15 ago 2019

20° DOMINGO DEL TIEMPO COMÚN CICLO C.



Domingo 18 de agosto de 2019.
Jeremías 38,3-6.8-10; Hebreos 12,1-4; San Lucas 12,49-53.

Oración inicial:
“Ven Espíritu Santo, ven a nuestra vida, a nuestros corazones, a nuestras conciencias. Mueve nuestra inteligencia y nuestra voluntad para entender lo que el Padre quiere decirnos a través de su Hijo Jesús, el Cristo. Que tu Palabra llegue a nuestra vida y se haga vida en nosotros. Amén

LECTURA.

Leemos los siguientes textos: Jeremías 38,3-6.8-10; Hebreos 12,1-4; San Lucas 12,49-53.

Claves de lectura:

1. «No paz, sino división». (Evangelio)
El fuego que según el evangelio Jesús ha venido a prender en el mundo, es el fuego del amor divino que debe alcanzar a los hombres. A partir de la cruz, su terrible bautismo, comenzará a arder. Pero no todos se dejaran inflamar por la exigencia absoluta e incondicional de este fuego, de manera que aquel amor, que querría y podría conducir a los hombres a la unidad, los divide a causa de su resistencia. Más clara e inexorablemente que antes de Cristo, la humanidad entera se dividirá en dos reinos, bloques o Estados, lo que Agustín designa como la «ciudad de Dios», dominada por el amor, y la «ciudad de este mundo», dominada por la concupiscencia. Jesús muestra que la división rompe los vínculos familiares más íntimos y, según la descripción de Pablo, a menudo atraviesa incluso los corazones de los hombres, donde la carne lucha contra el espíritu (Ga 5,17), y el «hombre desgraciado» «no hace lo que quiere, sino lo que (en el fondo) detesta» (Rm 7,15). Pero esto no es para Jesús ni para Pablo una trágica fatalidad, sino una lucha que ha de mantenerse hasta la victoria final: porque el amor y el odio no son dos principios igualmente eternos (como pensaban los maniqueos), sino porque nosotros podemos «vencer al mal a fuerza de bien» (Rm 12,21), para lo cual se nos da la fuerza de la gracia de Dios.

2. «Jeremías se hundió en el lodo». (1°Lectura)
La lucha es dura, porque el «reino de este mundo» está lleno de crueldad. La guerra, la tortura y las múltiples formas de crueldad han reinado en el mundo desde siempre, y parece como si hubieran aumentado más aún a raíz de la aparición de Cristo, el «príncipe de la paz». Jesús divide y agrava las oposiciones. Lo que le sucede a Jeremías en la primera lectura no es más que un ejemplo de las innumerables atrocidades que se cometen en el mundo, a veces también en nombre de la religión. El profeta es sometido a semejante tortura, que según las intenciones de sus autores debería haberlo matado, a causa de la palabra de Dios que se oponía al ciego deseo de guerra de Israel. Los hombres piadosos piden a Dios en los salmos con bastante frecuencia que los libre del lodo en el que se encuentran hundidos (Sal 40,3; 69,15) y Job se compara a sí mismo con este lodo (10,9; 13,12 etc.). Pablo dice que ha sido relegado al último lugar y considerado como «la basura del mundo» (1 Co 4,9.13).

3. «Sin miedo a la ignominia». (2°Lectura)
En esta «pelea» de la que habla también la segunda lectura, y de la que el cristiano siente la tentación de retirarse, sólo importa una cosa: tener «fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe», recordando «al que soportó la oposición de los pecadores». Innumerables hombres, «una nube ingente de espectadores», de testigos de la fe, han hecho esto antes que nosotros y han sido puestos a prueba, a menudo más duramente, llegando incluso a derramar su «sangre». Jesús ha tomado sobre sí abundantemente la ignominia del mundo, todo su viacrucis estuvo acompañado del escarnio y del desprecio. Fue precisamente a través de este fango de la ignominia como él llegó a sentarse «a la derecha del Padre». El que contempla este ejemplo se avergonzará de permanecer tan lejos de él en lo que a la ignominia se refiere.

