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LC 12,13-21 |
1. Dos actitudes de la sociedad
"Vaciedad sin sentido, todo es vaciedad" (Ecl
1,2). El autor de esta frase bíblica es un judío profundamente pesimista que,
al repasar todos los aspectos de la vida humana, siempre encuentra limitación,
engaño o desgracia. ¿De qué sirve todo lo que hacemos?, ¿no es la vida humana
un intento inútil?, ¿se puede conseguir la felicidad?
La parábola del rico necio nos presenta una actitud muy
distinta: la de un hombre seguro de sí mismo, que cree que su felicidad se
identifica con lo que hace y tiene.
Son dos actitudes distintas, pero igualmente comunes en el
corazón humano. ¿No somos una curiosa mezcla de estas dos posturas? Por una
parte, autosuficientes y seguros, como si la felicidad fuera algo que podemos
comprar y asegurar por nosotros mismos; por otra, pesimistas y desengañados,
como si nada valiera la pena y la vida careciera de sentido. También nuestra sociedad de consumo y de la técnica parece
una mezcla de estas dos actitudes: quiere infundirnos seguridad y confianza,
como si tuviera la fórmula de la felicidad -idea repetida machaconamente en los
anuncios de la televisión-, a la vez que se palpa en ella la inquietud y el
desconcierto, la falta de rumbo y de sentido a la vida, su caminar de crisis en
crisis.
¿Hay una respuesta cristiana a todo esto? La actitud de
Jesús no es la del pesimista: su mensaje es anuncio de una "gran alegría
para todo el pueblo" (Lc 2,10); tampoco la del hombre seguro de sí mismo:
la crítica que hace de él es total. ¿Será la suya una especie de actitud
intermedia? No; ésta será una respetable actitud humana, no sé si realizable,
pero no es la actitud de Jesús ni debe ser la del cristiano.
La respuesta
cristiana es "caminar", abrirnos a la vida de Dios manifestada en
Jesús, ahondar en sus planteamientos. La respuesta cristiana definitiva está
siempre "más allá".
2. La riqueza acumulada es pecado
Las palabras que dirige Jesús a los ricos y a los que están
saciados deberían resonar como un mazazo en nuestra civilización de consumo, en
nuestra economía del lujo, en nuestra locura de producir sin haber determinado
previamente qué hombre, qué sociedad y qué clase de vida queremos construir o
estamos construyendo.
El problema del mundo moderno, como el problema del rico,
no es que no posea bienes, sino que no sabe usarlos ni distribuirlos bien, no
sabe someterlos a su servicio, no hace que sirvan a todos los demás, no acierta
a destruir todo lo que está hipotecando el futuro humano.
La riqueza acumulada -por individuos o naciones es un pecado
social gravísimo: esa riqueza que uno guarda para sí solamente, esa riqueza que
nos convierte en sus esclavos, esa riqueza que impide que los demás tengan lo
necesario para vivir con dignidad. Carecer de los bienes imprescindibles para
una vida humana digna es un estado lamentable, del que hemos de guardarnos y
preservar a los demás, porque crea en los que lo padecen una preocupación, un
tormento, una esclavitud, que les impiden ser libres y ponerse a disposición de
los demás. Tener demasiados bienes es también una preocupación y una
esclavitud, del mismo estilo que la anterior, de la que nos debemos liberar y
ayudar a los demás a liberarse.
El rico necio no es aquel que tiene las manos llenas,
porque se pueden tener llenas y abiertas: ¡pronto quedarán vacías! Ni el pobre
verdadero es el que tiene las manos vacías, porque las puede tener vacías y
cerradas. Pobre, según la primera bienaventuranza de Jesús, es el que tiene las
manos abiertas, tanto si están llenas como si están vacías; es el que lo espera
todo, lo da todo, lo recibe todo..., y así vive en los que ama y le aman. No
nos debe preocupar si tenemos mucho o poco, siempre que tengamos lo necesario.
