7 ago 2019

19° DOMINGO DEL TIEMPO COMÚN CICLO C.



Domingo 11 de agosto de 2019.
Sabiduría 18,5-9; Hebreos 11,1-2.8-19; San Lucas 12,32-48.

Oración inicial:
“Haz, Señor, que en lugar de maldecir las tinieblas estemos prestos a encender nuestras lámparas para iluminar el mundo”. Amén.

 LECTURA.

Leemos los siguientes textos: Sabiduría 18,5-9; Hebreos 11,1-2.8-19; San Lucas 12,32-48.

Claves de lectura:

Todos los textos de esta celebración nos exigen vivir en tensión, en movimiento (éxodo), desinstalados, en estado de peregrinación; en una palabra: vivir en vela, en vela en razón de la fe, en razón de la promesa de Dios, en razón de las cuentas que habremos de rendir pronto.

1. «La fe es seguridad de lo que se espera». (2°Lectura)
La segunda lectura llama a esta existencia desinstalada simplemente «fe». La fe se apoya en una palabra recibida de Dios que anuncia una realidad invisible y futura. Esto se muestra en la existencia de Israel, que comienza con el éxodo de Abrahán y se continúa a través de los siglos; esta fe puede ser sometida a duras pruebas, como cuando se exige a Abrahán que sacrifique a su hijo, como demuestra también el hecho de que todos los representantes de la Antigua Alianza «murieron sin haber recibido la tierra prometida». Estos aprendieron casi más drásticamente que los cristianos lo que significa vivir «como huéspedes y peregrinos en la tierra», y buscar una patria que está más allá de toda su existencia perecedera. Porque en el destino de Jesús y en la recepción del Espíritu Santo los cristianos no solamente «han visto y saludado de lejos» la patria celeste, sino que, como dice Juan, «han oído, visto y palpado la Palabra que es la vida eterna», y según Pablo han recibido el Espíritu Santo como arras, como prenda o garantía de lo que esperan, por lo que pueden y deben ir al encuentro del cumplimiento de la promesa con mayor seguridad, y por ello también con mayor responsabilidad.

2. «La noche de la liberación se les anunció de antemano». (1°Lectura)
La primera lectura muestra que ya en la Antigua Alianza la fe no estaba desprovista de toda garantía: hubo anuncios que se cumplieron, como el de la noche de la comida pascual o la promesa de Dios al rey David, como la predicción de los profetas sobre el exilio y su duración. Todo hombre atento recibe tales signos: Dios le muestra así que está en el buen camino; si exige de él la fe, Dios no le deja en la incertidumbre, aunque a veces sea sometido a una dura prueba como Abrahán o algunos profetas, pues en último término su fe no puede apoyarse sobre signos y milagros, sino sobre la fidelidad de Dios, que mantiene su palabra de un modo inquebrantable.

3. «Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá». (Evangelio)
En el evangelio aparecen múltiples variantes de la exigencia dirigida a los cristianos de vivir siempre preparados, en vela. Y esto tanto más cuanto mayores sean los dones y tareas que Dios les ha dado y encomendado. Las tareas encomendadas por Dios se cumplen de la mejor manera cuando el criado no pierde de vista que en cualquier momento puede ser llamado a rendir cuentas; por tanto, cuando cada uno de sus momentos temporales es inmediatamente vivido y configurado de cara a la eternidad. Si el cristiano olvida esta inmediatez, olvida también el contenido de su tarea terrena y de la justicia que ésta implica («empieza a pegarles a los mozos y a las muchachas»); ahora queda claro que el cristiano no practicará esta justicia, si no es capaz de mirar más allá del mundo para poner sus ojos en las exigencias de la justicia eterna, que no es una mera «idea», sino el Señor viviente cuya aparición espera toda la historia del mundo.

(Aporte de HANS URS von BALTHASAR, LUZ DE LA PALABRA,
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C,
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 275 ss.)


MEDITACIÓN.

