA DIRECCION,
Escuchando a San Lucas. Ciclo C, SAN SEBASTIAN 1994.Pág. 38 s.)

Oración final:
“Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber amar y perdonar como nosotros hemos sido amados y perdonados por el Señor. Que trabajemos intensamente por su Reino, hasta que llegue el día en que disfrutemos de la paz y de la alegría de los hijos de Dios en la eternidad”. Amén.



Hno. Javier.

2 abr 2019

ORACIÓN PARA CONSAGRAR EL MES DE ABRIL ,Padre Gustavo Jamut, omv.




ORACIÓN PARA CONSAGRAR EL MES DE ABRIL.
      Te ofrezco Señor este mes de Abril, cada día, cada minuto, cada hora, cada segundo para que mi corazón palpite en sintonía con tu corazón. Para como dice San Patricio camines delante de mí, detrás mío, a la izquierda, a la derecha, arriba abajo y sobre todo en mi corazón.
Te invito a que desde tu rincón de oración o desde el lugar donde te encuentre vallas repitiendo esta oración de ofrendas o de consagración de todo el mes de abril o haciendo tu propia oración escribiéndola o haciéndola de modo espontaneo.


Padre Celestial te doy infinitas gracias por tu amor, por tu providencia, por la intercesión de nuestra madre la Virgen Santísima y por todas las gracias que a lo largo de este mes me vas a conceder, te adoro y te lo consagro a ti.
Jesucristo Señor mío, te doy gracias infinitas por tu amor, por los beneficios; gracias por los méritos de tu Pasión, Muerte y Resurrección que hoy reclamo para cada instante de este mes, te adoro y te consagro todo este mes.
Espíritu Santo de Dios, Esposo de la Virgen María, te doy infinitas gracias por tu amor y por tu protección te adoro Espíritu Santo y te consagro todo este mes porque me guías, me santificas, me iluminaras y fortalecerás en cada instancia.
Reina de la Paz, Virgen Bendita, te doy gracias por todos los cuidados que recibiré por tu intercesión, te amo y me consagro a ti y te consagro todo este mes.
San Miguel Arcángel, te agradezco toda la protección que me darás a mí, a mi familia, a la Iglesia, a la comunidad a los hombres y a las mujeres de bien de mi casa, de mi comunidad, de mi ciudad, de mi país y del mundo.
Ángel de la Guarda, te agradezco el cuidado que has tenido a lo largo de mi vida, especialmente los cuidados que tendrás conmigo y todas las personas a lo largo de este mes, te amamos y te consagramos a tu protección.
A nuestros Santos intercesores del cielo y a las Almas del Purgatorio les agradezco todos los favores recibidos y gracias por la intercesión que realizan a lo largo de todo este mes y que encomendamos a sus peticiones.
Consagro de las mismas forma a todas las personas, a todos los necesitados, a todos los están enfermos, te pedimos señor que a lo largo de este mes se abran los cielos, desciendan las bendiciones, que el maligno sea atado, amordazado para que ya no pueda hacer daño a ninguno.
Cuida Señor de cada uno de nosotros, toma posesión a lo largo de este mes, amado Jesús, de mi  mente para que los pensamientos sean acordes a ti, toma posesión de mi  alma para que ame  al Padre con el corazón de Jesús, toma posesión de mi  cuerpo para que pueda servir con salud y bondad, toma posesión del tiempo que me concedes para que no lo desaproveche, toma posesión Señor del trabajo que te consagro, de la economía familiar, comunitaria , de cada proyecto, de cada decisión, para que surja de ti como de su fuente y tienda hacia ti como su único fin.
Toma Señor posesión de mi Apostolado, te lo consagro a ti, toma Señor los problemas y preocupaciones que sean los nuestros Señor porque tú tienes las respuestas para cada uno de ellos.
Toma posesión Señor de quienes tienen que criar a sus hijos, toma posesión en todos los aspectos de la vida, protégenos Señor y colocamos a mí y a cada uno adentro del recinto sagrado de tu corazón y al salir al mundo y extender tu reino envuélvenos por tu amor, inmersos y sellados por tu preciosísima sangre, acompañada por el Padre, El Hijo y el Espíritu Santo, por la Reina de la Paz y la Corte Celestial.
Señor Jesús sella con tu preciosa sangre nuestras casas, los vehículos que voy a ocupar este mes, nuestras comunidades y familia, los lugares donde voy a ir y los caminos que voy a recorrer, las personas con las que me voy a encontrar y me encuentro todos los días.
Cella con tu sangre todo lo concerniente a mi persona y a nuestra misión y a cada hermano que se une a esta oración. Tu que eres Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amen.


