13 jul 2013

ENCUENTROS EUCARISTICOS 1


LA EUCARISTÍA ES LUZ

 OBJETIVO: Que el niño descubra la relación entre el concepto de ‘luz’ y la Palabra de Dios en la Celebración Eucarística, para que participe más consciente y activamente en la Misa.

 TEXTOS SUGERIDOS

-  Ex 13, 20-22: Dios guiaba a su pueblo desde una columna de fuego.

-  Sal 118, 105: Tu palabra es luz para mi camino.

-  Jn 8, 12: Jesús dice «Yo soy la luz del mundo».

-  Hch 26, 12ss: Pablo narra su encuentro transformador con Jesucristo Luz.

-  Ef 5, 8-9: Somos hijos de la luz e hijos del día.

-  LG, 1: Cristo es la luz de los pueblos.

-  CEC, 242: Decimos en el Credo que Jesús es «luz de luz».

-  CEC, 748: La Iglesia no tiene otra luz que la de Cristo.

-  CEC, 1216: Por el Bautismo somos hijos de la luz.

-  TB, 1-6: Presentación del Texto Base.

 IDEAS FUERZA

-  En el Antiguo Testamento, Dios guía a su pueblo hacia la tierra prometida,mediante la columna de fuego del Éxodo.

-  La Palabra de Dios es luz que guía el camino de nuestra vida.

-  Jesús se presenta como la luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo.

-  El encuentro transformador con la Palabra de Dios nos convierte, a su vez, en luz para iluminar al mundo por medio de nuestras buenas obras. La vida del cristiano, alimentada por la Palabra y la Eucaristía, es como una lámpara colocada en lo alto para iluminar.

-  La verdad es luz, la mentira es sombra (oscuridad).

-  La liturgia de la Palabra en la Misa es la luz que ilumina el camino para la vida del cristiano. Lo ayuda a descubrir la voluntad de Dios y su plan de salvación.

-  La Palabra de Dios que se proclama en la Eucaristía es transformadora y prepara a toda obra buena (cfr. 2Tim 3, 16-17).

PARA NIÑOS DE 5 A 7 AÑOS

Cada niño elabora un girasol con los materiales que tenga a su alcance y con ayuda del catequista; sugerimos que se haga como aparece en el dibujo.

Subrayamos que el girasol es una flor que vive y se desarrolla moviéndose, para estar siempre de cara al sol.

La luz del sol da vida al girasol, y no sólo a él sino a todos los seres vivientes.

El girasol está triste y apagado cuando el sol se oculta, durante la noche. Al despertar el nuevo día, el girasol se levanta y voltea su cara hacia el oriente, donde sale el sol: la alegría regresa a él. Durante el día, la flor gira en su tallo para ir siguiendo la luz del sol.

Gracias a la luz del sol, sus colores brillan intensamente y dan alegría.

Cuando hay luz vemos claramente, descubrimos lo bello de las cosas que Dios ha creado. Cuando la luz del sol está presente no tenemos miedo, nos sentimos seguros, reconocemos a nuestros papás, hermanos y amigos, sabemos dónde están. Habiendo luz, podemos jugar, pintar, recortar, ir a la escuela. De noche, no nos queda mas que dormir.

 

SEGUIMOS EN ORACIÓN DE CONTEMPLACIÓN.

 Les mostramos una foto de los girasoles y les contamos que ellos siempre giran para mirar al sol.... buscan la luz del sol, quietitos en su lugar y en silencio... Así podemos hacer nosotros, quietitos en el lugar y en silencio, miremos a Jesús (o a María o la imagen que uds decidieron que van a contemplar). ¡SOMOS GIRASOLES QUE BUSCAMOS TU LUZ JESÚS!

               TEATRO CON LOS NIÑOS

Se trata de una obrita para los niños y actuada por ellos mismos. No necesitamos escenario más que el lugar de reunión.

PERSONAJES

Narrador.

Sol (Jesús).

Girasoles (niños).

PRIMERA ESCENA

NARRADOR. El sol está por salir. En el campo hay muchos girasoles que quieren ver al sol,pues el sol es su mejor amigo.

SOL (que aparece). Hola, Girasoles, buenos días; levántense, ya es hora.

GIRASOLES. Buenos días, Sol.

SOL. Los veo muy contentos. ¿Por qué están tan contentos?

GIRASOLES. Porque ya es de día.

SOL (moviéndose; los Girasoles giran para estar siempre de cara a él). ¿Por qué me siguen?

GIRASOLES. Porque te queremos mucho.

SOL. ¿Tienen frío?

GIRASOLES. No.

SOL. ¿Tienen miedo?

GIRASOLES. No

SOL. ¿Quieren ser mis amigos?

GIRASOLES. Sí.

SOL. Pues entonces, síganme (El Sol sigue moviéndose hasta que se oculta).

SOL. Buenas noches, Girasoles.

GIRASOLES. Buenas noches, Sol.

SOL. ¿Me van a extrañar?

GIRASOLES. Sí.

SOL. Mañana nos vemos.

GIRASOLES. Sí.

SOL. A dormir.

SEGUNDA ESCENA

El catequista pondrá al centro del Sol un rostro de Jesús, como se muestra en el dibujo, y tendrá preparados, con dibujos o recortes, un cáliz y una hostia (detrás de estos signos se ocultará EL SOL).

NARRADOR. Es domingo, día de ir a Misa. Jesús nos espera.

JESÚS-SOL (que aparece). Buenos días, niños.

NIÑOS. Buenos días, Jesús.

JESÚS. Los veo muy contentos. ¿Por qué están tan contentos?

NIÑOS. Porque es domingo.

JESÚS. ¿Por qué vienen a Misa?

NIÑOS. Porque te queremos mucho.

JESÚS. ¿Están solos?

NIÑOS. No.

JESÚS. ¿Están sus papás aquí?

NIÑOS. No.

JESÚS. ¿Quieren invitarlos?