Lo único decisivo es saber si lo estamos compartiendo. Si los bienes que
tenemos los estamos compartiendo, somos pobres de espíritu y no tardaremos
mucho en serlo de bienes materiales. Si
nos atrincheramos en ellos y los guardamos, somos ricos necios.
3. "Dile a mi hermano que reparta conmigo la
herencia"
Este pasaje es propio de Lucas. Nos narra un caso real
sobre una herencia y una parábola que generaliza el hecho.
El apego a las riquezas y el afán de lucro es un tema que
Lucas trata con insistencia, sin que esté ausente de los demás evangelistas.
Subraya constantemente el peligro que entrañan para la vida de fe y para la
comunidad cristiana.
¿Por qué esta insistencia? Seguramente porque el afán
desmedido de poseer estaba poniendo en peligro la unidad de la comunidad, el
amor fraterno y la vivencia de la espiritualidad evangélica. Peligro presente
en todas las épocas de la Iglesia.
A la vez, insistía en la pobreza y el desprendimiento
radicales como único camino válido para un discípulo de Jesús.
Las palabras de Jesús sobre el afán de riquezas están
motivadas por la petición, hecha probablemente por el menor de dos hermanos, a
que intervenga ante su hermano mayor para que le dé la parte que le corresponde
de la herencia. Como el derecho a la herencia estaba regulado por la ley
mosaica, que favorecía notablemente a los primogénitos, era frecuente acudir a los
rabinos para que hicieran de árbitros.
En este caso parece que el hermano mayor no quiere
entregarle su parte. El hombre acude a Jesús, al que trata como doctor de la
ley, para que ejerza su influencia sobre su hermano injusto.
Jesús rechaza este papel de mediador. Es natural: la vida
humana transcurre frecuentemente por caminos distintos a los suyos. Los bienes,
las riquezas en general, no son para el hombre la fuente de su vida. Por eso,
para Jesús eran cuestiones muy secundarias. ¿Para qué defender un egoísmo de
otro? El afán de riquezas era el verdadero motivo del conflicto que querían que
Jesús resolviera. De ahí las palabras que dirigió a continuación a la gente,
invitándola a guardarse "de toda clase de codicia".
Son los valores del reino de Dios los que mueven a Jesús a
actuar y son los que deben mover a la Iglesia. Su negativa no debe
interpretarse como si las cuestiones económicas y sociales no tuvieran ninguna
relación con el reino de Dios, pero sí que es inútil resolverlas desde una
óptica individualista o pretendiendo que la autoridad religiosa asuma unas
funciones que corresponden a la autoridad civil. El mensaje de Jesús fundamenta
una verdadera ética social, pero no es un código para resolver cada caso
particular ni para establecer un determinado orden temporal en la sociedad. No
se puede invocar el evangelio en favor de un determinado modelo de sociedad,
porque ninguno agotará sus posibilidades.
El olvido de tan elemental principio ha llevado a la
Iglesia a enfrentamientos innecesarios con las autoridades civiles. Su misión
es explicar a los cristianos el sentido del evangelio y su relación con lo
temporal, sin pretender dar una solución definitiva, pero sí defendiendo
siempre los derechos de los marginados y explotados de la sociedad.
Plantear a Jesús problemas de herencias es no entender nada
de su mensaje. Ni en los casos en que
las riquezas fueran bien adquiridas, como fruto del esfuerzo personal o de la
suerte. La cuestión es siempre la misma: no son un bien definitivo, para
siempre. ¡Cuántas divisiones y enfrentamientos se producen por cuestiones de
dinero y de herencias! Incluso entre hermanos, como vemos en este pasaje. El
afán de dinero es una idolatría, a la que sacrificamos todo: hermanos, amigos,
el buen entendimiento entre los hombres y entre las naciones. Se lo
sacrificamos todo como si fuera un absoluto, como si dependiese de él la
felicidad y el sentido de nuestra vida.
