Domingo 23 de junio
de 2019.
Génesis 14,18-20; 1° Corintios 11,23-26; San Lucas
9,11b-17.
“Danos hoy nuestro pan de cada
día (Mt
6,11). Danos los bienes eternos, danos los temporales. Prometiste el reino, no
nos niegues el auxilio. Nos darás la gloria eterna en tu presencia; danos en la
tierra el alimento temporal”.
(San Agustín, Sermón 57,7)
Oración inicial:
“Señor Jesús, Palabra
hecha carne para la vida del mundo, carne hecha Pan de Vida plena, concédenos
entrar cada día en el misterio de tu persona, de tu vida, de tu misión, para
ser pan sencillo y tierno que se parte y reparte entre quienes nos rodean. Y de
este modo, enviados a servir y donarnos misericordiosamente a nuestros
hermanos, través de gestos discretos y desapercibidos se vaya tejiendo
misteriosamente la red de la comunión en el amor y la unidad en la diversidad.
Solo así podremos ser llamados y reconocidos como discípulos tuyos”. Amén.
LECTURA.
Leemos
los siguientes textos: Génesis 14,18-20; 1° Corintios 11,23-26; San
Lucas 9,11b-17.
Claves de lectura:
1.
«Jesús alzó la mirada al cielo, pronunció la
bendición sobre los panes y los partió». (Evangelio)
El misterio de la festividad de hoy, como el de todas las grandes
solemnidades que siguen a Pentecostés y a la Santísima Trinidad, es un misterio
trinitario. El evangelio lo representa primero en la imagen de la multiplicación
de los panes. Esta no es un truco de magia; para realizarla, Jesús levanta
primero los ojos al cielo, en una oración de petición y acción de gracias (eucaristía)
a un tiempo: «Padre, te doy gracias porque me has escuchado» (Jn 11,41), pues
su autoprodigalidad en los panes será un signo de cómo el amor del Padre
entrega total e incondicionalmente su Hijo al mundo; después bendice el pan,
pues el Padre ha confiado todo al Hijo, incluso el poder de pronunciar la
bendición del cielo; y finalmente lo parte, gesto que alude tanto a su
quebrantamiento en la pasión como a la infinita multiplicación de sus dones que
el Espíritu Santo realiza en todas las celebraciones eucarísticas, y con ello
se hace visible simbólicamente que el amor trinitario se hace presente en el
don eucarístico de Jesús.
2. «Esto es mi cuerpo, que se entrega por ustedes».
(2° Lectura)
En las lacónicas palabras de la institución de la Eucaristía, que se
recogen en la segunda lectura, se encuentra oculta la inagotable plenitud del don
del amor divino. Es como si se levantara una piedra y surgiera una fuente que
jamás se agota. Pablo refiere aquí únicamente lo que ha oído a los primeros
discípulos, pues en este punto no osaría añadir nada de su propia cosecha. El
contexto de la acción de Jesús, en «la noche en que iba a ser entregado», es
esencial; en último término es el Padre quien lo entrega: en la cruz por los
hombres y en la Eucaristía, igualmente por nosotros. Por eso Jesús pronuncia la
oración de acción de gracias: porque el Padre hace esto, porque él mismo puede
hacerlo con El y porque el Espíritu Santo lo realizará continuamente en el
futuro. Jesús no sólo distribuye el pan partido que es él mismo, sino que da a
los que lo reciben, como supremo cumplimiento del don, la orden y el poder de
repetirlo ellos mismos en el futuro. No al margen de su entrega, de su
sacrificio, sino «en memoria suya», para que así su don nunca sea algo
puramente pasado, algo que se recuerda sin más, sino que siga siendo un
presente siempre nuevo por el que se dan gracias al Padre elevando los ojos
hacia El, y en nombre del Hijo y con la fuerza del Espíritu Santo se parte y se
come el pan. La partición del pan eucarístico es inseparable del desgarramiento
de la vida de Jesús en la cruz: por eso toda celebración eucarística es
«proclamación de la muerte del Señor» por nosotros. Pablo no necesita mencionar
la resurrección, pues ésta está contenida como algo evidente en el hecho de que
la muerte de antaño sólo puede hacerse presente si esa muerte era ya una obra
de la vida del amor supremo.
3. «Melquisedec ofreció pan y vino». (1°Lectura)
El gesto del rey de Salem en la primera lectura es un arquetipo
sumamente significativo para judíos y cristianos. Pues antes de que se
instituyera en Israel el ritual de los sacrificios, el ofrecimiento de plantas
y animales, existió ya esta sencilla ofrenda de pan y vino por parte de un rey
de Salem, que no era aún la Jerusalén que llegaría a ser después. Melquisedec
es un misterioso rey-sacerdote que (según la carta a los Hebreos) preludia ya,
más allá del sacerdocio pasajero de Leví, el sacerdocio de Jesús. Lo primigenio
(alfa) remite a menudo más claramente a lo definitivo (omega) que los estadios
intermedios, de los que no hace falta ser conscientes.