NIÑOS. Sí.

JESÚS. ¿Quieren ser mis amigos?

NIÑOS. Sí.

JESÚS. Pues entonces, síganme (Jesús se mueve y los niños lo siguen, hasta que se oculta detrás de los signos eucarísticos).

JESÚS. No se pongan tristes; aquí me quedo con ustedes. No tengan miedo. Nos vemos el próximo domingo.

NIÑOS. JESÚS, te queremos mucho (aplausos o canto).

NARRADOR (al final). Algo semejante sucede en la Eucaristía. Todos los hijos de Dios somos los girasoles; la Eucaristía es la luz del sol que nos hace vivir, que nos mantiene en paz y alegría con los hermanos.

PARA NIÑOS DE 8 Y 9 AÑOS

El catequista preparará unas citas bíblicas. Si es posible, en su momento pedirá a los niños que busquen las citas y las lean; así se ejercitarán en el manejo de la Biblia.

Los niños se distribuyen en círculo, y el catequista, con la Biblia en la mano, se coloca al centro. Al azar designa a un niño para que lea un texto de la Biblia. Mientras se está leyendo en voz alta para todos, otro niño, del lado oriente, levantará la figura de un sol que pasa sobre el grupo y, cuando termine de leer y diga «Palabra de Dios», el catequista tomará la Biblia y la cerrará en la presencia de todos. Al momento que se cierra la Biblia, el sol se ocultará. Se recomienda realizar este gesto hasta cuatro o cinco veces, para que quede claro que cuando se proclama la Palabra de Dios, Dios se hace presente, como luz en medio de nosotros.

Al terminar esta primera parte, el catequista preguntará a todos los niños: «¿Qué tenemos qué hacer para que el sol salga de nuevo?» En ese momento, detrás de cada uno de los niños se pondrá en una papeleta (si es

posible dentro de un sobre) una de las obras de misericordia (cfr. Mt 25, 34-36).

Los niños pueden responder ahora libremente a la pregunta planteada.

Luego, el catequista indica a los niños que tomen la papeleta que está detrás de ellos, en la que encontramos la respuesta de Jesús (las obras de misericordia: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, hospedar al forastero, vestir al desnudo, visitar al enfermo y visitar al encarcelado).

Cada niño leerá en voz alta la papeleta que le tocó (algunas se pueden repetir). El catequista dirá: «No basta decir, hay que hacerlo». Entonces invitará a los niños a representar cada obra de misericordia, como se indica en los dibujos.

Cada vez que el catequista repita una obra de misericordia, el niño tendrá qué asumir esa posición corporal.

Cuando los niños asuman correctamente cada posición, saldrá el sol de nuevo (el sol que se había levantado al leer los textos de la Biblia).

El catequista aterrizará la dinámica uniendo la presencia de Dios en la lectura de la Biblia en Misa, con el ejercicio de las buenas obras.

Por último, se planteará a los niños otra pregunta: «¿Qué otras cosas podemos hacer para que Jesucristo, Sol que nace de lo alto, surja e ilumine nuestra vida?»

Los niños responderán libremente; sus respuestas podrán ser: estudiar, ayudar a sus papás en los quehaceres de la casa, arreglar su cuarto... pero que sea una respuesta propia de ellos.

PARA NIÑOS DE 10 A 12 AÑOS

La dinámica se realizará bajo la forma de un concurso, en el que los niños, agrupados en dos equipos, contestarán preguntas. El catequista expone el tema y explica que la Palabra de Dios es luz que nos ilumina en la Eucaristía. Explica la primera parte de la Misa, refiriéndose a los textos indicados antes, y destaca la importancia de la Palabra en relación con la luz.

Las preguntas que serán contestadas tienen relación con los textos leídos, en los que se relacionan la luz de la Palabra y de la Eucaristía; el catequista se puede basar en los artículos sugeridos del Catecismo de la Iglesia Católica.

La competencia será por puntos; todos aguardarán su turno para contestar. Los niños traerán una velita que encenderán cuando su respuesta o su actividad sean correctas; ganará el equipo que tenga más velas encendidas.

El catequista escribe las preguntas en papelitos cerrados que el niño va tomará al azar.

Las preguntas pueden ser como las siguientes (las acompañamos aquí de las respuestas correctas):

-  ¿Cómo se llama la primera parte de la Misa? R. Liturgia de la Palabra.

-  Actividad: buscar y proclamar el Salmo 118, versículo 105.

-  Entonar un canto de respuesta a la Palabra que se proclama en la Misa. R. Por ejemplo, «Tu Palabra me da vida».

-  ¿Cómo se llama la vestidura que usa el sacerdote para la Misa? R. Alba, estola y casulla.

-  ¿Cómo se responde a «el Señor esté con ustedes»? R. «Y con tu espíritu».

-  Di una oración de la Misa para pedir perdón. R. Por ejemplo, «Yo confieso...», «Señor, ten piedad...»

-  ¿Cómo inicia la Misa? R. «En el nombre del Padre...»

-  ¿Cómo tengo que disponer mi cuerpo y mi espíritu para escuchar la Palabra de Dios? R Bien sentado, con la espalda recta, cabeza levantada, boca cerrada y mi mente y mi corazón dispuestos a escuchar.

-  ¿En qué lugar del templo se lee la Palabra de Dios? R. En el ambón.

-  ¿De dónde se toman las lecturas que proclaman en la Misa? R. De la Sagrada Escritura (la Biblia).

-  Antes de la proclamación del Evangelio trazamos tres cruces. ¿Dónde? R.

Sobre la frente, sobre la boca y sobre el pecho.

-  ¿Qué significan las cruces que trazamos sobre la frente, la boca y el pecho antes de la proclamación del Evangelio? R. Le pedimos al Señor que purifique nuestra mente, nuestros labios y nuestro corazón.

-  Actividad: cantar la aclamación que va antes de proclamar el Evangelio. R.

«Aleluya».

