29 jul 2019
Ven Espíritu - Sandra Rivero + Invitados
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MUSICA
18° DOMINGO DEL TIEMPO COMÚN CICLO C
Domingo 4 de agosto
de 2019.
Eclesiastés 1,2;2,21-23; Colosenses 3,1-5.9-11; San
Lucas 12,13-21.
“Imita la tierra:
la tierra no hace crecer sus frutos para gozar ella sola de ellos.”
(San Basilio de
Cesarea)
Oración inicial:
"Toma,
Señor, y recibe toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento, y mi voluntad, todo
mi haber y mi poseer; tú me los diste, a ti, Señor, lo torno; todo es tuyo,
dispón de todo a tu voluntad, dame tu amor y gracia, que ésta me basta".
Amén.
(San
Ignacio de Loyola, Ejercicio Espirituales)
1. «Lo que has
acumulado, ¿de quién será?».(Evangelio)
Jesús distingue en el
evangelio entre ser y tener. El ser es la vida y la existencia del hombre, el
tener son las posesiones grandes o pequeñas que le permiten seguir viviendo. La
advertencia de Jesús consiste simplemente en que el hombre no debe convertir el
medio en el fin, ni identificar el significado de su ser con el aumento de sus
medios. Lo absurdo de esta identificación salta a la vista cuando se considera
no sólo la muerte del hombre, sino que éste debe responder de su vida ante
Dios. Aunque esto no está todavía claro en el paralelo veterotestamentario, y
aunque Jesús plantea la pregunta: «Lo que has acumulado (cuando mueras), ¿de
quién será?», esta cuestión no constituye el centro para él, sino esta otra:
«No amontonen tesoros en la tierra, donde la polilla y la carcoma los roen...
Amontonen tesoros en el
cielo» (Mt 6,19s). Por tanto sabemos que ante Dios lo importante no será la
cantidad del tener sino la calidad del ser (cf. 1 Co 3,11-15). Esto se hace
evidente sobre todo mediante la palabrita «sí». El que quiere tener, amontona
riquezas «para sí»; el que tiene un ser de gran valor, renuncia a este «para
sí» y piensa en su ser junto a Dios. Dios es el tesoro. «Donde está tu tesoro,
allí está tu corazón» (Mt 6,21). Si Dios es nuestro tesoro, entonces debemos
estar íntimamente convencidos de que la riqueza infinita de Dios consiste en su
entrega y autoenajenación, es decir, en lo contrario de la voluntad de tener.
2. «Todo es vanidad».
(1°Lectura)
Qohelet nos hace
comprender ya en la primera lectura lo absurdo que es que los bienes que un
hombre ha conseguido con su habilidad y acierto puedan ser heredados a su
muerte por un holgazán. De este modo en el esfuerzo permanente por los bienes
pasajeros hay como una especie de contradicción que se renueva en cada
generación siguiente, mostrando así claramente la vanidad de toda voluntad
terrena de tener.
3. «Aspiren a los bienes
de arriba, no a los de la tierra». (2°Lectura)
La segunda lectura saca
la conclusión general. Pero lo celeste no son los tesoros, los méritos o las
recompensas que nosotros hemos acumulado en el cielo, sino simplemente
«Cristo». Él es «nuestra vida», la verdad de nuestro ser, pues todo lo que
somos en Dios y para Dios se lo debemos sólo a él, lo somos precisamente en él,
«en quien están encerrados todos los tesoros» (Col 2,3).
«Déjense construir»
sobre él, nos aconseja el apóstol (ibid. 7), aunque con ello el sentido
esencial de nuestra vida permanezca oculto para los ojos del mundo. Debemos
«dar muerte» a todas las formas de la voluntad de tener enumeradas por el
apóstol, y que no son sino diversas variantes de la concupiscencia, por mor del
ser en Cristo; y esta muerte es en verdad un nacimiento: un «revestirnos de una
nueva condición», un llegar a ser hombres nuevos. En esta nueva condición
desaparecen las divisiones que limitan el ser del hombre en la tierra
(«esclavos o libres»), mientras que todo lo valioso que tenemos en nuestra
singularidad (Pablo lo llama carisma) contribuye a la formación de la plenitud
definitiva de Cristo (Ef 4,11-16).