(Aporte de HANS URS von BALTHASAR, LUZ DE LA
PALABRA,
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C,
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 256 s.)
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C,
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 256 s.)
MEDITACIÓN.
"Denles ustedes de comer"
En el evangelio, hoy Jesús desafía a los discípulos -la Iglesia- a
solucionar las necesidades de los que se hallan atrapados por la injusticia de
los hombres. Denles ustedes de comer, dice a los discípulos que le sugieren que
despida a la gente que había acudido para escucharlo. No tenemos más que cinco
panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para todo este
gentío. La eucaristía es urgencia de caridad, la celebración de la misa nos
compromete a luchar contra el mal del mundo desde la fe y la comunión con
Jesucristo. El anuncio -la proclamación sacramental- es dinámica de comunión.
Somos el pueblo que camina al encuentro del Señor, que se identifica con los
necesitados. Caminamos en la Iglesia. La Iglesia de todos, que lucha por vencer
el pecado y la muerte, intentando que la justicia de los hombres se acerque
cada vez más a la justicia de Jesús: Un mandamiento nuevo les doy: que se amen unos
a otros como yo los he amado.
No podemos comulgar con el Cuerpo y la Sangre de Cristo si no estamos
dispuestos a comulgar con las necesidades -el cuerpo y la sangre- de los
pobres. También eso es tradición viva, que procede del Señor.
(Aporte de J. M. ARAGONÉS, MISA DOMINICAL 1992, 8)
La presencia de Jesús en la comunidad cristiana cambia de signo tras la
ascensión. Ya no podemos encontrarnos con El a través de una experiencia
sensible, sino en el clima de una vivencia sacramental. Jesús se hace presente
en los símbolos de pan y vino que se ofrecen a Dios en la celebración
eucarística. El pan y el vino, alimentos de la vida diaria, se convierten en la
persona misma de Jesús, pan de vida eterna. Jesús se nos entrega en su
sacrificio y su victoria sobre el mal y la muerte. El Crucificado está con
nosotros cada vez que nos reunimos para celebrar nuestra fiesta: "Cada vez
que coméis de este pan y bebéis de la copa, proclamáis la muerte del Señor,
hasta que vuelva" (1 Cor 11, 26).
En la Eucaristía Jesús nos incorpora a su cuerpo que es la Iglesia. La
comunión con Cristo se convierte en comunión entre nosotros para formar una
comunidad fraterna. Comulgar no es sólo recibir a Cristo en nosotros, sino
renovar nuestra pertenencia a la comunidad de los fieles, para vivir no como
egoístas, sino como hermanos, unos al servicio de otros, cada día, como el
mismo Jesús nos enseñó la noche de la última cena, lavando los pies de sus
discípulos. Nos urgía con este gesto a sorprender al mundo con la novedad del
amor fraterno.
De la Eucaristía brota, como de su fuente, todo el amor en la Iglesia.
Porque la participación en la resurrección de Cristo no puede darse más que en
el paso a través de su muerte: superación del egoísmo, del ansia de poder, del
dinero como valor fundamental... Sólo así se descubre la dimensión de
fraternidad, que se extiende a todos los hombres. Proclamar la muerte del Señor
significa vivir la presencia de Jesús en todos los que continúan su "pasión"
en el dolor y en la injusticia permanentes.
¿Dónde está Cristo? No sólo en el sacramento del altar. El mismo nos ha
dicho que tiene rostro de hombre: "Tuve hambre y me disteis de comer,
estaba preso y me vinisteis a ver..". Este es un modo de presencia muy
intenso, inequívoco, pero que no solemos advertir. El Bautista podría hoy
también decirnos a gritos: "En medio de vosotros está el que no
conocéis" (Jn 1, 26).
(Aporte de DABAR 1977, 37)
Para la reflexión personal y grupal:
¿Relacionamos la eucaristía
hoy con el compartir los bienes?
¿Son banquetes
cristianos nuestras celebraciones?
ORACIÓN-CONTEMPLACIÓN.
HACER MEMORIA DE JESÚS
Comieron
todos.
Al narrar la última Cena de Jesús con
sus discípulos, las primeras generaciones cristianas recordaban el deseo
expresado de manera solemne por su Maestro: «Haced esto en memoria mía».
Así lo recogen el evangelista Lucas y Pablo, el evangelizador de los gentiles.
Desde su origen, la Cena del Señor ha
sido celebrada por los cristianos para hacer memoria de Jesús, actualizar su
presencia viva en medio de nosotros y alimentar nuestra fe en él, en su mensaje
y en su vida entregada por nosotros hasta la muerte. Recordemos cuatro momentos
significativos en la estructura actual de la misa. Los hemos de vivir desde
dentro y en comunidad.
La escucha del Evangelio.
Hacemos memoria de Jesús cuando
escuchamos en los evangelios el relato de su vida y su mensaje. Los evangelios
han sido escritos, precisamente, para guardar el recuerdo de Jesús alimentando
así la fe y el seguimiento de sus discípulos.