(Aporte de HANS URS von BALTHASAR, LUZ DE LA PALABRA,
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C,
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 277 s.)

MEDITACIÓN.

Las lecturas de hoy son un poco desconcertantes y nos invitan a una vida cristiana hecha de energía y de decisiones dinámicas. Va bien que, de cuando en cuando, la celebración eucarística actúe como de despertador espiritual.

SUPERAR EL CANSANCIO DEL CAMINO Y DE LA CARRERA.
La primera lectura nos presenta la figura de Jeremías, un profeta al que no le resultó fácil cumplir su misión. Él hubiera preferido quedarse en su pueblo y llevar una vida tranquila y, en todo caso, anunciar cosas agradables. Pero tuvo que decir palabras duras y aconsejar decisiones que no eran del agrado de las autoridades. Por eso intentaron eliminarle, hacerle callar para siempre, dejándole hundido en el fango del pozo. Pero Jeremías fue valiente hasta el final y siguió proclamando la verdad, aunque eso le trajera incomprensiones y persecuciones. Tuvo momentos en que estuvo tentado de dimitir, pero no lo hizo. También la carta a los Hebreos nos presenta la vida desde su lado dinámico y batallador. Como en una carrera, ante un estadio lleno de gente, nos contemplan miles de personas, nuestros antepasados en la fe y los contemporáneos. ¿Cómo corremos? ¿cómo recibimos y traspasamos el "testigo" de la fe en esta carrera de relevos que es la historia de la comunidad cristiana? No resulta fácil vivir como cristianos en este mundo. A veces nos asalta el miedo o el cansancio.
El autor de la carta propone la fuente de la fortaleza: "fijos los ojos en Jesús, pionero de la fe". Cuando los ciclistas del pelotón miran a su líder y le ven firme en su pedaleo, se animan a seguir. También a él, a Cristo, le resultó difícil terminar la carrera, pero nos dio el mejor ejemplo de fe en Dios y siguió hasta el final, hasta dar su vida por todos. A nosotros se nos invita a seguir el mismo camino: "corramos en la carrera que nos toca sin retirarnos... no os canséis, no perdáis el ánimo". En nuestra lucha contra el mal, no podemos dormirnos.

HE VENIDO A PRENDER FUEGO.
Todavía es más sorprendente lo que dice Jesús: que no ha venido a traer paz, sino división, que desea prender fuego a este mundo.
Claro que Jesús quiere la paz. Ha venido a reconciliar al hombre con Dios, a los hombres entre sí, a cada hombre dentro de sí mismo. Llama bienaventurados a los que trabajan por la paz. Pero se ve que hay dos clases de "paz", y hay una que él no quiere: la paz perezosa, la paz hecha de compromisos, la paz de los que se instalan en una vida cómoda y no se deciden a seguir un camino exigente. Para él, la fe está hecha de opciones arriesgadas. Cuando era pequeño y le llevaron al Templo, el anciano Simeón anunció que sería signo de contradicción. No se puede permanecer neutral ante lo que nos propone Jesús, ante la verdad o la mentira, ante el bien o el mal.
"He venido a prender fuego". No habla del fuego que devasta los bosques, sino del fuego de un amor decidido, de una entrega apasionada, como la de él, que ya intuía la cercanía de su muerte, pero continuaba su camino. Es el fuego de su Espíritu, que da a los suyos: en Pentecostés bajó sobre los discípulos como un fuego, y con ese fuego se lanzaron por todo el mundo a anunciar el evangelio. Como han hecho después, durante dos mil años, tantos cristianos, cuyo corazón ardía en el mismo amor de Cristo por la salvación de todos.