(Aporte de HANS URS von
BALTHASAR, LUZ DE LA PALABRA,
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C,
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 274 s.)
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C,
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 274 s.)
MEDITACIÓN.
HOMBRE ECONOMICO. HOMBRE LITURGICO. HOMBRE ESCLAVO.
Lo que más me impresiona
de este hombre, rico y ávido, de la parábola evangélica es su heladora soledad.
Algo verdaderamente tétrico, horripilante.
Nadie está tan solo como
este hombre rodeado, casi sofocado, por sus bienes.
Más que contar sus
rentas, parece hablar con ellas. Lo vemos en coloquio con las cifras.
En diálogo amoroso con
los libros contables. Su voz tiene el sonido de los dineros.
Es un individuo sin
nombre, sin rostro. No tiene mujer, ni hijos, ni amigos. El único lazo estrecho
son sus bienes materiales. Se identifica con las propias riquezas. El mismo se
convierte en campo, grano, trigo, almacén, número, cartera. Ya no es un hombre.
Es una cosa en medio de las cosas.
Los bienes, en lugar de
ser vehículos de comunicación, de relación con los otros, para él son cosas a acumular,
conservar, proteger, defender. En vez de ser medios (antiguamente se decía,
precisamente, que uno tenía tantos "medios"), se convierten en fin,
al que se sacrifica todo. Y terminan por cerrarlo en una prisión.
Este hombre triste es un
prisionero. Puede incluso ampliar los almacenes. Pero no logrará ya salir de
ellos.
Es un hombre cerrado.
Sin futuro. Precisamente él que se engañará pensando que está asegurado para
muchos años.
Cuando se pronuncia la
terrible sentencia: «Esta noche te van a exigir la vida», en realidad él ya
está muerto desde hace tiempo. La sentencia la pronunció él sobre sí mismo. Con
acierto se ha subrayado --A. Maillot (de quien tomo alguna de estas
observaciones- que más que un castigo es una concesión.
Se le llama «necio».
Porque funda la propia
seguridad en el tener y no en el ser.
Porque se afana por
poseer y acumular, en vez de comprometerse a crecer.
Porque se identifica con
las cosas, y no las transforma en sacramento de comunión con los hermanos.
Porque cree que mucho dinero
significa mucha vida.
Porque piensa que la
posesión egoísta da alegría.
Porque no sospecha que,
aunque salgan las cuentas, su existencia es una quiebra.
Porque está en adoración
y no ve más que el propio «yo». No se para jamás frente a un «tú».
Porque no entiende que
«el yo no tiene otra protección que el darse, el perderse» (Arturo Paoli).
Porque no cae en la
cuenta de que no es posible llenar el vacío con un estorbo.
Porque no intuye que la
seguridad puede derivarse sólo de un acto de coraje, de ruptura, de liberación.
Porque no se percata de
que la vida va llena de amistad, de don, de relaciones, no de cosas.
Intentemos ahora sacar
algunas consecuencias.
La posesión es siempre
limitación. «El que adquiere un campo y lo cierra con una cerca, se priva
del resto de la naturaleza, se empobrece de todo lo demás. He aquí por qué la
pobreza religiosa no significa poseer poco, sino no poseer nada, o sea, la
expropiación total para poseerlo todo» (E. Cardenal).
La posesión es sobre
todo limitación de libertad. «¿No habéis observado alguna vez que ser rico se traduce siempre
en un empobrecimiento en otro plano? Basta decir: poseo este reloj, es mío, y
cerrar la mano, apresándolo, para tener un reloj y haber perdido una mano» (A.
Bloom). Nuestro espíritu y nuestro corazón tienden a empequeñecerse, a
reducirse a las dimensiones de los objetos sobre los que se cierran, a las
dimensiones de los bienes sobre los que se repliegan.