31 mar 2019

#SEMANA SANTA : PASCUA 2019 Vicaría para Niños

Reflexión del 31 de Marzo 2019. Padre Gustavo Jamut, omv.

"Y, al atardecer, cansado y casi en silencio,me abrazas más fuerte que la última vez,porque tu amor es así y solo puede querer".



                                                https://youtu.be/rq0WCPqCXao





25 mar 2019

Venerable Concepción Cabrera de Armida


25 de Marzo de 1906 DÍA DE LA ENCARNACIÓN MÍSTICA.
Qué tiene que ver esta Gracia muy personal de#ConcepciónCabrera con la espiritualidad de la Cruz que es para todos?
.... todos los que queremos vivir la espiritualidad de Cristo Sacerdote y Víctima, estamos llamados a vivir en una creciente unión con el Verbo Encarnado. Él es nuestra constante ofrenda al Padre, y con Él nos ofrecemos para los mismos fines de su Encarnación y de su muerte en la Cruz. De manera que la gracia de la Encarnación mística, concedida a Conchita, es como una meta, inalcanzable, pero iluminadora, como la luna que no podemos tocar, pero guía nuestros pasos mientras dura la noche.
(Tomado del libro PUEBLO SACERDOTAL, P. Ricardo Zimbrón Levy, M.Sp.S.



María Concepción Cabrera de Armida ("Conchita")
Nacimiento8 de diciembre de 1862. San Luis Potosí
Fallecimiento3 de marzo de 1937. Ciudad de México, México
Venerada enMéxico.
Beatificación4 de Mayo de 2019.


Concepción (Conchita) Cabrera de Armida nació en San Luis Potosí, México, el 8 de diciembre de 1862. De niña le gustaba enseñar a leer y a catequizar a los más pobres. Contrajo matrimonio con Francisco Armida, de aquella unión nacieron 9 hijos, a quienes les dedicó su vida con alegría y especial atención. El ser esposa y madre no la alejó de la vida espiritual.

Un día estando en ejercicios espirituales escuchó, claramente y sin dudarlo, una voz que le decía: Tu misión es salvar almas. Todo su anhelo era pertenecer al Señor. Grabó en su pecho el Santísimo nombre de Jesús, un sentimiento nuevo y grande le hizo exclamar: “Jesús, salvador de los hombres, sálvalos”.
Entregada a Dios y a su familia 
De sus nueve hijos, una, Concha, fue religiosas de la Cruz del Sagrado Corazón, congregación que ella fundó, y un hijo, Manuel fue jesuita. El cuidado de ellos ocupó la mayor parte de su vida y desde entonces comenzó para ella otra vida espiritual, llena de gracias y favores. Sus días eran del Señor, de su familia y de sus obligaciones.
Tras la muerte de su esposo, lejos de quedarse hundida en la depresión sacó adelante los hijos, haciendo todo lo que estaba en sus manos, para poder superar los efectos de la crisis económica en la que se encontraban. Aprendió a confiar en Dios, dejándose hacer y deshacer por el Espíritu Santo, siguiendo el ejemplo de la Santísima Virgen María. Nunca se dejó vencer por el miedo o el desaliento.
Inspiradora de las Obras de la Cruz
Conchita fue la inspiradora de las cinco obras de la Cruz: Apostolado de la Cruz (1894), Religiosas de la Cruz del Sagrado Corazón de Jesús (1897), Alianza de Amor (1909), Fraternidad de Cristo Sacerdote (1912) y Misioneros del Espíritu Santo (1914).
Al cabo de un tiempo Conchita perdió también a sus hijos, comenzó para ella la soledad y con ella la última etapa de su vida. Tenía a Dios que no la dejaría sola jamás. Sus directores espirituales le ordenaron que escribiera todas las comunicaciones que recibiera de parte de Dios. Así fue como escribió varios libros. La fecundidad de Conchita se prolongó, no sólo en su familia de sangre y en sus escritos, sino también en su familia espiritual. De su espíritu viven las cinco Obras de la Cruz, nueve Congregaciones Religiosas y Movimientos de Pastoral.