CRISTIANOS VALIENTES EN EL MUNDO DE HOY.
La fe en Cristo es exigente y hasta revolucionaria. El que se acerca a Cristo se quema. No podemos contentarnos con las cosas dulces y consoladoras que leemos en el evangelio, apartando las que nos enfrentan a opciones más conflictivas y costosas.
Vivir en cristiano, hoy, pide de nosotros una actitud dinámica y decidida. No se puede compaginar alegremente el mensaje de Cristo con el de este mundo. No se puede "servir a dos señores". Nos resultará incómodo tener que luchar contra el mal y el pecado y adoptar un estilo de vida como el que nos enseña Cristo, que muchas veces va en contra de la visión humana de las cosas. No podemos seguir con medias tintas. En la moral, por ejemplo, el evangelio es mucho más exigente que las leyes civiles.
Si un atleta se toma la carrera con calma y tiene pereza en despojarse de lo que le estorba, no llegará a la meta y ciertamente no ganará medallas. Ser cristianos pide una opción personal constante y una postura enérgica ante la vida. No podemos ser neutrales. No podemos instalarnos en la comodidad.
La fe no nos exigirá siempre que seamos mártires ni héroes. Pero sí que seamos fuertes y valientes, coherentes con el evangelio de Cristo. Sería una falsa paz la que lográramos con un cristianismo "light", hecho a base de componendas. La paz de Cristo, la más profunda y la que da la verdadera alegría, está hecha de fuego y de lucha y de esfuerzo. Claro que es más "pacífico" que el Papa o los obispos o los cristianos digan sólo palabras de consuelo y halago: pero tienen que decir lo que ellos creen que es la verdad, y eso, muchas veces, suscita reacciones y división.
Las lecturas de hoy nos invitan a no desfallecer en el camino. A no desanimarnos. A seguir con fortaleza de ánimo viviendo en cristiano.

(Aporte de J. ALDAZÁBAL, MISA DOMINICAL 1998, 11, 13-14)

Para la reflexión personal y grupal:
¿Qué lazos nos atan a determinados valores injustos?
¿Somos capaces de decidir evangélicamente, aunque sea costoso?

ORACIÓN – CONTEMPLACIÓN.

PRENDER FUEGO.
Son bastantes los cristianos que, profundamente arraigados en una situación social cómoda, tienen la tendencia de considerar el cristianismo como una religión que, invariablemente, debe preocuparse de mantener la ley y el orden establecido. Por eso, resulta tan extraño escuchar en boca de Jesús dichos que invitan no al inmovilismo y conservadurismo, sino a la transformación profunda y radical de la sociedad: «He venido a prender fuego en el mundo y ojalá estuviera ya ardiendo... ¿Piensan que he venido a traer al mundo paz? No, sino división».
No nos resulta fácil ver a Jesús como alguien que trae un fuego destinado a destruir tanta impureza, mentira, violencia e injusticia. Un Espíritu capaz de transformar el mundo, de manera radical, aun a costa de enfrentar y dividir a los hombres.
El creyente en Jesús no es un hombre fatalista que se resigna ante la situación, buscando, por encima de todo, tranquilidad y falsa paz. No es un inmovilista que justifica el actual orden de cosas, sin trabajar animosamente, en un esfuerzo creador y solidario, por un mundo mejor.
Tampoco es un rebelde que, movido por el resentimiento, echa abajo todo para asumir él mismo el lugar de aquellos a los que ha derribado.
El que ha entendido a Jesús es un hombre que vive y actúa movido por la pasión y aspiración de colaborar en un cambio total de la humanidad.
El verdadero cristiano lleva la «revolución» en su corazón. Una revolución que no es «golpe de estado», cambio cualquiera de gobierno, insurrección ni relevo político, sino el establecimiento de un hombre y un orden nuevos.
El orden que, con frecuencia, defendemos, es todavía un desorden. Porque no hemos logrado todavía dar de comer a todos los pobres, ni garantizar sus derechos a toda persona, ni siquiera hemos logrado eliminar las guerras o destruir las armas nucleares. Necesitamos una revolución más profunda que las revoluciones económicas. Una revolución que transforme las conciencias de los hombres y de los pueblos.
H. Marcuse escribía que necesitamos un mundo «en el que la competencia, la lucha de los individuos unos contra otros, el engaño, la crueldad y la masacre ya no tengan razón de ser».
Quien se siente seguidor de Jesús, vive buscando ardientemente que el fuego encendido por Jesús arda cada vez más en este mundo.
Pero, antes que nada, se exige a sí mismo una transformación radical. «Sólo se pide a los cristianos que sean auténticos. Esta es verdaderamente la revolución» (E. Mounier).