Velen y estén preparados.
Después de haber instruido a los discípulos en el correcto uso de las cosas –en el Evangelio del domingo pasado-, en el pasaje evangélico del próximo domingo Jesús les exhorta sobre el correcto uso del tiempo. Estamos ante una serie de imágenes y parábolas con las que Jesús exhorta a la vigilancia en la espera de su retorno. La cintura ceñida es señal de quien está preparado para emprender viaje, como los judíos durante la celebración de la Pascua en Egipto (v. Ex 12, 11), y es también la disposición al trabajo. La lámpara encendida indica a quien se prepara para pasar la noche velando en espera de alguien. Jesús ilustra la necesidad de la vigilancia con otra imagen más, la del ladrón de noche.
Desearía proseguir en la línea de Jesús y añadir también yo una imagen y una parábola. Se trata del Himno de la perla que se remonta a la literatura de Oriente Medio del siglo I o II d.C. y que se nos ha transmitido por el apócrifo Hechos de Tomás . Trata de un joven príncipe enviado por su padre de Oriente (Mesopotamia) a Egipto para recuperar una determinada perla que ha caído en manos de un cruel dragón que la custodia en su cueva. Llegado al lugar, el joven se deja descaminar; se sacia de un alimento se le habían preparado con engaño los habitantes del sitio y que le hace caer en un profundo e inacabable sueño. El padre, alarmado por el prolongamiento de la espera y por el silencio, envía, como mensajera, un águila que lleva una carta escrita de su puño y letra. Cuando el águila sobrevuela al joven, la carta del padre se transforma en un grito que dice: «¡Despiértate, acuérdate de quién eres, recuerda qué has ido a hacer a Egipto y adónde debes regresar!». El príncipe se despierta, recupera el conocimiento, lucha y vence al dragón y, con la perla reconquistada, vuelve al reino donde se ha preparado para él un gran banquete.
El significado religioso de la parábola es transparente. El joven príncipe es el hombre enviado de Oriente a Egipto, esto es, por Dios al mundo; la perla preciosa es su alma inmortal prisionera del pecado y de satanás. Él se deja engañar por los placeres del mundo y se hunde en un tipo de letargo, o sea, en el olvido de sí, de Dios, de su destino eterno, de todo. Le despierta, en este caos, no el beso de un príncipe o de una princesa, sino el grito de un mensajero celestial. Para los cristianos este mensajero enviado por el Padre es Cristo, que grita al hombre, como hace en el Evangelio de hoy, que se despierte, que esté alerta, que recuerde para qué está en el mundo. El grito del Himno de la perla se encuentra casi tal cual en la carta a los Efesios: «Despiértate tú que duermes, y levántate de entre los muertos, y te iluminará Cristo» (Ef 5, 14).
La exhortación: «¡Estén preparados!» no es una invitación a pensar en cada momento en la muerte, a pasar la vida como quien está en la puerta de casa con la maleta en la mano esperando el autobús. Significa más bien «estar en regla». Para el propietario de un restaurante o para un comerciante estar preparado no quiere decir vivir y trabajar en permanente estado de ansiedad, como si de un momento a otro pudiera haber una inspección. Significa no tener necesidad de preocuparse del tema porque normalmente se tienen los registros en regla y no se practican por principio fraudes alimentarios. Lo mismo en el plano espiritual. Estar preparados significa vivir de manera que no hay que preocuparse por la muerte. Se cuenta que a la pregunta: «¿Qué harías si supieras que dentro de poco vas a morir?», dirigida a quemarropa a San Luis Gonzaga mientras jugaba con sus compañeros, el santo respondió: «¡Seguiría jugando!». La receta para disfrutar de la misma tranquilidad es vivir en gracia de Dios, sin pendencias graves con Dios o con los hermanos.

(Comentario del Padre Raniero Cantalamessa, ofm cap., ROMA,
viernes 10 agosto 2007, ZENIT.org)

Para la reflexión personal y grupal:
¿En qué o en quién tenemos puesta nuestra confianza?
¿Nos sentimos verdaderamente responsables de lo que hacemos?


ORACIÓN – CONTEMPLACIÓN.