Concepción Cabrera de Armida, murió en la ciudad de México el 3 de marzo de 1937, con fama de santidad. En 1959 se inició el proceso de Beatificación en Roma, Fue declarada Venerable por el Papa San Juan Pablo II el 20 de diciembre de 1999. Para el estudio del Milagro, las pruebas fueron estudiadas en la diócesis de Monterrey del 11 de marzo de 2011 al 14 de mayo de 2015.

El Milagro por el cual será Beata
El Congreso de los médicos en Roma fue el 23 de noviembre de 2017 donde se aprobó una curación inexplicable.
En la tarde del 22 de mayo de 2008, el Sr. Jorge Treviño por la oración hecha al Señor por intercesión de Conchita, fue curado de manera inexplicable de una parálisis general que tenía, que no lo dejaba moverse, caminar, etc… de estar paralizado, prácticamente al día siguiente salió caminando del hospital de San José, en Monterrey, N.L.



Beatificación4 de Mayo de 2019.

4º DOMINGO DE CUARESMA CICLO C



Domingo 31 de marzo de 2019.
Josué 4,19; 5,10-12; 2º Corintios 5,17-21; San Lucas 15,1-3.11-32.

Me senté en la miseria, me levanté con el deseo de tu pan”
(San Agustín)
Oración inicial:
“Gracias, Señor, porque nos quieres libres, porque nos llamas en esta Pascua a vivir la liberación de fondo en Espíritu y Palabra, y que es anhelo y esperanza que llevamos dentro; esa libertad que nadie logra por sus propias fuerzas sino gracias a tu sangre derramada en la Cruz”. Amén.


LECTURA.

Leemos los siguientes textos: Josué 4,19; 5,10-12; 2º Corintios 5,17-21; San Lucas 15,1-3.11-32.

Claves de lectura:

1. «El padre se le echó al cuello y se puso a besarlo». (Evangelio)
La parábola del hijo pródigo es quizá la más emotiva y sublime de todas las parábolas de  Jesús en el evangelio. El destino y la esencia de los dos hijos, sirve únicamente para revelar  el corazón del padre. Nunca describió Jesús al Padre celeste de una manera más viva,  clara e impresionante que aquí. Lo admirable comienza ya con el primer gesto del padre,  que accede al ruego de su hijo menor y le da la parte de la herencia que le corresponde. 
Para nosotros esta parte de la herencia divina es nuestra existencia, nuestra libertad,  nuestra razón y nuestra libertad personal: bienes supremos que sólo Dios puede habernos  dado. Que nosotros derrochemos toda esta fortuna y nos perdamos en la miseria, y que  esta miseria nos haga recapacitar y entrar en razón, no es interesante en el fondo; lo que sí  es realmente interesante es la actitud del padre, que ha esperado a su hijo y lo ve venir  desde lejos, su compasión, su calurosa y desmesurada acogida del hijo perdido, al que  manda poner el mejor traje después de cubrirlo de besos y antes celebrar un banquete en  su honor. Ni siquiera tiene una palabra dura para el hermano terco y celoso: lo que le dice  no es para apaciguarlo, sino la pura verdad: el que persevera al lado de Dios, disfruta de  todo lo que Dios tiene: todo lo de Dios es también suyo. La glorificación del Padre por parte  de Jesús tiene la particularidad de que él mismo no aparece en su descripción de la  reconciliación de Dios con el hombre pecador. El no es aquí más que la palabra que narra  la reconciliación o más bien un estar reconciliado desde siempre; que él es esta palabra  mediante la que Dios opera esta su eterna reconciliación con el mundo, se silencia.