-  ¿Qué se canta antes de proclamar el Evangelio durante la Cuaresma? R. «Honor y gloria a ti, Señor Jesús».

¿Qué posición corporal se debe asumir cuando se lee el Evangelio? R. De pie.

-  ¿Por qué hay velas encendidas durante la Misa? R. Porque la vela encendida es signo de la presencia de Dios.

-  ¿Cuáles son los cuatro colores litúrgicos? R. Morado, blanco, rojo y verde.

-  ¿Qué significa cada color litúrgico? R. Morado, preparación para la fiesta o penitencia; blanco, fiesta; Rojo, el fuego del Espíritu Santo o la sangre de los mártires; verde, tiempo ordinario.

-  ¿Qué respondemos a «lectura del Santo Evangelio según San Mateo»? R.«Gloria a ti, Señor».

-  Cuando el sacerdote termina de leer el Evangelio, dice «Palabra del Señor».

¿Qué se responde? R. «Gloria a ti, Señor Jesús».

-  Cuando el lector dice «Palabra de Dios», ¿qué se responde? R. «Te alabamos, Señor».

Como variante, en las respuestas incorrectas podría apagarse una vela ya encendida.

La repetición ayudará a los niños a retener estos conceptos en su memoria.

 

 




11 jul 2013

MEDITACION SOBRE San Lucas 10,25-37.

LECTURA.Leemos el texto de San Lucas 10,25-37. 

MEDITACIÓN.

1. Amar a Dios

El hombre es un peregrino; viajero que no conoce el inmovilismo. Aunque las apariencias le den la sensación de reposo o quietud, jamás respira el mismo aire. Camina por el desierto buscando siempre, aun cuando encuentre, como si avanzara de espejismo en espejismo hacia una meta que no sabe si está dentro o fuera de sí mismo. Pero, ¿qué busca?... O mejor: ¿qué buscamos?

Se lo preguntó un letrado a Jesús: ¿Cómo conseguir la vida, simplemente la vida llena y total, eso que día y noche estoy buscando?

Preguntó para ponerlo a prueba, porque quien sepa responder es un sabio y profeta; de lo contrario de nada sirve su filosofía o su religión. Sin darse cuenta, aquel hombre había puesto el dedo en la llaga. Vivía inmerso en una aparatosa estructura religiosa, tenía toda la experiencia y sabiduría de la ley de los profetas, pero, ¿servía eso para vivir?

En efecto, ¿de qué nos sirve todo lo que tenemos y somos, si en ese todo no está incluida la vida, una vida con sentido, una vida que trascienda el espejismo de hoy y el de mañana?

Por extraño que parezca, pocas veces la teología cristiana ha hecho una pregunta tan concreta. Y si recordamos los años de nuestra formación religiosa, comenzando ya desde el primer catecismo, qué poco se nos dijo de la vida y cuán pocas veces se enfocaron los problemas desde la perspectiva de esto tan urgente y tan universal: vivir.

A menudo las personas que nos llamamos religiosas estamos ocupadas en cumplir una variedad infinita de normas, organizamos esto y lo otro, nos reunimos y discutimos, rezamos y meditamos..., pero ¿todo eso nos hace vivir? ¿Y cuándo se puede decir que una persona realmente vive y no solamente vegeta, o sufre vivir o se resigna a vivir?

En realidad, todo lo que el hombre hace tiene la secreta intención de ser un elemento de vida, y de alguna manera lo es. Pero importa saber si esa vida es -como decía el letrado- "eterna", es decir, plena, auténtica, completa.

Hablamos de un vivir como ser más, recreando permanentemente nuestra existencia desde dentro de nosotros. El que no se recrea a sí mismo no vive; «es vivido» por otros. Y eso se llama dependencia y alienación. El que vive recrea desde su libertad su todo: su yo y su mundo. Eso se llama «autenticidad»: ser uno mismo...

Jesús, como auténtico sabio, no dio una respuesta nueva ni original. Simplemente apeló a la vieja sabiduría humana, a esa corriente vital que recorre a menudo subterráneamente la historia, que a veces desborda y otras se sumerge, permitiendo una y otra vez encontrar sentido al largo caminar. Por eso le preguntó: ¿Qué hay escrito por allí? ¿Qué dice la experiencia de tu pueblo?

La originalidad de Jesús no está en la respuesta que dio al letrado, sino en la conclusión final: «Anda, haz tú lo mismo.» Como si le dijera: Nadie puede hacerte vivir, ni siquiera la religión o la Biblia. Si quieres vivir, camina, construye, recrea. Sé tú mismo. Lo demás son palabras. Y eso lo explicó mejor después con una parábola.

Jesús no le dijo nada «nuevo», sino que cumpliera aquello del amor. Que ame a Dios y que ame al prójimo. Eso es vida. Lo demás es muerte, aunque parezca vida. Lo original no era la idea; ya estaba escrita en la Ley.

Pero sí que amara a Dios con todo su ser. Que amara efectivamente; que redujera todo su aparato religioso a una sola cosa: amar. Eso era más difícil.

Hay cosas en la vida que parecen perogrulladas y, por eso mismo, nadie las cumple. Una de ellas es que lo primero y esencial en la religión es amar a Dios con todo el ser. No es ninguna novedad, y sin embargo...

¿Vivimos el cristianismo como una forma de amor a Dios?

El cristianismo que surge del Evangelio no reconoce otra forma de relación con Dios más que el amor. Sólo el amor. No el miedo al castigo o el deseo de un premio.

No la ley que me obliga bajo pena de pecado mortal, ni la tradición de la familia o del país en el que vivo.

Se nos ha enseñado la ley y los profetas, se nos ha atiborrado de nociones, definiciones, dogmas y normas morales, pero ¿se nos enseñó a amar a Dios? ¿Se nos preparó para una vivencia serena de la fe, para un saber descubrirnos sin temor ante Dios, para darle una respuesta muy «nuestra», salida desde el fondo de nuestra conciencia, amasada de libertad y de convicción personal?