¿DONDE PONER EL CORAZÓN?
Un tesoro inagotable en el cielo...
El hombre actual está perdiendo su fe ingenua en las posibilidades ilimitadas del desarrollo tecnológico. Aumenta cada vez más el número de los que toman conciencia de que el mismo poder que permite al hombre crear nuevos estilos de vida, lleva consigo un potencial de autodestrucción y degradación.
Y por si fuera poco, la grave crisis económica que estamos sufriendo ha terminado de desconcertar a los más optimistas.
No es extraño, entonces, que crezca el escepticismo, la falta de fe en las ideologías, la desconfianza en los grandes sistemas. Al hombre actual se le hace difícil creer en algo que sea válido y verdadero para siempre. No sabe ya dónde «poner su corazón». Son muchos los que viven «a la deriva» sin esperanza ni desesperación. Víctimas pasivas e indiferentes de un mundo que les resulta cada vez más dislocado.
Entonces, la vida se vacía de sentido. El hombre pierde la fuente de su propia creatividad. No sabe para qué trabajar. El vivir se reduce a una cadena de sucesos, situaciones e incidentes, sin que nada realmente vivo le dé sentido y continuidad.
En medio de este «comportamiento errático» lo importante parece ser disfrutar de cada fragmento de tiempo y buscar la respuesta más satisfactoria en cada situación fugaz. R. Lifton, considera que el problema central del hombre contemporáneo es la pérdida del sentido de inmortalidad. Esa conciencia de inmortalidad «que representa un estímulo irresistible y universal a conservar un sentido interior de continuidad, más allá del tiempo y del espacio».
Y, sin embargo, el hombre de hoy, como el de siempre, necesita poner su corazón en un «tesoro que no pueda ser arrebatado por los ladrones, no roído por la polilla». ¿Cómo encontrarlo?
Desde la fe cristiana, no existe otro camino sino el de penetrar hasta el centro mismo de nuestra existencia, no evitar el encuentro con el Invisible, sino abrir nuestro corazón al misterio de Dios que da sentido y vida a todo nuestro ser.
Esto que a muchos puede parecer, desde fuera, algo perfectamente estúpido e iluso, es para el creyente fuente de liberación gozosa que le enraíza en lo fundamental, central y definitivo.
A veces, una palabra hostil basta para sentirnos tristes y solos. Es suficiente un gesto de rechazo o un fracaso para hundirnos en una depresión destructiva. ¿No tendremos que preguntarnos dónde tenemos puesto nuestro corazón?

(Aporte de JOSE ANTONIO PAGOLA, BUENAS NOTICIAS,
NAVARRA 1985.Pág. 335 s.)

Oración final:
“Dios Padre Nuestro, danos un corazón grande y potente, capaz de ver con claridad que, más allá de las apetencias y tentaciones de la vida, los valores verdaderos son los valores de tu Reino, y que dar la vida por ellos es lo que más puede alegrar y pacificar nuestro corazón, tal como nos enseñó Jesús tu Hijo Amado”. Amén.

                                          Hno. Javier.

3 ago 2019

Testimonio de madre Teresa de Calcuta




Testimonio de madre Teresa de Calcuta y e invitar a orar espontáneamente pidiendo al Señor que nos enseñe a amar de este modo.

Ese niño me enseñó a amar. Cierta vez, en el hogar de Calcuta, no teníamos azúcar para los niños. Un vecinito, de cuatro años, escuchó decir que la madre Teresa se había quedado sin azúcar. Fue a su casa y dijo a sus padres que no comería azúcar durante tres días para dársela a madre Teresa. Al cabo de los tres días, sus padres lo trajeron a nuestra casa: entre sus manos tenía una pequeña botella de azúcar; lo que no había comido. Aquel pequeño me enseñó a amar. Lo más importante no es lo que damos sino el amor que ponemos al dar.

30 jul 2019

Misión Fátima Argentina



¡Invitamos a todos a unirse a esta novena que comenzaremos mañana hasta el 8 de agosto!
El próximo 8 de agosto se cumple un año del triunfo de la VIDA en el Senado en Argentina.
Desde Misión Fátima Argentina proponemos realizar ese día una jornada de oración.
Invitamos a todos a unirnos a rezar el Santo Rosario y la Oración por la Patria en comunidad, en las parroquias de nuestro país, grupos de oración, en familia, en las congregaciones religiosas, etcétera, con estas intenciones:
1) En agradecimiento a la Santísima Virgen por haber protegido nuestro país del aborto el 8 de agosto de 2018.
2) Por la conversión de los corazones.
3) Por la paz mundial.
4) Por la liberación de La Argentina, América Latina y el mundo de las ideologías.
Los que deseen mañana 31 de julio comenzamos una novena rezando el Santo Rosario y la Oración por la Patria.
Se ruega difusión para llegar a todos los rincones de la Patria.