La riqueza es
falsificación de las cosas, porque falsea la relación con ellas. El rico cree que su
título de propiedad le une íntimamente, con seguridad a sus bienes. Pero esto
es una colosal ilusión. Las cosas como las personas, tienen un «límite de
inviolabilidad, un umbral infranqueable», que no puede ser forzado por un
derecho que se derive simplemente del dinero. Una cosa no se deja «violar» por
la cartera (las personas, algunas veces sí...). Por eso, aun cuando me
pertenezca, aunque sea "mía", la cosa sigue «inviolada» en su esencia
más verdadera, y siempre me dejará insatisfecho.
La cosa permanecerá
obstinadamente «ajena» a mí, escapará de mi mano aun cuando la retenga, más aún,
precisamente porque pretendo asirla, tenerla, se reirá de mí, burlona, intacta,
intocable.
Para entrar en comunión
íntima con un bien creado, la propiedad ligada al dinero, al derecho, puede
constituir un obstáculo.
La facultad de poseer se
sitúa al nivel más profundo de nosotros mismos, allí donde un objeto externo
puede entrar solamente interiorizándose.
Para poseer
verdaderamente una cosa, es necesario establecer con ella no una relación de
posesión, de agresividad, sino de participación, de maravilla, de
contemplación.
El hombre litúrgico, y
no el hombre económico es el que está en armonía con todo lo creado. La tierra pertenece a
los «mansos», o sea, a aquellos que nada reivindican. Solamente el que ora,
teniendo las manos vacías, libres, puede orar en las cosas y con las cosas.
«En la edad media se
celebraban las nupcias de Francisco con dama pobreza, se intentaba visibilizar
lo invisible, es decir, el secreto que se había hecho en él poesía y felicidad,
contemplación y seguridad... Francisco lleva sobre sí mismo el signo de la
liberación en la alegría, que es seguridad, y en la contemplación, que es
poesía... La historia no ha olvidado todavía a este hombre martirizado en el
cuerpo que redescubrió las estrellas, las flores, el agua, el fuego, el sol,
los pájaros, toda la creación, finalmente liberada de angustia y hecha verdad y
poesía» (Arturo Paoli).
Así pues, la distinción
existe entre hombre económico y hombre litúrgico. La diferencia pasa entre
quien pone el corazón en las cosas (o deja que las cosas, según su paso
natural, pasen de las manos al corazón, y aquí ocupen todos los centros
estratégicos de mando) y quien, por el contrario, obliga a las cosas a hacerse
partícipes, cómplices, expresión del propio corazón.
Podemos aún decir que la
diferencia está entre el capitalista y el liturgo. Entre el usurpador, el
conquistador, y el hermano.
Entre el hombre
económico y el hombre de la amistad y del encuentro. Entre el profanador y el
contemplativo. Entre el que pide seguridad a los bienes terrenos y quien les
exige "comunicación".
El primero, a través de
las cosas, se para, se aísla, tiene y rechaza. El otro camina, se abre, da y se
dilata.
El primero se apropia de
algo y queda en la superficie de todo. El otro descubre la verdad profunda de
las cosas.
El primero dispone de
las riquezas; el otro es señor de sí mismo.
El primero es un
excomulgado. El otro se comunica con todo y con todos.
El primero acumula. El
otro comparte.
Por eso, la única manera
de no pararse frente a las cosas, consiste en llevarlas adelante con nosotros,
en arrastrarlas en nuestra aventura. «Estoy hambriento de todo el pan que como
solo, pobre de todos los bienes que poseo para mí» (G. Thibon).
Hay un momento, en la
misa, en el que se nos recuerda el uso correcto que debemos hacer de las manos.
El ofertorio es el momento de la consagración de mis manos. Esas manos que
encuentran su función más verdadera en el gesto de la ofrenda.