Del relato evangélico no aprendemos
doctrina sino, sobre todo, la manera de ser y de actuar de Jesús, que ha de
inspirar y modelar nuestra vida. Por eso, lo hemos de escuchar en actitud de
discípulos que quieren aprender a pensar, sentir, amar y vivir como él.
La memoria de la Cena.
Hacemos memoria de la acción salvadora
de Jesús escuchando con fe sus palabras: «Esto es mi cuerpo. Vedme en estos
trozos de pan entregándome por vosotros hasta la muerte… Este es el cáliz de mi
sangre. La he derramado para el perdón de vuestros pecados. Así me recordaréis
siempre. Os he amado hasta el extremo».
En este momento confesamos nuestra fe
en Jesucristo haciendo una síntesis del misterio de nuestra salvación:
«Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. Ven, Señor Jesús». Nos
sentimos salvados por Cristo, nuestro Señor.
La oración de Jesús.
Antes de comulgar, pronunciamos la
oración que nos enseñó Jesús. Primero, nos identificamos con los tres grandes
deseos que llevaba en su corazón: el respeto absoluto a Dios, la venida de su
reino de justicia y el cumplimiento de su voluntad de Padre. Luego, con sus
cuatro peticiones al Padre: pan para todos, perdón y misericordia, superación
de la tentación y liberación de todo mal.
La comunión con Jesús.
Nos acercamos como pobres, con la mano
tendida; tomamos el Pan de la vida; comulgamos haciendo un acto de fe; acogemos
en silencio a Jesús en nuestro corazón y en nuestra vida: «Señor, quiero
comulgar contigo, seguir tus pasos, vivir animado con tu espíritu y colaborar
en tu proyecto de hacer un mundo más humano».
(Aporte de José Antonio Pagola, 29 de mayo de 2016)
EN MEDIO DE LA CRISIS.
La crisis económica va a ser larga y
dura. No nos hemos de engañar. No podremos mirar a otro lado. En nuestro
entorno más o menos cercano nos iremos encontrando con familias obligadas a
vivir de la caridad, personas amenazadas de desahucio, vecinos golpeados por el
paro, enfermos sin saber cómo resolver sus problemas de salud o medicación.
Nadie sabe muy bien cómo irá
reaccionando la sociedad. Sin duda, irá creciendo la impotencia, la rabia y la
desmoralización de muchos. Es previsible que aumenten los conflictos y la
delincuencia. Es fácil que crezca el egoísmo y la obsesión por la propia
seguridad.
Pero también es posible que vaya
creciendo la solidaridad. La crisis nos puede hacer más humanos. Nos puede
enseñar a compartir más lo que tenemos y no necesitamos. Se pueden estrechar
los lazos y la mutua ayuda dentro de las familias. Puede crecer nuestra sensibilidad
hacia los más necesitados. Seremos más pobres, pero podemos ser más humanos.
En medio de la crisis, también nuestras
comunidades cristianas pueden crecer en amor fraterno. Es el momento de
descubrir que no es posible seguir a Jesús y colaborar en el proyecto
humanizador del Padre sin trabajar por una sociedad más justa y menos corrupta,
más solidaria y menos egoísta, más responsable y menos frívola y consumista.
Es también el momento de recuperar la
fuerza humanizadora que se encierra en la eucaristía cuando es vivida como una
experiencia de amor confesado y compartido. El encuentro de los cristianos,
reunidos cada domingo en torno a Jesús, ha de convertirse en un lugar de
concienciación y de impulso de solidaridad práctica.
La crisis puede sacudir nuestra rutina
y mediocridad. No podemos comulgar con Cristo en la intimidad de nuestro
corazón sin comulgar con los hermanos que sufren. No podemos compartir el pan
eucarístico ignorando el hambre de millones de seres humanos privados de pan y
de justicia. Es una burla darnos la paz unos a otros olvidando a los que van
quedando excluidos socialmente.
La celebración de la eucaristía nos ha
de ayudar a abrir los ojos para descubrir a quiénes hemos de defender, apoyar y
ayudar en estos momentos. Nos ha de despertar de la “ilusión de inocencia” que
nos permite vivir tranquilos, para movernos y luchar solo cuando vemos en
peligro nuestros intereses. Vivida cada domingo con fe, nos puede hacer más
humanos y mejores seguidores de Jesús. Nos puede ayudar a vivir la crisis con
lucidez cristiana, sin perder la dignidad ni la esperanza.
(Aporte de José Antonio Pagola, 2 de junio de 2013)
Oración final:
“Señor
Jesús, que partiste y repartiste tu pan, tu vino, tu cuerpo y tu sangre,
durante toda tu vida, y en la víspera de tu muerte lo hiciste también
simbólicamente; te pedimos que cada vez que nosotros lo hagamos también
"en memoria tuya" renovemos nuestra decisión de seguir partiendo y
repartiendo, como tú, en la vida diaria, nuestro pan y nuestro vino, nuestro
cuerpo y nuestra sangre, todo lo que somos y poseemos. Te lo pedimos a ti, que
nos diste ejemplo para que nosotros hagamos lo mismo”. Amén.