La ley del amor libera interiormente; no ata ni esclaviza. Por eso produce paz y alegría, porque es un amor maduro que sabe recibir y sabe dar.

2. Amar al prójimo

La parábola popularmente conocida como «del buen samaritano» nos dice que el amor al Dios que no vemos debe hacerse realidad en el prójimo a quien vemos. Hoy diríamos que es una parábola de «denuncia» porque pone al descubierto la falsedad de una religión que se contenta con adorar a Dios en el templo, rezar y ofrecerle lo que la ley manda.

En efecto, la ley judía no inculcaba el amor entre judíos y samaritanos; al contrario, preconizaba el desprecio de los heréticos y odiados hermanastros de raza y fe. Pero para amar hace falta hacerse prójimo del otro, sin mirarle la cara, sin preguntarle por sus opiniones. Y esto es más duro que amar a Dios. Por eso aquel letrado tuvo que escudarse en la pregunta: «¿Y quién es mi prójimo?»

En efecto, la ley prescribía amar al prójimo como a uno mismo, de tal manera que el otro se hace carne de nuestra carne, es decir, hermano. Por eso, quien no se ama a sí mismo, no puede amar a nadie. Amarse a sí mismo es descubrirse y sentirse como persona. El que ha sabido encontrarse consigo mismo, el que ha roto las dependencias ajenas, el que ha sabido hacer su opción, el que ha sufrido en esa lucha por ser «alguien», podrá amar al otro de la misma manera: como alguien, como persona, deshaciéndose tanto de la indiferencia -como el levita y el sacerdote- como del odio o de la opresión.

A menudo los cristianos no amamos a los demás porque no se nos ha enseñado a amarnos a nosotros. Me refiero a esa ascética religiosa mezcla de dureza y de masoquismo con uno mismo. Después nos volvemos duros con los demás. Y a eso lo llamamos "virtud", como si la ternura no fuese más virtud que la dureza.

Si nos odiamos a nosotros, si vivimos una fe sombría y triste, si no descubrimos la alegría de vivir cuidando nuestro cuerpo y nuestra psique, si reprimimos en nosotros los impulsos del amor y de la ternura, ¡pobre del prójimo a quien amemos de la misma forma!

Por lo tanto, hay dos maneras de no amar al prójimo: una, la de los que no saben amarse a si mismos; o sea: la de los que no han descubierto aún su libertad interior y el gozo sereno de estar en el mundo. El masoquismo siempre se une al sadismo, y cuando nos odiamos a nosotros, terminamos odiando al prójimo. Dicho simplemente: cuando vivimos «amargados», terminamos amargando a todo el mundo que nos rodea, pues nadie puede dar lo que no tiene.

Y está la segunda manera de evitar el amor al prójimo: a eso se refiere la parábola. Se trata de los que están dispuestos a amar a todo el mundo, pero nunca encuentran a nadie a quien amar. Son los que preguntan: ¿Dónde está mi prójimo?

Cada uno de nosotros tiene en algún rincón de su corazón a aquel letrado de la ley que, queriendo justificarse, preguntó: ¿Y quién es mi prójimo?

Cuando llega el momento del compromiso, siempre encontramos la excusa salvadora, la pregunta inteligente.

Siempre hay un motivo para prolongar las discusiones, los diálogos, las mesas redondas, los congresos y las reflexiones... y acabar diciendo: «Es un gran problema... Hay que pensarlo bien... No podemos improvisar... Uno nunca sabe lo que puede pasar...» O bien: "Hay que unirse a los demás, pero sin fiarse demasiado... Es cierto que los pobres sufren, pero poco les gusta el trabajo... Se podría hacer mucho por los niños, pero antes hay que reformar a sus padres..." Y así sucesivamente. Es increíble cómo se nos agudiza la inteligencia cuando hay que pasar de las palabras a las obras.

La palabra de Jesús de hoy nos desenmascara y deshace nuestra trampa. Pocas parábolas tan claras como ésta: Alguien está tirado en el camino. No importa su nombre, país, sexo o edad. Bástenos saber que es un hombre que necesita de otro hombre para vivir.

Podemos pasar con alma de levita o sacerdote del templo: con los ojos bajos y cara de piadosos, pensando lo contento que estará Dios por lo bien que cumplimos con el acto litúrgico. Cumplimos hasta el último ritual, incluida la moneda en la alcancía. Pero el ritual no nos dice qué hacer con un hombre necesitado. Lo mejor será «seguir de largo dando un rodeo».

Podemos llegar también con alma de samaritano y descubrir que ese hombre tirado en medio del camino no pertenece a nuestro país, raza, credo o condición social. Y precisamente por eso nos acercamos y, no contentos con prestarle los primeros auxilios, hacemos que otros hagan lo que resta para que ningún detalle sea descuidado. La parábola relata cuidadosamente hasta la cuantiosa suma que el samaritano dejó al dueño de la posada...

Y la misteriosa pregunta de Jesús: «¿Quién de los tres fue prójimo del hombre caído?» Hubiéramos esperado más bien la otra pregunta: ¿Quién amó más a ese prójimo?, porque el prójimo es el otro.

No. «Prójimo» no es alguien que está cerca de nosotros y con el que inevitablemente debemos relacionarnos.

Lo importante es sentirse prójimo del otro; o sea, cercano a uno mismo; tan cercano que se lo ama como a uno mismo. Los tres vieron a aquel hombre caído; pero uno solo se sintió identificado con él; uno solo lo cuidó como se hubiera cuidado a sí mismo.

Con esto, Jesús nos indica claramente que el amor al prójimo es mucho más que la simple simpatía hacia un amigo, la camaradería o la defensa de los que pertenecen a nuestra familia o nación. Es un amor, fruto de una renuncia y del olvido de uno mismo para hacernos «uno-mismo-con-el-otro». Si el amor a Dios es sin límite alguno, tampoco puede haber límite en el amor a los que no-son-yo pero que debo amar como si fueran yo...