4. Todos los bienes temporales son relativos
"Guardaos de toda clase de codicia. Pues aunque uno
ande sobrado, su vida no depende de sus bienes". Todos los bienes temporales son
relativos, transitorios, no producen la felicidad a que puede aspirar el
corazón humano. Las riquezas no salvan de un cáncer o de un infarto;
siempre quedan más acá de la muerte.
Además, traen con frecuencia desazones, ambiciones, falsas
seguridades que nos atan a la tierra, que nos impiden ser nosotros mismos, que
nos convierten en esclavos y nos dejan con las manos vacías a la hora de la
verdad.
El afán de riquezas no queda limitado por el deseo de
poseer bienes materiales; incluye también todo lo que no es definitivo o
escatológico: la cultura, el prestigio personal, el bienestar, las
diversiones... Todas estas realidades hemos de verlas en función de "los
bienes de allá arriba, donde está Cristo" (Col 3,1). No pueden impedirnos
responder a las llamadas de Dios.
El desprestigio del afán de riquezas nace de la experiencia
cotidiana, accesible a la mirada más simple: la colosal desproporción que
existe entre el trabajo que ponen los hombres por poseer muchas cosas y el
hecho de que esos bienes no sirven en absoluto más allá de esta vida. De esa
forma, el hombre pasa casi toda su existencia acumulando unos bienes que, en
definitiva, no le sirven para nada.
La espera de la
vida futura no puede alejarnos de las responsabilidades presentes. Pero sí
empujarnos a dar a cada cosa su verdadero valor. Y las riquezas, que deberían
aliviar la vida, son normalmente causa de su ruina al desviarnos de la
verdadera dirección. Hemos de reconocer que la relación existente entre el afán
de riquezas y el evangelio de Jesús es nula. A una sociedad como la nuestra,
apasionada por los bienes materiales y el confort, que ni siquiera deja
indiferentes a los más fogosos contestatarios de la sociedad de consumo, ávida
de loterías y quinielas, lo único que podrá equilibrarla y darle ese sentido
que necesita es el redescubrimiento del destino verdadero del hombre. Un
destino que está en Dios, en todo lo que él significa para el hombre.
5. La parábola
La parábola del rico necio explica la idea de Jesús sobre
la verdadera riqueza del hombre, sobre qué debe poner su afán. El protagonista
es un rico agricultor que expresa su pensamiento y el modo de situarse ante la
vida. Es un hombre rico al que todo le sale bien, que está seguro de sí mismo,
de lo que posee, y que se promete una vida larga y feliz. Un hombre que se
dispone a gozar sin tener en cuenta ningún otro valor ni finalidad en su vida,
que entiende únicamente como confort, prescindiendo de Dios y de los demás. No
hay en él ningún pensamiento generoso, de altruismo, de ayuda a los demás. En
su reflexión repite hasta catorce veces palabras que expresan su egocentrismo y
soledad.
"Túmbate, come, bebe y date buena vida". Este
hombre es un egoísta que necesita llenar su tiempo y su espacio, pero no se le
ocurre más que llenarlo de propiedad privada. No piensa en los otros: obreros,
vecinos... Más que poseer riquezas, éstas le poseen a él. Puede tener la
apariencia de un hombre emprendedor, que crea puestos de trabajo: "Derribaré
los graneros y construiré otros más grandes"; pero, en realidad, sólo
monta estructuras a su servicio personal. No crea esquemas económicos que
favorezcan a los desposeídos; no hace historia humana, sólo acapara.
¿Qué hacer con un hombre así en el mundo a que aspira
Jesús?, ¿qué sentido tendrá su vida? Nadie podrá reconocerlo como hermano,
porque no se preocupó de nadie. Jesús ataca esta manía enfermiza de asegurarse
la vida material individualmente o por clanes familiares. Hay que buscar los
medios económicos necesarios para una vida humana digna, pero comunitariamente
y para el conjunto de la humanidad. Parece evidente que no se puede servir a
Dios y a los intereses de las grandes empresas industriales, bancarias o
latifundistas privadas. Ni a las modernas multinacionales.