29 jul 2019

Ven Espíritu - Sandra Rivero + Invitados


18° DOMINGO DEL TIEMPO COMÚN CICLO C


Domingo 4 de agosto de 2019.
Eclesiastés 1,2;2,21-23; Colosenses 3,1-5.9-11; San Lucas 12,13-21.

“Imita la tierra: la tierra no hace crecer sus frutos para gozar ella sola de ellos.”
(San Basilio de Cesarea)

Oración inicial:
"Toma, Señor, y recibe toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento, y mi voluntad, todo mi haber y mi poseer; tú me los diste, a ti, Señor, lo torno; todo es tuyo, dispón de todo a tu voluntad, dame tu amor y gracia, que ésta me basta". Amén.
(San Ignacio de Loyola, Ejercicio Espirituales)

 LECTURA.
 Leemos los siguientes textos: Eclesiastés 1,2;2,21-23; Colosenses 3,1-5.9-11; San Lucas 12,13-21.
 Claves de lectura:

1. «Lo que has acumulado, ¿de quién será?».(Evangelio)
Jesús distingue en el evangelio entre ser y tener. El ser es la vida y la existencia del hombre, el tener son las posesiones grandes o pequeñas que le permiten seguir viviendo. La advertencia de Jesús consiste simplemente en que el hombre no debe convertir el medio en el fin, ni identificar el significado de su ser con el aumento de sus medios. Lo absurdo de esta identificación salta a la vista cuando se considera no sólo la muerte del hombre, sino que éste debe responder de su vida ante Dios. Aunque esto no está todavía claro en el paralelo veterotestamentario, y aunque Jesús plantea la pregunta: «Lo que has acumulado (cuando mueras), ¿de quién será?», esta cuestión no constituye el centro para él, sino esta otra: «No amontonen tesoros en la tierra, donde la polilla y la carcoma los roen...
Amontonen tesoros en el cielo» (Mt 6,19s). Por tanto sabemos que ante Dios lo importante no será la cantidad del tener sino la calidad del ser (cf. 1 Co 3,11-15). Esto se hace evidente sobre todo mediante la palabrita «sí». El que quiere tener, amontona riquezas «para sí»; el que tiene un ser de gran valor, renuncia a este «para sí» y piensa en su ser junto a Dios. Dios es el tesoro. «Donde está tu tesoro, allí está tu corazón» (Mt 6,21). Si Dios es nuestro tesoro, entonces debemos estar íntimamente convencidos de que la riqueza infinita de Dios consiste en su entrega y autoenajenación, es decir, en lo contrario de la voluntad de tener.

2. «Todo es vanidad». (1°Lectura)
Qohelet nos hace comprender ya en la primera lectura lo absurdo que es que los bienes que un hombre ha conseguido con su habilidad y acierto puedan ser heredados a su muerte por un holgazán. De este modo en el esfuerzo permanente por los bienes pasajeros hay como una especie de contradicción que se renueva en cada generación siguiente, mostrando así claramente la vanidad de toda voluntad terrena de tener.