La conclusión final es decisiva: Si queremos vivir de veras y no hacer de esta vida un infierno o algo parecido, cumplamos al pie de la letra este evangelio.

La parábola puede ser escrita hoy con otros nombres y personajes: países desarrollados y subdesarrollados, norte y sur, este y oeste, cristianos y no cristianos, blancos y negros...

Larga es la lista de los anti-prójimos que devuelven actualidad a esta vieja página evangélica. No se trata de amar al que nos ama: eso lo hace cualquiera; no se trata de fraternizar con los que están en nuestra acera. Quien quiere vivir con total intensidad, quien ha roto sus dependencias internas, debe también romper tantos convencionalismos como separan a los hombres, sea por egoísmo, sea por afán de dominio o, simplemente, por la relativa circunstancia de que hemos nacido en este lugar y otros han nacido algunos kilómetros más allá...

Está bien la patria, el hogar y la pequeña comunidad de cada uno; pero eso es una simple circunstancia intrascendente. Lo que trasciende y lo que hace avanzar la conciencia de la humanidad es lograr un poco más de «proximidad» los unos con los otros.

El cristiano debiera tomar la iniciativa también en esto: hacerse prójimo del otro; crear proximidad afectiva allí donde no la hay.

Al fin y al cabo, cualquiera ama al prójimo. Eso lo cumplen hasta los paganos, decía Jesús. El cristiano es invitado a crear proximidad, a romper barreras, a destruir el odio y la indiferencia.

Es el camino de la vida. Lo demás es muerte...

(Aporte de SANTOS BENETTI
CAMINANDO POR EL DESIERTO. Ciclo C.3º
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1985.Págs. 109 ss.)

 

11 DE JULIO SAN BENITO




10 jul 2013

EL AGUA BENDITA

- Fuente de los Bienes Espirituales.


  El Agua Bendita es un sacramental que perdona los pecados veniales. A causa de la bendición a ella adjunta, la iglesia recomienda encarecidamente a sus hijos el uso de la misma, especialmente cuando les amenaza algún peligro, ej. fuego, tempestades, enfermedades y otras calamidades. Todo hogar Católico debería tener siempre agua bendita disponible.
Aprovechemos los grandes Beneficios que procura, fomentemos el uso del agua bendita. Cada gota contiene tesoros indecibles de auxilio espiritual para el alma y para el cuerpo, pensemos en ello, si ahora nos diésemos cuenta de sus beneficios como lo comprenderemos después de la muerte la usaríamos más a menudo y con mayor fe y reverencia El agua bendita tiene, su gran poder y eficacia en virtud de las oraciones de la Iglesia que su Divino Fundador siempre acepta con prontitud y complacencia. He aquí la oración de lo que pide la iglesia al bendecir e...l agua: “Oh Dios… concédenos que esta criatura tuya (el agua) sea dotada de la divina gracia para expulsar los demonios y alejar las enfermedades, y que cualquier cosa en las casas o posesiones de los fieles que fuere rociada con ésta agua quede libre de toda impureza y de todo daño… Que todo lo que amenace la seguridad o la paz de sus habitantes sea expulsado por la aspersión de esta agua, para que la salud implorada por la invocación de tu Santo Nombre sea guardada de todo asalto.
Oraciones Eficaces...
Estas oraciones suben al Cielo cada vez que se toma agua bendita con la mano y se rocía una sola gota sobre sí mismo o sobre otros, presentes o ausentes vivos o difuntos; y las bendiciones de Dios descienden sobre el cuerpo y sobre el alma...
Expulsan al Demonio
El diablo como dice Santa Teresa, odia el agua bendita por ese poder especial que tiene sobre él. No puede permanecer largo tiempo cerca de un lugar o de una persona rociada con agua bendita.
Beneficia a los Ausentes
Si nuestros seres queridos se hallan lejos de nosotros, el agua bendita, rociada con intención de que Dios los bendiga donde quiera que estén, puede mover al Sagrado Corazón para que los bendiga y proteja librandolos de todo mal, de alma y cuerpo. La oración de la Iglesia les puede socorrer a cualquier hora y en cualquier lugar donde se encuentren, sobre todo a las Benditas Ánimas
 

EL BUEN SAMARITANO 2




















8 jul 2013

LECTIO DOMINGO 15 LC 10,25-37 ...JESUS ES EL BUEN SAMARITANO


CELAM  Lucas 10, 25-37

“Tenía como prójimos los sacerdotes y levitas

y como extraños a los samaritanos.

Pero los prójimos pasaron de largo

y fue el extraño quien se aproximó”

(San Agustín)

“Vete y haz tú lo mismo”

 Introducción

Una vez que el evangelista Lucas nos ha presentado el tema de la misión (ver evangelio del domingo pasado), nos introduce enseguida –en el marco de la subida de Jesús a Jerusalén- en tres distintivos de aquel que ha entrado en el camino de Jesús en calidad de discípulo. Tres características del discipulado nos plantea Jesús hoy y en los próximos dos domingos:

(1) El ejercicio de la misericordia: el discípulo se distingue por el amor al estilo de Jesús (10,25-37).

(2) El ejercicio de la escucha: la acogida de Jesús implica escucharlo en calidad de Maestro (10,38-42).

(3) El ejercicio de la oración: la escucha introduce en la relación con Dios Padre a la manera de Jesús (11,1-13).

Nos detenemos hoy en la primera característica: el ejercicio de la misericordia debe ser un rasgo distintivo e indiscutible de un discípulo de Jesús.

Para profundizar en esto leemos uno de los relatos más impresionantes y conocidos de todo el Evangelio: la Parábola del Buen Samaritano; un relato que pone en crisis la mediocridad de nuestra capacidad de amar.