Hay que trabajar
por una sociedad fraternal sin propiedad privada privante. Todo lo demás vendrá
solo, lo traerá la auténtica fraternidad.
Jesús no ve posible que un hombre cambie su corazón sin
cambiar su relación con el dinero y con todo lo que éste representa. Cambio que
implica una profunda transformación en las estructuras sociales, políticas y
económicas. Cambio necesario para poder entender los verdaderos problemas del
mundo. Cambio que exige dejar de defender los intereses privados, las propias
conveniencias y seguridades.
Dios interviene
en el monólogo del rico: también él tiene algo que decir en la vida del hombre.
El proyecto del rico no tiene futuro verdadero. Todo aquel que convierte la
finalidad de su vida en amontonar riquezas es un necio, porque los hombres
estamos llamados al encuentro con Dios, a vivir para siempre en su reino del
compartir. Todos los bienes del hombre son muy secundarios: son medios para la
vida, nunca fines. La verdadera riqueza y el afán de todo hombre bien nacido no
puede ser otro que ser "rico ante Dios".
"Esta noche te van a exigir la vida". La vida es
mía, pensamos; puedo hacer con ella lo que quiera. Y lo hacemos. Pero se nos
escapa inexorablemente de las manos, se nos escurre con el paso de los días. La
vida no es objeto de dominio como los bienes de la tierra; por eso tenemos que
apoyarnos en otras cosas. ¿Qué queda de nuestra niñez, de nuestra juventud, de
la plenitud de nuestras fuerzas... cuando nos vamos adentrando en la vejez? De
poco nos valdrá hacer grandes proyectos volcados exclusivamente en la
acumulación de riquezas, de honores, de poder..., si cuando nos llegue la hora
decisiva nos encontramos vacíos de Dios y de nosotros mismos.
Deberíamos, a la
luz de esta parábola, echar una mirada en profundidad a nuestra vida entera.
¿Qué bienes estamos acumulando?: ¿dinero -o cosas que se pueden comprar con él-
o una vida entregada a un noble ideal? Las cosas que verdaderamente valen la
pena no pueden comprarse con dinero.
6. Dos tipos de riqueza
Nos gusta ver a los niños jugando, divirtiéndose en su
mundo de fantasías; son felices con lo que tienen y viven. Pero es muy triste
que los adultos nos encerremos voluntariamente en un mundo que absolutiza lo
que sólo es relativo. ¿No es así como vivimos? Esto es lo que significa
"amasar riquezas para sí y no ser rico ante Dios".
Jesús contrapone
dos tipos de riqueza: la que se transforma en objetivo final del hombre,
alienándolo y embruteciéndolo, y la que el hombre pone al servicio del
espíritu. La primera se cierra sobre el hombre; la segunda abre su vida al
misterio, más allá de la frontera de la muerte, a la plenitud para siempre, a
la vida con Dios y con todos los demás en su reino. "Es rico ante
Dios" el desprendido, el que ha convertido su vida en un don para los
otros, el que pone al servicio de los demás todo lo que es y todo lo que tiene.
El presente texto
evangélico nos ha mostrado tres maneras distintas de tomarse la vida: el que
espera que los demás le solucionen todos sus problemas, sin hacer nada de su
parte y sin ningún tipo de responsabilidad personal; el que no confía en nadie,
sino sólo en los bienes materiales; y el que convierte toda su vida en servicio
y solidaridad con los demás. ¿Qué deberíamos hacer los cristianos para que los
bienes materiales, culturales, artísticos, científicos... fueran un bien para
toda la humanidad y estuvieran al servicio de cada hombre? Si sacáramos todas
las consecuencias de este relato, tendríamos motivos suficientes para confiar
en la proyección humana del evangelio y para iniciar el cambio que nuestra
sociedad está necesitando. Fue quizá la proyección humana que Jesús dio a su
mensaje la causa principal de su asesinato.
(Aporte de FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ, ACERCAMIENTO A
JESUS DE NAZARET – 2 PAULINAS/MADRID 1985.Págs. 182-189)