3. «Aspiren a los bienes de arriba, no a los de la tierra». (2°Lectura)
La segunda lectura saca la conclusión general. Pero lo celeste no son los tesoros, los méritos o las recompensas que nosotros hemos acumulado en el cielo, sino simplemente «Cristo». Él es «nuestra vida», la verdad de nuestro ser, pues todo lo que somos en Dios y para Dios se lo debemos sólo a él, lo somos precisamente en él, «en quien están encerrados todos los tesoros» (Col 2,3).
«Déjense construir» sobre él, nos aconseja el apóstol (ibid. 7), aunque con ello el sentido esencial de nuestra vida permanezca oculto para los ojos del mundo. Debemos «dar muerte» a todas las formas de la voluntad de tener enumeradas por el apóstol, y que no son sino diversas variantes de la concupiscencia, por mor del ser en Cristo; y esta muerte es en verdad un nacimiento: un «revestirnos de una nueva condición», un llegar a ser hombres nuevos. En esta nueva condición desaparecen las divisiones que limitan el ser del hombre en la tierra («esclavos o libres»), mientras que todo lo valioso que tenemos en nuestra singularidad (Pablo lo llama carisma) contribuye a la formación de la plenitud definitiva de Cristo (Ef 4,11-16).
(Aporte de HANS URS von BALTHASAR, LUZ DE LA PALABRA,
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C,
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 274 s.)


MEDITACIÓN.

Lo que más me impresiona de este hombre, rico y ávido, de la parábola evangélica es su heladora soledad. Algo verdaderamente tétrico, horripilante.
Nadie está tan solo como este hombre rodeado, casi sofocado, por sus bienes.
Más que contar sus rentas, parece hablar con ellas. Lo vemos en coloquio con las cifras.
En diálogo amoroso con los libros contables. Su voz tiene el sonido de los dineros.
Es un individuo sin nombre, sin rostro. No tiene mujer, ni hijos, ni amigos. El único lazo estrecho son sus bienes materiales. Se identifica con las propias riquezas. El mismo se convierte en campo, grano, trigo, almacén, número, cartera. Ya no es un hombre. Es una cosa en medio de las cosas.
Los bienes, en lugar de ser vehículos de comunicación, de relación con los otros, para él son cosas a acumular, conservar, proteger, defender. En vez de ser medios (antiguamente se decía, precisamente, que uno tenía tantos "medios"), se convierten en fin, al que se sacrifica todo. Y terminan por cerrarlo en una prisión.
Este hombre triste es un prisionero. Puede incluso ampliar los almacenes. Pero no logrará ya salir de ellos.
Es un hombre cerrado. Sin futuro. Precisamente él que se engañará pensando que está asegurado para muchos años.
Cuando se pronuncia la terrible sentencia: «Esta noche te van a exigir la vida», en realidad él ya está muerto desde hace tiempo. La sentencia la pronunció él sobre sí mismo. Con acierto se ha subrayado --A. Maillot (de quien tomo alguna de estas observaciones- que más que un castigo es una concesión.

Se le llama «necio».
Porque funda la propia seguridad en el tener y no en el ser.
Porque se afana por poseer y acumular, en vez de comprometerse a crecer.
Porque se identifica con las cosas, y no las transforma en sacramento de comunión con los hermanos.
Porque cree que mucho dinero significa mucha vida.
Porque piensa que la posesión egoísta da alegría.
Porque no sospecha que, aunque salgan las cuentas, su existencia es una quiebra.
Porque está en adoración y no ve más que el propio «yo». No se para jamás frente a un «tú».
Porque no entiende que «el yo no tiene otra protección que el darse, el perderse» (Arturo Paoli).
Porque no cae en la cuenta de que no es posible llenar el vacío con un estorbo.
Porque no intuye que la seguridad puede derivarse sólo de un acto de coraje, de ruptura, de liberación.
Porque no se percata de que la vida va llena de amistad, de don, de relaciones, no de cosas.
Intentemos ahora sacar algunas consecuencias.

La posesión es siempre limitación. «El que adquiere un campo y lo cierra con una cerca, se priva del resto de la naturaleza, se empobrece de todo lo demás. He aquí por qué la pobreza religiosa no significa poseer poco, sino no poseer nada, o sea, la expropiación total para poseerlo todo» (E. Cardenal).

La posesión es sobre todo limitación de libertad. «¿No habéis observado alguna vez que ser rico se traduce siempre en un empobrecimiento en otro plano? Basta decir: poseo este reloj, es mío, y cerrar la mano, apresándolo, para tener un reloj y haber perdido una mano» (A. Bloom). Nuestro espíritu y nuestro corazón tienden a empequeñecerse, a reducirse a las dimensiones de los objetos sobre los que se cierran, a las dimensiones de los bienes sobre los que se repliegan.