La parábola está enmarcada por el diálogo entre Jesús y un experto en la Ley, de manera que hay que mirar el conjunto en sus tres partes:

(1) Primera parte del diálogo de Jesús con el legista sobre el mandamiento principal, el del amor (10,25-29)

(2) La parábola del Buen Samaritano (10,30-35)

(3) Segunda parte del diálogo de Jesús con el legista donde se concluye cómo se ejerce el amor al prójimo (10,36-37)

Abordemos el texto con atención.

1. Primera parte del diálogo de Jesús con el legista: “¿Qué debo hacer…?” (10,25-28)

Todo comienza con la pregunta, en principio maliciosa, del experto en la ley: “Maestro, ¿qué he de hacer para tener en herencia vida eterna?” (10,25). Este otro maestro está interesado en la vida eterna; él sabe que ésta es un don de Dios pero que hay que ganarse el cielo. Él está interesado en una respuesta práctica: “¿Qué tengo que hacer…?”.

Verdaderamente una pregunta estimulante. El legista sabe mirar más allá de los intereses cotidianos, sabe que la vida no termina con la muerte, que su existencia está destinada a una vida eterna. Detrás de esta inquietud, entonces, hay un gran sentido de responsabilidad. Sobre el trasfondo de que la vida eterna es la realidad decisiva, viene entonces la respuesta de Jesús. Si no se siente responsabilidad con el Dios viviente, entonces será igualmente indiferente lo que se haga o deje de hacer en el camino de Jericó.

Jesús entonces le devuelve la pregunta poniendo la mirada directamente en el querer de Dios: “¿Qué está escrito en la Ley?” (10,26). La respuesta es la esperada: la responsabilidad con Dios (“Amarás al Señor tu Dios con todo…”) está unida a la responsabilidad con el prójimo (“y a tu prójimo como a ti mismo”; 10,27).

Entonces los dos, Jesús y el legista, quedan de acuerdo en el mismo punto: es absolutamente necesario amar a Dios y al prójimo en la vida presente, y este es el punto de partida para la comunión de vida en la eternidad. Jesús lo dice abiertamente: “Haz eso y vivirás” (10,28).

Pero surge un nuevo problema: “Y, ¿quién es mi prójimo?” (10,29).

2. La parábola del Buen Samaritano: “¿Quién es mi prójimo?” (10,30-35)

Se abre un gran paréntesis que ofrece las pistas para la respuesta a la pregunta: “¿Quién es mi prójimo?” (10,29), es lo mismo que decir: ¿Quién hace parte del grupo de personas a quienes debo amar como a mi mismo?

Veamos la parábola que le expuso Jesús:

2.1. La situación: un hombre en extrema necesidad en medio de un camino rodeado de desierto (10,30)

Un hombre… bajaba de Jerusalén a Jericó” (10,30a).

Nos encontramos en una ruta que une dos ciudades importantes, por ella pasaban habitualmente muchos peregrinos que venían o regresaban de Jerusalén. El camino atraviesa un escarpado desierto, peligroso además por su inseguridad; continuamente aparecían delincuentes que aprovechando esta geografía asaltaban las caravanas o los viajeros solitarios. Efectivamente esto último es lo que sucede. “Un hombre… cayó en manos de salteadores que, después de despojarle y golpearle, se fueron dejándole medio muerto” (10,30b).

La desgracia de este viajero es triple: (1) le roban todas sus pertenencias (literalmente “lo desnudaron”); (2) lo golpean brutalmente dejándolo en grave situación (literalmente “medio muerto”); y (3) lo abandonan a su suerte en un lugar descampado, en medio del desierto, sin posibilidad de ayuda inmediata. Peor no puede ser la situación: está en extrema necesidad, su vida está en juego y no tiene la más mínima posibilidad de valerse por sí mismo para salvarse, depende completamente de la ayuda y la buena voluntad de los demás.

Hasta aquí estamos ante una situación más o menos común, que una persona esté necesitada de ayuda y que quien le tienda la mano se hace su prójimo, no es una verdadera novedad. Sin embargo el punto más grave no ha sido contado, ayudar a este hombre implica: (1) poner en riesgo la propia vida, ya que detenerse es exponerse al mismo peligro y (2) ser capaz de cambiar los planes personales de viaje (¡en pleno desierto!). El tipo de compromiso que exige la ayuda a este hombre se sale de lo habitual.

2.2. Los dos primeros viajeros pasan de largo (10,31-32)

Los primeros chances de ayuda en el camino solitario, dejan ver no sólo la difícil situación en la que se encuentra el hombre herido sino también lo que implica ayudarlo. Éstos prefieren seguir de largo:

Casualmente, bajaba por aquel camino un sacerdote y, al verle, dio un rodeo. De igual modo un levita que pasaba por aquel sitio le vio y dio un rodeo” (10,31-32).

Como lo destaca la narración, el hecho es que ellos “ven”, pero cuando se percatan de lo que implica el ayudarlo optan por seguir en su comodidad personal se desvían un poco (literalmente en griego: “pasar por el otro lado de la vía”; hoy: “cambiar de acera”) y pasan de largo.

¿Quiénes son estos dos que no le tienden la mano al moribundo abandonado?

Que se diga expresamente que el primero en negar la ayuda sea un “sacerdote” es grave. Probablemente sea uno de estos sacerdotes, estilo sacerdote Zacarías (ver Lucas 1,8-9), que después de prestar su servicio sacerdotal en el Templo regresaba a su casa ubicada en otra población (era lo habitual; ver el caso de Zacarías en 1,23). De hecho, hoy sabemos que Jericó era una de las ciudades que más tenía casas de sacerdotes.

El levita pertenecía a una categoría sacerdotal inferior, pero era miembro de una prestigiosa elite en la sociedad judía de la época. Los levitas eran los responsables del esplendor de la liturgia y de la vigilancia en el Templo. Eran muy respetados.

¿Por qué no prestan ayuda?