Se me han dado las manos
para dar. Quien las usa, habitualmente, sólo para coger, tener, agarrar,
todavía no ha aprendido a usarlas, aunque esté muy avanzado en años. Sobre todo
no ha gustado la alegría más grande: la alegría de dar.
Nos preocupamos de
enseñar a caminar. Y el día en que el niño da los primeros pasos se celebra
como un gran acontecimiento en la familia. Sería necesario hacer fiesta cuando
el niño comienza a usar las manos de la única manera correcta, que es la manera
del dar. Nos preocupamos de las manos sucias. En realidad, las manos están
manchadas sólo cuando «retienen» algo.
Un cristiano, o sea un
buscador de Dios, superará la tentación de pararse sólo si es capaz de
transformar las realidades terrenas en «señal» y «don». Sólo se aprenderá a
usar las manos de la única manera "justa".
Nuestras cuentas, a
diferencia de aquellas del «necio» de la parábola, saldrán, cuando salgan las
cuentas de los otros.
(Aporte de ALESSANDRO
PRONZATO, EL PAN DEL DOMINGO CICLO C, EDIT. SIGUEME SALAMANCA 1985.)
Para la reflexión
personal y grupal:
¿Nos preocupa acumular dinero?
¿Confiamos básicamente en lo acumulado?
¿Litigamos con los demás por causa del dinero?
ORACIÓN –
CONTEMPLACIÓN.
ALGO MÁS QUE UN SISTEMA.
Lo que has acumulado,
¿de quién será?... Alguien ha dicho que «todos los hombres somos
espontáneamente capitalistas». Lo cierto es que la sed de poseer sin límites no
es exclusiva de una época ni de un sistema social, sino que descansa en el
mismo hombre, cualquiera que sea el sector social al que pertenezca.
El sistema capitalista
lo que hace es desarrollar esta tendencia innoble del hombre en lugar de
combatirla y favorecer una convivencia más solidaria y fraterna.
Lo estamos viendo todos
los días. El móvil que guía a la empresa capitalista es crear la mayor
diferencia posible entre el precio de venta del producto y el costo de
producción. Pero es que este móvil guía la conducta de casi toda la sociedad.
El máximo beneficio posible y la acumulación indefinida de riqueza son algo
aceptado por la mayoría de los cristianos como principio indiscutible que
orienta su comportamiento práctico en la vida diaria.
Por otra parte, el
capitalismo, lejos de promover la comunión y la solidaridad, favorece la
dominación de unos sobre otros y tiende a crear y reforzar la lucha de clases.
Pero este mismo espíritu
lo podemos observar ya en muchos «trabajadores» cuyos ingresos y régimen de
gastos en nada ceden a los de los más aventajados capitalistas. Basta verlos
gritar sus propias reivindicaciones ahondando cada vez más el abismo clasista
que los separa de sus compañeros (?) en paro.
El replegamiento egoísta
sobre los propios bienes, el consumo indiscriminado y sin límites, la lucha
implacable por el propio bienestar, el olvido sistemático de las víctimas más
afectadas por la crisis, son signos de una posición «capitalista» por muchas
confesiones de «socialismo» que puedan salir de nuestros labios.
«El hombre occidental se
ha hecho materialista hasta en su pensamiento, en una sobrevaloración morbosa
del dinero y la propiedad, del poder y la riqueza» (P. Bosmans).
Se pretende llenar el
vacío interior con la posesión de cosas. La codicia y el afán de poder son
«drogas aprobadas socialmente».
Es nuestra gran
equivocación. Lo ha gritado Jesús con firmeza contundente. Es una necedad vivir
teniendo como único horizonte «unos graneros donde poder seguir almacenando
cosechas». Es signo de nuestra gran pobreza interior.
Aunque no nos lo
creamos, el dinero nos puede empobrecer. Vivir acumulando, puede ser el fin de
todo goce humano, el fin de toda alegría de vivir, el fin de todo verdadero
amor.
(Aporte de JOSE ANTONIO
PAGOLA, BUENAS NOTICIAS,
NAVARRA 1985.Pág. 333 s.)