La riqueza es falsificación de las cosas, porque falsea la relación con ellas. El rico cree que su título de propiedad le une íntimamente, con seguridad a sus bienes. Pero esto es una colosal ilusión. Las cosas como las personas, tienen un «límite de inviolabilidad, un umbral infranqueable», que no puede ser forzado por un derecho que se derive simplemente del dinero. Una cosa no se deja «violar» por la cartera (las personas, algunas veces sí...). Por eso, aun cuando me pertenezca, aunque sea "mía", la cosa sigue «inviolada» en su esencia más verdadera, y siempre me dejará insatisfecho.
La cosa permanecerá obstinadamente «ajena» a mí, escapará de mi mano aun cuando la retenga, más aún, precisamente porque pretendo asirla, tenerla, se reirá de mí, burlona, intacta, intocable.
Para entrar en comunión íntima con un bien creado, la propiedad ligada al dinero, al derecho, puede constituir un obstáculo.
La facultad de poseer se sitúa al nivel más profundo de nosotros mismos, allí donde un objeto externo puede entrar solamente interiorizándose.
Para poseer verdaderamente una cosa, es necesario establecer con ella no una relación de posesión, de agresividad, sino de participación, de maravilla, de contemplación.

El hombre litúrgico, y no el hombre económico es el que está en armonía con todo lo creado. La tierra pertenece a los «mansos», o sea, a aquellos que nada reivindican. Solamente el que ora, teniendo las manos vacías, libres, puede orar en las cosas y con las cosas.
«En la edad media se celebraban las nupcias de Francisco con dama pobreza, se intentaba visibilizar lo invisible, es decir, el secreto que se había hecho en él poesía y felicidad, contemplación y seguridad... Francisco lleva sobre sí mismo el signo de la liberación en la alegría, que es seguridad, y en la contemplación, que es poesía... La historia no ha olvidado todavía a este hombre martirizado en el cuerpo que redescubrió las estrellas, las flores, el agua, el fuego, el sol, los pájaros, toda la creación, finalmente liberada de angustia y hecha verdad y poesía» (Arturo Paoli).
Así pues, la distinción existe entre hombre económico y hombre litúrgico. La diferencia pasa entre quien pone el corazón en las cosas (o deja que las cosas, según su paso natural, pasen de las manos al corazón, y aquí ocupen todos los centros estratégicos de mando) y quien, por el contrario, obliga a las cosas a hacerse partícipes, cómplices, expresión del propio corazón.
Podemos aún decir que la diferencia está entre el capitalista y el liturgo. Entre el usurpador, el conquistador, y el hermano.
Entre el hombre económico y el hombre de la amistad y del encuentro. Entre el profanador y el contemplativo. Entre el que pide seguridad a los bienes terrenos y quien les exige "comunicación".
El primero, a través de las cosas, se para, se aísla, tiene y rechaza. El otro camina, se abre, da y se dilata.
El primero se apropia de algo y queda en la superficie de todo. El otro descubre la verdad profunda de las cosas.
El primero dispone de las riquezas; el otro es señor de sí mismo.
El primero es un excomulgado. El otro se comunica con todo y con todos.
El primero acumula. El otro comparte.
Por eso, la única manera de no pararse frente a las cosas, consiste en llevarlas adelante con nosotros, en arrastrarlas en nuestra aventura. «Estoy hambriento de todo el pan que como solo, pobre de todos los bienes que poseo para mí» (G. Thibon).
Hay un momento, en la misa, en el que se nos recuerda el uso correcto que debemos hacer de las manos. El ofertorio es el momento de la consagración de mis manos. Esas manos que encuentran su función más verdadera en el gesto de la ofrenda.
Se me han dado las manos para dar. Quien las usa, habitualmente, sólo para coger, tener, agarrar, todavía no ha aprendido a usarlas, aunque esté muy avanzado en años. Sobre todo no ha gustado la alegría más grande: la alegría de dar.
Nos preocupamos de enseñar a caminar. Y el día en que el niño da los primeros pasos se celebra como un gran acontecimiento en la familia. Sería necesario hacer fiesta cuando el niño comienza a usar las manos de la única manera correcta, que es la manera del dar. Nos preocupamos de las manos sucias. En realidad, las manos están manchadas sólo cuando «retienen» algo.
Un cristiano, o sea un buscador de Dios, superará la tentación de pararse sólo si es capaz de transformar las realidades terrenas en «señal» y «don». Sólo se aprenderá a usar las manos de la única manera "justa".
Nuestras cuentas, a diferencia de aquellas del «necio» de la parábola, saldrán, cuando salgan las cuentas de los otros.

