Domingo 18 de
agosto de 2019.
Jeremías 38,3-6.8-10; Hebreos 12,1-4; San Lucas
12,49-53.
Oración inicial:
“Ven Espíritu Santo, ven a nuestra vida, a nuestros corazones, a
nuestras conciencias. Mueve nuestra inteligencia y nuestra voluntad para
entender lo que el Padre quiere decirnos a través de su Hijo Jesús, el Cristo. Que
tu Palabra llegue a nuestra vida y se haga vida en nosotros. Amén
LECTURA.
Leemos
los siguientes textos: Jeremías 38,3-6.8-10; Hebreos 12,1-4; San
Lucas 12,49-53.
Claves de lectura:
1. «No paz, sino
división». (Evangelio)
El fuego que según el
evangelio Jesús ha venido a prender en el mundo, es el fuego del amor divino
que debe alcanzar a los hombres. A partir de la cruz, su terrible bautismo,
comenzará a arder. Pero no todos se dejaran inflamar por la exigencia absoluta
e incondicional de este fuego, de manera que aquel amor, que querría y podría
conducir a los hombres a la unidad, los divide a causa de su resistencia. Más
clara e inexorablemente que antes de Cristo, la humanidad entera se dividirá en
dos reinos, bloques o Estados, lo que Agustín designa como la «ciudad de Dios»,
dominada por el amor, y la «ciudad de este mundo», dominada por la
concupiscencia. Jesús muestra que la división rompe los vínculos familiares más
íntimos y, según la descripción de Pablo, a menudo atraviesa incluso los
corazones de los hombres, donde la carne lucha contra el espíritu (Ga 5,17), y
el «hombre desgraciado» «no hace lo que quiere, sino lo que (en el fondo)
detesta» (Rm 7,15). Pero esto no es para Jesús ni para Pablo una trágica
fatalidad, sino una lucha que ha de mantenerse hasta la victoria final: porque
el amor y el odio no son dos principios igualmente eternos (como pensaban los maniqueos),
sino porque nosotros podemos «vencer al mal a fuerza de bien» (Rm 12,21), para
lo cual se nos da la fuerza de la gracia de Dios.
2. «Jeremías se hundió
en el lodo». (1°Lectura)
La lucha es dura, porque
el «reino de este mundo» está lleno de crueldad. La guerra, la tortura y las
múltiples formas de crueldad han reinado en el mundo desde siempre, y parece
como si hubieran aumentado más aún a raíz de la aparición de Cristo, el
«príncipe de la paz». Jesús divide y agrava las oposiciones. Lo que le sucede a
Jeremías en la primera lectura no es más que un ejemplo de las innumerables
atrocidades que se cometen en el mundo, a veces también en nombre de la
religión. El profeta es sometido a semejante tortura, que según las intenciones
de sus autores debería haberlo matado, a causa de la palabra de Dios que se
oponía al ciego deseo de guerra de Israel. Los hombres piadosos piden a Dios en
los salmos con bastante frecuencia que los libre del lodo en el que se
encuentran hundidos (Sal 40,3; 69,15) y Job se compara a sí mismo con este lodo
(10,9; 13,12 etc.). Pablo dice que ha sido relegado al último lugar y
considerado como «la basura del mundo» (1 Co 4,9.13).
3. «Sin miedo a la
ignominia». (2°Lectura)
En esta «pelea» de la
que habla también la segunda lectura, y de la que el cristiano siente la
tentación de retirarse, sólo importa una cosa: tener «fijos los ojos en el que
inició y completa nuestra fe», recordando «al que soportó la oposición de los
pecadores». Innumerables hombres, «una nube ingente de espectadores», de
testigos de la fe, han hecho esto antes que nosotros y han sido puestos a
prueba, a menudo más duramente, llegando incluso a derramar su «sangre». Jesús
ha tomado sobre sí abundantemente la ignominia del mundo, todo su viacrucis
estuvo acompañado del escarnio y del desprecio. Fue precisamente a través de
este fango de la ignominia como él llegó a sentarse «a la derecha del Padre».
El que contempla este ejemplo se avergonzará de permanecer tan lejos de él en
lo que a la ignominia se refiere.
(Aporte de HANS URS von
BALTHASAR, LUZ DE LA PALABRA,
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C,
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 277 s.)
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C,
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 277 s.)
MEDITACIÓN.
Las lecturas de hoy son
un poco desconcertantes y nos invitan a una vida cristiana hecha de energía y
de decisiones dinámicas. Va bien que, de cuando en cuando, la celebración
eucarística actúe como de despertador espiritual.