NAVARRA 1985.Pág. 333 s.)
Oración final:
“Dios,
Padre nuestro y Madre nuestra, que nos enviaste a Jesús como el modelo del
Hombre Nuevo; ayúdanos a poner nuestro corazón en los valores de tu Reino, y a
infundir en nuestra sociedad actual una dosis de amor gratuito y desinteresado,
dando desde lo que somos y poseemos”. Amén.
Hno. Javier
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Quién es Edith Stein - Santa Teresa Benedicta de la Cruz 3ª parte - Rosita Santelices
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27 jul 2019
17° DOMINGO DEL TIEMPO COMÚN CICLO C.
Génesis 18,20-21.23-32; Colosenses 2,12-14; San Lucas
11,1-13.
Oración inicial:
“Señor Jesús, que
enseñaste a tus discípulos a orar, danos
un oído atento a tu Palabra y a las mociones del Espíritu, un corazón dócil
para aprender de ti el arte del dialogo con el Padre; manos y pies prontos para
el servicio y una mente abierta para acoger tu voluntad en el camino de la vida”.
Amén.
LECTURA.
Leemos
los siguientes textos: Génesis 18,20-21.23-32; Colosenses 2,12-14;
San Lucas 11,1-13.
Claves de lectura:
1. «¿Es que vas a
destruir al inocente con el culpable?». (1°Lectura)
La intercesión de
Abrahán por los justos de Sodoma, tal y como se cuenta en la primera
lectura, es el primer gran ejemplo y el modelo permanente de toda oración de
petición. Es insistente y humilde a la vez. Cada vez va un poco más
lejos: desde los cincuenta inocentes que bastarían para impedir la
destrucción de la ciudad, hasta cuarenta y cinco, cuarenta, treinta,
veinte, diez. Semejante descripción sólo puede entenderse -aunque al final la
súplica no pueda ser escuchada, pues ni siquiera hay diez justos en
Sodoma- como un estímulo del todo singular para animar al creyente a penetrar
en el corazón de Dios hasta que la compasión que hay en él comience a
brotar. Ejemplos posteriores, sobre todo cuando Dios escucha las súplicas
de Moisés, lo confirman. Cuando Dios se compromete en una alianza con los
hombres, quiere comportarse como un amigo y no como un déspota; quiere
dejarse determinar, humanamente se puede decir que quiere que el hombre
le haga «cambiar de opinión», como las oraciones de súplica
veterotestamentarias mitigan muy a menudo la ira de Yahvé. El hombre que
está en alianza con Dios tiene poder sobre su corazón.
2. «Perdónanos nuestros
pecados». (Evangelio)
En el evangelio Jesús se
dirige a Dios con la seguridad del que sabe que el Padre le «escucha
siempre» (Jn 11,42). Y, como está en oración, sus discípulos le piden que
les enseñe a orar. Jesús les enseña su propia oración, el Padrenuestro, y
además les cuenta la parábola del hombre que despierta a su amigo a
medianoche para pedirle que le preste tres panes. En la parábola el
hombre tiene que insistir hasta llegar a ser importuno para obtener lo
que desea. Con Dios en realidad sobra la indiscreción, pero se exige la
constancia en la oración, en la búsqueda: hay que llamar a la puerta para
que Dios Padre abra a sus criaturas. Dios no duerme, está siempre dispuesto
a «dar su Espíritu Santo a los que se lo piden», pero no arroja sus
preciosos dones a los que no los desean o sólo los demandan con tibieza y
negligencia. Lo que Dios da es su propio amor inflamado, y éste sólo puede
ser recibido por aquellos que tienen verdadera hambre de él. Pedir a Dios
cosas que por su esencia Él no puede dar (un «escorpión», una «serpiente»)
es un sinsentido; pero toda oración que es según su voluntad y sus
sentimientos, Él la escucha, incluso infaliblemente, incluso
inmediatamente, aunque no lo advirtamos en nuestro tiempo pasajero.