(Aporte de ALESSANDRO PRONZATO, EL PAN DEL DOMINGO CICLO C, EDIT. SIGUEME SALAMANCA 1985.)

Para la reflexión personal y grupal:
¿Nos preocupa acumular dinero?
¿Confiamos básicamente en lo acumulado?
¿Litigamos con los demás por causa del dinero?


ORACIÓN – CONTEMPLACIÓN.

ALGO MÁS QUE UN SISTEMA.
Lo que has acumulado, ¿de quién será?... Alguien ha dicho que «todos los hombres somos espontáneamente capitalistas». Lo cierto es que la sed de poseer sin límites no es exclusiva de una época ni de un sistema social, sino que descansa en el mismo hombre, cualquiera que sea el sector social al que pertenezca.
El sistema capitalista lo que hace es desarrollar esta tendencia innoble del hombre en lugar de combatirla y favorecer una convivencia más solidaria y fraterna.
Lo estamos viendo todos los días. El móvil que guía a la empresa capitalista es crear la mayor diferencia posible entre el precio de venta del producto y el costo de producción. Pero es que este móvil guía la conducta de casi toda la sociedad. El máximo beneficio posible y la acumulación indefinida de riqueza son algo aceptado por la mayoría de los cristianos como principio indiscutible que orienta su comportamiento práctico en la vida diaria.
Por otra parte, el capitalismo, lejos de promover la comunión y la solidaridad, favorece la dominación de unos sobre otros y tiende a crear y reforzar la lucha de clases.
Pero este mismo espíritu lo podemos observar ya en muchos «trabajadores» cuyos ingresos y régimen de gastos en nada ceden a los de los más aventajados capitalistas. Basta verlos gritar sus propias reivindicaciones ahondando cada vez más el abismo clasista que los separa de sus compañeros (?) en paro.
El replegamiento egoísta sobre los propios bienes, el consumo indiscriminado y sin límites, la lucha implacable por el propio bienestar, el olvido sistemático de las víctimas más afectadas por la crisis, son signos de una posición «capitalista» por muchas confesiones de «socialismo» que puedan salir de nuestros labios.
«El hombre occidental se ha hecho materialista hasta en su pensamiento, en una sobrevaloración morbosa del dinero y la propiedad, del poder y la riqueza» (P. Bosmans).
Se pretende llenar el vacío interior con la posesión de cosas. La codicia y el afán de poder son «drogas aprobadas socialmente».
Es nuestra gran equivocación. Lo ha gritado Jesús con firmeza contundente. Es una necedad vivir teniendo como único horizonte «unos graneros donde poder seguir almacenando cosechas». Es signo de nuestra gran pobreza interior.
Aunque no nos lo creamos, el dinero nos puede empobrecer. Vivir acumulando, puede ser el fin de todo goce humano, el fin de toda alegría de vivir, el fin de todo verdadero amor.
(Aporte de JOSE ANTONIO PAGOLA, BUENAS NOTICIAS,
NAVARRA 1985.Pág. 333 s.)

Oración final:
“Dios, Padre nuestro y Madre nuestra, que nos enviaste a Jesús como el modelo del Hombre Nuevo; ayúdanos a poner nuestro corazón en los valores de tu Reino, y a infundir en nuestra sociedad actual una dosis de amor gratuito y desinteresado, dando desde lo que somos y poseemos”. Amén.


Hno. Javier


Quién es Edith Stein - Santa Teresa Benedicta de la Cruz 3ª parte - Rosita Santelices


Quién es Edith Stein - Santa Teresa Benedicta de la Cruz 2ª parte - Rosita Santelices