2. «Al que no había pecado, Dios le hizo expiar nuestros pecados». (2° Lectura)
Jesús, la palabra del Padre, ha glorificado al Padre hasta la cruz. En su predicación no  quiere revelar nada más que el amor del Padre, que «amó tanto al mundo que entregó a su  Hijo único». Sólo la Iglesia creyente ha comprendido que Jesús, en todas sus palabras, y  especialmente en su pasión, reveló su propio amor junto con el del Padre. Esto estaba ya  implícito en su pretensión, que superaba la de los profetas, en sus bienaventuranzas, que él  sólo podía proclamar dando ejemplo de ellas en su total prodigalidad a los hombres. Pero  sólo la Iglesia primitiva lo ha formulado claramente, y de una manera totalmente central en  estas palabras de la segunda lectura: «Al que no había pecado, Dios le hizo expiar nuestros  pecados, para que nosotros, unidos a él, recibamos la salvación de Dios». El Padre no nos  ha reconciliado con El al margen del Hijo, sino «por medio de él», «en él»; y la Iglesia  instituida por Cristo ha recibido de Dios el encargo de anunciar este «mensaje de la  reconciliación». Su incómoda cercanía no permite ningún cómodo desplazamiento del  acontecimiento hacia lo intemporal o el pasado lejano; nos recuerda que somos «una nueva  creación» y que hemos de comportarnos, ahora, en consonancia con ella.

3. «Cesó el maná». (1° Lectura)
La primera lectura es familiar sólo para pocos. En ella se cuenta que los israelitas, tras su  peregrinación por el desierto, llegaron a la tierra prometida y allí, después de mucho tiempo,  pudieron celebrar la comida pascual, para la que dispusieron de los productos de la tierra.  Desde entonces la comida celeste, el maná, dejó de caer. Dios ha vuelto a situar al pueblo  en lo cotidiano; ya no se requieren las gracias sobrenaturales: el pueblo debe reconocer en  los bienes terrestres, como anteriormente la había reconocido en los celestes, la  providencia del Dios bueno. Los israelitas no debían habituarse a la tierra prometida como  si les perteneciera, porque les ha sido dada por Dios, que sigue siendo el propietario de la  misma. Lo cotidiano no está menos lleno de la gracia de Dios que los tiempos  extraordinarios. 

(Aporte de HANS URS von BALTHASAR, LUZ DE LA PALABRA,
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 235 s.)
MEDITACIÓN.

Vuelta hacia el Padre.
El relato es clásico (Lc. 15,1... 32). Nos fijaremos únicamente en dos puntos fundamentales: el movimiento de conversión expresado por el hijo pródigo: "Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: "Padre, he pecado contra el cielo y contra ti"; y las palabras del padre: "Este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido". Nos encontramos aquí en plena alegría pascual, que se celebra con un banquete: "Convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida".
En este episodio, el hermano primogénito tiene claramente la impresión de que su padre es injusto y lo siente duramente. El ha sido el fiel, el observante, el que no ha olvidado nunca el menor deber en sus quehaceres, el que ha atendido siempre a su padre y le ha ayudado escrupulosamente en su trabajo. El relato sitúa muy bien la misericordia del Señor: Aunque tiene en cuenta con amor al que le es fiel, no puede permanecer insensible a quien se arrepiente y quiere volver; su corazón estalla y ahí está toda la revelación del amor infinito de Dios para con quien se decide a dar un paso hacia él. Ese "paso hacia él" no sólo lo espera el Señor, sino que lo provoca. Es todo el misterio de la ternura de Dios con el pecador.