«Cualquier cosa que pidan en la oración, crean que se la han concedido, y
la obtendrán» (Mc 11,24). «Si le pedimos algo según su voluntad, nos
escucha. Y si sabemos que nos escucha en lo que le pedimos, sabemos que
tenemos conseguido lo que le hayamos pedido» (1 Jn 5,14s).
3. «Dios les dio vida en
Cristo». (2°Lectura)
La segunda lectura nos
indica la condición para esta esperanza casi temeraria. Esta condición es
que hayamos sido sepultados junto con Cristo en el bautismo y hayamos
resucitado con él en Pascua mediante la fe en la fuerza de Dios. De este modo
entre Dios, el Señor de la alianza, y nosotros, sus socios, se establece
una relación directa e inmediata que elimina todos los impedimentos
-nuestros pecados, los pagarés de nuestra deuda y las acusaciones que
pesan sobre nosotros-. La cruz de Cristo quita todo esto de en medio;
ella es la que ha «derribado el muro separador del odio», la que ha
traído «la paz» (Ef 2,14-16).
(Aporte de HANS URS von
BALTHASAR, LUZ DE LA PALABRA,
Comentarios a las
lecturas dominicales A-B-C,
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 272 ss.)
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 272 ss.)
MEDITACIÓN.
EL EVANGELIO DE LA
ORACIÓN.
El Evangelio de Lucas
comienza en clima de oración en el Templo (Lc 1, 1-10) y termina en ese
mismo clima, con los Doce bendiciendo a Dios en el Templo (24, 53). Aquí
tenemos el mejor indicio de la extraordinaria importancia que el
evangelista concede a la oración. El Evangelio de Lucas es llamado el
Evangelio de la oración. Este es uno de sus rasgos más bellos y
característicos.
Lucas, consciente de que
la oración, es una actitud esencial en la vida del cristiano y de la
comunidad cristiana, se complace en presentarnos a Jesús frecuentemente en
oración. Los momentos más importantes del ministerio público de Jesús
están precedidos, preparados e impregnados por la oración: el Bautismo de
Jesús (3, 21), la elección de los doce (6, 12), la confesión de Pedro (9,
18), la transfiguración (9, 28), la última Cena (22, 32), la agonía en el
huerto de los Olivos (22, 41), sus últimos momentos en la cruz (23, 46).
Pero Jesús, en el
Evangelio de Lucas, no sólo aparece orando en los momentos más
culminantes, sino que la oración acompaña, envuelve y sostiene toda su
actividad, toda su vida. Jesús gusta retirarse a lugares solitarios (5,
16); o sube al monte y pasa la noche en oración (6, 12). La noche y el
monte son el tiempo y el lugar preferidos por Jesús para su incesante
diálogo con el Padre. Al presentar el evangelista la ya citada oración de Jesús
en el huerto, leemos este precioso detalle: "Salió entonces y se
dirigió, como de costumbre, al monte de los Olivos" (22, 39). Era
una costumbre en Jesús retirarse a la montaña para pasar la noche en
oración.
Con esta complacencia en
presentar a Jesús en oración, el evangelista ofrece al lector un eximio
ejemplo de actitud orante, al mismo tiempo que le exhorta, de la forma
más delicada y persuasiva, a la oración. La oración tiene una clara
finalidad: «Oren para no desfallecer en la prueba» (22, 40). Las pruebas,
las dificultades, las tribulaciones -que constituyen, en los escritos de
Lucas, una dimensión esencial de la vida cristiana (He. 14, 22)-
acompañan siempre al seguidor de Jesús.
La oración no sólo tiene
un relieve singular en el Evangelio de Lucas, sino también en el libro de
los Hechos, que es como la segunda parte o una especie de continuación de
aquél (He. 1,1). "Todos -se refiere a los Doce- perseveraban
unánimes en la oración, con algunas mujeres, con María la madre de Jesús
y sus hermanos» (He. 1, 14). Esta es la primera presentación que hace el
libro de los Hechos de la primitiva comunidad cristiana. Y las
referencias a la oración de la comunidad, como un rasgo fundamental de la
misma, se repiten, una y otra vez, a lo largo de todo el libro, como un
estribillo.