SUPERAR EL CANSANCIO DEL
CAMINO Y DE LA CARRERA.
La primera lectura nos
presenta la figura de Jeremías, un profeta al que no le resultó fácil cumplir
su misión. Él hubiera preferido quedarse en su pueblo y llevar una vida
tranquila y, en todo caso, anunciar cosas agradables. Pero tuvo que decir
palabras duras y aconsejar decisiones que no eran del agrado de las
autoridades. Por eso intentaron eliminarle, hacerle callar para siempre,
dejándole hundido en el fango del pozo. Pero Jeremías fue valiente hasta el
final y siguió proclamando la verdad, aunque eso le trajera incomprensiones y
persecuciones. Tuvo momentos en que estuvo tentado de dimitir, pero no lo hizo.
También la carta a los Hebreos nos presenta la vida desde su lado dinámico y
batallador. Como en una carrera, ante un estadio lleno de gente, nos contemplan
miles de personas, nuestros antepasados en la fe y los contemporáneos. ¿Cómo
corremos? ¿cómo recibimos y traspasamos el "testigo" de la fe en esta
carrera de relevos que es la historia de la comunidad cristiana? No resulta
fácil vivir como cristianos en este mundo. A veces nos asalta el miedo o el
cansancio.
El autor de la carta
propone la fuente de la fortaleza: "fijos los ojos en Jesús, pionero de la
fe". Cuando los ciclistas del pelotón miran a su líder y le ven firme en
su pedaleo, se animan a seguir. También a él, a Cristo, le resultó difícil
terminar la carrera, pero nos dio el mejor ejemplo de fe en Dios y siguió hasta
el final, hasta dar su vida por todos. A nosotros se nos invita a seguir el
mismo camino: "corramos en la carrera que nos toca sin retirarnos... no os
canséis, no perdáis el ánimo". En nuestra lucha contra el mal, no podemos
dormirnos.
HE VENIDO A PRENDER
FUEGO.
Todavía es más
sorprendente lo que dice Jesús: que no ha venido a traer paz, sino división,
que desea prender fuego a este mundo.
Claro que Jesús quiere
la paz. Ha venido a reconciliar al hombre con Dios, a los hombres entre sí, a
cada hombre dentro de sí mismo. Llama bienaventurados a los que trabajan por la
paz. Pero se ve que hay dos clases de "paz", y hay una que él no
quiere: la paz perezosa, la paz hecha de compromisos, la paz de los que se instalan
en una vida cómoda y no se deciden a seguir un camino exigente. Para él, la fe
está hecha de opciones arriesgadas. Cuando era pequeño y le llevaron al Templo,
el anciano Simeón anunció que sería signo de contradicción. No se puede
permanecer neutral ante lo que nos propone Jesús, ante la verdad o la mentira,
ante el bien o el mal.
"He venido a
prender fuego". No habla del fuego que devasta los bosques, sino del fuego
de un amor decidido, de una entrega apasionada, como la de él, que ya intuía la
cercanía de su muerte, pero continuaba su camino. Es el fuego de su Espíritu,
que da a los suyos: en Pentecostés bajó sobre los discípulos como un fuego, y
con ese fuego se lanzaron por todo el mundo a anunciar el evangelio. Como han
hecho después, durante dos mil años, tantos cristianos, cuyo corazón ardía en
el mismo amor de Cristo por la salvación de todos.
CRISTIANOS VALIENTES EN
EL MUNDO DE HOY.
La fe en Cristo es
exigente y hasta revolucionaria. El que se acerca a Cristo se quema. No podemos
contentarnos con las cosas dulces y consoladoras que leemos en el evangelio,
apartando las que nos enfrentan a opciones más conflictivas y costosas.
Vivir en cristiano, hoy,
pide de nosotros una actitud dinámica y decidida. No se puede compaginar
alegremente el mensaje de Cristo con el de este mundo. No se puede "servir
a dos señores". Nos resultará incómodo tener que luchar contra el mal y el
pecado y adoptar un estilo de vida como el que nos enseña Cristo, que muchas
veces va en contra de la visión humana de las cosas. No podemos seguir con
medias tintas. En la moral, por ejemplo, el evangelio es mucho más exigente que
las leyes civiles.
Si un atleta se toma la
carrera con calma y tiene pereza en despojarse de lo que le estorba, no llegará
a la meta y ciertamente no ganará medallas. Ser cristianos pide una opción
personal constante y una postura enérgica ante la vida. No podemos ser
neutrales. No podemos instalarnos en la comodidad.