El Banquete celebrado en casa.
La primera lectura nos indica cómo ha de comentarse el evangelio. Se trata del banquete y de la mesa de los pecadores. En Josué 5, 9. . 12 no es el ritual de la celebración de la Pascua lo que interesa al autor, sino el hecho de la entrada en la tierra prometida y de comer su fruto. Imposible no pensar en el banquete preparado al hijo pródigo que va a comer el fruto de la casa de su padre. Es el final del duro período de marcha por el desierto; es un nuevo estilo de vida que comienza. Deja caer el maná; era una ayuda pero también una prueba, ya que muchos murieron por comer, sin aceptar su propia condición, de mano de Dios y entre murmuraciones. De hecho, el verdadero alimento será el que dé Jesús. Porque en Cristo es donde hemos sido reconciliados. El tema de la 2ª lectura (2 Co. 5,17-21) insiste en ello. Ese es el significado del ministerio apostólico: reconciliar a todos los hombres en Cristo. Y henos ya una criatura nueva; el mundo antiguo ha pasado, otro mundo nuevo ha comenzado ya. Dios nos ha reconciliado consigo por medio de Cristo. El llamamiento de Pablo sigue punzante hoy día: "En nombre de Cristo os pedimos que os dejéis reconciliar con Dios".
Nuestra respuesta podría ser desesperada: "Sí lo queremos, pero no nos sentimos capaces de dejarnos reconciliar; existen tantas tendencias en nosotros, tantas aspiraciones hacia la tierra y sus alegrías, que nos es imposible escapar a la codicia". En ese momento nos responde Pablo: "Al que no había pecado, Dios lo hizo expiar nuestros pecados, para que nosotros, unidos a el, recibamos la salvación de Dios". Mediante Cristo, que ha tomado nuestra carne, somos capaces de dejarnos reconciliar. El es quien nos reconcilia mediante su Sacrificio, y henos así capaces de tomar parte en la santidad de Dios mismo.
Tales son nuestras posibilidades y tal debe ser nuestra actitud: volver al Padre, tomar parte en el banquete de los pecadores, reconciliados en Cristo Jesús. Por eso el salmo 33, que sirve de respuesta a la 1ª lectura, es verdaderamente un canto eucarístico; es una acción de gracias de todos los que hacen la experiencia de Dios y saben que son escuchados cuando se dirigen a él en su desamparo. El salmo que responde a la Pascua de Josué es también el canto de los que, reconciliados mediante Cristo, vuelven a casa y son recibidos en el Banquete de los reencuentros, en la celebración eucarística, signo del Banquete definitivo de los últimos días.

(Aporte de ADRIEN NOCENT,
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JESUCRISTO, 3 CUARESMA,
SAL TERRAE SANTANDER 1980. Pág. 166 s.)

Para la reflexión personal y grupal:
¿Nos vemos en el hijo pródigo como en un espejo? ¿Recapacitamos alguna vez sobre el sentido de la vida?
¿Nos sentimos retratados en el hermano "bueno"? ¿Somos intransigentes con las debilidades de los demás?
¿Pensamos que ser buenos nos pone en desventaja con los que disfrutan de la vida sin miramientos?
¿Confiamos en el amor de Dios? ¿Nos mueve el amor de Dios a perseverar en el intento de ser buenos?


ORACIÓN-CONTEMPLACIÓN.