LA MAS BELLA PETICIÓN.
El texto evangélico de
hoy nos presenta un precioso y preciso momento de la vida orante de
Jesús. Jesús se ha apartado del grupo para orar. Los discípulos lo contemplan
sumido en profunda oración al Padre. Están tan absortos y sobrecogidos
viendo a Jesús en oración, que no se atreven a interrumpirlo. Dejan que
Jesús concluya su oración. «Y cuando acabó», uno de los discípulos,
fascinado por aquel singular estilo de orar de Jesús, le dirige la más
bella y conmovedora de las peticiones: «Señor, enséñanos a orar». Y fue
entonces cuando Jesús enseñó a los Doce, como viva expresión de su
actitud orante, el Padre-nuestro. Desde aquel momento, nunca se
encontrará ya completamente solo y desamparado el creyente. En las
circunstancias más adversas tendrá siempre el maravilloso recurso de
poder decir: «Padre nuestro que estás en el cielo...». Al entregarnos el
espléndido regalo del Padre-nuestro, nos dio a todos un inefable remedio para
todo nuestro inmenso desamparo existencial.
DIOS COMO «ABBA».
Evoquemos, junto a la
oración del Padre-nuestro, las otras oraciones de Jesús recogidas en el
Evangelio de Lucas (10, 21-24; 22, 42; 23, 46) y hagamos esta constatación:
todas comienzan con la misma invocación: «¡Padre!». Tenemos la suerte de
saber cuál era la palabra aramea correspondiente a «Padre», que estaba
siempre en los labios de Jesús, cuando se dirigía a Dios Padre y nos
mandaba dirigirnos a Dios Padre. Es la palabra «Abbá». Esta palabra pertenecía
al vocabulario profano y familiar. En las innumerables oraciones judías
que han llegado a nosotros, en ninguna aparece Dios invocado como
"Abbá". Esta palabra fue una revolucionaria y original innovación de
Jesús. Era algo insólito, inimaginable; expresaba la máxima confianza,
cercanía y ternura. Llamó tan poderosamente la atención de todos los
oyentes que se nos ha conservado la mismísima palabra aramea.
Con esa palabra se abría
un mundo nuevo en las relaciones de Dios para con el hombre. De todas las
revoluciones del Evangelio, la más profunda, la más radical fue la operada
en la imagen de Dios: Dios como amor, como el Padre más cariñoso y
entrañable. Del nuevo concepto de Dios brotan unas relaciones nuevas del
hombre con Dios y, por consiguiente, el nuevo estilo de la oración
cristiana, hecha de confianza, abandono y obediencia filial, reflejadas
en el «abbá» con que invocamos a Dios, siguiendo el ejemplo y el mandato
de Jesús. La vida cristiana está bañada de la alegría de sabernos hijos
de Dios.
EL DON DEL ESPÍRITU
SANTO.
Después de enseñarnos el
Padre-Nuestro, Jesús dirige una conmovedora exhortación a la oración
confiada, inspirada en lo que sucede entre los hombres, entre amigos y
entre padres e hijos. Y saca la conclusión: «Si vosotros, aun siendo
malos, sabéis dar a vuestros hijos cosas buenas, ¿cuánto más el Padre
celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?». Retengamos esta
última afirmación. La oración no es un seguro a todo riesgo. Jesús nos asegura
que nos concederá su Espíritu. Así viviremos como hijos ante Dios y como
hermanos de nuestros hermanos. Este es el sentido de la oración.
(Aporte de VlCENTE
GARCIA REVILLA, DABAR 1992, 39)
Para la reflexión personal y grupal:
¿Qué le
falta y qué le sobra a nuestra oración?
ORACIÓN –
CONTEMPLACIÓN.
APRENDER EL PADRENUESTRO.