Hay diversas explicaciones: (1) en caso de que hayan pensado que el hombre ya estuviera muerto: para evitar la impureza por el contacto con el cadáver; (2) para no exponerse también a ser asaltados (como quien dice: mejor seguir ligerito); (3) porque la situación era tan grave que no se sentían en condición de poder ayudarlo, las consecuencias para la economía personal eran grandes. Cualquiera que sea la razón, el hecho es que estos dos hombres que pasan al lado del herido son incapaces de un acto de amor que implique riesgos y para ello encuentran buenas excusas. Es todo lo contrario de lo que Jesús hacía: para salvar a un hombre no tenía barreras, si era preciso violaba incluso la ley del sábado (ver 6,9).

La parábola deja entender que tanto para el sacerdote, como para el levita, la preocupación por su propia seguridad y por la realización de los planes que llevaban en mente, resultó más fuerte que la compasión por este hombre agonizante y abandonado a su suerte en el camino. Para ellos el “amor al prójimo” no es “como a sí mismos”.

2.3. La mano tendida de un enemigo: el buen samaritano (10,33-35)

Frente a las dos ayudas negadas, dos ocasiones perdidas, cobra mayor relevancia la buena acción que realiza el tercer viajero: un samaritano. Él actúa de modo ejemplar: pone todos sus intereses personales (su tiempo, su cómoda cabalgadura, sus escrúpulos, su dinero) en un segundo plano y se concentra totalmente en la salvación de la vida del herido en el camino. El samaritano no ve otra cosa que la necesidad del hombre que está sangrando en el suelo.

¿Quién es este personaje?

Pero un samaritano que iba de camino…” (10,33a)

Como se ha dicho, se trata de un “samaritano”. Para los hebreos solamente los miembros de la misma raza eran considerados “prójimo” y sólo a ellos se aplicaba la obligación de “amar como a sí mismo”. Pero el que aquí aparece no es judío. Más aún, desde el punto de vista judío era considerado como enemigo.

Por razones históricas, en aquellos tiempos las relaciones entre ellos no eran buenas, como de hecho ya comprobamos cuando leímos 9,53, cuando –subiendo a Jerusalén- Jesús pasó por Samaría: “Pero no le recibieron porque tenía intención de ir a Jerusalén” (o como se dice en el evangelio de la samaritana: “¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy mujer samaritana? –Porque los judíos no se tratan con los samaritanos-”; Juan 4,9).

Cuando en la parábola se menciona al “samaritano” inevitablemente viene a la mente la enseñanza sobre la ayuda al enemigo, que Jesús le había predicado solemnemente a sus discípulos en el Sermón de la Llanura: “Pero yo os digo a los que me escucháis: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odien” (6,27).

¿Qué hace el samaritano?

El samaritano “llegó junto a él y al verle tuvo compasión” (10,33b) Él “tuvo compasión”. La conmoción interna que siente frente al herido es similar a la de Jesús frente a la viuda de Naím en el funeral de su único hijo (ver 7,13) o a la del papá cuando ve regresar a casa a su hijo disoluto (ver 15,20). El dolor del moribundo del camino se le entra hasta su propio corazón.

Esto nos recuerda los mejores momentos de la profecía de Oseas, cuando describe el corazón de Dios: “Mi corazón se agita dentro de mí, se estremece de compasión” (11,8b).

Este sentimiento violento de amor genera enseguida responsabilidad ante el caído. Siete gestos concretos muestran cuál es –en este caso- el “hacer” propio de la misericordia (10,34-35):

(1) Se acercó.

(2) Vendó sus heridas, curándolas con aceite y vino.

(3) Lo monto sobre su propia cabalgadura.

(4) Lo trasladó a una posada.

(5) Cuidó personalmente de él.

(6) Pagó la cuenta de la primera noche de posada y dejó un anticipo (que es suficiente para muchos días) para los nuevos gastos que va a implicar su cuidado.

(7) Se mostró disponible para seguir respondiendo por él.

Notemos cómo la ayuda tiene tres momentos: (1) asistencia inmediata (las acciones No.1-2-3); (2) el cuidado más de fondo (Las acciones No.4-5-6) en vista de la total recuperación; (3) la responsabilidad permanente (la acción No.7): el samaritano espera volver a verlo y está dispuesto seguir con la mano tendida si fuera del caso. El buen samaritano no es un asistencialista, él se compromete con la recuperación total.

El comportamiento del buen samaritano quizás se repetirá más de una vez, porque como él mismo anuncia: volverá por la misma ruta (ver 10,35b).

Así termina la parábola, pero no el diálogo de Jesús con el legista…

3. Segunda parte del diálogo de Jesús con el legista: “Vete y haz tú lo mismo” (10,36-37)

Llegamos a la aplicación de la parábola.

En la pregunta del legista “¿Quién es mi prójimo?”, estaba implícita la idea de que hay límites en el amor: ¿a quién es que debo a amar y con quién es que no tengo obligación?

Jesús retoma la cuestión y lleva a su interlocutor a sacar él mismo la conclusión: “„¿Quién de estos tres te parece que fue prójimo del que cayó en manos de los salteadores?‟ Él dijo: El que practicó misericordia con él” (10,36-37a). La respuesta es clara: no se puede trazar un límite preciso, debo hacerme prójimo de todo el que necesite de mí no importa cual sea su apellido, su edad, su género, su condición social, su religión.

Pero notemos que en la pregunta, Jesús hace caer en cuenta que “prójimo” no es el otro sino yo mismo en cuanto “me hago prójimo”. “¿Quién fue prójimo (ó se hizo prójimo) del que cayó en manos de los salteadores?”. Como puede verse Jesús le invirtió la pregunta al legista: no es “quién es mi prójimo” sino “de quién tengo que hacerme prójimo”. El buen samaritano no se preguntó si el herido era su prójimo sino que efectivamente él se hizo prójimo de su enemigo.