(Aporte de JOSE ANTONIO PAGOLA, BUENAS NOTICIAS,
NAVARRA 1985.Pág. 337 s.)
Oración final:
“Dios Padre Nuestro, que en la muerte de Jesús nos has mostrado el destino conflictivo que el amor tiene en este mundo de pecado, y en su resurrección nos has evidenciado, de qué parte te sitúas en ese conflicto; animados por tu toma de posición, te rogamos nos concedas no avergonzarnos jamás de Jesús, y ponernos también nosotros como él, de tu parte, del lado de los pequeños y de todos los que claman justicia en la historia, con la esperanza inclaudicable de que triunfará siempre la resurrección”. Amén.


Hno. Javier.

9 ago 2019

9 DE AGOSTO SANTA EDITH STEIN

MI QUERIDA SANTA EDITH STEIN...RUEGA POR NOSOTROS!



La Cruz se le hizo nombre 
mientras ella se crucificaba
Y con su estudio anhelaba
encontrar al Crucificado.
El Abrazo le fue dado
con el calor del martirio
hoy florece como lirio
su Amor por el ser humano.

Benedicta eres mujer
entre todas las que hoy buscan
saciar su sed de justicia,
encontrar un poco de Luz
vos te subiste a la Cruz
y alcanzaste las Primicias.

Ruega por nosotros!










8 ago 2019

¡JESÚS, MULTIPLICA NUESTRO TESORO!

Jesús nos dice  “… allí donde tengan su tesoro, tendrán también su corazón”


+ El corazón es símbolo del amor.  Cuando algo o alguien nos importa y mucho, le damos el corazón, le dedicamos nuestro tiempo, nuestro afecto, nuestras energías, nuestra creatividad.

+ Si pensamos en el personaje de la representación, ¿dónde estaría su corazón cuando hacía los gastos, las compras? Seguramente su corazón estaba en las cosas materiales…, en el tener, en el poseer, en el pasarla bien…

+ El mayor tesoro que podemos acumular es el cariño, el amor, el servicio, la vida compartida, el afecto de la familia, los amigos, este tesoro nadie nos lo puede robar, ni las polillas lo pueden destruir…

+ Jesús nos invita a multiplicar nuestro tesoro cada día. Cada vez que compartimos su don, Jesús hace crecer en nuestro corazón la capacidad de amar…

¿Cómo multiplicar nuestro tesoro?:

-Visitando a los enfermos…
-Dando alimento al que tiene hambre…
-Alegrándonos con el que está alegre y acompañando al que está triste…
-Rezando los unos por los otros…
-Siendo amigable con alguien que se siente solo…
-Perdonando a los que nos han herido o dañado…
-Pidiendo perdón cuando lastimamos u ofendemos a otra persona…

+ Manos a la obra y digamos: ¡Jesús, multiplicá nuestro tesoro! 










7 ago 2019

SANTA CLARA 11 DE AGOSTO




19° DOMINGO DEL TIEMPO COMÚN CICLO C.



Domingo 11 de agosto de 2019.
Sabiduría 18,5-9; Hebreos 11,1-2.8-19; San Lucas 12,32-48.