Hemos recitado tantas
veces el Padrenuestro y, con frecuencia, de manera tan apresurada y
superficial, que hemos terminado, a veces, por vaciarlo de su sentido más
hondo.
Se nos olvida que esta
oración nos la ha regalado Jesús como la plegaria que mejor recoge lo que
él vivía en lo más íntimo de su ser y la que mejor expresa el sentir de
sus verdaderos discípulos.
De alguna manera, ser
cristiano es aprender a recitar y vivir el Padrenuestro. Por eso, en las
primeras comunidades cristianas, rezar el Padrenuestro era un privilegio
reservado únicamente a los que se comprometían a seguir a Jesucristo.
Quizás, necesitamos
«aprender» de nuevo el Padrenuestro. Hacer que esas palabras que pronunciamos
tan rutinariamente, nazcan con vida nueva en nosotros y crezcan y se enraícen
en nuestra existencia.
He aquí algunas
sugerencias que pueden ayudarnos a comprender mejor las palabras que
pronunciamos y a dejarnos penetrar por su sentido.
Padre nuestro que estás
en los cielos. Dios no es en primer lugar nuestro Juez y Señor y, mucho
menos nuestro Rival y Enemigo. Es el Padre que desde el fondo de la vida,
escucha el clamor de sus hijos.
Y es nuestro, de todos.
No soy yo el que reza a Dios. Aislados o juntos, somos nosotros los que
invocamos al Dios y Padre de todos los hombres. Imposible invocarle sin que
crezca y se ensanche en nosotros el deseo de fraternidad.
Está en los cielos como
lugar abierto, de vida y plenitud, hacia donde se dirige nuestra mirada
en medio de las luchas de cada día.
Santificado sea tu
Nombre. El único nombre que no es un término vacío. El Nombre del que
viven los hombres y la creación entera. Bendito, santificado y reconocido sea
en todas las conciencias y allí donde late algo de vida.
Venga a nosotros tu
Reino. No pedimos ir nosotros cuanto antes al cielo. Gritamos que el
Reino de Dios venga cuanto antes a la tierra y se establezca un orden nuevo de
justicia y fraternidad donde nadie domine a nadie sino donde el Padre sea
el único Señor de todos.
Hágase tu voluntad así
en la tierra como en el cielo. No pedimos que Dios adapte su voluntad a
la nuestra. Somos nosotros los que nos abrimos a su voluntad de liberar y
hermanar a los hombres.
El pan de cada día
dánosle hoy. Confesamos con gozo nuestra dependencia de Dios y le pedimos
lo necesario para vivir, sin pretender acaparar lo superfluo e innecesario
que pervierte nuestro ser y nos cierra a los necesitados.
Perdónanos nuestras
ofensas, egoísmos e injusticias pues estamos dispuestos a extender ese
perdón que recibimos de Ti a todos los que nos han podido hacer algún mal.
No nos dejes caer en la
tentación de olvidar tu rostro y explotar a nuestros hermanos.
Presérvanos en tu seno de Padre y enséñanos a vivir como hermanos.
Y líbranos del mal. De
todo mal. Del mal que cometemos cada día y del mal del que somos víctimas
constantes. Orienta nuestra vida hacia el Bien y la Felicidad.
(Aporte de JOSE ANTONIO
PAGOLA, BUENAS NOTICIAS,
NAVARRA 1985.Pág. 331 s.)
Oración final:
“Dios
Padre y Madre, que estás en el cielo y estás también en la tierra, haz que
venga y se acreciente entre nosotros tu reinado, y para ello conviértenos en
apasionados servidores de tu causa y gozosos contemplativos de tu obrar en
medio de la vida de los hombres y mujeres de nuestro tiempo”. Amén.

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27 jun 2019
Quién es Edith Stein - Santa Teresa Benedicta de la Cruz 1ª parte - Rosita Santelices
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HISTORIA DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS
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AMOR A LA EUCARISTIA
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Sagrado Corazón de Jesus
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