Sin duda, la parábola más cautivadora de Jesús es la del «padre misericordioso», mal llamada «parábola del hijo pródigo». Precisamente este «hijo menor» ha atraído siempre la atención de comentaristas y predicadores. Su vuelta al hogar y la acogida increíble del padre han conmovido a todas las generaciones cristianas.
Sin embargo, la parábola habla también del «hijo mayor», un hombre que permanece junto a su padre, sin imitar la vida desordenada de su hermano, lejos del hogar. Cuando le informan de la fiesta organizada por su padre para acoger al hijo perdido, queda desconcertado. El retorno del hermano no le produce alegría, como a su padre, sino rabia: «se indignó y se negaba a entrar» en la fiesta. Nunca se había marchado de casa, pero ahora se siente como un extraño entre los suyos.
El padre sale a invitarlo con el mismo cariño con que ha acogido a su hermano. No le grita ni le da órdenes. Con amor humilde «trata de persuadirlo» para que entre en la fiesta de la acogida. Es entonces cuando el hijo explota dejando al descubierto todo su resentimiento. Ha pasado toda su vida cumpliendo órdenes del padre, pero no ha aprendido a amar como ama él. Ahora solo sabe exigir sus derechos y denigrar a su hermano.
Esta es la tragedia del hijo mayor. Nunca se ha marchado de casa, pero su corazón ha estado siempre lejos. Sabe cumplir mandamientos pero no sabe amar. No entiende el amor de su padre a aquel hijo perdido. Él no acoge ni perdona, no quiere saber nada con su hermano. Jesús termina su parábola sin satisfacer nuestra curiosidad: ¿entró en la fiesta o se quedó fuera?
Envueltos en la crisis religiosa de la sociedad moderna, nos hemos habituado a hablar de creyentes e increyentes, de practicantes y de alejados, de matrimonios bendecidos por la Iglesia y de parejas en situación irregular... Mientras nosotros seguimos clasificando a sus hijos, Dios nos sigue esperando a todos, pues no es propiedad de los buenos ni de los practicantes. Es Padre de todos.
El «hijo mayor» es una interpelación para quienes creemos vivir junto a él. ¿Qué estamos haciendo quienes no hemos abandonado la Iglesia? ¿Asegurar nuestra supervivencia religiosa observando lo mejor posible lo prescrito, o ser testigos del amor grande de Dios a todos sus hijos e hijas? ¿Estamos construyendo comunidades abiertas que saben comprender, acoger y acompañar a quienes buscan a Dios entre dudas e interrogantes? ¿Levantamos barreras o tendemos puentes? ¿Les ofrecemos amistad o los miramos con recelo?

(Comentario de José Antonio Pagola,
al 4° Domingo de Cuaresma Ciclo C, 6 de marzo de 2016)

Para nuestra oración:

“¿Que me dirás, Dios mío, cuando llegue a tu presencia?
¿Qué voy a decir, Señor, cuando me encuentre cara a cara contigo?
Yo me quedaré mudo, sin saber qué decir, cómo hablar...
Pero tú me sorprenderás con tu amor, como siempre,
y antes de que yo abra la boca, me tomarás de la mano
y me dirás, como al hijo pródigo:
¡Ven a mis brazos, hijo mío, no ves que te estoy esperando!
Y entonces entenderé, por fin, la parábola de tu amor de Padre.
Y se me quedará clavada en el corazón, para siempre, como un dardo profundo,
esa palabra que lo dice todo en tus labios: ¡HIJO!
Ojalá que pueda decir, con toda mi alma, con todo mi corazón y todas mis fuerzas,
esa otra palabra maravillosa: ¡PADRE!
Porque tú, Señor, eres verdaderamente nuestro padre
y nosotros somos de verdad tus hijos.”

(Aporte de EUCARISTÍA 1992, 15)


Oración final:
“Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de reconocernos hijos amados y amarnos como hermanos, para que juntos nos encaminemos hacia la Casa del Padre donde Él esté en nosotros y nosotros en Él eternamente”. Amén.

Hno. Javier.