Oración inicial:
“Haz, Señor, que en lugar de maldecir las tinieblas estemos prestos a encender nuestras lámparas para iluminar el mundo”. Amén.

 LECTURA.

Leemos los siguientes textos: Sabiduría 18,5-9; Hebreos 11,1-2.8-19; San Lucas 12,32-48.

Claves de lectura:

Todos los textos de esta celebración nos exigen vivir en tensión, en movimiento (éxodo), desinstalados, en estado de peregrinación; en una palabra: vivir en vela, en vela en razón de la fe, en razón de la promesa de Dios, en razón de las cuentas que habremos de rendir pronto.

1. «La fe es seguridad de lo que se espera». (2°Lectura)
La segunda lectura llama a esta existencia desinstalada simplemente «fe». La fe se apoya en una palabra recibida de Dios que anuncia una realidad invisible y futura. Esto se muestra en la existencia de Israel, que comienza con el éxodo de Abrahán y se continúa a través de los siglos; esta fe puede ser sometida a duras pruebas, como cuando se exige a Abrahán que sacrifique a su hijo, como demuestra también el hecho de que todos los representantes de la Antigua Alianza «murieron sin haber recibido la tierra prometida». Estos aprendieron casi más drásticamente que los cristianos lo que significa vivir «como huéspedes y peregrinos en la tierra», y buscar una patria que está más allá de toda su existencia perecedera. Porque en el destino de Jesús y en la recepción del Espíritu Santo los cristianos no solamente «han visto y saludado de lejos» la patria celeste, sino que, como dice Juan, «han oído, visto y palpado la Palabra que es la vida eterna», y según Pablo han recibido el Espíritu Santo como arras, como prenda o garantía de lo que esperan, por lo que pueden y deben ir al encuentro del cumplimiento de la promesa con mayor seguridad, y por ello también con mayor responsabilidad.

2. «La noche de la liberación se les anunció de antemano». (1°Lectura)
La primera lectura muestra que ya en la Antigua Alianza la fe no estaba desprovista de toda garantía: hubo anuncios que se cumplieron, como el de la noche de la comida pascual o la promesa de Dios al rey David, como la predicción de los profetas sobre el exilio y su duración. Todo hombre atento recibe tales signos: Dios le muestra así que está en el buen camino; si exige de él la fe, Dios no le deja en la incertidumbre, aunque a veces sea sometido a una dura prueba como Abrahán o algunos profetas, pues en último término su fe no puede apoyarse sobre signos y milagros, sino sobre la fidelidad de Dios, que mantiene su palabra de un modo inquebrantable.

3. «Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá». (Evangelio)
En el evangelio aparecen múltiples variantes de la exigencia dirigida a los cristianos de vivir siempre preparados, en vela. Y esto tanto más cuanto mayores sean los dones y tareas que Dios les ha dado y encomendado. Las tareas encomendadas por Dios se cumplen de la mejor manera cuando el criado no pierde de vista que en cualquier momento puede ser llamado a rendir cuentas; por tanto, cuando cada uno de sus momentos temporales es inmediatamente vivido y configurado de cara a la eternidad. Si el cristiano olvida esta inmediatez, olvida también el contenido de su tarea terrena y de la justicia que ésta implica («empieza a pegarles a los mozos y a las muchachas»); ahora queda claro que el cristiano no practicará esta justicia, si no es capaz de mirar más allá del mundo para poner sus ojos en las exigencias de la justicia eterna, que no es una mera «idea», sino el Señor viviente cuya aparición espera toda la historia del mundo.

(Aporte de HANS URS von BALTHASAR, LUZ DE LA PALABRA,
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C,
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 275 ss.)


MEDITACIÓN.