Jesús nos invita a ampliar los horizontes de nuestras relaciones y de nuestro compromiso. De esta manera no se admiten evasivas ni excusas -ni que sean teológicas- (recordemos que el legista primero quería poner a Jesús “a prueba”, 10,25a, y luego quería “evadirse”, 10,29a) para ponernos a hacer el bien.

El evangelio del buen samaritano nos coloca ante una nueva perspectiva: ya no hay que preguntar “¿hasta qué punto ya no tengo compromiso?”, porque no es el grado de parentesco ni la simpatía lo que determina hasta dónde debo extender mi mano para ayudar, sino la situación de necesidad real en la que la otra persona se encuentra.

En otras palabras, cualquier persona que se encuentre en mi camino y que esté pasando necesidad, él es el prójimo al cual le debo abrir mi corazón y prestarle auxilio, así esto implique desacomodar mis esquemas personales. El necesitado es el lugar donde tengo que estar amando, el lugar donde mi apertura de corazón es el primer paso del amor que sabe a vida eterna.

Mientras leemos hoy el relato del buen samaritano dejemos que repique constantemente en nuestra mente y en nuestro corazón el imperativo de Jesús: “¡Haz tú lo mismo!”.

4. Releamos el Evangelio con un Padre de la Iglesia

“„¿Y quién es mi prójimo?‟. Pensaba que el Señor le iba a decir: „Tu padre y tu madre, tu esposa, tus hijos, hermanos y hermanas‟. Pero no fue así que le respondió. Por el contrario, queriendo aclarar que todo hombre es prójimo de todo hombre, le respondió con un cuento.

„Cierto hombre‟, dijo. ¿Quién? Cualquiera, pero hombre. ¿Quién es, pues, ese hombre? Una persona cualquiera, pero una persona humana. „Descendía de Jerusalén para Jericó y cayó en manos de ladrones‟. Aquí se llama ladrones a los mismos que nos persiguen. Herido, despojado, abandonado medio muerto en el camino, fue despreciado por los transeúntes, por un sacerdote, por un levita. Pero un samaritano que pasaba por allí, se fijó en él. Se acercó a él, con todo cuidado lo cargó en su burro, lo llevó al hospedaje, mandó que le ofrecieran cuidados y pagó los gastos. Al que le había preguntado, se le pregunta ahora quién había sido el prójimo de aquel hombre medio muerto. Porque dos lo habían despreciado, precisamente sus prójimos, llegó el extraño. Aquel hombre, siendo de Jerusalén, tenía como prójimos los sacerdotes y los levitas y como extraños a los samaritanos. Pero los prójimos pasaron de largo y fue el extraño quien se aproximó.

¿Quién era, entonces, el prójimo de este hombre? Di, tu que interrogabas diciendo „¿Quién es mi prójimo?‟. Ahora ya responde la verdad. Había sido la soberbia la que preguntó, que hable ahora la naturaleza. ¿Qué dices entonces? „Pienso que fue aquel que usó misericordia con él‟. Y el Señor le replicó: „Vete y haz lo mismo tú también‟”.

(San Agustín, Sermón 299D, 2)

5. Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón

¡Hay tantas personas que han caído en los caminos de Jericó de nuestras grandes ciudades, poblados y campos! ¡Hay tantos rostros empobrecidos y moribundos esperando que nos hagamos su prójimo!

1. Leo cuidadosamente la parábola del Buen Samaritano y la reconstruyo paso a paso deteniéndome en las frases que más me llegan.

2. ¿Cuáles son las personas de mi entorno que más necesitan de mí y a quienes algunas veces he negado mi ayuda oportuna? Si es posible las identifico con el nombre. ¿Qué ayuda me pide cada una de ellas? ¿Cómo me haré prójimo de ellas?

3. ¿Alguna vez he actuado como el sacerdote o el levita y siendo consciente de alguna necesidad, he preferido “hacerme el de la vista gorda”?, ¿Por qué lo he hecho?, ¿Qué he sentido después?, ¿Qué propósitos me he hecho o me hago hoy al respecto?

4. Recuerdo la última vez que actué como el buen samaritano. ¿Con quién fue?, ¿Qué hice?, ¿Qué intereses y necesidades personales pasaron a segundo plano?, ¿La mano que tendí esa vez fue sólo de momento o aún hoy continúo brindando mi ayuda generosa?

5. Como comunidad, familia, grupo, ¿Qué nos proponemos hacer concretamente para actuar como el buen samaritano?

Dediquemos un espacio de nuestro tiempo, podría ser una tarde, para ir a algún lugar donde haya alguna persona o grupo de personas que nos necesiten y brindémosles nuestra ayuda. Y ¿por qué no hacerlo periódicamente?

P. Fidel Oñoro C., cjm Centro Bíblico del CELAM

 

I En la parábola de este domingo es importante subrayar su actualidad. No olvidemos que estamos todos en camino de Jerusalén, siguiendo a Cristo. De la parábola resulta una ética cristiana en la cual podemos distinguir tres tiempos indisociables e imprescindibles: ver, compadecerse y actuar.

II Los Padres de la Iglesia, desde Clemente de Alejandría, identificaron al buen samaritano con Jesús. Con base en esto, la homilía podría pasar de la exhortación moral a la alabanza a Cristo, sirviéndose, especialmente, del entusiasmo hímnico de la segunda lectura. La homilía puede también apoyarse en el magnífico prefacio común VIII, de uso recomendado en este domingo, que tiene como título “Cristo, el buen samaritano”.

III En algunos lugares están en vacaciones o las están terminando. Donde la afluencia de turistas es significativa, se puede justificar un gesto especial de acogida y simpatía.

IV Actuar como Buen Samaritano (Lc 10,25-37)

 

“¿Cuando te escucho, Jesús, me transformo, hago oración, y termino actuando como un hijo del Padre hacia mis hermanos? Tu Palabra es fuerza abriendo mi corazón para ofrecerse al prójimo, en todo momento, a la manera

del buen samaritano” (Franck Widro