La fe no nos exigirá
siempre que seamos mártires ni héroes. Pero sí que seamos fuertes y valientes,
coherentes con el evangelio de Cristo. Sería una falsa paz la que lográramos
con un cristianismo "light", hecho a base de componendas. La paz de
Cristo, la más profunda y la que da la verdadera alegría, está hecha de fuego y
de lucha y de esfuerzo. Claro que es más "pacífico" que el Papa o los
obispos o los cristianos digan sólo palabras de consuelo y halago: pero tienen
que decir lo que ellos creen que es la verdad, y eso, muchas veces, suscita
reacciones y división.
Las lecturas de hoy nos invitan
a no desfallecer en el camino. A no desanimarnos. A seguir con fortaleza de
ánimo viviendo en cristiano.
(Aporte de J. ALDAZÁBAL,
MISA DOMINICAL 1998, 11, 13-14)
Para la reflexión personal y grupal:
¿Qué lazos nos atan a determinados valores injustos?
¿Somos capaces de decidir evangélicamente, aunque sea costoso?
ORACIÓN –
CONTEMPLACIÓN.
PRENDER FUEGO.
Son bastantes los
cristianos que, profundamente arraigados en una situación social cómoda, tienen
la tendencia de considerar el cristianismo como una religión que,
invariablemente, debe preocuparse de mantener la ley y el orden establecido.
Por eso, resulta tan extraño escuchar en boca de Jesús dichos que invitan no al
inmovilismo y conservadurismo, sino a la transformación profunda y radical de la
sociedad: «He venido a prender fuego en el mundo y ojalá estuviera ya
ardiendo... ¿Piensan que he venido a traer al mundo paz? No, sino división».
No nos resulta fácil ver
a Jesús como alguien que trae un fuego destinado a destruir tanta impureza,
mentira, violencia e injusticia. Un Espíritu capaz de transformar el mundo, de
manera radical, aun a costa de enfrentar y dividir a los hombres.
El creyente en Jesús no
es un hombre fatalista que se resigna ante la situación, buscando, por encima
de todo, tranquilidad y falsa paz. No es un inmovilista que justifica el actual
orden de cosas, sin trabajar animosamente, en un esfuerzo creador y solidario,
por un mundo mejor.
Tampoco es un rebelde
que, movido por el resentimiento, echa abajo todo para asumir él mismo el lugar
de aquellos a los que ha derribado.
El que ha entendido a
Jesús es un hombre que vive y actúa movido por la pasión y aspiración de
colaborar en un cambio total de la humanidad.
El verdadero cristiano
lleva la «revolución» en su corazón. Una revolución que no es «golpe de
estado», cambio cualquiera de gobierno, insurrección ni relevo político, sino
el establecimiento de un hombre y un orden nuevos.
El orden que, con
frecuencia, defendemos, es todavía un desorden. Porque no hemos logrado todavía
dar de comer a todos los pobres, ni garantizar sus derechos a toda persona, ni
siquiera hemos logrado eliminar las guerras o destruir las armas nucleares.
Necesitamos una revolución más profunda que las revoluciones económicas. Una
revolución que transforme las conciencias de los hombres y de los pueblos.
H. Marcuse escribía que
necesitamos un mundo «en el que la competencia, la lucha de los individuos unos
contra otros, el engaño, la crueldad y la masacre ya no tengan razón de ser».
Quien se siente seguidor
de Jesús, vive buscando ardientemente que el fuego encendido por Jesús arda
cada vez más en este mundo.
Pero, antes que nada, se
exige a sí mismo una transformación radical. «Sólo se pide a los cristianos que
sean auténticos. Esta es verdaderamente la revolución» (E. Mounier).
(Aporte de JOSE ANTONIO
PAGOLA, BUENAS NOTICIAS,
NAVARRA 1985.Pág. 337 s.)
NAVARRA 1985.Pág. 337 s.)
Oración final:
“Dios
Padre Nuestro, que en la muerte de Jesús nos has mostrado el destino
conflictivo que el amor tiene en este mundo de pecado, y en su resurrección nos
has evidenciado, de qué parte te sitúas en ese conflicto; animados por tu toma
de posición, te rogamos nos concedas no avergonzarnos jamás de Jesús, y
ponernos también nosotros como él, de tu parte, del lado de los pequeños y de
todos los que claman justicia en la historia, con la esperanza inclaudicable de
que triunfará siempre la resurrección”. Amén.
Hno. Javier.