Velen y estén preparados.
Después de haber instruido a los discípulos en el correcto uso de las cosas –en el Evangelio del domingo pasado-, en el pasaje evangélico del próximo domingo Jesús les exhorta sobre el correcto uso del tiempo. Estamos ante una serie de imágenes y parábolas con las que Jesús exhorta a la vigilancia en la espera de su retorno. La cintura ceñida es señal de quien está preparado para emprender viaje, como los judíos durante la celebración de la Pascua en Egipto (v. Ex 12, 11), y es también la disposición al trabajo. La lámpara encendida indica a quien se prepara para pasar la noche velando en espera de alguien. Jesús ilustra la necesidad de la vigilancia con otra imagen más, la del ladrón de noche.
Desearía proseguir en la línea de Jesús y añadir también yo una imagen y una parábola. Se trata del Himno de la perla que se remonta a la literatura de Oriente Medio del siglo I o II d.C. y que se nos ha transmitido por el apócrifo Hechos de Tomás . Trata de un joven príncipe enviado por su padre de Oriente (Mesopotamia) a Egipto para recuperar una determinada perla que ha caído en manos de un cruel dragón que la custodia en su cueva. Llegado al lugar, el joven se deja descaminar; se sacia de un alimento se le habían preparado con engaño los habitantes del sitio y que le hace caer en un profundo e inacabable sueño. El padre, alarmado por el prolongamiento de la espera y por el silencio, envía, como mensajera, un águila que lleva una carta escrita de su puño y letra. Cuando el águila sobrevuela al joven, la carta del padre se transforma en un grito que dice: «¡Despiértate, acuérdate de quién eres, recuerda qué has ido a hacer a Egipto y adónde debes regresar!». El príncipe se despierta, recupera el conocimiento, lucha y vence al dragón y, con la perla reconquistada, vuelve al reino donde se ha preparado para él un gran banquete.
El significado religioso de la parábola es transparente. El joven príncipe es el hombre enviado de Oriente a Egipto, esto es, por Dios al mundo; la perla preciosa es su alma inmortal prisionera del pecado y de satanás. Él se deja engañar por los placeres del mundo y se hunde en un tipo de letargo, o sea, en el olvido de sí, de Dios, de su destino eterno, de todo. Le despierta, en este caos, no el beso de un príncipe o de una princesa, sino el grito de un mensajero celestial. Para los cristianos este mensajero enviado por el Padre es Cristo, que grita al hombre, como hace en el Evangelio de hoy, que se despierte, que esté alerta, que recuerde para qué está en el mundo. El grito del Himno de la perla se encuentra casi tal cual en la carta a los Efesios: «Despiértate tú que duermes, y levántate de entre los muertos, y te iluminará Cristo» (Ef 5, 14).
La exhortación: «¡Estén preparados!» no es una invitación a pensar en cada momento en la muerte, a pasar la vida como quien está en la puerta de casa con la maleta en la mano esperando el autobús. Significa más bien «estar en regla». Para el propietario de un restaurante o para un comerciante estar preparado no quiere decir vivir y trabajar en permanente estado de ansiedad, como si de un momento a otro pudiera haber una inspección. Significa no tener necesidad de preocuparse del tema porque normalmente se tienen los registros en regla y no se practican por principio fraudes alimentarios. Lo mismo en el plano espiritual. Estar preparados significa vivir de manera que no hay que preocuparse por la muerte. Se cuenta que a la pregunta: «¿Qué harías si supieras que dentro de poco vas a morir?», dirigida a quemarropa a San Luis Gonzaga mientras jugaba con sus compañeros, el santo respondió: «¡Seguiría jugando!». La receta para disfrutar de la misma tranquilidad es vivir en gracia de Dios, sin pendencias graves con Dios o con los hermanos.

(Comentario del Padre Raniero Cantalamessa, ofm cap., ROMA,
viernes 10 agosto 2007, ZENIT.org)

Para la reflexión personal y grupal:
¿En qué o en quién tenemos puesta nuestra confianza?
¿Nos sentimos verdaderamente responsables de lo que hacemos?


ORACIÓN – CONTEMPLACIÓN.

¿DONDE PONER EL CORAZÓN?
Un tesoro inagotable en el cielo...
El hombre actual está perdiendo su fe ingenua en las posibilidades ilimitadas del desarrollo tecnológico. Aumenta cada vez más el número de los que toman conciencia de que el mismo poder que permite al hombre crear nuevos estilos de vida, lleva consigo un potencial de autodestrucción y degradación.
Y por si fuera poco, la grave crisis económica que estamos sufriendo ha terminado de desconcertar a los más optimistas.
No es extraño, entonces, que crezca el escepticismo, la falta de fe en las ideologías, la desconfianza en los grandes sistemas. Al hombre actual se le hace difícil creer en algo que sea válido y verdadero para siempre. No sabe ya dónde «poner su corazón». Son muchos los que viven «a la deriva» sin esperanza ni desesperación. Víctimas pasivas e indiferentes de un mundo que les resulta cada vez más dislocado.
Entonces, la vida se vacía de sentido. El hombre pierde la fuente de su propia creatividad. No sabe para qué trabajar. El vivir se reduce a una cadena de sucesos, situaciones e incidentes, sin que nada realmente vivo le dé sentido y continuidad.
En medio de este «comportamiento errático» lo importante parece ser disfrutar de cada fragmento de tiempo y buscar la respuesta más satisfactoria en cada situación fugaz. R. Lifton, considera que el problema central del hombre contemporáneo es la pérdida del sentido de inmortalidad. Esa conciencia de inmortalidad «que representa un estímulo irresistible y universal a conservar un sentido interior de continuidad, más allá del tiempo y del espacio».
Y, sin embargo, el hombre de hoy, como el de siempre, necesita poner su corazón en un «tesoro que no pueda ser arrebatado por los ladrones, no roído por la polilla». ¿Cómo encontrarlo?
Desde la fe cristiana, no existe otro camino sino el de penetrar hasta el centro mismo de nuestra existencia, no evitar el encuentro con el Invisible, sino abrir nuestro corazón al misterio de Dios que da sentido y vida a todo nuestro ser.
Esto que a muchos puede parecer, desde fuera, algo perfectamente estúpido e iluso, es para el creyente fuente de liberación gozosa que le enraíza en lo fundamental, central y definitivo.
A veces, una palabra hostil basta para sentirnos tristes y solos. Es suficiente un gesto de rechazo o un fracaso para hundirnos en una depresión destructiva. ¿No tendremos que preguntarnos dónde tenemos puesto nuestro corazón?

(Aporte de JOSE ANTONIO PAGOLA, BUENAS NOTICIAS,
NAVARRA 1985.Pág. 335 s.)

Oración final:
“Dios Padre Nuestro, danos un corazón grande y potente, capaz de ver con claridad que, más allá de las apetencias y tentaciones de la vida, los valores verdaderos son los valores de tu Reino, y que dar la vida por ellos es lo que más puede alegrar y pacificar nuestro corazón, tal como nos enseñó Jesús tu Hijo Amado”. Amén.

                                          Hno. Javier.

3 ago 2019

Testimonio de madre Teresa de Calcuta




Testimonio de madre Teresa de Calcuta y e invitar a orar espontáneamente pidiendo al Señor que nos enseñe a amar de este modo.

Ese niño me enseñó a amar. Cierta vez, en el hogar de Calcuta, no teníamos azúcar para los niños. Un vecinito, de cuatro años, escuchó decir que la madre Teresa se había quedado sin azúcar. Fue a su casa y dijo a sus padres que no comería azúcar durante tres días para dársela a madre Teresa. Al cabo de los tres días, sus padres lo trajeron a nuestra casa: entre sus manos tenía una pequeña botella de azúcar; lo que no había comido. Aquel pequeño me enseñó a amar. Lo más importante no es lo que damos sino el amor que ponemos al dar.